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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Después de dos meses, ¡os traigo el capítulo 18! Es cortito, pero estoy segura de esto cuando digo que es la calma que precede a la tempestad. Sin más dilación, ¡espero que os guste!

El martes amaneció con las mismas nubes que el día anterior, solo que estas sí eran de lluvia. Milo salió de casa con la mochila del chándal en una mano y los libros en la otra sobre la espalda. Lo que menos le apetecía hacer en ese momento era pensar en que tenía que quedarse allí a comer para luego entrenar para el partido del día siguiente. Pero no le quedaba más remedio. Al menos Shura había decidido quedarse con ellos a comer aunque su entrenamiento fuera a las seis y no a las cuatro.


            Cuando por fin acabaron las clases, fueron al comedor y pidieron el menú del día. Nunca solía quedarse mucha gente a comer allí, pero aquel día había bastantes alumnos de último curso contra los que tenían que jugar el partido. Solo les sacaban un año de edad, pero parecían mucho más grandes que ellos.


            Saga se encaminó rápidamente a la mesa que ya era de ellos casi por derecho propio. Casi se le cae la bandeja con la comida, pero haciendo malabares consiguió dejarla intacta y hasta le quedó un buen baile.


—Estoy muerto —dijo Milo mientras partía un cacho de pan.


—¿Dormiste mal? —Le preguntó Shura distraídamente, y el griego asintió con pesadez.


—Le he estado dando muchas vueltas a todo —dijo.


—¿Puedo preguntar?


—No es nada importante… dios, ni siquiera me apetece comer.


—Pues no entrenarás mucho si no comes nada —dijo Saga.


            Un poco después apareció Kanon en el comedor y se sentó con ellos titubeante, al lado de su hermano. Todos le saludaron menos Milo, y él les devolvió el saludo.


—¿Estás nervioso? —Le preguntó Aioria, que estaba extrañamente silencioso.


—Hoy no, mañana lo estaré.


            Un compañero de clase se acercó hasta la mesa. Se llamaba Marco y era muy simpático, pero no se relacionaba mucho con ellos. Les dijo hola con una amplia sonrisa y una alumna se puso a su lado, imitándole. Era Sara, la chica que iba a hacer el trabajo con Aioria, o eso creían.


—¡Les vamos a dar una buena paliza! —Exclamó ella.


—¡Por supuesto! Lo único que no tenemos ningún suplente… como se pasen de graciosos nos dejan sin jugadores.


—Serán muy bestias, pero no creo que quieran que los profes se cabreen con ellos —rio Saga.


—¡Quién sabe! Igual los profesores quieren que ganen ellos… sobre todo la vieja.


—Que nos odie no quiere decir que…


—Tienes razón, más nos vale que no vaya al partido —dijo Shura—. Aunque se la tiene jugada a Camus y a Milo, no al resto.


—Pero Milo está con nosotros —dijo Sara, llamando la atención del griego que no había desviado la mirada de su comida intacta.


—¿Qué? —Preguntó.


—Nada —dijo Shura.


—Estás un poco perdido —le dijo Saga.


            Los otros dos se alejaron de su mesa y fueron hasta la barra a por el menú para luego sentarse aparte. Aioria le miraba a él de reojo y a ella con tristeza. Pensaba que la había conquistado y Sara le había traicionado, o eso pensaba el griego.


—No es nada —contestó Milo redirigiendo su mirada al plato y comenzando a comer por fin.


—¿Seguro? —Le preguntó Shura preocupado, y Milo asintió levemente.


 


El entrenamiento fue bastante torpe. Les hicieron dar veinte vueltas al campo y hacer otros tantos sprints. La mayoría de ellos había estado caminando en vez de corriendo y no parecía importarles demasiado. Milo y Aioria habían sido unos de ellos. Aioria porque le dolían las piernas y Milo porque le dolía el corazón. Sin embargo, intentaron esforzarse al máximo para conseguir acabar.


            La entrenadora era la misma que entrenaba el equipo de Shura y no se extrañó de no verlo allí. Era muy exigente, pero al mismo tiempo comprensiva. Sabía que no era un partido en serio, sino que era para pasárselo bien más que nada y demostrar quiénes eran la generación ganadora, según decía.


La realidad era que el entrenador de los rivales le caía muy mal.


Cuando por fin terminaron de entrenar, fueron al vestuario para darse una ducha y cambiarse de ropa. Milo se sentó sobre el banco de madera con la toalla en la cintura, mirando hacia el suelo. Aioria se sentó a su lado intuyendo que a su amigo le pasaba algo y era bastante grave.


—Milo —le llamó—, sé que no suelo ser el más indicado para hablar pero… ¿estás bien? ¿es sobre Camus? —Milo tardó en contestar:


—Sí, es sobre él, pero no quiero hablar del tema.


            Aioria suspiró sin saber qué más decir. Miró en todas direcciones y vio a Saga que recién salía de la ducha charlando con su gemelo. Entonces, le pasó una mano por detrás de los hombros para brindarle tranquilidad.


—Como usted quiera, caballero. Si en algún momento quieres hablar, puedes confiar en mí.


—Gracias Aioria.


            El moreno se levantó de su lado dispuesto a comenzar a vestirse. Cuando lo hizo, la toalla que le cubría sus partes íntimas se enganchó en uno de los laterales del banquillo y haciendo fuerza se despegó de su cintura, dejándole al descubierto. Al mismo tiempo, Saga, a punto de chocarse contra Aioria, frenó de golpe y las chanclas le resbalaron y cayó al suelo entre las piernas del moreno, quien se tapaba con las manos.


—¡¡¡Quita de encima!!! —Le gritó Saga tratando de levantarse sin darse con Arioria, quien intentaba recuperar su toalla.


            Milo le tendió la toalla sin decir palabra y comenzó a vestirse sin hacer caso de la situación. Kanon ayudó entre carcajadas a levantarse a su hermano.


            Milo terminó de atarse los cordones y de peinarse malamente. Cogió su móvil y vio que tenía varios mensajes de Camus, pero en ese preciso momento no le apetecía saber nada de él. No dejaba de recordar una y otra vez todo lo que le había dicho el francés el día anterior antes de irse de su casa. Aun así, le bastaron uno minutos para no poder resistir la tentación de leer esos mensajes:


            Hola Milo.


            Perdóname, he sido muy estúpido.


            Te quiero mucho y no quiero estar enfadado contigo.


            ¿Quieres que nos veamos hoy?


            El griego dudó de si contestarle o no, pero al final terminó apretando las teclas del móvil:


            claro


            estoy a punto de salir


            en la entrada?


            Unos segundos después, Camus le respondía con un sí, llego en seguida, y el corazón se le aceleró tanto que pensó que se le iba a salir de pecho. A su espalda, Aioria y Saga discutían sobre quién sería el jugador del otro equipo que les daría más guerra mientras Kanon se secaba el pelo con la toalla.


Terminaron de discutir cuando vieron que Milo ya se marchaba sin esperarles. Aioria se apresuró a ir con él y retenerle del brazo antes de que saliera. Le miró con expresión preocupada y le preguntó que por qué no les esperaba y se iban todos juntos.


—He quedado con Camus —se limitó a responder, y tras unos instantes añadió—: Kanon no me cae bien.


            Se deshizo del brazo del moreno y salió por fin del vestuario, dejándole atrás. Cuando llegó a la entrada del instituto, apenas a cinco minutos del campo, Camus todavía no había llegado. Miró el móvil por si le había enviado algún otro mensaje, pero no fue así. Apoyó la espalda sobre la pared del edificio y aguardó con la mirada perdida en el cielo nuboso, deseando que no fuese a llover, pero poco después comenzó a chispear y él se maldijo por no haber llevado un paraguas.


            Unos minutos más tarde vio entre la ya espesa cortina de agua la silueta de Camus bajo un paraguas. Cuando el francés le vio, corrió hacia él para taparle, pero poco podía hacer.


—Perdón por tardar —se disculpó—. No pensé que fueras a llegar tan pronto.


—Ya, bueno, da igual —desvió la mirada, molesto, y Camus sintió destrozarse—. ¿A dónde vamos?


—A donde quieras, a mí no me importa.


—En el parque de ahí al lado hay techo.


—Pues vamos.


            Comenzaron a caminar bajo el mismo paraguas, pero a una distancia desgarradora. Camus, en un arrebato, le dejó a Milo llevar el paraguas y le cogió del brazo. El griego no dijo nada ni se mostró reacio. La impasibilidad en su rostro hizo que el francés se sintiera peor de lo que ya estaba.


            Llegaron por fin al parque mencionado y se refugiaron en el techo de un aparcamiento un poco alejado de los columpios para los niños. Había árboles alrededor que contenían la lluvia que venía de lado. Milo cerró el paraguas de su novio y lo apoyó en la esquina de la pared, pero este se cayó y necesitó otro intento más. Camus le observó con una sonrisa hasta que consiguió poner el paraguas sin que se cayese. Entonces, Milo suspiró y miró a Camus a los ojos. Parecía que tenía ganas de llorar o de salir corriendo de aquel lugar para estar solo.


—¿Estás bien? —Le preguntó el francés acariciándole la mejilla.


—Te mentiría si te dijera que sí.


—Sabes que puedes confiar en mí.


—Sí. Lo sé. ¡Claro que lo sé! —Miró hacia las nubes sin saber qué más decir—. Es solo que… no me apetece hablar con nadie, pero tampoco quiero quedarme de brazos cruzados mientras…


—¿Mientras yo me voy? —Le ayudó a terminar—. Sabes que eso no va a suceder.


—Mi mente me dice lo contrario.


—Pero yo no —Camus le miró con tristeza, tratando de convencerle, pero no sabía si sería capaz de convencerse a sí mismo de lo que le decía—. Hay algo… que debería contarte —le dijo en un susurro.


—Quiero creer que tienes razón —le dijo, el ruido de la lluvia había amortiguado las últimas palabras del francés—. Intentaré creerte —sonrió por primera vez en mucho tiempo para darse ánimos propios.


            Camus le miró sorprendido y con el corazón latiendo descontroladamente. La boca entreabierta hizo que Milo se preocupase por él y le preguntase si estaba bien, a lo que el francés le respondió con una amplísima sonrisa. Entonces, Milo le rodeó con los brazos y le pidió perdón por haber sido tan tonto.


—Y yo siento haberte dicho lo que te dije —le susurró al oído.


            Ahí, bajo la tormenta que cada vez parecía más amenazante, se besaron con la misma intensidad con la que se habían besado la primera vez, y no pararon hasta que se hizo demasiado tarde para volver a casa, bajo el mismo paraguas, atrapados por el abrazo del otro y dedicándose entre ellos todo el cariño que no se habían dedicado los últimos días.


Cuando llegaron al portal de Camus, se despidieron con el beso más largo que se hubieron dado nunca.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero enormemente que os haya gustado y no me tengáis muy en cuenta tardar tanto en actualizar. Como es una temática muy abierta y extensa, es difícil saber cómo continuar. ¡Gracias de nuevo!


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