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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Capítulo 10 de "Si pudiera volar"

Las cosas cada vez están más tristes...

Espero que lo disfruten :) Quise que quedase lo mejor que pudiera. Y advierto de que hay lemon no explícito, pero más o menos explicado.

Esa misma noche los cielos estaban tan despejados que en ellos podían apreciarse miles de estrellas. Soplaba una leve brisa desde el norte que ponía a bailar al cabello de Shun y de su hermano mientras caminaban por el paseo sobre la playa.

    Habían cenado rápidamente cuando su padre había regresado a casa, intentando no tropezarse con él, y habían salido de allí casi a la carrera, sin haber pensado, en realidad, qué iban a hacer. Desde que Hyoga había desaparecido de la vida de Shun, con el único con el que pasaba sus días era con Ikki, el cual cada vez se preocupaba más y más por su hermanito.
 

    Ikki no tenía ni idea de lo que rondaba por la mente del menor, pero tenía claro que algo le pasaba. Apenas sonreía y de sus ojos había desaparecido aquel brillo que los caracterizaba. Quiso preguntárselo muchas veces, pero Shun no le escuchaba o simplemente cambiaba de tema o desviaba la mirada. Ni siquiera él mismo sabía exactamente en qué pensar.

    Todos sus días se convertían en una sucesión monótona de horas. Era como vivir el mismo día lluvioso desde que Hyoga le hubo dejado. Sólo le mantenía alejado de sus pensamientos las clases, y la mayor parte del día se la pasaba estudiando sin el menor interés.

    Siguieron caminando por el paseo bajo la luz de las farolas, con el sonido de las olas al romper acompañándoles a cada paso. A lo lejos, se vislumbraba la figura de un acantilado que caía estrepitosamente hasta unas rocas que cortaban las olas. Mar adentro, había un pequeño islote artificial sobre el cual habían construido un faro. La luz daba vueltas alrededor, alumbrando el acantilado, la ciudad, y a ellos mismos.

    Aquella noche era muy bonita, e Ikki tomaba largas bocanadas de aire saboreando aquel precioso paisaje que se abría ante ellos. Hacía mucho tiempo que no recordaba la tranquilidad de un paseo por la playa, aunque, a ser verdad, solía darlos muy a menudo. Pero aquel parecía diferente. Era como si esa noche le estuviera anunciando un nuevo mañana desprovisto de sufrimiento y preocupaciones. Como si las estrellas y el cielo nocturno le quisiesen guiar por un camino feliz y grandiosamente deseado. Pero Shun no se sentía igual. Podía ver con claridad el paisaje que veían los ojos de Ikki, pero no podía disfrutarlo tanto como él. Tenía ganas de contarle a su hermano todo lo que le había pasado con Hyoga, sus paseos juntos y los encuentros con Johnny. Además, quería explicarle el porqué de su ausencia. Pero no podía. Lo último que quería era arruinarle lo poco que le quedaba a Ikki de felicidad con sus propias preocupaciones. Por eso, esa fue otra de las noches en las que mantuvo la boca cerrada y los ojos secos, a contra de su voluntad.

    El camino era lento y ambos se pararon frente al mar, apoyados sobre la barandilla de metal y escuchando el rugir del agua contra la arena. Varias personas iban pasando por detrás de ellos disfrutando también de un agradable paseo, pero sus vidas, seguramente, fueran demasiado diferentes como para escuchar cómo hablaban y no sentirse envidiosos de ellas.

    Así, permanecieron un rato en silencio contemplando el horizonte, donde el mar y el cielo se confundían por la negrura. También podían perseguir las luces de los pequeños barcos pesqueros allá a lo lejos. Shun se preguntó cómo sería salir a pescar a esas horas de la noche y tan alejados de la orilla, pero sabía, con amargura, que lo más probable era que nunca llegase a descubrirlo.

—¿En qué piensas, Shun? —Le preguntó Ikki, sacándolo de su ensimismamiento.

—En aquellos barcos —señaló—. Sería genial poder estar en uno de ellos ahora mismo —el mayor le sonrió.

—Algún día podríamos probar. Compraría una barcaza y nos iríamos a pescar por el mar. Seguro que nos divertiríamos mucho, aunque no pescásemos nada...

—Bueno, lo importante es intentarlo —le contestó, con poca convicción. Había muchas cosas que había intentado pero no había conseguido, y sin realizarlas no habían servido para nada.

—¿Cómo lo llamarías?

—¿A qué?

—Al barco. Todo marinero le pone un nombre a su barco.

—Pues... —meditó unos instantes—, no lo sé —dijo por fin—. Cielo —contestó.

—¿Y por qué Cielo? —Preguntó Ikki extrañado.

—Porque me encanta el cielo. Siempre quise... volar por él, cerca de las estrellas y... sentirme libre —sonrió sin darse cuenta con la mirada clavada en el horizonte. Tras percatarse de sus palabras, se sonrojó.

—¡Está bien! —Exclamó Ikki, decidido—. Cuando compremos un barco lo llamaremos Cielo, y volaremos por el mar —sonrió cada vez más ampliamente.

—¿Tú no le pondrías otro nombre?

—Ummm, no, creo que ese sería el ideal.

    Continuaron contemplando el mar unos minutos más, en silencio, hasta que comenzaron a caminar de nuevo por el paseo. Tras llegar al final de éste, dieron la vuelta y regresaron a casa. Sus pasos eran lentos y tranquilos, pues en realidad les hubiera gustado no regresar allí.

 

Su padre se encontraba en el salón, como de costumbre, mirando la televisión. Al parecer tenía puesto el canal de las noticias, pero no le dieron la mínima importancia y se apresuraron a entrar en la habitación. Ikki cogió su reproductor de música y se echó sobre su cama escabulléndose del mundo. Shun, por su lado, sacó la libreta que le había regalado su hermano cuando estuvo ingresado en el hospital y se puso a escribir. Desde aquel día, la utilizaba como un pequeño diario en el que desahogaba todo lo que le carcomía por dentro, confiando en que Ikki no tuviera la tentación de leerlo.

   Dieron las doce de la noche y aún estaban ensimismados con sus cosas. Ikki pasaba las canciones que no le apetecía escuchar, y cuando encontraba una de su gusto, cerraba los ojos y atendía la letra con tranquilidad. Shun llevaba escritas varias páginas de su libreta, pero decidió que ya era momento de dejarlo. En realidad, no encontraba la manera idónea de expresarse esa noche.

   Dejó la libreta en el cajón y se echó en la cama, arropándose hasta la cabeza. Ikki se quitó los cascos de las orejas para desearles las buenas noches, y Shun le correspondió de igual manera y sonriente.

 

 

Abrió los ojos a la mañana siguiente y lo primero que escuchó fue el sonido de las gotas de lluvia chocando contra los cristales y, de vez en cuando, un trueno a lo lejos. Vio que Ikki todavía dormía y no quiso despertarlo. Llevaba esperando aquel día varias semanas, y el tiempo que hacía fuera, en realidad, no le desagradaba. Más bien se complementaba con su estado de ánimo.

    Se vistió tratando de hacer el menor ruido posible, cogió su cartera con algo de dinero y fue hasta la cocina para desayunar cualquier cosa. Tras eso, fue al baño a lavarse los dientes y el pelo, secándose rápidamente con una toalla. Se peinó y salió de casa sin coger las llaves. Bajó por las escaleras del edificio con la mirada perdida en un punto en frente de sí, absorto en sus propios pensamientos descontrolados, que se sucedían uno tras otro sin orden para volver de nuevo al primero de ellos.

    Como la mayor parte de los días, volvió a pensar en Hyoga. Todo lo que había compartido a su lado se había marchado tan pronto como había llegado. Había sido tan esponténeo que hasta resultaba irreal a veces, pero hacía muchísimo tiempo que nadie le había hecho disfrutar tanto con tan solo una mirada, y fueron sus ojos azules los que le habían devuelto la esperanza junto con sus ganas de vivir y de seguir luchando por un futuro libre de dolor. Sin embargo, su corazón volvía a estar despedazado como antes de conocerle. Pensaba que su presencia le devolvería la sonrisa eternamente, pero como muchas otras veces recordó con rabia que todos esos momentos que parecían perfectos no duraban para siempre.

    Caminó un largo rato por entre las calles hasta que llegó a un parque que le resultaba demasiado familiar. Su mente evocó sin previo aviso los momentos que había pasado con Hyoga en ese lugar, tiempos que ahora le parecían muy lejanos pero que le traspasaban el corazón como lanzas. Quiso retroceder, pero sus piernas le condujeron hasta el banco donde una vez se hubieron sentado, como si hubiese perdido el control sobre su cuerpo. Miró alrededor y vio niños jugando felices en los columpios y padres hablando entre sí sin perderles de vista. Él también había sido un niño como aquellos, pero le parecía que todo eso quedaba en otra vida distinta a la suya, muchos años atrás, donde lo único que le preocupaba era no encontrar a su hermano cuando jugaban juntos a esconderse.

     Se levantó del banco como movido por un sueño que le hacía flotar por el aire. Paseó por entre los columpios devolviéndole la sonrisa a los niños y de nuevo se integró por entre las calles. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pero no quería hacerlo tan temprano. Así, siguió paseando sin rumbo. Fue hasta la playa cuando las nubes empezaban a descargar la lluvia y caminó por la arena hasta llegar a la orilla. Una pequeña ola estuvo a punto de atraparle, pero él se separó en el momento oportuno, y así con unas cuantas más. Se sentía como si hubiera rejuvenecido, pero a la vez su tristeza le inundaba y no le dejaba ver con claridad las cosas del mundo real.

    Cuando llegó la tarde, siguió por la ciudad sin saber a dónde ir para matar el tiempo. Le entró hambre, pero todas las tiendas estaban cerradas por ser domingo, y ni por todo el oro del mundo hubiera vuelto a su casa, aunque muchas veces estuvo tentado a ello. Al final, encontró una pequeña tienda en una de las calles que daba a la playa en la que vendían pinchos. Compró un bocadillo de tortilla justo antes de que cerraran, y eso le sirvió para saciar su apetito. Sin embargo, ya nada servía para combatirle la pena.

 

 

Como todas las tardes, Hyoga salió de su casa para dirigirse a la base de Toxic por si había novedades. Sabía que Daniel y Def tenían misiones propias en las que tenían que conseguir materiales para explosivos, y alguno más se encargaba de reunir información sobre la fabricación de estos. Pero él hacía unas semanas que no tenía nada que hacer, y se dedicaba a vagar por las calles y por el centro comercial perdido en sus pensamientos, como si no fuese suficiente sufrimiento el tener las manos vacías.

    Aún así, cumplía su papel en la banda como bien había prometido, intentando olvidar todo lo que hubo entre Shun y él. Era imposible, y lo sabía, pero tenía que intentarlo. No quería recaer de nuevo en su mirada y ponerle otra vez en peligro. Solo deseaba que estuviera sano y a salvo y, si no era mucho pedir, feliz, no como él, que desde entonces no había vuelto a sonreír.

   Llegó hasta el centro comercial abandonado y se encontró a Daniel en la entrada. Se extrañó al verlo ahí, pues desde que se le hubo asignado la misión había dejado de ir a la base por las tardes. Entonces, el pelirrojo le sonrió con indiferencia y fue a darle la mano. Hyoga hizo lo mismo, pero mantuvo el rostro inexpresivo.

—Hola, rubia —le saludó.

—¿Qué haces aquí? —Quiso saber.

—Relajarme un poco —sonrió con malicia—. Después de un duro trabajo uno siempre quiere tomarse un respiro.

—¿Es que acaso ya tienes el material? —Daniel asintió con orgullo.

—No fue difícil conseguirlo. Varios conocidos míos trabajan en los laboratorios —se encogió de hombros—, y tampoco es difícil robarles.

—Cuando quieres eres eficaz...

—Pero solo cuando quiero.

    Unos pasos interrumpieron su conversación, y ambos se giraron para ver quién era el que acababa de llegar. Se toparon de inmediato con la mirada penetrante de Johnny y su sonrisa burlona. Les saludó con un gesto de la mano y entró en el edificio sin decir ni una palabra.

—Parece contento —comentó Hyoga.

—Lo está. ¿Sabes que hoy tienes trabajo? —el rubio le lanzó una mirada inquisitiva—. Entremos.

    Subieron hasta el despacho de Johnny y entraron sin llamar a la puerta. En el sofá estaban sentados Def, Ronnie, Mark, y otros dos llamados Michael y Robin. Hyoga y Daniel cogieron unas sillas y se sentaron en uno de los laterales, observando, expectantes, a su líder, quien los miraba desde encima de la mesa con semblante aburrido.

—... entonces si seguimos unos días más, podríamos conseguir una buena mercancía —hablaba Def, refiriéndose a los materiales que había estado consiguiendo con Daniel.

—¡Denegado! —Exclamó Johnny—. Ya tenemos suficientes, ¿para qué queremos más?

—Porque igual sale mal y nos quedamos sin...

—No, no, no —le cortó—. Tenemos suficiente, además, es más complicado conseguirlo que utilizarlo. Si te pillan, ya sabes lo que toca —Def no dijo nada más—. Aún así, tengo que recompensaros a los dos. Habéis hecho un buen trabajo. Por otro lado, Robin y Mark, no puedo decir lo mismo de vosotros... Es sencillo espíar a una persona, pero no sé cómo vosotros lo habéis convertido en... no sé, prefiero no decir nada más. Os relevo de la misión. Ya me encargaré yo con... con Hyoga mismo —el rubio se sobresaltó. Hacía mucho tiempo que Johnny no le confiaba nada, y menos junto a él—. Así que ya podéis ir buscándoos algo que hacer para no aburriros.

—Tampoco lo hicimos tan mal —se quejó Mark—. Lo que pasa es que nos diste muy poco tiempo —replicó.

—¡Me da igual! Podría haber conseguido lo mismo que vosotros en una sola tarde, así que cállate de una vez, me molesta escucharte.

    El ambiente se tensó. Mark apretaba el puño derecho intentando contener la ira, y parecía que iba a saltar sobre Johnny de un momento a otro. Robin le echó para atrás en el asiento y le dio un codazo para que dejase de hacer el tonto.

—Podemos espíar a su esposa, eso será más fácil —propuso Robin.

—Genial, habéis averiguado que tiene esposa. Sois de gran ayuda, muchachos —suspiró—. No, dejadme en paz, y a ella también.

—Podría estar ayudándole con la investigación —insistió.

—Ummm, sí, podría ser. Pero si es así, os sería tan difícil de espíar como a él mismo. Y si no es así, ¿qué nos importa su esposa?

—Johnny tiene razón —interrumpió Hyoga—. El tipo sabe cuidarse, es inteligente, eso está claro, lo más probable es que no le haya contado nada a su esposa. A no ser que ella también trabaje de poli.

—En ese caso... —empezó Johnny—. Está bien, investigadla a ella si eso. Hyoga y yo nos encargaremos del gordo.

—Verás cómo estabas equivocado conmigo —dijo Mark.

—Sí, sí, lo que tú digas —se hizo un silencio incómodo—. Bueno, ¿y a qué esperáis? Largáos a investigar —les instó, con un tono de voz como si hablase con tontos.

   Mark y Robin se levantaron del sofá y salieron del despacho. Tras eso, Johnny rio de una forma perturvadora y se calmó después para continuar hablando.

—Dos menos. Veamos, Def, Daniel, encargáos de conseguir más materiales para los explosivos.

—¿Pero no decías que teníamos suficientes? —Preguntó el pelirrojo, confuso.

—He cambiado de opinión —hizo una mueca con la boca—. ¿Algún problema?

—Ninguno —se paresuró a contestar.

    Hyoga miraba a Johmmy sin enterder realmente lo que pretendía. Tenían un plan y lo estaban llevando a cabo, pero si el moreno pensaba hacer algo más después de eso, él lo ignoraba por completo, y desde luego todos los demás también. ¿Qué tienes en mente, Johnny?

—Bien, pues conseguidlos. Hyoga —lo llamó, sobresaltándolo—, vámonos —se levantó de la mesa poniéndose la gorra que había dejado a un lado.

—¿Ahora?

—Ahora —asintió—. Espero que cuando vuelva no esté todo tirado por los suelos —les dijo a los demás.

   Salieron del despacho y Johnny lo guio hacia una especie de almacén. Entraron encendiendo una tenue bombilla y el moreno buscó dentro de una caja unos prismáticos que se colgó al cuello. Sacó otros y se los tendió a Hyoga, quien se los colocó también. Salieron de allí cerrando con llave y se dirigieron a la entrada. Johnny cogió su gabardina negra y se la puso a pesar de que no hacía mucho frío. Hyoga cogió su mochila y su chaqueta.

—Mira —le dijo Johnny sacando una pistola de un bolsillo interior de la gabardina.

—¿Para qué la llevas? ¿No es muy arriesgado? —Preguntó sin mucho interés.

—Este tipo es peligroso, Hyoga, al menos para nosotros. Puede que sepa que lo tenemos en el punto de mira, así que no me voy a arriesgar a que nos disparen primero —Hyoga asintió, conforme.

    Caminaron por las calles desérticas de alrededor, y poco a poco comenzaba a aparecer la gente por las más transitadas. A veces les miraban, otras, simplemente, apartaban la visión, indiferentes. A Johnny le encantaba que le mirasen los ojos de los demás, pero al mismo tiempo, lo odiaba. No quería que le descubriesen nunca, aún así le gustaba llamar la atención. Hyoga sabía que el moreno estaba lleno de sentimientos contradictorios, y pocas veces acertaba cuáles iban a salir ese día a la luz.

 Continuaron andando y Hyoga ya comenzaba a impacientarse. Se preguntaba una y otra vez a dónde le estaba llevando Johnny, hasta que este se paró en una plazuela arbolada y se sentó en uno de los bancos. El rubio se sentó a su lado sin decir ni una palabra.

—El tipo sale de la comisaría todos los días sobre las diez de la noche —dijo Johnny—, así que tenemos tiempo para los dos.

—¿Cómo que tiempo para los dos? —Quiso saber, molesto.

—Para hablar, ya sabes, esas cosas que hacen los amigos—Hyoga arqueó una ceja y le miró directamente a los ojos. Johnny se quitó la gorra y se frotó el flequillo, apartándolo de su frente—. ¿Qué pasa? ¿Y esa mirada asesina? —Rio.

—¿Qué pretendes? —Le preguntó por fin.

—¿Cómo que qué pretendo? —Ahora era el moreno el que no entendía.

—¿Por qué quieres más materiales? ¿Por qué después de tenerme semanas sin hacer nada quieres que venga yo contigo?

—Hyoga... ¿acaso está prohíbido? Lo de los materiales ya lo dije, y el porqué de que te tenga conmigo... bueno, creo que eres el indicado para ello —se encogió de hombros restándole importancia y desviando la mirada.

—Pues seguramente tengas razón, como siempre, pero no me pienso creer una sola palabra.

—Oh, vamos —le pidió, mirándole a los ojos—. Me gusta estar contigo, es divertido, y eres el único que... de alguna manera, me infunde confianza. ¡Sí! Sé que suena raro que te diga esto ahora, pero así es. Desde que te separaste de aquel jovencito has cumplido con todo lo que has dicho, y eso me gusta. Vuelves a ser el de antes, aunque también me gusta tu rebeldía. Sí, creo que eso es lo que más me gusta de ti —a medida que hablaba se iba a cercando más y más a Hyoga hasta que se dejó caer sobre sus piernas, boca arriba. Cerró los ojos para disfrutar del momento y el rubio no supo qué hacer—. Sí, eres agradable —continuó—. Me pasaría así la tarde y la noche enteras, pero hay trabajo que hacer —volvió a abrir los ojos, clavándolos en el cielo gris—. Además, va a llover. Cuanto antes acabemos, mejor.

—Como tú digas —contestó, molesto.

—No te pongas así —alzó una mano y le pasó un dedo por los labios—. Nos lo pasaremos bien hoy —paseó su lengua por la boca, como saboreando a Hyoga, quien lo miraba con expresión extraña.

 

 

La lluvia caía sobre su cabello hasta llegar al suelo, pero no le importaba. En realidad, le refrescaba el alma, como si estuviese purgando todos sus pecados. Por fin estaba cayendo la noche en la ciudad, el momento que más había esperado desde hacía varias semanas y, al mismo tiempo, el momento que más había temido que llegara.

    Recorría una estrecha carretera peatonal que subía como un pequeño monte a las afueras de la ciudad. Se había pasado todo el día caminando sin rumbo hasta que llegó la hora de enfrentarse a su destino. Tenía mucha hambre, pues después del bocadillo no había comido nada más, pero no le importaba. Pronto dejaré de sentir nada.

    Subió por el camino hasta que llegó a la cima del acantilado que había observado desde el paseo de la playa con su hermano el día anterior y él mismo una y otra vez antes de recorrerlo esa noche. Entonces, fue acercándose hasta el borde, despacio, como si se arrepintiese de la decisión que había tomado, pero todos los terribles recuerdos de su vida acudieron a su mente, levantándole otra vez los ánimos de terminar con todo de una maldita vez.

    Se asomó, temeroso, y escuchó atentamente el rugir de las olas estrellándose contra el pedregal. Sonaban furiosas y ardientes en deseos de llevarse con ellas una vida. Shun estaba dispuesto a ofrecerles la suya, pero cuando quiso dar el paso definitivo, se paró en seco y se sentó sobre la hierba mojada. No puedo... pero tengo que hacerlo. Tengo que acabar con todo, es lo mejor. Es lo mejor para todos... se recordó, pero sus palabras se oían vacías en su mente. Ikki, hermano... perdóname, pero tengo que dejarte. No puedo continuar así, nada me ata ya a este mundo... tú eres la única persona que me ayuda a vivir, pero... oh, Ikki, es tan difícil afrontar la vida cuando es así... Pero algún día tú conseguirás librarte de él y ser feliz, lo sé, lo sé perfectamente. Eres fuerte, eres valiente, lo lograrás, estoy completamente seguro de ello. Pero yo soy demasiado débil para continuar. Mi corazón no deja de llorar, día y noche... Las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas, mezclándose con el agua de la lluvia. Parpadéo varias veces para contenerlas, pero fue imposible. No llores por mí, hermanito, yo quiero que seas feliz...

    Se quedó allí sentado, despidiéndose de su hermano e intentando armarse de valor para saltar a las rocas.

 

 

Johnny había guiado a Hyoga hasta una calle oscura, alumbrada por alguna que otra farola. Se escondieron entre dos coches, abrigados por la negrura de la noche, y ambos se colocaron los prismáticos para ver mejor la escena: una de las comisarías de la ciudad continuaba abierta, aún siendo domingo, y un hombre aguardaba de espaldas a ellos frente a un ordenador, escribiendo. Johnny le hizo una señal a Hyoga y se acercaron un poco más al edificio. Se ocultaron tras unos contenedores de basura y volvieron a mirar a través de los prismáticos. El moreno sonrió, satisfecho, y Hyoga se preguntó qué había visto. Entonces se fijo: en la pantalla del ordenador, aunque borroso, podía leerse el nombre del caso que estaba investigando: banda callejera de jóvenes. Incendian un establecimiento de comercio. Asaltan varios puestos en la feria local. Asesinado uno de sus miembros en el muelle tras haber sido arrestado e interrogado por la policía.

—Es él —susurró Johnny—. Moreno, alto, bien peinado, tez clara, algo de barriga, de traje —empezó.

—¿Averiguaron esos inútiles su nombre? —Preguntó Hyoga.

—¡Por favor! Tú mismo te contestas a esa pregunta. Intentaron seguirle hasta su casa, pero había demasiada gente en la calle y le perdieron de vista. Lo único que saben es que su mujer viene por las tardes y está un rato con él.

—¿Y no la siguieron a ella? —Preguntó, atónito.

—Ya te dije que hay personas poco inteligentes. Más les vale encontrarla, aunque en realidad les dije eso para que me dejasen en paz —Hyoga lo miró, intrigado.

—¿No crees que es algo arriesgado?

—Sutiles no sé, pero sus excusas son... ¡exquisitas! —Se llevó una mano a la boca haciendo un gesto de satisfacción—. Confío más en Robin que en Mark, tiene más luces —comentó mientras se llevaba los prismáticos de nuevo a los ojos.

—¿Me estás diciendo que si les pillan se salvarán por las excusas? —Preguntó, cada vez más estupefacto.

—Te estoy diciendo que me paso por donde tú sabes lo que hagan. Quería perderles de vista, eso es todo.

—Aún así, es arriesgado —continuó—. Deberías haberles dicho que no hicieran nada de momento.

—Mira —le dijo, volteándose hacia él—, si consiguen algo, perfecto, y si no, confío lo suficiente en ellos para que sepan reparar sus errores solitos. Así que cállate de una vez y sigue investigando.

—Creo que va a salir —le dijo, sin mostrar el menor interés.

—¿Cómo dices? —Preguntó el moreno, sorprendido, y se colocó rápidamente los prismáticos.

—Que se va —especificó sin necesidad.

—Tienes razón, ha cogido las llaves —hizo una mueca con la boca—. Cuando salga de ahí le seguiremos por esta calle —salió de entre los contenedores y se sentó sobre el escalón de un portal.

    La calle estaba poco concurrida y nadie parecía, o no quería, percatarse de su presencia, por lo que no les estaba siendo nada difícil llevar a cabo el plan.

—Ya salió —le susurró Hyoga, impaciente.

   Johnny se levantó y ambos empezaron a seguir al hombre. Se le notaba despreocupado y nunca apartaba la mirada del camino que tenía delante. Giró en una de las calles a su derecha y Johnny maldijo por lo bajo al perderle de vista, pero Hyoga le tranquilizó guiándolo por donde se había ido.

    En uno de los momentos, el hombre se paró en frente de un escaparate de ropa masculina a observar un traje blanco. Lo miró de abajo arriba y luego continuó la marcha.
Siguieron así unas cuantas calles más, y a Hyoga le pareció que estaban andando en círculos. Entonces, el hombre se dio la vuelta y los miró percatándose de su presencia. Johnny siguió caminando y Hyoga con él, fingiendo que nada estaba pasando. Adelantaron al hombre y giraron en una calle para esconderse inmediatamente en uno de los portales. Tras eso, vieron que el tipo se iba por el lado contrario de la calle.

  Cuando estuvieron a una distancia prudente, se dispusieron a salir del portal, pero entonces un policía apareció detrás de ellos dando grandes zancadas. Hyoga intercambió una mirada con Johnny, y entonces el policía habló:

—¿Se puede saber qué estábais haciendo?

—¿Caminar? —Preguntó el moreno, sarcástico.

—¿Te crees muy gracioso? Estábais espiando a ese hombre.

—Espiar es una palabra muy fuerte, agente —dijo Johnny, y Hyoga le dio un codazo para que se callase.

—¿Dónde están vuestros carnés de identidad? Identificáos inmediatamente.

—Oh, vaya, me temo que nos los hemos olvidado —dijo Johnny encogiéndose de hombros.

—Vaya, me temo que voy a tener que deteneros —se la devolvió.

—Me vuelvo a temer que eso no va a ser posible, señor agente —el policía arqueó una ceja y se acercó a él para retenerle, pero Hyoga se situó detrás del hombre, cogiéndole las manos por la espalda para inutilizarle durante unos segundos. En ese tiempo, Johnny sacó la pistola del bolsillo de su gabardina y apuntó al agente a la cabeza tras asegurarse de que no había nadie más en la calle—. ¿Conoce a aquel tipo? —Le preguntó, y el policía negó con la cabeza, aterrado—. ¿Lleva cámaras ocultas o pinganillo? —volvió a negar—. Hyoga, asegúrate —el rubio le soltó las manos y comenzó a cachearle y a hurgar en sus bolsillos, pero no encontró más que la pistola del policía y la porra que llevaba colgada del cinturón junto con las esposas—. Perfecto —sonrió, y apretó el gatillo sin pensar.

    Hyoga se apresuró a coger la pistola del policía antes de que este cayera al suelo y luego echaron a correr por la calle lo más rápido que les permitían las piernas. La gente comenzó a salir a las ventanas y asomarse desde las otras calles, pero antes de que se percatasen de lo que había sucedido, Johnny y Hyoga ya habían escapado de allí.

 

 

Eran casi las once de la noche cuando Ikki regresó a casa, agotado y derrotado. Se había despertado por la mañana tras una pesadilla que se estaba prolongando hasta ese momento. Había visto que la cama de su hermanito estaba vacía, lo que le extrañó. Pero le pareció más raro todavía no encontrarle en ninguna habitación de la casa. Aún así, siguió sin darle demasiada importancia pensando que volvería dentro de poco, pero las horas pasaban y no había rastro de Shun. Entonces fue de nuevo a su habitación con la esperanza de que su hermano le hubiera dejado algún mensaje que explicara a dónde había ido, pero no encontró nada.

    Cuando entró de nuevo en su casa, con la cabeza gacha y el corazón resquebrajado, fue directamente a su habitación y se echó sobre la cama. Le había estado buscando durante toda la tarde-noche al ver que no volvía. Fue por la playa, por las plazas, por las calles más y menos concurridas, pero ni rastro de él. Pensó que algo malo le podría haber pasado, y con tanta ansiedad en su cuerpo no pudo evitar derramar alguna lágrima. Entonces, se levantó, secándose los ojos, y fue a buscar su reproductor de música para calmarse, ya que era demasiado tarde como para seguir buscándolo. Recordó que se lo había prestado a Shun el día anterior y abrió el primer cajón de su hermanito. Lo encontró sobre la libreta que le había regalado en el hospital y lo cogió, pensando, de súbito, en coger también el diario. Se fue a la cama y encendió el reproductor. Buscó una canción que le agradase y abrió la libreta por las primeras páginas en las que Shun describía su día a día en el hospital. Solo hablaba de él y de las enfermeras que le atendían y, de vez en cuando, escribía sobre sí mismo y lo que sentía. Fue pasando las páginas una a una y leyendo por encima hasta que llegó al mes en el que estaban. Las palabras de Shun sobre el papel se hacían cada vez más oscuras y tristes, e Ikki no pudo evitar que le diera un vuelco el corazón cuando su hermanito repetía varias veces que no quería seguir viviendo. En ese momento, fue cuando el mayor se sentó sobre el borde de la cama y apartó los cascos del reproductor para concentrarse mejor en la lectura mientras una lluvia de lágrimas acudía de nuevo a sus ojos. Cada palabra que leía le hacía sentir más estupefacto. No sabía qué le había pasado a Shun para estar tan destrozado, y no lo nombraba en el diario, pero sí decía todo lo quebrado que sentía su corazón, mientras latía inútilmente según él. Pensó que sería a causa de su madre y lo mucho que ambos la echaban de menos, pues la nombraba todos los días, pero ya había pasado mucho tiempo desde que ésta muriese y tan solo le había visto así los momentos tras la tragedia, en los que él mismo creía que no valía la pena seguir luchando. Aún así, sabía perfectamente que existían para ambos momentos de debilidad en los que la recordaban, a ella y toda la infancia que ahora les resultaba tan lejana, y era en esos momentos en los que más débiles e impotentes se sentían. Sin embargo, descartó esa idea junto con la de que fuese causa de su padre, pues este les odiaba, sí, pero ellos sabían que pronto se librarían de él. Entonces pensó que su pena se podría deber a algo que Shun nunca le había contado, y eso le entristeció tanto que dejó de leer unos minutos hasta recomponerse. Siguió pasando las páginas hasta que llegó a la del día anterior. Las palabras de Shun se habían convertido en riegos de tristeza, melancolía, dolor y sufrimiento, en las que ya solo contaba lo que sentía por dentro. Continuó leyendo ese último día y su corazón se aceleró tanto que temió que se le fuera a salir del pecho.

    Contuvo el aliento y se levantó estrepitosamente de la cama, con la libreta aún en las manos. Después, dejó la libreta sobre su cama rápidamente y fue al pasillo. Cogió su chaqueta, las llaves, y salió corriendo del edificio.

 

 

La lluvia seguía cayendo sobre él mientras continuaba sumido en sus pensamientos, sentado sobre la hierba. Pensaba en Hyoga. Pensaba en Ikki. Pensaba en su madre. Pensaba en sus amigos e incluso pensaba en su padre. Se iba despidiendo de ellos con tranquilidad, alargando el momento, al tiempo que entrelazaba sus manos nerviosas entre sí y se pasaba una de ellas por el pelo mojado para apartárselo de la cara.

   Sentía que su corazón latía más rápido que nunca e intentó calmarse, pero nada de lo que veía a su alrededor le dejaba pensar en otra cosa que no fuera en lo que estaba a punto de cometer.

 

 

Johnny dejó de correr, jadeante, y dio varios resoplidos apoyando las manos en sus rodillas. Hyoga también estaba agotado. Había comenzado a llover fuertemente y estaban empapados de los pies a la cabeza. Entonces, el moreno comenzó a caminar por la calle con pasos grandes y apresurados. Se paró en frente de un portal poco iluminado y sacó unas llaves de su bolsillo. Abrió la puerta e instó a Hyoga a que le siguiera, quien obedeció no muy convencido.

    Subieron hasta el tercer piso y entraron en una de las casas. Johnny cerró la puerta tras de sí y encendió la luz, iluminando un bonito pasillo que giraba hacia la derecha y continuaba hasta el final dando a las puertas de las habitaciones.

—Aquí nadie puede seguirnos. Ven, pasa a ese cuarto, te llevaré una toalla —le dijo, dejando la gorra mojada sobre una mesita de madera y revolviéndose el pelo para secarse.

   Hyoga entró en la habitación que le había dicho. No era muy grande, pero estaba bien acomodada. A la derecha había una estantería repleta de libros de intriga y suspense. Tenía, también, una vitrina donde había fotos enmarcadas y alguna que otra figurilla de porcelana y cristal.

    El rubio pasó la mirada por todas las fotos, y descubrió a Johnny en todas ellas, pero con muchos años menos, en la mayoría con otras dos personas que pensó serían sus padres.

    Johnny entró en ese momento en la habitación cargando con dos toallas. Una de ellas se la tiró a Hyoga, quien la cogió al vuelo.

—Por favor, no mires esas fotos, que me da vergüenza —le pidió.

—¿Por qué me traes a tu casa? —Le preguntó, atónito.

—Porque la tuya está muy lejos y llovía como mil demonios —le contestó restándole importancia al tiempo que se secaba el pelo y se quitaba la camiseta mojada.

    Hyoga se sonrojó al ver la espalda del moreno, pero intentó mantenerse alejado de los pensamientos que tanto odio le causaban. Pero Johnny se quedó así y se giró, sentándose sobre el borde de la cama y mirándole a los ojos, con expresión de inocencia.

—Sécate, que vas a resfriarte —le dijo.

    Hyoga se llevó la toalla a la cabeza y comenzó a secarse el cabello rompiendo el contacto visual. Cuando terminó, Johnny le lanzó un cepillo para que se peinase.

—Ese policía... —empezó—. Me asustó, pensé que sería un guardaespaldas o algo por el estilo, pero parece que la investigación la está llevando ese tipo muy en secreto. Eso es bueno, relativamente. Por un lado tenemos a alguien que nos persigue, pero por el otro, solo es una persona...

—No podemos descartar que su mujer sepa algo —intervino Hyoga.

—No lo descarto, de momento. Lo malo es que tendremos que espiarle por lo menos un día más para saber dónde vive...

—Creo que podría no ser necesario.

—¿Cómo dices?

—No llevaba maletín ni mochila ni nada por el estilo, sólo su traje. Lo más probable es que toda la información que recopila sobre nosotros esté únicamente en su ordenador en la comisaría.

—Podría llevar los documentos en un lápiz de memoria —le replicó, y Hyoga se mordió el labio inferior, pensativo—. En ese caso lo tendríamos todo muy difícil... Aunque no me apetece pensar en ello ahora mismo.

—A mí tampoco.

—Descansemos un rato. Aún estoy exhausto de tanto correr. ¿Quieres que te prepare algo? —Le preguntó.

—No, gracias.

   Johnny salió de la habitación dejándole a solas de nuevo. Cuando regresó, lo hizo con dos tazas de café humeante llenas hasta arriba.

—Te dije que no quería nada —protestó el rubio, pero cogió la suya de buena gana y bebió largamente.

—Ya veo, ya. Espero que no te desagrade. Normalmente es mi padre quien hace el café.

—¿Dónde están tus padres, por cierto? —Le preguntó sin saber muy bien por qué.

—Qué más da dónde estén, lo importante es que aquí no —dijo encogiéndose de hombros.

    Hyoga se preguntó si los padres de Johnny sabrían toda la historia que había detrás de Toxic, y quiso preguntarle al moreno, pero se mordió la lengua para no hacerlo. Tenía algo de frío allí y vio que la ventana estaba semiabierta. Se acercó a ella y la cerró del todo.

    Acabaron de tomar el café y Hyoga fue a sentarse en la silla del escritorio, pero Johnny le hizo señas para que se sentase a su lado. Si bien ya de antemano estaba nervioso, ahora el corazón le ardía y palpitaba rápidamente. El moreno se dejó caer sobre las piernas de Hyoga, como hubo hecho en el parque, pero esta vez alargó su brazo hasta el cuello del rubio y le hizo inclinarse sobre él para besarle.

 

 

Las luces de la ciudad se veían como pequeñas estrellas en sus ojos llorosos. Sentía que cada una de ellas le llamaba para que regresase a su vera, pero la oscuridad que le carcomía era demasiado fuerte y no le dejaba deshacerse de ella.

   Se había levantado, por fin, de la hierba, pero no se había atrevido a dar un solo paso hacia la orilla del acantilado. Aún estando completamente convencido de que saltaría al vacío para acabar con su vida, había algo que le retenía allí de pie y no le dejaba avanzar.

 

 

Los besos y las caricias se prolongaron durante largos minutos entre ellos. La piel de Johnny ardía como el fuego, y los ojos de Hyoga le recorrían de arriba abajo mientras enredaba una mano en el pelo castaño y con la otra jugaba a desvestirle.

 

 

El primer paso que dio le costó media vida. El segundo fue más sencillo.

   El viento soplaba de frente y le echaba el pelo hacia atrás al mismo tiempo que las gotas de lluvia se frenaban en su rostro.

    Shun no había dejado de llorar, y sus ojos estaban rojos y rotos. Le temblaban los labios mientras intentaba susurrar algunas palabras que nadie escucharía, pero que a él se le hacían tan pesadas como mil rocas.

    Ojalá pudiera volar, así cuando mis pasos queden por el aire, podría seguir caminando sin suelo. Y volaría lejos. Volaría muy lejos, a un lugar donde pudiera ser feliz.

 

 

Las sábanas se iban enredando bajo sus cuerpos mientras el placer se apoderaba de ellos. La sangre de Hyoga hervía mientras Johnny quedaba cautivo debajo de él, y resoplaba con fuerza cerrando los ojos y volviéndolos a abrir, susurrándole al rubio que no había en el mundo nadie como él.

 

 

Por fin había llegado el momento que tanto había anhelado. Por fin dejaría de sufrir. Por fin podría reunirse con su madre en el cielo. Y sería feliz junto a ella. Nada deseaba más que eso.

   Sus piernas le llevaron hasta el final del acantilado, temblorosas, y lo primero que hizo fue mirar hacia abajo, escuchando el rugir de las olas y la furia del viento chochando contra la roca.

 

 

Johnny se desasió del abrazo de Hyoga para hacerle sentarse sobre la cama apoyado en la pared. Le besó los labios y paseó sus manos juguetonas por el cuerpo del rubio. Ambos se entrelazaron de nuevo, uniendo una pasión que había nacido entre ellos hacía tiempo. Cumpliendo con un deseo que les carcomía por dentro.

 

 

El último paso era el definitivo, el que de verdad importaba. Mamá, iré contigo por fin, después de tanto tiempo buscándote... Espérame allí, ¿vale? Quiero verte de nuevo. Deseo verte de nuevo. Ojalá no te hubieras ido nunca de nuestro lado. Todo sería tan diferente...
    Ikki, perdóname...

    Cerró los ojos para dejarse llevar por el viento, pero éste le trajo desde la lejanía una voz que le llamaba desesperadamente. Sin embargo, Shun se aventuró a dar ese último paso cuando algo le agarró de la chaqueta y le hizo caer al suelo.

 

 

Se echaron sobre la cama, mirando hacia el techo, el uno al lado del otro, tras haberse entregado mutuamente en una explosión de deseo.

   Johnny se volteó y posó con tranquilidad la cabeza sobre el pecho desnudo de Hyoga, quien le abrazó contra él.

—Tenía razón —susurró el moreno.

—¿En qué? —Preguntó Hyoga, también en un susurro.

—En que eras especial para mí.

 

 

Los brazos de Ikki lo abrazaban con fuerza mientras éste temblaba entre ellos y lloraba con ímpetu con la lluvia aún cayéndole por encima.

—Shun, Shun... —lo llamó, intentando devolverle al mundo real desde la pesadilla en la que había caído—. Shun por favor, no te vayas de mi lado —le suplicó, con las lágrimas resbalando por sus mejillas.

—No... no, Ikki, no. No me iré, no me iré... —le contestó desesperadamente—. No me sueltes. No me dejes caer.

—No dejaré que te caigas, hermanito. Jamás permitiré que te alejes de mí.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, espero que les haya gustado. Es un poco fuerte e_e, y muuuy oscuro, como a mí me gusta jeje...

Opinad a ver qué os pareció ^v^


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