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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquí el siguiente capítulo. Un poco más corto que el resto, y quizá menos interesante... 

¡Espero que les guste!

La mañana del lunes llegó renovando su mente. Sorprendentemente, había dormido muy bien y se sentía muy despejado y lleno de energías. O al menos hasta que fue a la cocina tropezando con la esquina de la puerta, tirando una silla, echando la leche fuera de la taza y metiendo el café en el microondas sin haberle echado el café.


            A pesar de todo, no estaba triste. Sabía que tenía que pensar una manera en la que decirle a Milo que le había puesto los cuernos con el que parecía ser su peor enemigo, pero por alguna extraña razón ya no le preocupaba tanto como el día anterior.


—Y luego dicen que los lunes son malos —sonrió, y clavó la mirada en la puertilla del microondas, viendo su taza girar en su interior.


            Cuando la sacó, descubrió, con fastidio, que en vez de echar café había echado colacao y por fin se dio cuenta de que esa iba a ser una mañana muy torpe.


            Terminó de vestirse y guardar las cosas en la mochila para ir a clase. Fue tranquilo, pues había salido pronto de casa. No hacía un día maravilloso, pero las nubes blancas no parecían amenazar lluvia, cosa que agradeció, pues no se había molestado en comprobar el tiempo antes de irse.


            Llegó al instituto y se encontró con Mu que ya entraba por la puerta. Había mucho barullo por todas partes, pero las caras de prácticamente todos los alumnos denotaban que les faltaba poco para transformarse en zombis.


—¡Hola Camus! —Le saludó con alegría, aunque su cara era igual que la del resto.


—Buenos días, ¿no has dormido bien?


—Me eché demasiado tarde porque estuve hablando con Dita.


—¿Te contó algo sobre Angelo? —Le preguntó con malicia, pero Mu ladeó la cabeza.


—Estuvimos hablando más que nada sobre el trabajo de Literatura.


—¡¿Trabajo de Literatura?! —Por un momento el mundo se le echó encima y se vio tremendamente agobiado, pero Mu le tranquilizó con una risa.


—No te preocupes. A su clase se lo mandaron el viernes y a nosotros nos lo mandarán hoy.


—¡Me has dado un susto de muerte! —Exclamó aún con el rostro pálido.


            Shura llegó un minuto después bostezando ampliamente. Tenía unas ojeras de espanto y antes de verles se tropezó con una baldosa del suelo y casi se cayó al suelo.


—Veo que no soy el único que se levantó torpe hoy —dijo Camus evitando reírse.


—Dios, ha sido horrible. Zihma no dejó de ladrar en toda la noche. Nunca le había pasado eso —se llevó una mano a la cabeza.


—¿Zihma?


—Es su perrito —dijo Mu.


—No sabía que tenías un perro.


—Es de mis padres. Este fin de semana le tocó quedarse en mi casa.


—Es muy adorable —Mu sonrió con cara de tonto y Camus pensó que lo mejor sería dejarles solos, pero con la suerte que tenían eso no les serviría de nada.


            Subieron las escaleras del instituto y entraron en clase. Milo llegó unos minutos después y Aioria ya estaba allí, mirando por la ventana con las mismas ojeras que llevaba Shura.


—Definitivamente no soy el único que tiene sueño —dijo Camus.


            Milo se acercó hasta él y le dio un suave beso en los labios. Tenía expresión indescifrable y Camus temió que Afrodita se lo hubiera contado todo aunque le hubiera prometido que él mismo lo haría. Descartó esa idea cuando Milo habló:


—Ayer se nos fue Internet en todo el edificio y no pude conectarme —le dijo—. Me puse a jugar al Invasion y me invadieron en todas las partidas que empecé… en menos de cinco minutos… —puso morritos como si fuese el mayor drama de la historia.


—¿Y no estudiaste? —Le preguntó con reproche.


—Pues…


            En ese momento entró el profesor de Historia y comenzó la clase. O al menos, para todos los alumnos excepto Camus, quien no dejaba de mirar a Milo de reojo desde el otro lado del aula, tratando de imaginar cómo le iba a contar todo lo que había pasado. Entonces, la tristeza volvió a apoderarse de él y se sintió, de nuevo, infinitamente culpable.


—Camus —le llamó el profesor, provocándole saltar en su silla—, quizá no te interese la asignatura, pero si quieres aprobar será mejor que prestes un poco de atención y dejes de mirar por la ventana.


           


Después de las tediosas tres primeras horas, llegó por fin el recreo.


            Como siempre, se sentaron en su mesa preferida y esperaron a que llegasen Saga y Afrodita. El sueco se fijó en cómo Milo abrazaba a Camus estando este sobre sus piernas y cómo Mu le mandaba miradas discretas a Shura mientras este soportaba las burlas de Aioria al tiempo que se comía un plátano.


—Mi madre me obligó a traerlo, así de dejar de reírte de una vez.


—¡Es que es tan cómico!


—Ni que nunca te hubiera comido el plátano.


—Pero no fuiste tú, por eso es gracioso.


—¿Os mandó ya el trabajo de Literatura? —Le preguntó Afrodita a Mu.


—Sí. Dijo que podíamos hacerlo por tríos o por parejas —Aioria, que de por sí ya se estaba riendo, estalló en carcajadas cuando Mu contestó y todos le fulminaron con la mirada, excepto Milo, a quien le había contagiado la risa.


—Algún día tendrás que madurar —le dijo Saga evitando reírse también.


—Algún día, pero hoy no es ese día —dijo.


—¿Y con quién lo haréis?


—Creo que no hace falta que responda —dijo Milo besando a Camus en una mejilla sin apartar la mirada del resto.


—Yo lo haré con… —empezó Aioria—, lo haré con Sara, que se nota que le caigo muy bien —les guiñó un ojo a todos.


—¿Entonces lo haréis juntos? —Preguntó Afrodita a Shura y a Mu.


            El español se sobresaltó y empezó a balbucear sin saber qué responder. Al final, terminó por asentir al ver que Mu también se había quedado sin palabras.


—¡Perfecto! —Exclamó el sueco—. ¿Y ya sabéis de qué lo haréis? Saga y yo hablaremos de la literatura japonesa, a petición de él.


—Pues sería genial hablar de la literatura francesa —dijo Camus, y Milo le dio la razón aunque no tenía ni idea sobre el tema.


—¡Y de la española! —Exclamó Shura, y Mu asintió conforme.


            Continuaron hablando distraídamente, pero Camus no podía mantener la mente lejos del rubio, el cual acababa de entrar al comedor con Kanon y se había sentado en la mesa en la que acostumbraban.


            Shaka tenía la misma mirada de siempre, fría, enigmática y triste. El rubio le miró y mantuvo la vista fija en él hasta que Camus advirtió que él también se había quedado prendido de sus ojos azules. Como siempre, Afrodita le devolvió a la realidad antes de que Milo se diese cuenta. Aún así, el sueco parecía estar bastante decepcionado.


—¿Al final a qué hora jugáis el partido? —Preguntó.


—A las cuatro —respondió Shura—. Mañana tenemos que ir a entrenar a esa misma hora.


—Es gracioso que solo entrenéis dos días —dijo Camus—, aunque sea un partido por diversión —hizo una pequeña mueca de burla.


—Pues me coincide con el entrenamiento oficial de mi equipo, y creo que no hace falta que diga a cuál voy a ir.


—Vendréis a vernos, ¿verdad? —Preguntó Milo, y todos asintieron.


—Saga, ¿tú también te apuntaste? —Quiso saber Mu.


—Sí, y Kanon. Estaremos todos en el mismo equipo. Es gracioso que nos hagan jugar contra los de segundo —rio—, aún así, les vamos a meter una buena paliza, sobre todo teniendo a Shura —le dio un codazo al español y este casi se cae al suelo del susto.


—A ver, que yo no soy tan gran jugador…


—Pero eres el único que juega fútbol seriamente.


—Seguro que ganáis, esos grandes no tienen nada que hacer contra vosotros —dijo Camus.


            De repente, se le pasó por la cabeza lo que había dicho Saga sobre que Kanon también iba a jugar, y llegó a la conclusión de que entonces Shaka estaría animándole en el partido. Le temblaron las manos y Milo lo notó, pero antes de preguntarle qué le pasaba Aioria habló:


Buff, qué pereza me da jugar. Lo cierto es que preferiría quedarme en casa, o en la grada mismamente.


—¿Grada? —Preguntó Shura arqueando una ceja—. Vamos a jugar en el campo pequeño —le recordó—. Tendréis suerte si encontráis un sitio en el banquillo y no os tenéis que quedar de pie.


—¿Para qué quieren el otro prado entonces? —Preguntó Afrodita con fastidio.


—Creo que lo están reservando para el partido del sábado. Menos mal que no fueron tan tontos como para ponerlos al mismo tiempo, porque ya me dirás tú cómo iba a multiplicarme.


            Esa última frase dio de mucho en la imaginación de Mu, quien durante unos cuantos minutos estuvo pensando cómo sería salir con dos Shuras al mismo tiempo, pero trató de desviar su atención a cualquier otra cosa cuando su mente comenzó a traicionarle con pensamientos más íntimos.


            Mu se puso muy rojo y escondió el rostro entre las manos con vergüenza. Por supuesto, no pasó desapercibido.


—¿Mu? ¿Qué te pasa? —Le preguntó Saga.


—Ehm, esto… nada —respondió quitando las manos de delante.


—A saber en lo que estaría pensando —dijo Aioria con malicia.


—En multiplicaciones, seguro —rio Milo, y tanto Shura como Mu agacharon la cabeza, mirando a la madera de la mesa.


            La campana sonó un rato después y todos se levantaron a duras penas para regresar a clase.


            Antes de entrar en el aula, Camus y Milo se pararon a un lado de la puerta para besarse hasta que llegase la profesora. En uno de sus respiros, Kanon y Shaka pasaron frente a ellos y el rubio le regaló una dulce mirada al francés, mirada la cual Milo presenció sin ningún problema.


            Camus y Shaka se miraron durante unos largos segundos a los ojos hasta que Kanon tiró del brazo de su amigo diciéndole que iban a llegar tarde a clase. Milo, por su lado, le dedicó su propia mirada a Camus y este bajó la vista hacia el suelo, con expresión culpable. Entonces, separó los labios para contarle que había besado al rubio, pero la profesora llegó en ese momento y les hizo entrar en clase.


 


Llegó a casa sumamente aturdido. Tiró su mochila en una esquina y se planteó decirle a Camus que esa tarde no fuera a ayudarle con los deberes, pero no fue capaz de ello.


            Se tumbó sobre la cama con la cabeza dándole vueltas a una velocidad desorbitada. El corazón le latía acompasadamente con la mente y no podía dejar de girar sobre sí mismo y arrugar las sábanas bajo él.


—Camus, ¿te estás enamorando de Shaka? —Preguntó en un susurro—. Si es así, me rompes el corazón en mil pedazos… —comenzó a llorar sin poder evitarlo e intentó contener las lágrimas en sus ojos con las manos.


            Cuando el francés llegó a su casa, una hora después de comer, fue primero al baño a lavarse la cara y disimular la rojez de sus mejillas. Le abrió la puerta con una sonrisa fingiendo que estaba contento, pero Camus no era nada tonto y desde el primer segundo sabía que algo le pasaba. Y también sabía qué.


            Cerraron la puerta de la habitación después de saludar a los padres de Milo y sacaron, primero, el libro de Inglés. Habían acordado que comenzarían siempre por la asignatura que mejor se le diese al griego para no desmotivarse nada más empezar.


            Cuando terminaron los deberes, sobre las seis, Camus le estuvo preguntando varias cosas sobre todo lo que habían estado haciendo y Milo contestó bien a casi todas ellas, sorprendiéndole gratamente. Aún así, los ojos del peliazul denotaban una gran tristeza y no pudo evitar contagiarse.


—¿Qué te ocurre?


—No es nada. Solo que estaba concentrado en…


—Sí, estabas concentrado, pero a la vez en otro mundo —le dijo Camus seriamente.


—No quiero perderte.


—¿Por qué ibas a perderme? —Le sonrió, pero su expresión cambió al ver la de Milo.


—Pensé que no sentías nada por Shaka.


—No siento nada por él —pero a esas alturas sus palabras no le sonaban convincentes ni a él mismo.


—No me mientas, Camus, no estoy ciego. Vi cómo te miraba, y cómo tú le mirabas a él.


—Milo…


—Ya no me arrepiento tanto de lo que hice el sábado. Tengo razón, confía en mí: si te vas con él, lo lamentarás.


—Milo, no me voy a ir con nadie.


—Te hará daño —repitió.


—¿Por qué? —Le preguntó molesto, confirmando más las sospechas del griego—. Si quisiera irme con alguien lo haría y tendría mis razones —apartó la mirada de él y apretó los puños bajo la mesa—, no me gustaría escuchar a nadie diciéndome lo que tengo que hacer y lo que no.


—Luego no digas que no te advertí —le contestó seriamente, sin dejar de mirarle a los ojos.


            Camus le devolvió la mirada por fin y ablandó su expresión segundo a segundo. Después, se dio cuenta de lo que acababa de decir y comenzó a pedirle perdón a su novio con temor.


—Perdóname… yo… no tenía que haber dicho eso.


            Milo se levantó de la silla y se asomó a la ventana durante unos minutos que se clavaron en el corazón de Camus como cuchillas de hielo. Luego, se echó sobre la cama mirando hacia la pared, dándole la espalda.


            Camus fue hasta a él titubeante y se echó a su lado nervioso, pero el griego no le rechazó. Entonces, le abrazó con cariño y le dio un beso en el pelo, acariciándoselo después y enredando en él sus dedos.


—Perdóname —le volvió a decir, pero Milo no respondió.


            Si hubieran estado frente a frente, Camus habría visto, con tristeza, que Milo estaba llorando.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espeor que os haya gustado. A ver si no me demoro mucho con el siguiente ^^'


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