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Sonata Claro de Luna por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Este es mi primer fan fic en originales, por lo que todos los personajes la trama y el espacio me pertenecen únicamente a mí, y no permitiré ningún plagio.

Notas del capitulo:

Este es el primer capítulo de esta historia que se me ocurrió casi por necesidad, jeje. Espero que les guste lo que leen y comenten si les parece entretenida o no ^^

    Aún quedaban unas horas antes del concierto. Ese día en clase no me resultó muy satisfactorio debido al éxtasis que me producía el tener que actuar delante de tanta gente, la cual mi madre consideraba un público muy exigente, con tacto y muy cultos. Pero lo cierto es que yo no los veía así. Los veía como simples estatuas sentadas en butacas muy cómodas que acudían a aquel acto para deleitar sus oídos de piedra con buena música.
    

    Volviendo la vista hacia un espejo, mi nombre es Gabriel. En ese tiempo tenía 16 años, cabello castaño claro lacio, cubriéndome la frente hasta las cejas, ojos marrones comunes, nariz respingona y piel suave y morena, de rasgos delicados, buena figura y, según decía mi exnovia antes de dejarme tirado por un semental primitivo, muy guapo. Pero eso no es lo más importante. Mi padre siempre decía que la belleza se encuentra en el interior. Pues bien, entonces no tengo apenas atisbo de belleza. En definitiva soy frío como el hielo, pero las clases de teatro a las que acudía hace ya tiempo me hacen posible adecuarme a cada situación. Puedo ser cálido cuando me plazca, y no resultaría muy fácil darse cuenta del engaño. También puedo llorar aunque en mi interior me esté riendo a carcajadas. Las únicas veces en las que no actué fue en las que estaba con él. Pero eso ya es casi el final de la historia, o el principio, o el desarrollo, como cada uno quiera interpretarlo.
    

    Vivo en una ciudad de tamaño considerable e importancia más que notable llamada Monopolis. Estudio música en uno de los muchos conservatorios de alto prestigio que hay en ella, sabiendo tocar casi a la perfección el piano, el violín y la flauta travesera. Nunca tuve grandes dificultades para aprender casi cualquier tipo de materia, y mis notas tanto en el conservatorio como en mis estudios básicos son de sobresaliente. Exceptuando, quizás, matemáticas, en la que suelo oscilar entre el 8 y el 9.
    

    Retornando a lo que contaba al principio, el concierto que tengo que dar esta vez es de piano.  Al principio tocaré dentro de una orquesca, y a continuación unos compañeros y yo tocaremos en solitario: Daniel la flauta travesera, Ahdrian el violín, Lidia cantará mientras Anne toca la flauta dulce y, por último, saldré yo al piano interpretando Sonata claro de luna, de Beethoven. Suelo ser moderado con mis emociones, pero esta sonata me supera. Representa prácticamente todo lo que siento sin necesidad de una letra que la acompañe, o de otro instrumento que le ayude a ser. Para mí es toda mi vida comprimida en una bellísima pieza de música. Por eso este concierto iba a ser tan especial, probablemente uno de los mejores días de mi vida, o el mejor, porque algo así es inigualable, irrepetible. Otra de las pocas cosas que me hacía comportarme sin requerir de la actuación. Pero eso sí, sin nadie que me observe. Siempre me gustó escucharla en mi habitación, con la luz apagada, tumbado en mi cama con la ventana abierta, de noche, admirando la luna y las estrellas.
    

    Cambiando de tema, y respecto a mis habilidades sociales, no soy muy carismático. Llevo prácticamente toda mi vida con los mismos compañeros de clase, los cuales no soportan mi superioridad. Podría parecer que soy un poco creído, pero no hago más que decir verdades, cosa que también afecta a mis relaciones con los demás. Suelo decir las cosas claras y a la cara, aunque ahora estoy intentando cambiar esa costumbre, ya que unas semanas antes del concierto una chica que me atraía más que físicamente me hizo darme cuenta de lo dolorosas que podrían ser las verdades. Sí, me dejó muy claro que no quería nada con alguien como yo ni aunque fuese el último hombre de la Tierra, ''si es que se te puede considerar persona'', agregó al final. Lo de dolorosas no lo digo porque estuviera locamente enamorado de ella y que me rechazase de esa forma fuera un duro golpe para mí, llegando a estar triste durante no sé cuánto tiempo, sino que hirió mi orgullo, y eso es algo que considero debe estar por encima de cualquier cosa. Me da igual lo que piensen de lo que opino. Cada uno tiene las razones de sus preferencias y no iba a cambiar porque a alguien no le gustase cómo actúo. Mi madre me solía decir que te dabas cuenta de que estabas teniendo éxito cuando crecía tu lista de enemigos.
    

    Como decía, ese día en clase no fue nada productivo para mí dada la gran cantidad de adrenalina que me producía el cuerpo cada vez que pensaba en el concierto que iba a dar esa noche de viernes.

—Gabriel Coll, ¿puedes decirme la respuesta a este ejercicio? —Me preguntó la profesora en uno de mis momentos de distracción, en clase de matemáticas.

—¿2x? —Hice un rápido cálculo mental que seguramente fuera erróneo, pero tampoco le di mucha importancia cuando me lo confirmaron.

—¡3x! —Exclamó Laila, mi compañera de mesa, al mismo tiempo que yo decía mi solución para cubrime las espaldas.
    

    No es que me llevase muy bien con ella, pero ella tampoco se llevaba bien con muchas personas más, por lo que de vez en cuando nos apoyábamos mútuamente. Muchos de mis compañeros nos solían hacer bromas diciendo por ahí que estábamos saliendo juntos, o le decían a  ella me que gustaba, o me decían a mí que yo le gustaba a ella. Pero en el primer momento de confusión mantuvimos una charla formal en la que aclarábamos que todo eran rumores de los impresentables de clase.

—Correcto, Laila —la apremió y siguió explicando en la pizarra con su elegante caligrafía. Irónicamente, esta profesora tenía mucha mejor letra que mi profesor de Lengua y Literatura.

—Gracias, Laila —le agradecí y sonreí por haberme escudado.

—De nada —me sonrió a su vez —¿Es cierto que hoy das un concierto en el teatro? —Me preguntó con asombro.

—Sí. De piano —respondí yo.

—Vaya, debe de ser impresionante actuar ante tanta gente, ¿no? —Parecía que cada vez estaba más impresionada.

—Lo es —le sonreí sin mucha importancia—. Sobre todo cuando es un concierto como el de hoy. Llevo esperando esta oportunidad durante mucho tiempo... —callé casi en el acto.
    

    En ese momento me sentí estúpido, ya que había dado a entender las emociones que me producía dar ese concierto, y eso no era propio de mí. Tenía que haber contestado con un simple ''sí'' o ''lo es'', según mi costumbre.

—Uau. Ojalá pudiera ir a verte. Seguro que lo haces genial —me posó durante unos instantes una mano reconfortante sobre mi brazo izquierdo y luego siguió atendiendo en clase.
    

    No me sentía atraído por Laila ni mucho menos, pero la sensación que me dejó hablar con ella libremente, aunque fuera solo durante ese instante, fue nueva para mí. Y a la vez fue... agradable. Sé que parece una tontería, pero esa tontería fue el comienzo del sendero que seguí a continuación, que es completamente relevante en mi vida. Me di cuenta de que los pequeños detalles y gestos son los que dan pie al resto de las cosas.
    

    Como casi todos los días al final de las clases, salí del instituto en solitario con alguna que otra mirada sin importacia clavada en mí, y caminé sumido en el mar de mis pensamientos hasta llegar a mi casa, el séptimo piso de un edificio de diez plantas. Maldije por lo bajo el no haber juntado todas las llaves en el mismo llavero cuando me di cuenta de que me había olvidado la de mi hogar. Llamé al timbre y esperé a que mi madre, mi padre o mi hermana menor me abrieran.

—¿Por qué picas? —Me preguntó la voz de mi hermana desde dentro.

—Me olvidé la llave. Ábreme, Sara —le pedí algo irritado.

—¿Cuál es la contraseña? —Le encantaba hacerme rabiar con sus juegos infantiles, pero intenté mantener la calma. De todas formas, ese día prometía demasiado para enfadarme por una tontería como esa.

—''Mi querida hermanita pequeña es la hermanita de nueve años más guapa e inteligente del mundo mundial'' —recité lo que me había hecho aprender siempre que me olvidaba alguna de las llaves para poder entrar en casa.

—He cambiado la contraseña. Mala suerte —dijo y después se echó a reir.

—Sara, abre la puerta a tu hermano o te quedas sin chocolate —la amenazó mi madre antes de que yo le dijera cuatro cosas que ya se me habían ocurrido.
    

    Mi querida hermana abrió la puerta por fin y pude dejar la pesada mochila en mi cuarto y ponerme el pijama mientras mis padres servían la comida y Sara cantaba como el diablo desde su habitación. No es que mi dulce morada estuviese decorada de una forma esquisita, pero era la cueva en la que me resguardaba en días de lluvia.

—¡Ya está la comida, cielos! —Gritó mi madre desde el salón.

—¡Y qué buena pinta! —Exclamó mi padre seguramente exagerando.
    

    Ladeé la cabeza de un lado a otro ante el comentario de este, me puse las zapatillas y me encaminé hacia el lugar de donde procedía ese maravilloso olor. Al parecer mi padre no iba a estar muy equivocado esta vez. Entré en el comedor y me senté junto a mi hermana, frente a mis padres, y eché un vistazo al plato que había ante mí: una deliciosa zanca de pollo con especias, salsa salpicada con un poco de licor para darle el sabor definitivo que acabaría con mi gusto de tanto deleite y patatas al horno fritas previamente. En definitiva, la comida de mi vida.

—Día especial, comida especial —me sonrió mi madre al ver que prácticamente se me perdían los ojos entre la carne.

—Yo quería hamburguesa —se quejó mi hermana, como de costumbre.

—Esto es mucho mejor que una simple hamburguesa, Sara

—intervino mi padre mientras cogía un cuchillo y comenzaba a cortar su pieza.

—Venga, cielo, que yo te ayudo a cortarlo, ¿vale? —Se ofreció mi madre con una sonrisa muy tierna. Siempre había sido tan buena que en muchas ocasiones me parecía haber estado frente a un ángel.

—¿Estás nervioso por el concierto, Gabriel? —Me preguntó mi padre antes de dar un sorbo a su vaso con agua.

—Sí, pero es lo normal —respondí sin darle demasiada importancia.

—Saldremos de casa hacia el estudio sobre las seis para prepararte, ¿te parece bien? —Me preguntó mi madre.

—Sí, claro. Cuanto antes mejor —respondí antes de llevarme el tenedor a la boca.

—Te aconsejo que hagas los deberes ahora, así estarás sin más preocupación que el concierto —me aconsejó con una sonrisa.

—Me da mucha pereza pero lo haré —le sonreí yo también en algo que se asemejaba más a una mueca.

—¿Qué haces, Sara? —Exclamó mi padre algo molesto.

—No quiero pollo... —dijo ella cabizbaja, con la mirada perdida en el plato casi intacto.

—Venga, come, que está muy rico —la invitó.

—¿Qué hay de postre? —Preguntó sin hacerle caso.

—No lo sabrás hasta que no te termines eso -le dije yo algo irritado.

—Tú te callas —me miró fulminantemente intentando intimidarme, sin el menor éxito. Me conocía prácticamente todos sus trucos y sus expresiones. Una niña de nueve años suele contar siempre las mismas cosas. O al menos mi hermana lo hacía.

—Algunos mordiscos más y te doy el postre, cielo —le pidió mi madre.
    

    Sara asintió levemente y cogió los trozos más pequeños que había para librarse de su suplicio. Cuando acabó de hacer el tonto, mi madre se levantó de la mesa y le dio un helado de chocolate y nata, un poco extraño para ser otoño, pero ella siempre quería ver a sus hijos sonreír. Y eso era lo único que no me gustaba de mi madre: siempre hacía todo lo posible para que no nos faltase de nada, por ridículo que fuese el capricho. Nunca solía ser estricta y nunca cumplía los castigos que amenazaba. En cambio mi padre era casi todo lo contrario. Quería vernos feliz, sí, pero si hacíamos algo que no fuese de su agrado, ya podíamos preparar nuestros oídos para una buena reprimenda.
    

    Cuando los demás terminamos nuestros respectivos platos, me levanté educadamente de la mesa, fregué mi parte y me fui a mi habitación dándole un beso en la mejilla a mi madre antes de salir del salón, como protocolo.
    

    Me puse a hacer los deberes sin hacerlos. La excitación del concierto cada vez se me subía más a la cabeza y no me dejaba concentrarme. Por suerte no había mucho que pensar para hacer los ejercicios que me habían mandado de Historia, en los que solo tenía que copiar de la lección. Cuando le llegó el turno a las matemáticas ya fue distinto, e intenté por todos los medios concentrarme al máximo en esa asignatura que tenía más floja.
    

    Antes de darme cuenta miré el reloj y me alerté comprobando que ya eran las cinco y media. Tuve que dejar la asignatura de Química para otro día e ir a ducharme de inmediato si no quería llegar tarde. Bueno, en realidad, la hora para ponerse en camino la había establecido mi madre, pero una vez fijada me resultaba frustrante no estar listo a tiempo. Así ordené como pude todos los libros y los bolígrafos en el escritorio y me fui al baño cogiendo antes una toalla del armario. Esperé unos segundos hasta que el agua se calentó y comencé a pensar en cómo resultaría el concierto. Era propio de mí creer que cuando hiciera algo ese algo repercutiría en mi vida para el resto de mis días, aún sabiendo que era mucho exagerar, pero se trataba de algo que no podía evitar ni queriendo. Luego me quejaba porque no había sido para tanto.
    

    Cuando salí de la ducha me quedaba un cuarto de hora para vestirme y secarme el pelo. Y así hice: cogí una toalla más pequeña que la que tenía cubriéndome el cuerpo y me puse el traje que usaba normalmente para los conciertos, negro con camisa blanca y una pajarita. Odiaba las pajaritas, pero mi padre me obligaba a ponérmela diciendo que quedaba muy elegante y me veía bien con ella. No le discutí, después de todo, tenía todas las de perder con él. Para ese tema y para los demás.

—Cariño, ¿estás listo ya? —me preguntó mi madre abriendo la puerta de la habitación mientras yo me miraba en el espejo y me secaba el pelo con la toalla.

—Me faltan los zapatos —contesté.

—Bien, nosotros ya estamos todos, menos tu hermana que se resiste a ponerse el vestido —suspiró.

—Dile que si no se lo pone se queda sin chocolate. O que le das chocolate si se lo pone —le sugerí encogiéndome de hombros.

—Ese truco es muy viejo ya.

—Pero siempre funciona —me reí.
    

    Mi madre sonrió y salió de mi habitación dejándome solo de nuevo luchando con mi pelo. Cogí un peine y lo arreglé un poco sin darle mucha importancia, después de todo allí me iban a maquillar y a peinar como a ellos les diera la gana.
    

    Cuando ya por fin terminé de prepararme salí de mi cuarto y me dirigí a la salida donde se encontraba mi padre. Nos dedicamos alguna mirada cómplice y me posó una mano en el hombro, como transmitiéndome todas sus fuerzas para aquella noche. Poco después apareció mi madre con un vestido morado con pliegues y unos tacones bastante altos llevando a Sara de la mano, con un vestido azul liso que le llegaba hasta las rodillas. Mi padre iba igual que yo solo que con corbata y una chaqueta sin picos como la mía.

—¿Por qué tengo que ir yo? —Se quejó mi querida hermanita, como de costumbre.

—Porque hoy tu hermano se va a hacer famoso —le contestó mi madre mientras cogía las llaves de casa y salía con ella aún de la mano.
    

    Yo sonreí para mis adentros. Si fuera tan sencillo hacerse famoso dando un simple concierto como aquel, cualquiera podría tener millones en sus bolsillos. Evidentemente, no me daba igual ganar dinero o no. Como casi todo el mundo, deseaba ser rico y poder comprarme lo que quisiera, pero en ese momento sólo me importaba tocar esa melodía que tanto me gustaba, independientemente de la fama que me pudiera otorgar.
    

    Cuando salimos a la calle esperamos a que mi padre trajera el coche hasta el portal y nos subimos. Yo cada vez estaba más nervioso, pero no me costó mucho ocultarlo. Veía las farolas comenzando a encenderse y a la gente normal y corriente paseando por las aceras, cada uno con sus propios problemas y preocupaciones. Me pregunté qué se sentiría al no tener nada en lo que pensar, pero no le di muchas vueltas. Cada cosa que pensaba me devolvía rápidamente al concierto. No me sorprendí cuando me anunciaron que ya habíamos llegado al teatro y yo apenas recordaba que habíamos salido de casa.
    

    Bajé del coche antes que mi hermana, que no quería salir de allí ni por todo el oro del mundo. Como mi padre ya estaba algo harto de sus tonterías la cogió por un brazo y la hizo bajarse de un tirón, reprochándole su comportamiento y haciendo que se pusiera a llorar en medio de la calle. No había sido para tanto, pero era una quejica. Sara siempre se las andaba buscando, que la castigasen era problema suyo. De todas formas mi madre y yo entramos al teatro evitando que la gente nos mirara pensando que teníamos algo que ver con el padre y la hija que armaban escándalo.

—¡Gabriel! —Exclamó una voz femenina a uno de los lados, y de pronto alguien se había echado a mis brazos, invadiendo mi espacio personal.

—¡Anne! —Exclamé yo también algo aturdido.

—¡Estoy muy nerviosa! —Casi me gritó al oído—. Por favor, no te separes de mí hasta que termine el concierto —me pidió sin dejar de abrazarme.
    

    Noté la mirada maliciosa de mi madre clavada en mi espalda, pero intenté no pensar en ella para no ponerme rojo. Anne era una chica muy guapa, pero simplemente eso. Por dentro era bastante caprichosa y a veces me sorprendía de lo tonta que era. Hacía preguntas triviales y sin sentido en las clases, y me hacía plantearme la evolución del ser humano. O la involución, en este caso. Aún así, mi padre siempre me decía que se llenaba antes la vista que cualquier cosa. Y al menos conmigo no se equivocaba. Aunque me reprochaba por aquello, era imposible no sentirse atraído por ella ni un poco, sobre todo en aquel momento: llevaba un vestido corto y sin mangas de color negro, unos tacones bastante altos y el pelo castaño oscuro recogido en un moño que le sentaba muy bien y le resaltaba el hermoso rostro. Se había pintado los labios de rojo y puesto brillante en los ojos.

—Tranquila. Lo haremos todos bien —intenté separarme de ella casi sin conseguirlo, pero la voz salvadora de una maquilladora me ayudó a deshacerme de ella.

—Gabriel Coll, por aquí, por favor —me acerqué y dejé que me guiara hasta los camerinos. Me sentó en una de las sillas frente al espejo y comenzó su labor—. No sé por qué he de maquillarte si es imposible hacerte más guapo —sonrió mientras me recogía el pelo hacia atrás para dejarme libre toda la cara.
    

    No dije nada, y tampoco me sentí mejor por el comentario. De tanto oírlo de los labios de las maquilladoras ya me había acostumbrado.
    

    Cuando terminó de pintarrajearme la raya de los ojos y ponerme polvos por las mejillas, la organizadora del espectáculo, una mujer de unos cuarenta años que se conservaba muy bien, me llevó a la sala en la que estaban todos mis compañeros esperando la hora de nuestro juicio. Yo me senté al lado de Ahdrian, al que consideraba la persona más cercana a ser mi mejor amigo.

—¿Qué? ¿Nervioso, Gabri? —Me preguntó dándome un codazo. Le habían peinado con una raya a un lado de la cabeza que para mi gusto podrían haberse ahorrado. Además, no sé qué le habían hecho pero su pelo negro mate ahora brillaba de una forma muy extraña. Le habían maquillado muy bien, sin embargo.

—No más que tú —se la devolví riéndome—. ¿Quién te ha maquillado? Porque para haber logrado este milagro hay que tener estudios superiores —me seguí riendo.

—Ja, ja, muy gracioso. Pues para tu información la maquilladora más guapa de todas. Lyssa —me sonrió y alzó la cabeza para quedar mejor.

—Bueno, no te des tantos aires —corté esa conversación porque en ese momento no se me ocurría nada ingenioso que decir.
    

    Estuvimos charlando y riendo con Anne, Daniel y Lidia hasta que nos llamaron para salir a la orquesta a tocar la primera parte del concierto. Anne me volvió a abrazar y esta vez no hubo nadie que me ayudase, por lo que tuve que ir hasta la salida con ella pegada a mí. Por suerte no se le pasó por la cabeza aparecer en escenario enganchada a mí como un pez en un anzuelo.
    

    Había una buena iluminación... a quién quiero engañar, mi mente no estaba en ese momento para pensar en los detalles, únicamente mi vista pasaba por cada una de las butacas buscando a mis padres y a mi hermana. Los encontré en una de las gradas del teatro, y comprobé, asombrado, que mis tíos habían acudido allí para verme actuar. A quien no vi fue a mi prima de veinte años. Supuse que estaría trabajando o que tendría cosas más importantes que hacer o que... no sé. Les dediqué una mirada fugaz y me dirigí a donde estaba el piano. Me acomodé en el asiento y coloqué las partituras en un orden que a mí me parecía conveniente. Esperé el momento que marcaría el comienzo de aquel concierto con el primer movimiento de la batuta del director. Paseé la mirada nerviosa por toda la orquesta y suspiré. Prácticamente me temblaban las piernas, pero intenté mantener la calma. Aún quedaba un buen rato, por no decir horas, para el verdadero sufrimiento.
    

    La señal que habíamos estado esperando llegó, y las notas musicales de todos los instrumentos de viento, de cuerda y de percusión sonaron al unísono representando las melodías que queríamos recrear. Era maravilloso sentir la armonía en el aire, y más aún si tú eres uno de los responsables. Con cada nota que me llegaba al oído un pequeño escalofrío más que agradable recorría mi cuerpo de un extremo a otro, haciéndome sentir en otro mundo de nivel superior, sin imperfecciones.

 

—Habéis estado genial, chicas —las felicitó la organizadora cuando Anne y Lidia terminaron su actuación.
    

    No le faltaba razón. Apenas había acudido a algunos de sus ensayos, por lo que no pude evitar sorprenderme por lo bien que les había salido todo esta vez. Anne había complementado las notas de su piano a la voz de Lidia sin ningún fallo de ningún tipo, y cómo no, se había abrazado a mí nada más verme. Por otro lado, y antes de que les tocase el turno a ellas, Ahdrian y Daniel también lo habían hecho bastante bien, aunque Daniel tuvo algún que otro fallo del cual no te das cuenta si no te sabes la melodía de memoria.

—Gabriel, suerte —me dedicó una sonrisa la organizadora.
    

    Estaba nervioso, sí, pero yo no lo noté. Es más, no noté nada de lo que pasó a continuación cuando salí a escenario, saludé con una leve inclinación de cabeza y me senté al piano a esperar la señal del director. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que había llegado la hora que tanto tiempo había estado esperando. Más concretamente, las diez y media de la noche.
    

    Acomodé de nuevo las partituras correspondientes y estiré mis manos y dedos para relajarme. Acto seguido, coloqué ambas manos sobre las teclas que debía tocar primero, sin llegar a rozarlas. Y cuando el director bajó la mano con la que sostenía la batuta y se sentó, comencé con mi concierto.
    

    De nuevo, el arte de la música inundó el teatro. Sentí todas las miradas clavadas en mí y en el piano. Todo el mundo estaba en silencio mientras yo seguía tocando. Cerré los ojos mientras dejaba que el sonido armonioso me recorriera por dentro, y sentí de nuevo esos escalofríos tan agradables en mi cuerpo. A cada nota que sonaba, a cada tecla que pulsaba le regalaba todos mis sentimientos, haciendo de aquel el concierto más especial de toda mi vida.
    

    Pero cuando ya me disponía a presionar las teclas que anunciaban el final de aquella obra maestra sentí que un profundo sentimiento de tristeza me desgarraba el alma, y no me dejaba abrir los ojos de nuevo.
    

    La última nota sonó vacía en mi interior, y cuando pude recobrar la visión, preferí que no me la hubieran devuelto. Paseé la mirada por todas las butacas, y lo único que encontré fue muerte. Todos los espectadores, incluidos mis padres, mi hermanita y mis tíos, se habían convertido en simples cuerpos sin vida que se apoyaban en las butacas de delante o en la balaustrada de los balcones. No pude gritar, no pude llorar. Lo único que se me permitió hacer fue observar el caso desde mi asiento frente al piano, sintiéndome insignificante e inútil.
    

    Posé mis ojos en la entrada de madera perfectamente tallada, y divisé una sombra que me miraba amenazante desde ella. Me levanté y empecé a caminar hacia aquella dirección, subiendo una por una las escaleras, entre los cadáveres. Pero apenas subí dos ó tres, algo o alguien me agarró del brazo y me hizo correr en dirección contraria.
    

    A partir de ahí no recuerdo nada más de aquella noche.

Notas finales:

Espero que la hayan disfrutado. Muchas gracias por dedicar un tiempo de sus vidas a leer este primer capítulo :D


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