Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Si pudiera volar por AndromedaShunL

[Reviews - 69]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

En primer lugar, los personajes que tomo prestados para escribir mis historias son propiedad exclusiva del maravilloso Masami Kurumada.

En segundo lugar, advertir de que el vocabulario aquí empleado no va a ser muy educativo, por decirlo de alguna manera, XD.

En tercer lugar, este es el primer fic que escribiré de este tipo, así que les pediría que me dieran su opinión sobre la historia y que la disfruten ^^. Intentaré actualizarla regularmente, aunque no prometo nada, pues últimamente las ideas me vienen y se me van en días.

Notas del capitulo:

Este es el primer capítulo de esta nueva historia que se me ha ocurrido hace unos días. Espero que la disfruten!! :D

    El sol estaba a punto de esconderse tras los edificios y la lluvia empezaba a caer de las grises nubes. Los jóvenes de Toxic, la peligrosa banda callejera de ya dos años de vida, se preparaban para prenderle fuego a un establecimiento donde vendían periódicos. Ya había cerrado hacía unos minutos y ellos habían esperado esa oportunidad. No había gente alrededor, pues el barrio estaba algo apartado, y la noche les ayudaba a esconderse de miradas indeseadas.

—Hyoga, pásame el mechero.

—Cógelo tú.

—Dámelo de una vez —se lo lanzó y lo cogió al vuelo—. Hay que ser idiota...
    

    Hyoga era un miembro veterano de la banda, se había unido a ella un mes después de ser creada. Era rubio, el único de todos ellos, de cabello por los hombros, con los ojos y el corazón de hielo, esbelto y en forma. Los demás eran todos morenos excepto un chaval que se había teñido el pelo de rojo.

—Ya lo tengo, ¡corred!
    

    Todos dieron media vuelta y echaron a correr entre los callejones. Un humo se alzó detrás de ellos y pronto el sonido del fuego se propagó por las calles. Se quedaron unos segundos contemplándolo desde la oscuridad cuando oyeron un grupo de personas que iban corriendo hacia ellos. Miraron hacia atrás y vieron a la policía con las porras en la mano. Los invadió el pánico y echaron a correr de nuevo por donde habían llegado. Al parecer ya se esperaban que fueran a hacer de las suyas.

—¡No nos cogeréis! —Gritó el pelirrojo.

—¡Cállate y corre, Daniel! —Le dijo Hyoga quien lo agarró de la manga y tiró de él para que no se rezagase.
    

    Doblaron dos esquinas y se metieron en una calle en la que ya había un grupo de gente. Un poco más allá había una frutería que hacía cola casi hasta la carretera, pues era la única que abría hasta esas horas.
    

    La gente los miró correr sin saber qué era exactamente lo que pasaba, y cuando vieron a la policía tras de ellos se echaron hacia adentro temerosos. Cuando estaban pasando por delante de la tienda, una losa en la calzada que sobresalía hizo que Hyoga tropezara y se cayera al suelo. Intentó levantarse y miró hacia atrás. Los policías estaban a punto de llegar y si corría el riesgo de seguir corriendo lo más probable era que lo alcanzasen. Sintió una mano que lo cogía del hombro, levantándolo y llevándolo hacia adentro, y cuando volvió a mirar hacia la calle los policías ya habían pasado de largo.

—¿Quién eres tú? —Preguntó volviéndose a mirar a quien lo había escondido.

—Perdón, yo... pensé que te perseguían —dijo un muchacho un poco más joven que él, con voz dulce pero intranquilo.
    

    Hyoga lo miró a los ojos y se encontró con la mirada esmeralda de aquel joven. Tenía el cabello largo de un color verde hermoso mojado por la lluvia, y su piel era clara.

—Sí, me perseguían —dijo atontado—, pero ya no. Gracias, supongo.

—No hay de qué.

—He de irme, adiós —se despidió y fue por el lado contrario de la calle al que había corrido.
    

    El joven se quedó allí unos segundos mirando cómo se iba. Pensó que era un muchacho muy guapo pero que seguramente estuviera metido en muchos líos que ni él imaginaba, así que intentó sacar esos pensamientos de su cabeza. Tal vez hubiera sido más acertado no haberle ayudado, pero ya no podía hacer nada más que lamentarlo.

—Ya he vuelto, Shun —dijo otro joven de cabello y ojos azules intensos que acababa de salir de la tienda con una bolsa en la mano—, He oído algo desde la tienda, ¿qué ha pasado? Había tanta gente que no pude salir a mirar.

—Unos policías estaban persiguiendo a unos chicos por la calle.

—¿Los han pillado?

—Creo que no, no lo sé.
    

    Ikki, que así se llamaba y resultó ser también el hermano de Shun se quedó un minuto más allí interrogándole. Luego volvieron a su casa en un piso antiguo y de cinco plantas, sin ascensor. Ikki sacó las llaves con la mano temblándole en el aire. Miró a Shun y vio que éste le sonreía. Sonrió él también y abrió la puerta por fin.
    

    La casa no era muy grande, y sólo contaba con dos habitaciones. El salón era estrecho y sólo cabía un sofá, el televisor, que estaba encendido dando un partido de fútbol, una estantería y una pequeña mesa en el centro. En el sofá estaba sentado su padre. Ikki se acercó con cuidado y vio que estaba durmiendo, con cuatro latas de cerveza sobre la pequeña mesa. Suspiró y en silencio se fue hasta la cocina. Dejó las bolsas sobre la mesa y se fue hacia su habitación, donde ya estaba Shun poniéndose el pijama.

—¿Está durmiendo? —Le preguntó en voz baja cuando cerró la puerta.

—Sí —respondió Ikki.

—Menos mal...
    

    En la habitación tenían dos camas bastante próximas, una a cada lado, una mesa y una silla al fondo, con una lámpara encima de la madera y material escolar. En la pared sólo había colgada una pequeña estantería cubierta de libros, y un armario al lado de la puerta.
    

    Ikki se sentó en el escritorio y de su mochila de clase sacó su libro de inglés, lo abrió y se puso a hacer ejercicios, no muy concentrado. Shun, por su parte, se había echado sobre su cama y miraba al techo perdido en sus pensamientos.

—Ikki —lo llamó—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Tú crees que esos chicos habían hecho algo malo?

—No les hubiera perseguido la policía si no, ¿no crees?

—Sí, puede que tengas razón —suspiró y se echó sobre un costado, de cara a la pared.

—¿No tienes nada que hacer para mañana? —Le preguntó después de un silencio.

—Ahora que lo mencionas, tengo que hacer matemáticas —se sentó sobre la cama sin muchas ganas y acercó su mochila, sacó su libreta y el libro y se quedó mirando los ejercicios—. No sé cómo hacerlos.

—Cuando acabe aquí te ayudo, ¿vale?

—Vale, gracias.


    

  

    Ya pasaba de medianoche cuando Hyoga llegó a su casa. Había sido un día bastante movidito para él y sus compañeros, y resultó que habían cogido a uno de ellos y lo tenían retenido en comisaría. Eso no le había agradado para nada, ya que acabaría contándoles dónde se escondían y ya habían hablado de buscar una nueva base y ver qué hacían con él cuando lo soltasen.
    

    Intentó que las puertas de su casa no hiciesen mucho ruido, pero parecían estar en su contra. Su madre apareció antes de que consiguiese entrar en su habitación.

—¿Dónde has estado otra vez? —Le preguntó.

—Con mis amigos, mamá —dijo fastidiado.

—¿Tan tarde? —Preguntó ella preocupada.

—¿Natasha? ¿Ha llegado ya? —Preguntó su padre desde la habitación.

—Sí, sí, ya está aquí. No sabes lo preocupados que nos tienes, Hyoga. Que hayas dejado el instituto no equivale a que puedas irte por la mañana y aparecer a estas horas por casa. ¿Seguro que no quieres hablar de ello?

—No mamá, lo que quiero es dormir, así que si me disculpas...
    

    La bordeó y se fue a su habitación cabizbajo. Quería mucho a sus padres y sus padres lo querían mucho a él, pero su trabajo era su trabajo y no podía mentirles de otra manera, pero tampoco podía decirles la verdad. Sería todo mucho más complicado entonces.
    

    Se puso el pijama rápidamente y cogió su móvil. Se echó en la cama sin deshacerla ni nada y se puso a jugar con una de las aplicaciones. Cuando perdió, dejó el móvil sobre la mesa e intentó dormir. Mañana prometía ser un día muy duro.


    

 

    Sonó el despertador en la habitación e Ikki se levantó para apagarlo. Luego se acercó a la cama de Shun y lo despertó llamándolo por su nombre. Éste se sentó sobre la cama y se frotó los ojos. Miró hacia la ventana y vio el cielo azul sin nubes a través del cristal, luego miró a su hermano y miró el reloj.

—Sólo cinco minutitos más... —dijo y se volvió a echar las mantas encima.

—Oh, no, de eso nada, que llegarás tarde —dijo Ikki riendo y retirándole de nuevo las mantas.

—Vale, vale, está bien, ya voy —protestó mientras bajaba de la cama.
    

    Fueron a la cocina a desayunar pasando silenciosamente por la habitación de su padre, del cual se oían los ronquidos a través de las paredes. Había engordado mucho durante las últimas semanas, y no les extrañaba nada, pues sólo comía pizzas y bebía cervezas por los bares, para luego volver a casa y seguir bebiendo mientras veía la televisión. Su madre había fallecido hace ya dos años, y desde aquel momento sus vidas cambiaron bruscamente para un mal peor que la enfermedad que había sopesado la mujer.
    

    Shun se echó cereales e Ikki se hizo unas tostadas. Desayunaron en silencio, sin poner tampoco la radio que siempre escuchaban cuando estaban solos en casa. Unos pájaros cantaban fuera y los rayos del sol de primavera se filtraba por la ventana, alumbrando la cocina sin necesidad de luz.
    

    Acabaron de desayunar y volvieron a la habitación a hacer las camas y a vestirse. Shun tenía que llevar aún uniforme para la escuela, pero Ikki podía ir como quería, pues ese mismo año había empezado el instituto. Se lavaron los dientes en el baño y se peinaron, cogieron las mochilas y ya estaban a punto de salir de casa cuando la voz de su padre llamó a Shun desde la habitación.

—¿Qué pasa? —Contestó éste nervioso.

—¡Ven aquí!
    

    Shun miró a los ojos a su hermano un momento, y éste desvió la mirada sin poder evitarlo. Shun suspiró y dejó la mochila posada en el marco de la puerta para ir hasta la habitación de su padre.

—Tráeme cerveza cuando vuelvas, que no me queda, ¿me has entendido? —Le dijo desde la cama con voz ronca.

—Pero yo no puedo comprar cerveza, no tengo la edad.

—¡Si no me la traes te castigaré! ¡¿Me has oído, idiota?!

—Sí, sí... te la traeré...

—¡Ahora lárgate y déjame dormir! —Cogió un zapato del suelo y se lo lanzó a la cabeza, dándole a la puerta que había cerrado Shun rápidamente.
    

    Corrió hacia la puerta de casa, cogió la mochila del suelo y se precipitó escaleras abajo, pero Ikki lo retuvo del brazo e hizo que lo mirase a los ojos. Shun estaba temblando y las lágrimas le caían por las mejillas.

—Yo la compraré, no te preocupes —le dijo Ikki, y le sonrió cuando hubo abierto los ojos.

—Está bien... —dijo, y se separó de su hermano bajando rápidamente las escaleras.
    

    Ikki lo miró bajar y se dio cuenta de que ese día le tocaba ir solo hasta el instituto. Miró hacia la puerta de casa, y con rabia acumulada dio una patada al aire y un puñetazo al pasamanos de las escaleras.


    

 

    A Shun le parecía que hacía un día precioso, aunque por dentro sentía que llovía como el día anterior. En realidad, siempre estaba lloviendo para él, hubiese sol o luna, todos los días desde que su madre murió. Vio jóvenes que se dirigían también a la escuela, y de repente oyó la voz de uno de sus amigos que lo llamaba desde atrás.

—¡Hola, Shun! ¿Cómo estás? —Le preguntó un chico moreno respirando agitadamente después de correr detrás de él.

—Hola, Seiya, yo bien, ¿y tú? —Le sonrió.

—¿Supiste hacer los deberes de matemáticas? Porque a mí no me salió ninguno...

—Sí, pero me ayudó mi hermano. Si quieres te los dejo cuando lleguemos.

—Me harías un gran favor.
    

    Llegaron al edificio y entraron dejando pasar la corriente de alumnos antes que ellos. La primera clase pasó muy lenta, como de costumbre, y luego le siguieron la segunda y la tercera. El recreo no fue mucho mejor, pues mientras sus amigos hablaban y discutían sobre cualquier tontería él se había sentado junto a ellos hundido en sus pensamientos. Uno de ellos, de pelo negro y muy largo se sentó junto a él.

—¿Estás bien, Shun? —Le preguntó.

—Sí, bueno... ya sabes —contestó hundiendo la cabeza.

—Comprendo. Te dejo solo si quieres —se levantó para volver a la conversación con los demás.

—Shiryu —lo llamó desde abajo.

—¿Sí?

—¿Crees que algún día cambiará?

—No lo sé, Shun. Nadie lo sabe en realidad. Pero ten esperanza y no la pierdas nunca —le sonrió.

—Está bien —sonrió a su vez.
    

    La campana sonó y volvieron todos a sus clases a soportar las tres últimas horas. Shun estaba tan absorto que apenas se enteró de lo que habían explicado en toda la mañana, y se levantó de forma mecánica cuando sonó la campana para irse a casa. Pensó entonces en cómo conseguiría su hermano las cervezas si tampoco él tenía la edad para comprarlas y empezó a preocuparse.

—Shun, gracias otra vez por dejarme matemáticas —le dijo Seiya antes de que saliera por la puerta.

—No hay de qué.
    

    Se despidió de su grupo de amigos y salió del edificio con la mochila sobre uno de los hombros, la cabeza mirando hacia el suelo y las manos en los bolsillos. Cuando levantó la vista se sorprendió al ver al chico del día anterior apoyado sobre una de las paredes del edificio de al lado, como esperando algo o a alguien. Intentó no darle mucha importancia y que no se notara que estaba nervioso, pero cuando se acercó el joven se puso delante de él, impidiéndole el paso.

—Hola de nuevo —lo saludó sonriendo.

—Hola —dijo Shun.

—Por fin salís, llevo esperándote ya un cuarto de hora —dijo mirando el reloj.

—¿Esperándome? —Preguntó Shun estupefacto.

—Sí, quería darte las gracias por lo de ayer, me hubieran atrapado si no me hubieras ayudado —dijo sin darle mucha importancia.

—¿Cómo sabías que estudio aquí?

—Ayer llevabas puesta la chaqueta del uniforme, no fue muy difícil adivinarlo —se encogió de hombros.

—Pero, pero... ¿es que tú no estudias?

—Lo he dejado. Estudiar no es lo mío.
    

    Shun se quedó mirándolo sin saber qué más preguntarle, aunque en su cabeza rondaban infinidad de cuestiones en ese momento. Hyoga lo miraba ahora a los ojos intensamente, como buscando en el interior de su alma, y Shun apartó la mirada molesto.

—Lo siento, aún no te he dicho como me llamo. Soy Hyoga —le tendió una mano amistosa.
    

Shun titubeó unos segundos antes de darle la mano también.

—Yo Shun.

—Qué nombre tan bonito, ¿te apetece dar un paseo, Shun?

—No puedo, tengo que irme a casa...

—Sólo serán unos minutos —insistió.

—Lo siento, no puedo. Si tardo me castigarán.

—¿Por qué?

—Mi padre es muy estricto.

—Está bien... ¿Y cuándo podré verte? Tengo que recompensarte por la ayuda.

—No lo sé, no hace falta que me recompenses, lo hice porque pensé que debía, nada más.

—¿Sales por las tardes?

—Sólo a comprar.

—Bueno... entonces nos veremos por la tarde o mañana otra vez. No te preocupes, soy hombre de confianza —sonrió, y su sonrisa parecía sincera—. Sólo quiero devolverte el favor. Hasta luego, Shun.

—Hasta luego, Hyoga.
    

    Se despidieron y ambos tomaron distintos caminos. Shun siguió de frente sin mirar hacia atrás, mientras creía que tenía la mirada de Hyoga clavada en su espalda. Se giró sin poder contenerse más y comprobó que el rubio ya no estaba allí. Suspiró aliviado y prosiguió su camino.
    

    Llegó a casa unos diez minutos más tarde. Entró en silencio y lo primero que hizo fue comprobar que su padre no se encontraba allí. Oyó la voz de su hermano desde la cocina y fue a saludarle.

—Has tardado en llegar hoy —le comentó.

—Sí, es que Seiya me retuvo en la salida —mintió.

—¿Te apetecen unos espaguetis? Es lo que estoy haciendo hoy.

—¡Claro! Por cierto, ¿compraste al final...?

—Tres cajas para ser exactos. Espero que a ese desgraciado le sean suficientes —gruñó entre dientes.

—¿Cómo lo has hecho?

—Le pedí a uno de mi clase que fuera él a comprar las latas, ya que él sí tiene la edad. Le di el dinero y listo.

—¿Cuándo crees que vendrá hoy? —Preguntó cambiando de tema.

—No lo sé, espero que no regrese nunca.

—Y yo también... —bajó la cabeza triste y perdió la mirada entre las baldosas del suelo.
    

    Ikki compartía su dolor todos los días, pero trataba de convertirlo en ira contra su padre, lo malo era que no podía descargarla. Aquella noche había oído de nuevo llorar a Shun, y era una de las cosas que más rabia le daba. Era su hermano y odiaba profundamente verlo tan triste. Siempre sentía que tenía que hacer algo y pronto, pero lo cierto es que no sabía cómo empezar.
    

    Comieron juntos y tranquilos, con la radio de fondo escuchando las noticias, las cuales no resultaron ser muy agradables. Recogieron la mesa y se fueron a ver la televisión, dejando un canal en el que unos concursantes participaban en un programa bastante estúpido pero entretenido. Al menos las burradas que decían les sacaron más de una sonrisa.
    

    Dieron las seis de la tarde y se pusieron a hacer los deberes. Esta vez Shun no necesitó la ayuda de su hermano y los terminó antes que él. Luego se puso a estudiar Literatura para el examen del día siguiente.
    

    La noche cayó sobre ellos y su padre seguía sin aparecer, para alivio de ambos. Cenaron escuchando una cadena de música bastante relajante y se prepararon para ir a dormir. El día había sido apacible, cosa poco común en su hogar, pero cuando ya llevaban una hora de haberse acostado abrieron la puerta de casa y entró su padre dando gritos y con la voz de una joven que parecía sostenerlo. Fueron hasta el salón y las voces se convirtieron en gemidos y en sucias palabras por parte de su padre.
    

    Shun se cubrió la cabeza con la almohada y apretó con las manos para intentar no escuchar nada, mientras Ikki estiró el brazo para coger un reproductor de música. Se levantó de la cama y se lo dio a su hermano con unos cascos pequeños, luego volvió a echarse y se tumbó mirando hacia la pared.


    

 

    Esa noche prefirió no aparecer por casa. Se reunió con los miembros de Toxic a eso de las dos de la madrugada en la que seguía siendo su base, el bajo de un piso abandonado a las afueras de la ciudad. A pesar de necesitar una remodelación por parte de todo el edificio, lo habían decorado a su gusto y para ellos resultaba un lugar muy confortable. Tenían estanterías, armarios, dos sofás y un sillón, una mesa algo carcomida bastante grande llena de papeles con dibujos que sólo ellos comprendían y algún que otro cuchillo y navaja. Las paredes estaban llenas de posters con fotografías algo macabras y al fondo tenían una televisión ni muy grande ni muy pequeña. Sólo una bombilla iluminaba la estancia y unas escaleras los conducían hacia el portal del edificio.
    

    Los allí reunidos eran siete, faltando diez miembros más de la banda. Hyoga estaba apoyado contra la pared abriendo y cerrando una navaja con la mirada perdida mientras que los demás estaban sentados en el sofá, en el suelo y el que parecía ser el líder en el sillón en frente de ellos.

—Johnny —dijo uno desde el sofá—, ¿encontraste ya otro lugar?

—Sí —respondió el que estaba sentado en el sillón—. Está en la otra punta de la ciudad, también a las afueras. Se trata de lo que antes fue un centro comercial, pero ahora está abandonado. Siempre lo he tenido en cuenta para posibles altercados como este.

—¿Y cuándo nos moveremos? —Preguntó otro.

—No creo que sea inteligente permanecer aquí más de medio días. Estoy convencido de que ese desgraciado les ha cantado todo y vendrán aquí ya por la mañana, así que propongo largarnos esta misma noche —dijo Hyoga sin mucho interés.

—¿Y cómo pretendes que nos dé tiempo a llevarlo todo? —Preguntó estupefacto Daniel.

—No hará falta. Nos llevaremos tan solo lo esencial —dijo Johnny levantándose.
    

    Hyoga se separó de la pared y cogió su mochila de una esquina junto a la escalera. Se acercó a las estanterías y guardó parte de lo que había en ella. Hizo lo mismo con lo que había en la mesa.

—¿Sólo eso? —Preguntó Daniel.

—Yo guardo lo mío, tú haz lo que te dé la gana —respondió.
    

    El pelirrojo lo miró fulminante y apretó los dientes, pero no dijo nada. Se levantó y empezó a recoger él también. Los demás los siguieron. Johnny se quedó sentado en uno de los escalones esperando. Dos de ellos se habían enzarzado porque ambos decían que un reloj de oro era de él y no del otro. Hyoga pasó por en medio de los dos separándolos bruscamente, y uno de ellos le lanzó un puñetazo justo por debajo del ojo derecho, en el pómulo, haciendo que se llevase una mano al rostro. Levantó la mirada y lo fulminó con los ojos zules. Le dio una patada en un costado y éste perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—A mí tú no me tocas, ¿me has oído? —Le gritó.
    

    El del suelo no dijo nada más y todos continuaron recogiendo. Cuando Hyoga acabó con lo suyo empezó a subir las escaleras y el líder lo siguió.

—Te va a quedar una bonita marca —se mofó.

—Ya me vengaré cuando lleguemos a nuestra nueva base —dijo indiferente.
    

    Johnny se llevó una mano a la chaqueta y de ella sacó una pistola. Hyoga lo miró interesado y a la vez algo sorprendido.

—¿De dónde has sacado eso? —Le preguntó en voz baja.

—Es un secreto —sonrió éste y volvió a guardarla—. Nos hará falta.
    

    Hyoga lo miró otro segundo arqueando una ceja y siguió subiendo escaleras. Sin saber por qué, de repente le vino a la mente el recuerdo de Shun y del momento en que le salvó de ser atrapado por los policías. Sonrió para sí dulcemente y salió a la oscura calle.

Notas finales:

Muchas gracias por leer y espero que les haya gustado este capítulo primero. En unos días subiré el segundo :P

PD: aún no sé si pondré lemon o no, aunque lo más probable es que no lo haga ya que se me da muy mal escribirlo, jaja.

Un beso :3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).