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El amor después del amor por Schatten

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Notas del fanfic:

Uno tiene que ponerse de acuerdo con su propia mortalidad.
Y realmente no se puede ayudar a las personas que tienen problemas con la mortalidad.
Si tú tienes problemas con ella,
debes empezar a arreglar las cosas.
Y yo pensé que había ordenado las cosas hasta que vi el extracto de este libro.
Con certeza recuerdo lo que dice:
"La vida no es lo contrario a la muerte. La muerte es lo contrario al nacimiento. La vida es eterna."
Y creo que es la expresión más profunda que jamás escuché sobre este tema, y de verdad me dejó en paz.
Sentí que era una historia maravillosa.
Y eso es todo.
¿Qué más hay que decir?

--Extracto de "Presence",
una canción de Anathema.--

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Esta historia va dedicada a mi querido amigo Jonny, mi pequeño y gran hermano de la vida. Pase lo que pase, siempre seguiremos mirando el cielo.

Notas del capitulo:

Esta historia es muy personal, nació producto de una película vacía de la televisión y fue tomando forma por  dos hechos importantes de mi vida.

 

Es drama puro, del único que me sale, espero que les sacuda un poquito el alma y les guste un poquito más.

 

 

- ¿Quién era? –le pregunto viendo una expresión extraña y preocupante en su rostro-.

- Eran del hospital –siento que me dice casi sin respirar, pálido como si de repente su corazón se detuviera.

- ¿Alguien tuvo un accidente? –Isaías asiente con la cabeza lentamente y eso me da la pauta que ha sido grave o, en el peor de los casos, fatal-. ¿Quién?

De repente la preocupación me abruma y que él no conteste me enciende los nervios. Intento tener paciencia y sigo mirándolo, buscando una respuesta con su cuerpo. Mi amigo de toda la vida toma una bocanada de aire y mira a los ojos, como tomando valor, lo cual me asusta.

- Leandro.

Ha de ser una broma, vamos. Pero la seriedad de su rostro no lo amerita y el ruido que produce el mundo al romperse no puede ser mentira.

- ¿Está bien?

Isaías quita sus ojos negros de los míos, se apoya contra la pared y esconde la mirada bajo su lacio y castaño flequillo.

- Él...

- No lo digas –le ruego aún quedándome de piedra frente a él sin moverme-. No me respondas.

Y sin embargo, su rostro escondido me lo dice todo. No hace falta que me diga nada, sé que tiene las palabras más horribles para decirme, porque el mundo se ha partido a la mitad, lo sé. Lo siento. El mundo se ha parado y se ha roto en dos, porque él...

- Lucas, él...

- ¡Que no lo digas! –le grito exasperado mientras intento controlar el flujo de mi sangre y sostener el único pedazo de cordura que me mantiene vivo.

Doy vueltas por el comedor, como si mi cuerpo no fuera capaz de mantenerse sensato y me jalo del cabello con fuerza, pero el dolor físico no supera ni una milésima parte de todo lo que llevo dentro. Lo siento aquí, en mi garganta, en mi pecho, en cada estúpida e insignificante parte de mi cuerpo, pero no puedo desahogarme de la furia, el sufrimiento, la culpa, la soledad. No puedo ni gritar. Creo que no puedo respirar.

- ¿Dónde está? ¿En qué hospital está?

Isaías sigue sin mirarme, esta de piedra así como yo, y suspira pesadamente mientras yo apreto los puños para contenerme de sacudirlo para que responda.

- ¡Que me digas!

- Claudio está con él, Lucas... –me dice y yo me presiono la cabeza intentando contenerme.

- ¿Y a mí qué? –le protesto-. Que me digas donde está.

- Claudio no va a dejarte...

- ¿Y qué? –le grito- ¡No me importa quien este, no me importa si me sacan del hospital a patadas tengo que ir a verlo!

Isaías se encoge y tiembla, pero a mí no me interesa en absoluto lo que sienta en este momento, porque sé que nunca lo quiso y sé que si siente dolor en este momento, es por mi propio dolor más que por lo que le haya pasado a él.

- Mierda, Isaías –las piernas me tiemblan y me sostengo de la silla para no caerme mientras el estómago se me da vuelta y me agarran náuseas-. ¿No te alcanza con lo que estoy sufriendo ya?

No me contesta. Me dejo caer al piso y me pongo a llorar, sintiendo que me tiembla todo el cuerpo y una sensación de vacío me aborda. ¿Por qué? ¿Por qué, de entre todos, él? Tendría que haber sido yo.

- Por favor, perdóname –sus brazos me rodean y yo me aparto empujándolo.

- No –le grito mientras intento dejar de llorar, pero la voz se me corta-. No voy a perdonarte... No voy a perdonarte esto nunca. Creí que eras mi amigo...

Isaías me mira descompuesto y lo veo lagrimear. De repente empieza a temblar y gacha la cabeza escondiendo la mirada. Siento deseos de golpearlo, pero en vez de eso me entierro las uñas en el antebrazo.

Me agarra de los brazos e intenta detenerme, pero lo empujo y el intenta bloquear mis movimientos. Empezamos a forcejear y de repente mi cuerpo se desvanece, se desarma, e Isaías me sostiene en un abrazo fuerte mientras empiezo a llorar más fuerte, mientras siento el crujido del planeta, una y otra vez.

 

---

 

- Lo siento mucho –siento que me dicen al oído y unos brazos me rodean, luego veo el rostro de Aurora, la que en su momento fue compañera nuestra de clases. Sus manos buscan acariciarme, buscan contenerme y no puedo entender cómo es que una persona tan efímera quiera aplacarme el dolor. Aún así no le digo nada y la dejo, para avanzar por ese pasillo largo en el que hay personas que no me digno a mirar. La mano de Isaías vuelve a agarrarme del brazo para acompañarme mientras camino, pero no importa, porque no logra sostenerme.

Me siento caminando en un túnel, un túnel interminable, cerrado, asfixiante. Un túnel que me lleva nada más y nada menos que a la muerte misma. Creo que las piernas van a fallarme y voy a escupir el corazón por la boca de tan fuerte que me choca contra el pecho, pero llego al final y encuentro una habitación pequeña con mucha gente dentro, mucho color negro, y allá, en la otra esquina, hay una abertura grande, muy iluminada, blanca. Él está ahí. Leandro está ahí. Siento un murmullo, siento una voz, pero me quedo clavado en el piso mirando la esquina. El está ahí, Leandro esta ahí.

- ¿Qué haces aquí, Lucas? –siento esa voz de nuevo decir, ahora bien clara-. Isaías sácalo de aquí, Claudio va a querer matarlo...

Isaías habla,  Fernando y él empiezan a discutir, pero no me centro más que en la esquina, en dar unos pasos pesados hasta allá. Leandro... ¿de verdad estás ahí? ¿Encerrado en esa caja de madera, acostado en ella y expuesto a todos los demás?

- Lucas, vete, ¡vete! ¡Respeta a Claudio y vete!

- ¿Es lo que Leandro quería? –pregunto sin poder dejar de mirar hacia el otro lado-. ¿Él quería que no estuviera en su funeral?

Finalmente, miro a Luciano a los ojos, esperando que me conteste con sinceridad mi pregunta, para así pueda marcharme yo de aquí y fingir que nada de esto pasó. Le ruego que me mienta, para poder escaparme de esta maldita realidad, pero él se apiada y retrocede. Entonces, de un paso en otro, camino hasta allá.

Me agarran del cuello y no reacciono, encuentro el rostro de Claudio frente a mí, colérico, con los ojos rojos y llenos de dolor. Lo miro mientras intenta agarrarme para partir y destruir cada parte de mi, pero unos cuatro o seis brazos intentan detenerlo. Sus ojos rígidos me observan echándome la culpa, despreciándome, intenta hundirme y fundir cada trozo de mi alma y yo solo puedo mirarlo, buscando que me diga que Leandro está bien, que me diga que sigue vivo, que sigue con él y que nunca va a corresponderme. Pero las facciones de Claudio no dicen nada de eso, de repente se ablandan y su labio inferior comienza a temblar, diciéndome “Leandro ya no esta” y me suelta. “Leandro ya no está”...

- Claudio, déjalo, déjalo entrar –pide Isaías-. Él lo quería tanto como tú.

No, de hecho, lo quería más que él pudo alguna vez siquiera imaginado, pero Leandro lo quería a él más que a mí. Por algo lo eligió siempre.

Claudio me suelta y se suaviza, casi que se deshace, diría.

- Deja que se despida de él, por favor...

Ya nadie me detiene, siento todas las miradas encima pero no se comparan con el peso de acercarme hasta donde reposa su cuerpo. Me acerco, y encuentro esa habitación blanca y grande, y ahí en el medio, ahí en el medio está ese contraste oscuro del cajón... y Leandro.

Era verdad, no estaba soñando, Leandro había muerto. Leandro está muerto. Me acerco temblando más de lo que recordaba cuando llegue y siento que los pasos que doy nunca alcanzan hasta llegar al ataúd. Ahí está Leandro, ahí está. Más blanco de lo que podía pensar que se podría poner, más rígido que nunca, con los labios estirados fingiendo una sonrisa, intentando fingir una sensación de paz.

Siento deseos de gritar, de maldecir a Dios, si es que alguna vez existió, de exigirle justicia, de acosarlo hasta el fin de mi estúpida existencia, que me dé razones válidas por esto. Pero su rostro, ese rostro tan vacío, sin ni una pizca de su esencia en él, me llena de angustia, de dolor. ¿Por qué?

- Leandro –lo llamo, pero él no me contesta-. Leandro.... Leandro...

La madera fría me llega a los dedos, a toda la palma. Lo miro y sigue pareciéndome irreal, con sus dedos entrelazados sobre su estómago, con sus ojos cerrados y su palidez innatural, su pelo negro resalta más que nunca, más que nunca en la vida.

- Leandro... ¿Qué te hicieron Leandro?

Mi mano se mueve sola y tu piel ya no es la misma, no te giras ni me miras, no me sonríes, solo puedes sostener esa sonrisa falsa clavada en tu cara, que me destruye por completo y puedo por fin entender las palabras “nunca más”.

Nunca más una mirada, una sonrisa, un abrazo, un beso, un reproche, una caricia... nunca más nada. Nunca más verte, escucharte, hablarte, tocarte, nunca más nada. Nunca podrás rechazarme de nuevo sin que te diga nada. No vas a volver a decirme “no me mires así, sabes que no puedo, que yo amo a Claudio”. Nunca mas... Jamás había apreciado la magnitud de esas palabras. No sabía que eran tan grandes, no sabía que dolían tanto.

El pecho se me comprime dolorosamente y siento que el corazón me da vueltas hasta atorarse en mi garganta. Quiero tomarte de la mano para que no te me escapes, pero no puedo, porque hay un fino tul blanco por encima y tus dedos entrelazados deben estar cocidos o pegados para no moverte. La imagen de alguien cociéndote la boca para que tengas esa sonrisa en la cara, me descompone. Yo, quien antes no le temía a la muerte, recuerda las imágenes de un programa de televisión en tu funeral y lo refleja en ti. Yo, quien antes ni siquiera había pensado en la muerte sobre alguien más que si mismo, ahora me la encuentro sobre ti.

No hay aire, no hay nada más que ese rostro frio, rígido y vacío. Sacudo la cabeza intentando aferrarme a la idea de que si hay algo más, intentando decirme que todo sigue, pero mi cabeza lo sabe, mi cabeza me lo dice. No hay nada más, ya está, se acabó.

Quiero sacudirte y gritarte que dejes de estar así, que te muevas y me reproches el haberte dejado solo, pero me quedo bloqueado mirándote ahí tendido.

- Perdóname –te suplico-. Perdóname por no haberte podido ser feliz...

Mi cabeza cae pesada por encima de ti, a penas te toco, a penas.... floto, pero mi cuerpo está muy pesado, mi cuerpo... mi cuerpo ya no sirve.

¿Qué hago ahora con todo esto? ¿Qué hago ahora con todo lo que nunca te di?

Nunca más.

Se va a pudrir aquí dentro.

- Lucas –siento la voz de Isaías sobre mi oreja- Lucas. 

- Perdóname... –te digo esperando que me escuches mientras siento que unas manos intentan alejarme de tu cuerpo-. Por favor, perdóname...

- Lucas... no fue tu culpa...

- Voy a enmendar las cosas, en serio, voy a hacer que seas feliz...

- Lucas...

- Espérame –las manos ejercen más presión y logran levantarme, apartarme de tu cuerpo y entonces vuelvo a ver tu rostro apagado-. Espérame, ya voy a reunirme contigo... ¡voy a reunirme contigo y esta vez no voy a soltarte! ¡Esta vez no voy a dejar que te vayas de mí!

Las manos me llevan para atrás, me alejan del cajón y no puedo sacar los ojos de esa imagen de su cuerpo perdido, intentando ver a través, intentando hablar con él.

- ¡No voy a soltarte, no voy a soltarte nunca, nunca más...!

Mis pies se arrastran por donde la corriente me lleva y siento un manojo de llantos que no hacen más que arrollarme. Me sientan en algún lado y sigo viendo esa imagen, siento la voz de Isaías susurrarme algo, pero no soy capaz de conectarme con ella.

- No tendría que haberme rendido –digo vacío, recordando su rostro-. No tendría que haber dejado de intentar...

- Lucas...

- No tendría que haberlo abandonado.

Me arrastran de nuevo, bajo la corriente y el aire frio me pega en todo el cuerpo. Nunca más. Nunca más nada. Definitivamente lo perdí. ¿Y ahora qué? ¿Qué mas queda?

- Claudio tenía razón, no merecía tenerlo. Soy un idiota...

- ¡Reacciona!  -siento algo duro contra mi espalda y un golpe en la cara, de repente me encuentro a Isaías con los ojos rojos frente a mí. Reprochándome algo que no entiendo-. Déjalo salir –me ordena con la voz quebrada-. Déjalo salir, no lo guardes adentro, ¡no guardes el dolor adentro!

Me quedo mirándolo sin entender. El dolor adentro, ¿y para que lo quieres fuera? Dentro o fuera es lo mismo, nada hace que retroceda, nada lo hace volver...

- ¡Lucas! -siento otro golpe y en una milésima de segundo, recuerdo a mi difunto padre, cuando me golpeó así cuando presencié un accidente vehicular frente a casa y vi salir un cuerpo despedido de uno de los autos, cuando le vi la cara a la muerte por primera vez. “¡Respira!” me gritó sacudiéndome cuando me metió a la casa, “¡Te pones azul, respira!”-. ¡Lucas!

Fuerzo mis pesados pulmones a inflarse y, así nada mas, siento que algo caliente me moja la cara, que cae pesado sobre mis pómulos y se desliza, se desliza hasta el fondo.

- Lucas, deja el dolor salir...

Y entonces, recordando su rostro apagado, recordando el rostro de la muerte, empiezo a gritar.

 

---

 

- Te preparé tarta de atún, ¿vas a comer?

Caja boba, tanto te desprecié y ahora paso frente a ti todo el tiempo que nunca estuve. No te quiero, pero me ayudas a fingir que estoy haciendo algo, que no estoy pensando y metido allá atrás, al fondo de mi cabeza.

- Lucas, vas a comer -la televisión se vuelve negra mientras Isaías aparece frente a mí, con esa mirada otra vez, esa que me dice “ya córtala, ya córtala, no te aguanto más”-. Vas a comer, aunque tenga que meterte la comida en la boca a la fuerza o por medio de una aguja.

Lo miro a los ojos, cansado. Día tras día igual, empujando, insistiendo.

- ¿Por qué no te vas? –le pregunto entonces, y él frunce sus pobladas cejas.

- Porque eres demasiado idiota como para que pueda dejarte solo –me responde con un claro todo de ira y yo casi que me encojo de hombros.

- ¿Vale la pena? –Isaías suspira y mira a un costado.

- A veces me pregunto lo mismo...

- ¿Entonces, por qué sigues aquí?

- Porque no tengo que dejar de intentarlo.

Un puñal por la espalda, un puñal donde nunca lo esperé.

- Lo siento, no debí decir eso...

Isaías es diferente a mí, lo sé, pero aún así siento que me ha golpeado muy fuerte, porque yo simplemente desistí.

¿Cómo pude ser tan inútil? ¿Cómo pude ser tan patético de dejar de intentar que me correspondiera? ¿Cómo pude pensar que viera el mundo con mis ojos no era nada? ¿Cómo pude rendirme, ser tan frágil?

- Lucas, perdóname...

Él nunca habría sido feliz. Porque lo habría forzado y no habría sido feliz.

“Abre los ojos Lucas” solía decirme Leandro “Abre los ojos y observa al mundo con tus ojos, por tu propia cuenta, sin la cámara de por medio, abre tus ojos...”

- De verdad, lo siento...

“Dime ahora que ves”. Parpadeo y presto atención al rostro compungido de Isaías, preocupado, al borde del llanto y entonces lo comprendo todo.

- Descuida, yo lo siento más –le digo y me levanto del sillón, para ir a la mesa y comerme la tarta de atún.

 

---

 

Mentí. Su felicidad no alcanzaba para la mía, supongo que todos estos años estaba intentando mentirme a mí mismo.

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

Su tumba está tan colorida... Casi que es un reflejo de su personalidad, hermosa, transparente. Un césped verde y muy saludable crece sobre él, con liliums orientales de varios colores a su alrededor, blancos, rosas, amarillos, naranjas, lilas...

- Es como si le dieras vida a estas plantas –le digo en este silencio fantasmal del cementerio de la parroquia Nuestra Señora de la Merced-. Aunque es más como que Claudio siempre viene a ayudarte a cuidarlas y a hacerte compañía cuando no estoy...

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

Es como si hubiese sido ayer, es como si no hubiesen pasado los días. Todavía duele, todavía me desgarra el alma el pensar que nunca voy a volver a verlo. Y sigo preguntándome por qué él, por qué no yo.

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

A veces siento como que él sigue aquí, lejos, en alguna parte, con Claudio, viajando, preparando proyectos, ayudando a la gente... A veces siento como que sigue por el mundo, viviendo su vida, pero cuando tengo esa sensación escucho su voz diciéndome “abre los ojos” y entonces tengo que volver a aceptar que nada de eso sigue sucediendo.

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

Una sombra me tapa su nombre, una figura familiar que se agacha y deja un ramo de rosas blancas sobre el césped, ese césped cuidado que cumple como una manta que lo protege.

Claudio queda de cuclillas a mi lado y permanecemos en silencio observando a Leandro. Una eternidad pasa, la misma eternidad en la que permanecí mirando su rostro apagado sobre el cajón abierto en el que tuve que despedirme de él. “No voy a soltarte, no voy a soltarte nunca más”.

- Hace unos ocho meses me contaron que intentaste suicidarte –siento que Claudio dice y yo ni siquiera me encojo de hombros.

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

- ¿Qué crees que habría pensado él de eso? 

- Me habría matado por intentarlo –le contesto absorto, sin mirarle-. Me habría matado y vuelto a revivir para darme un sermón bien largo y contundente –imagino su rostro sermoneándome, como tantas veces lo hizo para reprocharme por mi adicción al tabaco y sonrío, porque era tan sincero, tan único-. Me daría un discurso de dos horas para recordarme lo idiota que soy en algunas cosas y me advertiría que para la próxima no me hará mi pastel de cumpleaños.

Ese recuerdo feliz se me desvanece y vuelvo a recaer en el vacío.

- Sí –siento que Claudio dice-. Es tal cual lo habría hecho.

Claudio no comenta nada más y no me sorprende, es más, ni sé porque o como es que ahora hablamos más de lo que alguna vez hablamos cuando Leandro estaba con vida, pero nuestros encuentros en su tumba ya son de lo más habitual y supongo que siempre se siente en la obligación de decirme algo.

- ¿Quién te contó? –pregunto por curiosidad, entonces Claudio se pone en pie.

- ¿Realmente importa?

- No, realmente –ya sé que fue Isaías, no por nada trabajan en la misma empresa.

“Aquí yace Leandro Samuel De Cervantes. 1985 – 2011. Amado, adorado y nunca olvidado”.

- Lucas...

- No –le interrumpo al ver su sombra inquieta, indecisa-. No lo digas –le ordeno con la voz compungida, porque ya sé lo que va a pedir.

- ¿Me acompañas a mi apartamento?

- No –le digo con el mismo tono de voz.

- Tengo algo de él que necesito que guardes.

No. Dile que no. Dile. Grítalo. Es un monosílabo simple, Lucas: no. Levanto mi mirada, a sus ojos castaños, esos que siempre me parecieron tan fríos, pero ahora los siento al revés.

“No siempre conoces a una persona por una simple mirada, te sorprenderías de lo que encontraras si te dejaras llevar de vez en cuando”, escucho a Leandro decir.

- Por favor... ven.

Y sin pensarlo más, dejé que mis pies se movieran solos y me levantaran, para dejarme llevar.

Notas finales:

Esta historia no tendrá muchos capítulos, espero poder subirlos pronto. Gracias por leer, si gustan, dejarme una critica, siempre serán bienvenidas. Un beso.

Emanuel.


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