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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Este es el siguiente capítulo, ¡por fin!

Siento haber tardado tanto... últimamente tardo mucho en actualizar todas mis historias, jeje. ¡Perdón!

Espero que les guste este capítulo y dejen rev si quieren! :D

     Otra vez ese condenado despertador sonando por toda la habitación y dejándolo sordo por días. Se apartó el mechón negro de pelo que le caía por la frente y estiró un brazo para apagar la alarma del condenado aparato. Encima era lunes. ¿Qué podía ser peor, después de haber pasado un fin de semana tan espectacular como ese? Se levantó de la cama muy a su pesar, estiró el cuerpo, se frotó los ojos y bostezó como nunca.


     Al momento recordó algo que le hizo levantar la moral: dentro de dos días era su cumpleaños, por fin. Cumpliría diecisiete años y podría restregárselo a sus amigos, aunque ellos le llamarían viejo... Sonrió. Siempre le encantaba tener charlas como aquella con ellos.


Shura, vas a llegar tarde —le dijo su madre desde la puerta dando unos golpes.


Sí, sí... ya voy —contestó con una mueca y volviendo a bostezar.


     Otro bostezo más y salió hacia la cocina para desayunar lo de todos los días: un colacao con galletas. Su madre a veces le decía que era muy poco desayuno para alguien como él, sabiendo que después de clase apenas tenía tiempo para comer nada e ir a entrenar. Le encantaba el deporte, y había elegido el fútbol como el privilegiado para ser practicado. Así es como tan centrado en ello sacaba no suspensos, pero sí notas bajas que apenas superaban el 6, excepto, claro, en Educación Física.


Algún día te quedarás tieso en clase por comer tan poco —le volvió a advertir su madre mientras daba un sorbo a su café.


No te preocupes... además, Milo tiene que pagarme la comida del recreo toda esta semana... así que no será hoy —se rió.


¿Qué le has hecho al pobre ya?


¡Yo nada! Son cosas de adolescentes, mamá...


Sí, mejor. Prefiero no saberlo... ¿Y qué tal Camus? ¿No estaba saliendo con él?


Sí, y siguen. Parece que vayan a durar eternamente...


Me alegro por ellos —sonrió.


Y yo —sonrió a su vez.


¿Tienes algún examen esta semana? —Preguntó después de un silencio


Pues... no lo sé...


¡Shura! —Exclamó enfadada—. ¿Cómo que no lo sabes?


Bueno, ¡ya lo miraré en la agenda!


Desde luego, qué desastre. ¡Ya deberías saberlo y estudiado!


Que síiiii...


Desde luego... —negó con la cabeza como desesperada y terminó el café que le quedaba.


     Shura se levantó y lavó la taza. Se fue a su habitación y cerró la puerta pensando en la conversación que acababa de tener.


¡No te olvides de hacer la cama! —Gritó su madre desde la cocina.


     No respondió, pero refunfuñó para sí mismo. Siempre que intentaba mantener una conversación normal con su madre acababa acusándolo de todos sus errores, como si él no los supiera bien ya. Aunque a veces tenía que reconocer que su madre tenía mucha razón. Era un desastre, y pocas veces se acordaba de apuntar la fecha de los exámenes. Normalmente acababa por preguntarle a Mu o a Camus por ellos.


     Acabó de hacer la cama, de lavarse los dientes, de vestirse, cogió su mochila y salió de casa volviendo sus pensamientos de nuevo a su cumpleaños.


 


     El agua que caía por su cuerpo le había hecho perder la noción del tiempo, y ahora hacía una carrera contrarreloj para no llegar demasiado tarde a clase. Su madre se asomó a su habitación y sonrió maligna.


Camus, ya te dije que no te ducharas por la mañana, que ibas a llegar tarde. Pero como si hablase con la pared.


No voy a llegar tarde... aún me quedan ¡10 minutos! —Exclamó al darse cuenta de lo tarde que era.


     Cogió la mochila y le dio un beso en la mejilla a su madre, y despidiéndose de su padre que acababa de levantarse para ir a trabajar. Salió como un rayo por la puerta y corrió todo lo que pudo sin parar hasta llegar a la entrada del instituto, donde los más rezagados corrían igual que él.


     Subió rápidamente las escaleras hasta llegar al piso en el que estaba su clase, comprobando que la puerta estaba cerrada ya, y oyendo la voz del profesor preguntando personalmente por él. Llamó con los nudillos y esperó a que le abrieran, topándose con Milo de frente, quien le guiñó un ojo.


Llegas tarde, eh —se rió.


Calla.


Tranquilo, aún no hemos empezado —giró la cabeza y vio que evidentemente, aún los alumnos hablaban entre ellos y apenas unos pocos estaban sentados en sus respectivas sillas.


     Camus caminó hacia su mesa no sin antes recibir una palmada en una nalga de Milo, al que miró fulminante preocupado por que el profesor lo hubiera visto. Dejó la mochila en el suelo y se quitó el abrigo, dejándolo colgado de la silla. Sacó su libro de Historia y se quedó esperando a que el profesor comenzase a hablar.


Ejem, ejem —se hizo oír el tutor por encima de las voces de los alumnos—. Si ya habéis terminado con este gallinero, proseguiré a continuar donde lo habíamos dejado la semana pasada —se levantó y comenzó a escribir en la pizarra.


Aioria, que se sentaba detrás de Shura, le picó con un dedo en la espalda para que se girara.


¿Cuándo es el examen? —Le preguntó cuando se hubo girado.


¿A mí me lo preguntas?


Pregúntale a Mu.


Pregúntale tú.


Señor Aioria Andreatos y señor Shura García, ¿tienen algo que compartir con la clase? —Preguntó el profesor a modo de reproche.


No señor, era una pregunta sobre el tema —se apresuró a decir el español.


Bien, pues pregúnteme.


Emmm... los espartanos... ¿dejaban a sus hijos perdidos cuando eran bebés y si sobrevivían los consideraban dignos de ser guerreros?


Ummm, buena pregunta. Es algo que dimos hace unos cursos, pero se lo repetiré a usted por ser extranjero. Era una tradición muy interesante... —continuó explicando y haciendo esquemas en la pizarra.


¿Entonces le preguntas a Mu? —Insistió Aioria picándole de nuevo con un boli en la espalda.


Que síii, pero calla ya, que casi me quedo en el sitio del susto...


Jajaja, ¡ese no es mi problema!


Pues que no sepas cuándo es el examen tampoco es mi problema —dicho esto se giró y no se volvió más en toda la hora aunque Aioria había sido insistente con el dichoso bolígrafo.


     Las primeras horas pasaron demasiado despacio para el gusto de Milo, aunque su grito de júbilo se vio ahogado cuando Shura se acercó a él mientras guardaba los libros en su mochila.


Hoy sólo me apetece un bocadillo, una manzana, un zumo de melocotón y unas patatitas —se rió.


Oh, dios. Ya no me acordaba... —palideció Milo.


Pero, ¿se puede saber qué hiciste para tener que comprarle todo eso? —Preguntó Camus mientras rodeaba a su novio por la cintura y apoyaba la cabeza sobre su hombro.


Nada... cosas de hombres, cariño —dijo riéndose.


¿Es que acaso no soy un hombre? —Preguntó molesto y mirándolo muy mal.


Vamos, Camus. Sabes perfectamente que eres el indicado para hacer de chica en la pareja —estalló en carcajadas Aioria cuando se unió a la conversación.


     Camus se separó de Milo y le dio una patada al moreno en la entrepierna, haciendo que se llevase ahí las manos y se arqueara sobre sí mismo.


A ver quién es ahora la chica aquí —dijo devolviéndosela.


Tengo que ir a la biblioteca, chicos —avisó Mu mientras sacaba su carné para tomar prestados los libros.


¿A qué? —Preguntó Camus.


Voy a coger un libro para inglés.


¡¿Había que leer un libro para inglés?! —Preguntó Aioria volviendo a la normalidad.


Dijo la profesora que podíamos subir nota leyendo algún libro y haciendo un trabajo sobre él —contestó el pelilia.


Ah, bueno. Entonces ningún problema —dijo suspirando.


Si quieres te acompaño, a mí también me interesaría subir mi nota de inglés —dijo Shura, provocando la mirada de todos clavada en él.


¿En serio vas a leer un libro? ¿Y en inglés? —Preguntó Milo con los ojos muy abiertos.


Calla, bicho. Por fin alguien que asienta la cabeza —le reprochó Camus dándole un golpecito en la mejilla.


Au —se quejó.


Cojo mi carné y vamos.


Vale, Shura —se sonrojó un poco Mu.


Milo, cuando volvamos quiero todo lo que te dije en mi parte de la mesa —le recordó el español.


¡¿Es que no se te olvida?!


¿Qué hacéis aquí todavía? ¡Fuera de clase, ya! —exclamó una profesora que pasaba por el pasillo.


     Camus se separó rápidamente de Milo y salió el primero por la puerta. Aquella profesora había manifestado varias veces su aversión hacia los homosexuales, y desde entonces tenía miedo de que lo pillara en acto más que amistoso con el peliazul. Cuando pasó a su lado se lo quedó mirando sin mucho interés y siguió regañando a sus amigos por tardar tanto en salir de la clase.


      Cuando el francés entró en la cafetería buscó la mesa donde estaban Afrodita y Saga y se sentó con ellos, al lado del sueco y esperando a que bajasen los demás.


Hola Camus —dijeron los dos casi al unísono.


Hola —saludó.


¿Por qué cada vez tardáis más en bajar? —Preguntó Saga.


Díselo a ellos —volvió la mirada hacia sus compañeros de clase.


      Milo se sentó muy al lado suyo y Camus paseó la vista una última vez por la cafetería para asegurarse de que la profesora homófoba no estaba y le dio un rápido beso en los labios.


Mierda, tengo que comprar lo de Shura —se levantó con la mirada inquisitiva de Camus clavada en él —Ahora vuelvo —sacó su cartera y fue a la barra.


¿Por qué tiene que darle de comer? —Preguntó Afrodita.


A saber —contestó Camus con un suspiro.


Tú, ¿puedo preguntarte cuándo es el examen de Historia sin que me dejes estéril? —Le habló Aioria.


Jajaja, es este viernes —contestó Camus.


¡¿Qué?!


Si lo llevaras a día y apuntaras las fechas no te pasaría esto —le reprochó Saga y Camus le dio la razón con la cabeza.


     Aioria sacó su agenda de la mochila y un boli y apuntó la fecha correspondiente. Frunció el ceño y mordió la tapa, como si estuviera mirando algo que no le cuadrase del todo.


¿Qué pasa? —Preguntó Camus.


Nada. Es que estaba pensando una cosa.


     Milo volvió a la mesa cargado con el bocadillo, con el zumo de melocotón, con la manzana y con las patatitas de Shura, y se volvió a sentar al lado de Camus, dejando la mercancía sobre la mesa.


¡¿Todo eso?! —Preguntó Saga sorprendido.


Es un fartón —se quejó Milo.


     Camus le pellizcó la mejilla y le dio un nuevo beso en los labios más fugaz que el de antes, pero que a Milo le encantó en el alma.


 


 


¿Cuál vas a coger? —Le preguntó Shura en voz baja mientras leía el título de uno de los libros.


Creo que este —le contestó en el mismo tono.


¿The scarecrow?


''El espantapájaros''.


Seguro que va de vampiros —bromeó.


     Mu se rió de aquello tan estúpido y se sonrojó cuando vio que Shura se reía también.


Shhhhhh —los riñó el encargado de la biblioteca.


Lo siento —susurró Mu más rojo que antes.


Yo cogeré este —anunció Shura tras unos minutos meditando.


The hidden treasure —Leyó Mu.


No parece muy difícil y me gustan los piratas —sonrió.


¿Vamos?


Vamos.


     El encargado les pidió la tarjeta y los miró con cara de mal humor. Apuntó sus números y pareció quedarse también con sus caras. Echó un vistazo a los libros y les preguntó:


¿Seguro que es de vuestro nivel? —Parecía que los tomaba por tontos.


Sí. Me dijo la profesora que cogiéramos de estos... —contestó Mu.


Tú no tienes mucha cara de estar en este nivel de inglés —le dijo a Shura con mofa y ladeando la cabeza de un lado a otro.


     Shura iba a protestar pero Mu lo contuvo agarrándolo por el brazo levemente.


Hasta luego —dijo al final Shura dando la vuelta con el libro y el carné en la mano.


     Mu se despidió unos segundos después y salió detrás de él, molesto por lo que le había dicho el encargado al español sin motivo alguno.


     Llegaron a la cafetería y Shura se sentó en la mesa de mal humor, pero cambió rápidamente de expresión cuando vio su comida delante de él y a Milo que lo miraba mal y reprochante.


Venga, que este sábado celebro mi cumple y os invitaré a todos —dijo mientras le quitaba el plástico al bocadillo y le daba un mordisco.


Más te vale —lo amenazó Milo.


     Camus paseó su mirada por la cafetería mientras se reía del conflicto que tenían montados esos dos. Se sorprendió al ver a Kanon calmando a Shaka que había ocultando su rostro entre el cabello y los brazos, apoyado en la mesa. Se preguntó qué le habría pasado, pero ni se le pasó por la cabeza levantarse en ese momento para preguntarle.


¿Qué pasa, amor? —Le preguntó Milo devolviéndolo a la realidad.


¿Eh? Nada, estaba pensando... —contestó.


Milo, ¿quieres alguna patata? —Le preguntó Shura ofreciéndole el paquete.


     Cual buitres hambrientos, todos menos Afrodita metieron la mano y la cargaron con las patatitas. El español los miró con los ojos muy abiertos y alternando su vista de ellos a la bolsa. Mu se rió mientras comía de las que había cogido y los demás hicieron como que no pasaba nada.


Yo las compré, así que pueden comer todos —dijo Milo riéndose también.


Sois unos glotones... —se quejó Shura mientras daba un sorbo al zumo.


     Sonó la campana poco después y Shura maldijo por lo bajo al tener la manzana intacta y las patatitas sin terminar.


Te las regalo —le tendió la bolsa a Milo y este le dio las gracias a pesar de haberlas pagado él —. La manzana me la comeré en casa —suspiró.


     Se levantaron todos con sus respectivas mochilas y Afrodita fue el primero en subir las escaleras hacia la clase que le tocaba, seguido por Saga. Camus y Milo se levantaron y subieron juntos entre bromas por si se encontraban de nuevo a la profesora homófoba. Shura guardó la manzana en la mochila y se la colgó del hombro maldiciendo a los demás que se habían ido sin ellos. Mu le esperó sin saber muy bien qué decir. Salieron de la cafetería y comenzaron a subir las interminables escaleras hasta el tercer piso.


Mu, tú y yo tenemos química —dijo Shura tras un largo silencio parándose en mitad del pasillo, dándole la espalda.


Lo... ¿lo dices en serio? —Preguntó Mu sonrojándose por completo.


Sí, mira el horario —se volvió hacia él y le enseñó una hoja donde tenía apuntadas las respectivas horas.


¡Eh! ¿Qué hacéis aquí parados? —Les preguntó Aioria saliendo de la nada —. ¿Qué toca ahora?


Química —contestó Mu suspirando.


 


 


Vamos, no te preocupes, se pondrá bien, ya verás —le decía Kanon mientras entraban a clase y se sentaban—. El sábado te sacaré de casa y te divertirás de nuevo, ¿vale?


Kanon, que no me gusta salir por ahí —dijo sin ánimo.


Te hará bien, ya verás —le insistía.


No me apetece salir a ningún sitio.


Shaka, escúchame: me da igual que no quieras, el sábado voy a ir a tu casa y te sacaré a rastras, así que vete asimilándolo —sentenció.


     El rubio no pudo contestarle ya que el profesor entraba en ese instante en clase y golpeaba la pizarra con el borrador para que se callasen todos aquellos que estuviesen hablando.


     Shaka no podía sacarse a su hermanita de la cabeza. Los médicos no sabían la causa de su desmayo y él no podía evitar sentirse culpable sin serlo. Y es que la quería o más como se quería a sí mismo. El profesor le sacó de sus pensamientos de súbito preguntándole algo que no entendió y no supo responder. Kanon contestó a la pregunta antes de que pudiera decirle algo a Shaka, y este se lo agradeció en voz baja.


 


 


 


     Esta vez las horas siguientes pasaron para Milo más rápido que las anteriores, y también esta vez no tuvo que preocuparse por tener que comprar lo que fuera. Se levantó como un rayo de su asiento siendo el primero, con la mirada de la profesora de filosofía clavada en él. Fue hasta donde se sentaba Camus y lo esperó.


Tortuuuuuuga —le dijo riendo.


Calla. Si al menos hicieras algo en clase tardarías lo mismo que yo en recoger —le reprochó.


Tonterías.


     Los gritos de los demás compañeros se debían de oír en todo el edificio. Camus creyó haber encontrado la causa de sus dolores de cabeza después de las clases.


Vamos —dijo el francés cuando lo hubo guardado todo y se puso el abrigo.


¡Eh! ¡Esperadme! —Los llamó Aioria mientras corría al lado de los dos.


     Milo agarró a Camus por la cintura y lo besó apasionadamente después de comprobar que no había profesores por los alrededores.


Eh, esas cosas a vuestra casa —dijo Julia, una compañera de clase.


Oh, vamos, ya es bastante represión todas las mañanas como para que vengas tú a reñirnos —rio Milo separándose de su novio.


Un día de estos os pillará la profesora homófoba... —se reía Sara, otra compañera.


Pues que nos pille —dijo Camus volviendo a besar a Milo como antes, rodeándole el cuello con los brazos.


En fin, no me gusta hacer de sujetavelas... —se quejaba Aioria.


Ven con nosotras —le guiñó un ojo Julia.


Eso sí me gusta —dijo sonriendo pícaramente mientras salía de clase con ellas.


Respirad un poco, anda —dijo Afrodita que había tenido clase al lado.


     Milo se resistió a separarse, pero no le quedó más remedio porque Camus cerraba la boca para que dejase de besarle.


Sois peor que conejos —se rió Shura mientras de un empujón apartaba a Milo para salir al pasillo.


Porque podemos —se defendió Camus.


     Bajaron las escaleras cargados con las mochilas hasta que salieron a la libertad y vieron a Aioria en un lado con Julia y con Sara. Se quedaron todos prácticamente boquiabiertos cuando esta última le daba un rápido y brusco beso en los labios y se iba con Julia cogidas de la mano. El castaño se acercó a ellos con una sonrisa de oreja a oreja fingiendo que no pasaba nada.


Uau —dijo Afrodita arqueando una ceja.


¿Qué? —Preguntó Aioria sin dejar de sonreír como un tonto.


Nada, nada... —dijo Saga.


     Vieron una moto acercarse y pararse más adelante y a la derecha. El joven que iba montado en ella se quitó el casco y se bajó de la moto con cuidado. Aioria corrió hacia él y le estrechó la mano con fuerza. Entablaron una conversación llena de risas que no parecía muy seria, aunque tampoco pudieron escucharla.


¿Death Mask? ¿Qué hace aquí? —Preguntó Camus.


Al parecer vino a ver a Aioria —contestó Milo sin darle demasiada importancia.


     Camus se volvió hacia Afrodita para decirle algo y comprobó que el sueco miraba a Death Mask como si le fuera la vida en ello, como si no existiera nada más en el mundo en ese momento. Le pasó por la cabeza la idea de que podría gustarle, pero le pareció estúpida. ¿Afrodita enamorado? Por favor, era más inteligente pensar que los cerdos conseguirían alas mañana. Pero por la forma en que lo miraba, esa idea dejó de parecerle tan lejana.


¿Dita? —Lo llamó.


¿Si? —Lo atendió este saliendo de su trance.


¿En serio? ¿Death Mask? —Le preguntó atónito en voz baja para que nadie lo oyera.


¿Qué? —Exclamó este cogido por sorpresa.


¿Pero por qué él...? —Continuó.


Vale, ya te lo explicaré... ahora tengo que irme —dijo y, efectivamente, se fue.


¿Qué le pasa? —Preguntó Milo volviendo de hablar con Shura.


Nada.


Yo también me voy que tengo que llegar pronto hoy a casa —anunció Mu.


Espera un rato y te acompaño —le dijo Shura.


No, me voy ahora, que tengo cosas que hacer —insistió.


Hasta luego, Mu —se despidieron Camus y Milo.


     Shura se quedó parado viendo cómo se alejaba. Parecía otro que había caído en trance, como Afrodita. Milo sabía o sospechaba lo que pasaba entre esos dos, pero no sabía si podía contarlo o no. Camus, por otro lado, pensaba que vivía en otra época distinta porque últimamente no se enteraba de nada.


¿Nos vamos, Camus? No parece que Aioria vaya a tardar poco —sugirió Milo.


¡¿Vosotros también?!— Exclamó Shura.


Sí, mejor. Porque quedarnos aquí para nada... Milo, tienes que contarme muchas cosas.


¿Qué? ¿Yo?


Sí.


En fin, ahí os dejo vía libre, pues. No hagáis muchas guarradas —se despidió el español a su manera.


     Shura se fue dirección su casa y Milo y Camus por la contraria, manteniendo las distancias al ver que la profesora homófoba salía al lado de ellos.


Cómo la odio... —susurró Milo.


Pobre amargada —rió Camus.


¿Sabes? Me da igual que nos vea —dicho esto cogió a Camus por la cintura y lo besó salvajemente.


     La profesora se giró en el momento preciso para verlos en pleno acto y quedarse completamente sorprendida y fuera de sí.


Dios santo bendito —se santiguó en voz lo suficientemente alta para que la oyeran todos los que estaban alrededor.


     Milo se separó lentamente de él y lo miró intensamente a los ojos, siendo consciente de que la profesora los iba odiar a partir de ese momento.


Mmmm, qué morbo —le susurró el griego al oído.


Podemos ir despidiéndonos de su poca amabilidad—dijo Camus sin darle mucha importancia.


Mereció la pena —le sonrió.


Separáos inmediatamente, cerdos, depravados, enfermos —les escupió la mujer.


Vale, vale, pero sin faltar al respeto —se defendió Milo.


¡¿Qué clase de personas sois vosotros?! ¡Estáis enfermos! ¡Completamente enfermos! ¡Fuera de mi vista! ¡Ahora! ¡No quiero volver a veros! —Exclamó histérica.


     Camus cogió del brazo a Milo y se lo llevó de allí, ya que parecía que le iba a soltar cuatro palabras a la profesora.


¿Seguro que mereció la pena? —Le preguntó cuando ya estuvieron lo suficientemente alejados de ella.


¡Ni lo dudes!


     Caminaron de la mano hacia la casa de Camus que quedaba más cerca, y estuvieron un rato en el portal.


Milo, ¿qué está pasando entre Mu y Shura?


¿Entre Mu y Shura? ¿Por qué lo preguntas? —Quiso esquivarlo.


¿En serio no crees que pasa algo con ellos?


No sé, ¿por qué? —se hizo el desentendido.


Nada, es igual.


¿Y tú? ¿Qué mirabas tan curioso en la cafetería? —le atacó.


¿Eh? Nada —se intentó cubrir también.


No, qué va. Dímelo —le inquirió acorralándolo contra la puerta del portal.


Nada, yo... —no podía aguantar la presión inquisitiva de su mirada y tuvo que decirle la verdad—. Shaka estaba en una mesa y parecía estar derrumbado mientras Kanon parecía estar consolándolo —dijo por fin.


     Milo no dijo nada, sólo lo miró algo triste y se apartó de él lentamente.


Eh, sólo sentía curiosidad por lo que pasaba —se excusó.


Ya.


¡Es la verdad! —Exclamó.


Que sí, que te creo. Pero...


¿Pero qué?


Ya te dije que Shaka no me agrada.


¿Por qué? ¿Qué pasó para que no te caiga bien? —Había vuelto a tomar las riendas a su favor.


Nada, da igual... ¿Te gusta? —Preguntó después de un silencio.


¿Qué? —Preguntó atónito—. ¡No digas tonterías!


No has respondido a la pregunta...


Milo...


Está bien, da igual. Lo siento. Nos vemos por la tarde, ¿vale? —Se disculpó.


¡Claro!


     Milo se acercó a él y le dio un beso en los labios. Era un beso, sí, pero un beso que a Camus le supo muy amargo.


Te quiero, Milo.


Y yo —se despidió y se fue a su casa.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer! :P Espero que les haya gustado


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