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Sonata Claro de Luna por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Este es el segundo capítulo de esta historia en el que se cuenta lo que sucedió a Gabriel cuando despertó después de lo pasado esa noche trágica...

Siento mucho haber tardado tanto en actualizar, espero que lo disfruten ^^

    Abrí los ojos lentamente y sentí un dolor intenso de cabeza, además de tener todo el cuerpo en un estado muy débil y sin fuerzas. Lo que vi cuando recuperé el control de mi visión no me ayudó en absoluto. Me encontraba echado en la cama de una habitación que no era la mía, con paredes techo y suelo de color blanco, una mesita de madera a un lado de mí con un reloj que parecía estar recubierto de oro, un armario con puertas de cristal resistente vacío apoyado en uno de los rincones, una lámpara colgada del techo con cinco bombillas y un espejo de cuerpo entero con soporte.
    

    Lo primero que hice fue mirar en el reloj que eran las ocho de la mañana. Pero, ¿de qué día? Cuando me levanté no sin dificultades comprobé que llevaba el traje de músico que utilizaba para las actuaciones en público. Ahí es cuando empecé a recordar todo lo que había pasado: los nervios, la puesta en escenario, los ánimos, mis padres, mi hermanita, mis tíos y todos los demás en sus butacas aplaudiendo mi entrada, yo tocando la pieza de mis sueños y después... muerte. Recordé también una figura en lo alto de las escaleras y alguien que me cogía por el brazo impidiendo que las subiera hacia el sujeto.
    

    Mis ojos se habían llenado de lágrimas y mis piernas me habían fallado. Me encontré a mí mismo en el suelo de esa habitación extraña con una mano tapándome la cara, sollozando como un niño que ha perdido sus juguetes favoritos. Solo que era yo el que había perdido a toda mi familia.
    

    Lo que hice a continuación fue pellizcarme la mejilla esperanzado de que todo aquello había sido un mal sueño del que podía despertar, pero nada ocurrió. Oí una voz que cantaba tras la puerta y unos pasos que se acercaban cada vez más, y me entró miedo, mucho miedo, pero no sabía dónde esconderme, así que me quedé de pie en medio de la habitación, esperando lo que quiera que se estuviera acercando. Y la puerta se abrió, dejando a una chica de cabellos rojos, ojos marrones, pecas por encima de su nariz y una sonrisa que consiguió reconfortarme en cierta medida. Era muy guapa y parecía tener mi edad, pero no quise confiarme en absoluto, así que mantuve la cabeza fría y los ojos amenazadores.

—Hola —me saludó sin apartar la sonrisa de su cara.

—¿Quién eres y qué hago aquí? —Le pregunté con voz neutral.

—No te preocupes, no soy de las malas —se rio un poco y se acercó más a mí.

—Dime quién eres y dónde estoy —le volví a preguntar más amenazador, haciendo que se detuviese a escasos pasos de mí.

—Mi nombre es Rosse. No sabría decirte exactamente dónde estás, pero ten por seguro que aquí estás a salvo —volvió a sonreír cuando vio que me calmaba un poco.

—¿Cómo que no sabes dónde estoy?

—Solo te puedo decir que estás bajo tierra.

—¿Bajo tierra? —Me quedé estupefacto ante aquella afirmación.

—Así es —se encogió de hombros.

—¿Cómo es posible que estando bajo tierra haya luz? —Quise saber.

—Ese es uno de los secretos de este lugar. ¿Quieres que te consiga ropa más cómoda? —Me invitó con un movimiento del brazo.
    

    No tenía la mente para pensar claramente en aquel momento, así que casi por instinto asentí a su pregunta con un leve movimiento de cabeza. Lo cierto es que no me venía mal cambiarme de atuendo.

—Bien —sonrió de nuevo y me tendió una mano que yo acepté por inercia—. Sé que todo esto te parecerá muy extraño pero... acabarás acostumbrándote, créeme. En el fondo no es un lugar tan malo como parece —me explicaba mientras caminábamos por un pasillo largo con puertas a los laterales inscritas con números del 1 al 10. Era un pasillo de color blanco que parecía estar hecho de algún tipo de metal o acero, con luces en los laterales superiores—. Como observaste antes, hay luz en tu habitación a pesar de estar bajo tierra y no estar encendida la luz. Eso se debe a que por los días las paredes se vuelven blancas y emiten un no sé qué que hace parecer que es de día. Al atardecer se vuelven anaranjadas y por la noche negras o azules muy oscuras. Y eso es lo más extraño que hallarás aquí —me sonrió sin girarse por completo.

—Hablas como si me fuera  a quedar aquí a vivir —le dije con miedo disimulado.

—¿A dónde vas a ir si no? —Me preguntó tornando su expresión divertida a una escalofriantemente seria.
    

    No le contesté. En realidad, no tenía nada que responder a esa pregunta. Mi vida acababa de dar un giro inesperado y radical, y tardaría mucho tiempo en asimilarlo por completo. Puede que aún ahora lo esté terminando de asimilar.

—En este cuarto hay ropa de todo tipo. Es como un armario gigante en el que hay mini armarios —la abrió sin mucho cuidado y pude comprobar que lo que decía era cierto. Había más o menos diez armarios casi en fila en aquella habitación, con perchas por todas partes y sillas llenas de prendas de mujer arrugadas de cualquier manera —Vaya, parece que Miss Presumida se ha estado divirtiendo —murmuró para sí con fastidio —. En fin, perdón por este desorden. Rubi es así —se encogió de hombros —. Los armarios que tienen nombres son los nuestros, así que puedes coger ropa de los demás y guardarlos en uno que cojas como tuyo. No sé si me explico.

—Sí, sí. No hay problema, supongo. ¿Quién es Ángel? —Pregunté con curiosidad leyendo el nombre del susodicho en uno de los armarios.

—Un chico muy simpático, ya lo verás —me sonrió—. Se podría decir que él es el que está más al frente de todo esto. Rubi y yo no hubiéramos sido capaces de salvarte. No somos tan avispadas, por así decirlo —volvió a encogerse de hombros.

—¿Qué? ¿Salvarme? ¿Qué pasó anoche? —Quise saber, cogiéndola de los hombros, casi zarandeándola.

—Mejor se lo preguntas a él. Yo no tengo tantos detalles. Por favor, suéltame, me haces daño —me pidió, y yo aparté mis manos a la vez que le pedía perdón —Gracias, supongo. ¿Recuerdas cuál era tu habitación? ¿Quieres que te espere hasta que cojas la ropa que necesites?

—No, bueno, yo... Me cambiaré aquí... ¿Me esperas fuera y luego me llevas con ese tal Ángel? —Pregunté de mal humor y algo burlesco.

—Claro, pero no tardes mucho. Puedes dejar tu traje en uno de los armarios si quieres —Cerró la puerta dejándome solo en la habitación.
    

    No sabía exactamente qué hacer, o más bien qué pensar. Todo había pasado demasiado rápido. Mis familiares más cercanos estaban ahora muertos junto con el público que se hallaba en el teatro. En ese momento me paré a pensar en mis compañeros de música y orquesta, y me pregunté si ellos estarían bien, no con muchas esperanzas.
    

    Intentando no caer en ese agujero negro de mi mente, me acerqué a uno de los armarios y empecé a inspeccionar la ropa que había. No tenía muchas ganas de ponerme a combinar, así que cogí una simple camiseta de color verde, unos pitillos azules, unos calcetines y unas vans que había en la parte baja junto con zapatos muy feos de tacón. Me coloqué el pelo mirándome en el espejo interior de la puerta del armario y dejé mi ropa dentro sin mucho cuidado. Me dirigí a la salida y abrí, encontrándome con Rosse, que me sonrió.

—Te queda bien —me dijo, haciendo que me sonrojara levemente—. Vamos a ver a Ángel —me cogió por el brazo y me llevó hasta una puerta de metal que se abría con un dispositivo con clave numérica.
    

    Marcó los números tan rápidamente que no me dio tiempo a ver de cuáles se trataban, y la puerta se abrió casi a la misma velocidad. Aquella sala que tenía ante mis ojos era enorme, con una pantalla de televisión que ocupaba casi toda la pared de en frente, un sofá de cuero marrón que parecía ser muy cómodo, una mesa entre los dos objetos hecha de cristal con revistas y periódicos y vasos y platos y cubiertos encima, estanterías de un material casi transparente llena de libros y figurillas de cerámica, una lámpara piramidal colgando del techo con multitud de bombillas pequeñas, una mesita de madera en una de las esquinas de atrás con un jarrón lleno de flores de todos los colores y aromas, y una mesa cuadrangular también de madera con seis sillas alrededor que parecía no haberse usado desde hacía varias semanas.

—Uau —fue lo único que conseguí articular.

—Eso pensamos todos cuando vimos este lugar —me sonrió—. ¿Dónde se habrá metido este? —Preguntó volviéndose hacia todos los lados.
    

    Yo aún estaba maravillado cuando Rosse caminó hasta el sofá y me hizo una señal para que acudiera a su lado. Lo hice casi por instinto y me quedé con menos palabras que decir al ver que un chico de cabellos rubios lisos hasta el cuello, tapándole la frente como a mí, delgado, con un rostro semejante al de los mismísimos ángeles, con alguna peca alrededor de la nariz respingona y los pómulos, labios finos y perfectamente perfilados, piel clara que parecía ser la más suave de toda la humanidad, y la típica babilla de la siesta cayéndole por la boca. Me sonrojé por completo. Jamás había visto a un muchacho tan atractivo como aquel.
    

    Rosse me hizo una señal con el dedo para que no dijera nada, y acto seguido se llevó las dos manos a la boca a modo de bocina para gritar:

—¡¡ÁNGEL!! ¡¡ERES UN MALDITO VAGO!!
    

    El chico despertó al instante sobresaltándose por completo y casi cayendo del cómodo sofá. Se llevó una mano a la cabeza y nos miró, y pude comprobar que sus ojos serían la envidia del más azul de los cielos.

—¿Estás loca, Rosse? ¿Quieres matarme de un susto?

—Preguntó sin fijarse mucho en mí, y no solo su aspecto era hermoso, también su voz lo era, al menos, para mis oídos.

—¿Pero no ves que tenemos compañía? —Le espetó ella.

—¡¡Anda!! —Se puso de pie de un salto y me tendió una mano amigable, formando una sonrisa con sus labios—. Perdón por el espectáculo. Yo soy Ángel, y se podría decir que soy el más cuerdo de este lugar, aunque no lo parezca... Créeme que estas dos están peor que yo.

—Encantado, supongo —dije sin poder apartar la mirada de sus ojos.

—¿Cómo te llamas? —Me preguntó.

—Gabriel.

—Bonito nombre. Rosse, déjame hablar con él sobre lo que pasó por la noche, por favor.

—¡Claro! Nos vemos luego—. Se despidió dándole un beso en la mejilla.

—Siéntate, es una historia larga... —me invitó al sofá cuando Rosse hubo salido de aquel cuarto, y me senté en una esquina y él en otra, guardando las distancias.

—Quiero saber qué ha pasado, pues parece que tú lo sabes —le dije.

—Como dije, es una larga historia... No sé por dónde empezar —se encogió de hombros y bajó la mirada.

—¿Qué ha pasado anoche? —Le pregunté muy serio y brusco.

—Verás... No es fácil de decir, lo siento, pero... al tocar esa melodía en el piano... toda la gente que se encontraba en el teatro murió —contestó indeciso, sin atreverse a mirarme a los ojos.
    

    Me quedé un rato callado, intentando creerme sus palabras, sin resultado. Lo miré irónico, como si me estuviera tomando el pelo. Parecía estar esperando una reclamación que no le llegó, llevándose la mano al pelo y tirando de él nervioso. No sabría decir a quién le afectó más aquel momento.

—Sé que no te lo crees —dijo por fin—, pero has de hacer un esfuerzo...

—¡¿Te crees que soy tonto?! —Estallé en rabia sin poder evitarlo. Odiaba que me mintieran.

—No. ¡No! ¡Claro que no! —Exclamó con las manos alzadas en señal de calma—. Pero tienes que creerme, es la verdad —hizo una pausa y continuó cuando vio que no decía nada—. Verás, digamos que yo te estaba buscando, y cuando sentí tu poder, mantuve precauciones. Nunca se sabe con sujetos... como nosotros —suspiró—. Cuando cesó la música me apresuré a entrar allí para llevarte conmigo, y temí, temí porque Él había llegado antes que yo, y tú ya estabas subiendo las escaleras... corrí todo lo que pude y tiré de ti para huir de allí lo antes posible.

—Supongo que sabrás que no me creo ni una palabra de lo que estás diciendo, ¿verdad? —le dije arqueando una ceja.

—Bien, te recuerdo que tus familiares están muertos. Y todos tus compañeros de música y orquesta también. ¿Te vale eso para que me creas al menos una...? —No llegó a terminar la pregunta porque yo no pude controlar mi puño estampándose contra su cara, haciendo que se girase bruscamente y se llevase una mano a la mejilla roja y dolorida. Me miró como si estuviese conteniendo las lágrimas y se levantó del sofá, caminando hacia la mesa de madera grande y apoyándose en ella—. No, parece que no...
    

    Yo me quedé allí sentado, meditando sus palabras una por una. Me sentí muy culpable por haberle golpeado. ¿Y si era cierto lo que estaba diciendo? Pero era tan extraño y tan irreal... Mi orgullo me impedía pedirle perdón, y cada vez veía más posible que lo que dijera era cierto. Al final me levanté y me acerqué a él situándome a un metro de distancia.

—Lo siento, yo... estoy muy alterado —conseguí disculparme, no sin dificultad.

—Es igual, lo comprendo —dijo sin mirarme, y cuando lo hizo me sonrió, pero yo vi que tenía los ojos húmedos, y me sentí aún más culpable.

—Entonces, yo... yo... —se me quebraba la voz pronunciando lo que quería pronunciar, y él dejó de sonreír—. ¿Yo los maté?

—Asintió levemente con la cabeza, con semblante muy serio y triste a la vez.
    

    No quise hablar más. Caminé y me volví a sentar en el sofá, y él iba a seguirme hasta que la puerta se abrió y apareció una chica de unos veinte años de cabello largo castaño y ondulado. Iba muy bien vestida y llevaba los ojos y los labios maquillados, con un pañuelo rosa alrededor del cuello.

—¡Hola, Ángel! —Exlamó con voz chillona— ¿Y esa cara tan larga? —Lo miró preocupado y él me miró a mí—. Oh, vaya. ¿Qué le pasó a él? —Ángel le susurró algo al oído que no pude entender, pero supuse que le estaría contando que había matado a todo mi público—. Oh...
    

    La chica se acercó hacia donde estaba y se sentó al lado mío en el sofá, estrechando mis manos entre las suyas. Me miró intensamente con sus ojos casi negros, y parecía estar buscando las palabras adecuadas antes de hablar.

—No te preocupes —dijo por fin—. Aquí estarás a salvo. Supongo que Ángel ya te ha explicado algo...

—Sí, lo he intentado —dijo él desde atrás.

—Aquí estarás a salvo—repitió.
    

    Tanta compasión en sus ojos me estaba molestando mucho, y aparté la mirada bruscamente de ella, liberándome también del contacto con sus manos. No quería hablar con nadie, no quería ver a nadie, no quería estar con nadie... salvo con mi familia.
    

    Lo que hice a continuación fue irme directamente a mi habitación, o lo que de ese momento en adelante se convertiría en mi habitación. No hablé con nadie más, y nadie habló conmigo, cosa que agradecí enormemente. Quería saber más detalles de lo que había pasado esa noche, pero aún tenía que terminar de asimilar lo que me acababa de decir ese chico llamado Ángel.
    

    Las horas pasaban y yo sólo me dediqué a pensar en la música, en mi familia, en mis estudios, en mi casa... Lo que sentía en mi corazón era el sentimiento más abrumador que había sentido jamás. Hacía muchísimo tiempo que no lloraba como lo hice en ese momento. Debía de tener los ojos completamente rojos e irritados, pero no me importó. De repente, empecé a barajar la idea de escaparme de aquel lugar y volver a mi vida, como si nada hubiera pasado, pero recordé que ya no tenía familia, y tampoco amigos. ¿Por qué era tan injusto el mundo conmigo? ¿Acaso había matado yo a alguien para merecer eso?
    

    Aún hundiéndome más en la tristeza, no desapareció de mí la idea de escaparme, y sin apenas darme cuenta de mis actos, me levanté de la cama en la que me había tirado y salí de aquella habitación. No sabía qué rumbo tomar, y no parecía haber nadie por ese inmenso pasillo, así que tomé la dirección de mi derecha. Las paredes habían comenzado a volverse de color negro, y me apresuré para encontrar la salida antes de perder la visión y orientación. Al final de aquel pasillo no había salida pero sí un lateral por el que me encaminé, y al final de este, encontré una puerta que abrí sin problemas. Detrás de ella había unas escaleras por las que fui subiendo con cuidado. Parecía un pasadizo secreto o más bien un túnel, pero no me importó, sólo quería salir de allí cuanto antes.
    

    Una cubierta apareció encima de mi cabeza y la empujé con las manos. Cuando una ráfaga de aire se coló por el túnel, me di cuenta de que no llevaba más que la camiseta de manga corta que había cogido del armario, y me maldije por no haber cogido también una chaqueta. Me aventuré de nuevo al exterior del mundo y me quedé completamente desorientado con la ubicación. Me hallaba en un prado en el que no recordaba haber estado nunca, y al parecer el túnel salía directamente de las raíces de un árbol que adornaban la entrada.
    

    El frío comenzó a invadirme y yo corrí para entrar en calor, o eso me dije a mí mismo. Al poco rato me encontré en la ciudad, con la gente paseando por las calles con total tranquilidad, y con echar un par de vistazos ya supe dónde estaba. Unas calles más allá y estaría en el teatro donde había dado el concierto. El concierto.. Pensar en ello me hizo palidecer de nuevo, y tuve que contenerme para no echar a llorar delante de todas aquellas personas a las que no conocía.
    

    La noche cada vez caía más espesa sobre mis hombros, y el frío calaba hasta mis huesos, pero en ese momento sólo pensaba en llegar hasta el teatro y comprobar que todo lo que había pasado era producto de mi imaginación. Aunque sabía perfectamente que me iba a desilusionar mucho.
    

    Cuando llegué, la entrada estaba rodeada de vallas y cintas que prohibían el paso, y algún que otro policía patrullaba por los alrededores. No encontré manera de colarme dentro, y me sentí completamente insignificante e impotente. De pronto, y como si algún dios hubiera tenido piedad de mi desgracia, los policías se metieron en los coches patrulla y se fueron. Me quedé inmóvil durante unos segundos hasta que se alejaron lo suficiente para que no pudieran verme y dar marcha atrás. Tampoco sé si fue un descuido pero habían dejado la puerta del teatro entreabierta, y no me costó nada entrar.
    

    Estaba todo oscuro ya parecía que habían pasado cientos de años desde la última vez que había estado en ese lugar. Entré en la cámara de conciertos y vi el escenario ante mí, con los telones cubriéndolo y las butacas donde se había sentado todo mi público la noche antes vacías. Bajé las escaleras lentamente hasta quedarme en la primera fila, de pie, mirando fijamente delante de mí.

—Qué bien que hayas venido —susurró una voz helada en mi espalda.
    

    Me giré bruscamente y allí lo vi: tenía el mismo perfil que el hombre que había visto la noche anterior, pero esta vez pude verlo casi sin ningún problema. Sus ojos negros como el carbón miraban penetrantes los míos. Su rostro era afilado y sus labios muy finos pálidos como su piel. Era mucho más alto que yo y vestía completamente de negro, con una gabardina de cuero por encima, y el pelo largo y blanco que le caía por la espalda como una cortina de nieve.
    

    Me siguió mirando y pronunció la palabra con el tono más frío que había sentido en toda mi vida, lleno de odio y serenidad al mismo tiempo.

—Muere.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer y espero enormemente que les haya gustado y dejen comentarios con sus opiniones :P


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