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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Capítulo 11 de Si pudiera volar. Me ha llevado más escribirlo por irme de vacaciones, volver y empezar las clases en la universidad... perdón! ^^ Espero que lo disfruten, pues es el penúltimo. Espero no tardar mucho en subir el capítulo final :D :D que me emociona mucho solo de pensarlo!!!!

La luz de los primeros rayos de sol se coló por las rendijas de las ventanas y poco a poco llenó la habitación de los dos hermanos. Dormían plácidamente sobre la misma cama, habiéndose acostumbrado a ello desde que Shun intentó irse del lado de su hermano mayor.


    Habían pasado casi dos semanas desde lo ocurrido, e Ikki no se despegaba de Shun ni siquiera para ir a clases. Le acompañaba hasta la puerta de su aula y le iba a buscar todas las tardes para volver con él a casa, aún teniendo que salir de sus propias clases unos minutos antes. No le importaba, en realidad. Lo único que deseaba era tener a su hermanito junto a él para protegerle y no perderle de verdad. Shun tardaría muchísimo tiempo en recuperarse de aquel día y de todo el dolor que le amenazaba todas las horas. Ikki lo sabía perfectamente, pero hacía todo lo posible para sonsacarle la mínima sonrisa.


    Esa mañana de viernes, el mayor esperó a Shun a la puerta de su escuela, apoyado sobre la pared con la mirada clavada en el suelo, meditabundo. Pensó en todas las cosas que habían sucedido entonces, y no pudo evitar, de alguna manera, sentirse irremediablemente culpable por ello. Si fuese un mejor hermano hubiera conseguido hablar con Shun sobre cómo se sentía, esquivando sus intenciones de acabar con su vida, pensaba, pero le había fallado. No hacía más que fallarle.


   Shun salió del colegio unos minutos después y se reunió con él en la entrada. Se despidió de Shiryu y de Seiya con una sonrisa para volverse hacia su hermano.


—¿Cómo ha ido? —Preguntó Ikki, y Shun se encogió de hombros. Desde aquel dramático día, el menor apenas intercambiaba algunas palabras con el resto del mundo—. Interpretaré que bien —le sonrió ampliamente, contagiándole una leve sonrisa a Shun.

    Llegaron a casa sin prisa y dejaron las cosas recostadas sobre la mesa de estudio. Ikki salió de la habitación y se puso a preparar la comida mientras Shun se sentó sobre su cama con su diario entre las manos, mirándolo con serenidad. Pasó las páginas rápidamente hasta detenerse en las últimas. No había vuelto a escribir nada desde aquel fatídico domingo.

 

[...] y ya nada tiene sentido para mí. Todo es del color de la oscuridad en mi corazón, y desearía, con toda mi alma, estar en el cielo con mamá. No me queda nada aquí salvo Ikki y mis dos mejores amigos, pero soy incapaz de contarles nada. Me da miedo hacerlo. En realidad, me da miedo ahora mismo todo lo que me rodea. Nada es capaz ya de hacerme feliz.

    Pensé que había encontrado una razón por la que vivir. En verdad pensé que Hyoga había aparecido en mi vida para cambiarla. Yo le quería... y le quiero, muchísimo. No me lo puedo sacar de la cabeza, ni por el día ni mientras duermo. Pero todo esto ya no tiene sentido. Nada de lo que pensé se va a cumplir ya.

    No sé cómo reaccionará Ikki cuando yo ya no esté, pero es que no puedo aguantar tanta tristeza junta. Me carcome por dentro como una sombra que se esparce por las calles hasta consumir toda la luz. [...] y decidí entonces que lo mejor es que me marche cuanto antes. La noche de mañana, si puede ser.

    Miré el acantilado desde el paseo de la playa y parecía estar hecho para mí. Me llamaba con una voz dulce y engañosa, y me engatusó por completo. Las rocas son afiladas en el fondo y las olas las sacuden todo el tiempo. Si me caigo por él, el agua no tardaría en ocultarme y el frío viento vendría a recogerme para llevarme volando hacia las alturas. No hay nada que anhele más que eso.

    Mamá, perdóname. Sé que nos dijiste que debíamos ser fuertes, pero yo ya he llegado al límite de mis fuerzas. Espero que puedas comprenderlo. No te preocupes, pronto volveré a estar a tu lado y seremos felices juntos.

   Ikki, gracias por toda esta vida que he compartido contigo. Eres la persona más increíble y el mejor hermano que se puede tener. Vive intensamente y sé fuerte por los dos. No te olvidaré nunca. Jamás.

    Hyoga, siento mucho que hayas tenido que marcharte. Me duele tanto en el alma... perdóname tú también, no fui capaz de superar tanto sufrimiento después de creer que tú vendrías a salvarme. Espero que estés feliz con Johnny y lo sigas siendo para el resto de tus días.

    Amigos, os llevaré siempre en el corazón. Shiryu, siempre fuiste el amigo que todo el mundo querría tener. Gracias, muchas gracias por haberte preocupado tanto por mí. Y Seiya, gracias a ti por sacarme una sonrisa con tus tonterías. No sabes lo agradable que es sonreír contigo.

    Papá... sé que en el fondo aún guardas amor y cariño en tu corazón. Confío en que el tiempo te devuelva el recuerdo de cuando juntos éramos felices [...].

 

 

Dejó de leer al tiempo que las lágrimas se iban amontonando en sus ojos y escuchaba la voz de Ikki llamándole desde la cocina. Recordó la conversación que había mantenido con su hermano unos días luego del incidente. Ikki había leído su diario, había llorado con él y se había llenado de curiosidad por saber quién era Hyoga. Entonces Shun le contó, evasivo, que era un amigo de Shiryu y Seiya que hubo conocido un día que salieron los tres juntos y del que se hubo enamorado poco después. Ikki, algo molesto, le había mirado con el entrecejo fruncido, pero le sonrió tras unos cortos segundos y le abrazó con fuerza, temiendo que éste se fuera a escapar de nuevo.

    Entró en la cocina y se sentó a la mesa al tiempo que su hermano colocaba los platos sobre ella. Comieron tranquilos y se relajaron un rato en el salón aprovechando que su padre hacía dos días que no pasaba por casa.

—¿Te apetece ver una película esta noche? —Le preguntó Ikki mientras pasaba los canales sin entusiasmo.

—Como quieras, hermano.

—Voy a buscar a ver si en esa estantería hay algo interesante —se levantó del sofá y se puso a rebuscar minuciosamente—. ¿Qué te parece esta? —Le enseñó una que se titulaba La suerte de tenerte. Shun ladeó la cabeza e Ikki siguió buscando.

    Al final, ambos se decidieron por una película de aventuras que no parecía ni muy buena ni muy mala. El mayor la posó sobre la mesa para acordarse y volvió a sentarse junto a Shun.

—¿No tienes deberes?

—Sí.

—Yo también. ¿Quieres que los hagamos aquí? —El menor asintió—. Ya traigo yo las mochilas.

    Estuvieron hasta las seis de la tarde estudiando y resolviendo ejercicios de matemáticas al tiempo que Ikki le planteaba alguna cuestión, entre divertido y prepotente. Cuando terminaron, guardaron todas las cosas y se vistieron para salir a comprar comida para el día siguiente.

—Espaguetis está bien —le respondió Shun cuando le preguntó qué quería tomar mañana.

—Pues habrá que comprarlos. Y algo para hacer la salsa. ¿Qué te parece una con bonito, champiñones, tomate...?

—Me gusta así —asintió sonriente.

 

 

Caminó con Daniel despreocupadamente entre el gentío de las calles. Habían salido juntos de la base tras una reunión concertada por Johnny sobre los próximos planes, y le había fastidiado bastante descubrir que esos futuros planes ni siquiera tenían un plan en sí. Al menos, pensó, había tenido una excusa para salir de casa y no tener que aguantar a sus padres, con los cuales cada vez tenía más problemas.

—¿Y tú qué crees? —Le preguntó el pelirrojo, sobresaltándolo.

—¿Eh?

—Que qué crees que se le pasa por la cabeza a ese imbécil.

—Yo qué sé. Es Johnny, ni él mismo sabe lo que pasa por su mente.

—Bueno, algo ha de saber —dijo Daniel—, si no, no estaría al mando.

—Prefiero no hablar de él —visualizó el cuerpo desnudo de Johnny bajo el suyo propio y cerró los ojos, suspirando e intentando no ruborizarse.

—¿Por qué? —Quiso saber—. ¿Acaso te ha pasado algo con él? —Sonrió de forma maliciosa.

—¿Eres idiota? —Le preguntó, molesto—. ¿Qué iba a pasar?

—Yo qué sé —le imitó.

    Siguieron andando en silencio por las transitadas calles. Se notaba que era viernes por la tarde. La mayoría eran adolescentes en pequeños y grandes grupos, chillones y molestos que ocupaban de una acera a otra. De vez en cuando se encontraban con algún viejo que paseaba cogido de la mano de su pareja e intentando pasar por entre los jóvenes con mala cara.

—Bueno, yo me largo por esa calle —dijo Daniel.

—¿Dijo algo Johnny sobre esta noche? —El pelirrojo negó con la cabeza.

—De todas formas yo me pasaré. Johnny siempre tiene algo que decir.

—¿Y si no está? —Preguntó sin interés.

—Pues al menos es mejor que estar en mi habitación.

—Creo que es la primera cosa con la que coincido contigo —sonrió sin poder evitarlo, y Daniel con él—. Yo también me pasaré esta noche —le tendió la mano y la estrecharon amistosamente.

    Cuando se dieron la espalda, Hyoga continuó recto hasta el final de la calle, girando a la derecha. Reparó entonces en que esa calle le resultaba familiar, y se recordó a él mismo y a sus compañeros de Toxic corriendo por ella para evadir a la policía que les perseguía tras quemar un establecimiento.

   Siguió por ella evocando sus pies sobre el suelo de aquella vez, y recorriendo el mismo camino, se paró cerca de una tienda, observándola con mirada ausente y el cuerpo en tensión.

    Antes de continuar caminando luego de recordar el día en que había conocido a Shun, se le aceleró el corazón hasta un ritmo agobiante. El joven salió de la tienda cargando con una bolsa al lado del que pensó que sería su hermano Ikki.

    Rápidamente, se ocultó en el interior de un portal y rezó para que se fueran por el otro lado. No supo si por suerte o por desgracia, pero así fue. Cuando pensó que ya estaban lo suficientemente lejos, salió del portal y los observó alejarse. Miró a Shun de arriba abajo, y de pronto le asaltó una duda tan grande como el cielo. Al mismo tiempo, su cuerpo comenzó a temblar y un sudor frío le resbaló por la frente.

    Shun era hermoso. No, era más que eso.

    De súbito, todos los momentos que había pasado junto a él acudieron a su mente como una marea en crecida. Revivió cada beso, cada caricia y cada mirada que intercambiaron hacía, a su parecer, muchísimo tiempo.
Los días le habían ido arrebatando poco a poco aquellas tardes que disfrutó con él, las mañanas en el hospital y las noches paseando bajo la luz de las estrellas y la luna.

    En ese momento, no existía en el mundo nada que anhelase más que acercarse a él y abrazarle con fuerza. Quería pedirle perdón. Quería llorar y demostrarle que sentía con todo su corazón haberse separado de él. Pero sabía que eso no era posible. No podía regresar.
Cuando el gentío y la distancia ocultaron a los dos hermanos, Hyoga se sintió como la única persona en el universo, sola y fría, sin nada a su alrededor en lo que apoyarse.

 

 

Tras guardar toda la comida que habían comprado en la nevera y los armarios, Shun fue al baño a darse una ducha. Cuando salió, con la toalla en la cabeza, dejó entrar a Ikki y le esperó tranquilamente sentado en el sofá, pensando en sus cosas con la mirada perdida en la pantalla de la televisión apagada.

—Me moría por darme una ducha —le dijo Ikki cuando terminó a la vez que se frotaba el pelo con su toalla—. Voy a por la bolsa de cacahuetes. ¿Puedes ir poniendo la película? —Shun asintió con un ligero ladeo—. Gracias.

   Pusieron la película y se acomodaron sobre los cojines. Ikki pelaba cacahuetes y se los tendía a su hermanito, quien los cogía despacio como movido por un sueño. El mayor pensó que se quedaría dormido de un momento a otro, y dejó la bolsa de cacahuetes sobre la mesilla para atraer a Shun hacia sí y rodearle en un tierno abrazo. Le besó el cabello y siguió mirando a la pantalla. A Shun se le iban cerrando los ojos poco a poco, y ni las escenas más movidas le inmutaban o le quitaban el sueño.

 

 

Antes de que terminase, el menor ya estaba completamente dormido. Ikki se dio cuenta casi al final, y pensó en despertarle, pero no lo hizo. Lo contempló mientras seguía manteniendo el abrazo y le besó varias veces más en la cabeza, depositando todo su cariño en cada uno de los besos.

    Reprendiéndose a sí mismo, decidió despertar a Shun para que fuera a la cama. Éste abrió despacio los ojos y pareció desconcertado, pero pronto recordó lo que estaban haciendo antes de quedarse dormido. Hizo caso de Ikki y se fue, bostezando, a la cama. Como las noches anteriores, eligió dormir en la de su hermano.

 


Llegó a su casa sobre las nueve de la noche. Abrió la puerta con la mano temblando y entró cerrándola con cuidado. Fue directo a su habitación sorprendiéndose a la vez que suspiraba de alivio al comprobar que no había nadie allí. Aún así, se extrañó. Sus padres no solían salir a esas horas de casa, aunque por otra parte era viernes noche, así que podrían estar de fiesta por ahí. De todas formas, a él no le importaba lo más mínimo.

   Sacó su ordenador portátil del armario y lo encendió. No solía usarlo mucho, y cuando lo hacía, era, la mayor parte del tiempo, para escuchar música.

    Entró en su carpeta y puso todas las canciones que había en ella en el reproductor. Le dio al play y se levantó de la silla enérgicamente. Subió el volumen de los altavoces hasta más de la mitad y se quedó de pie en el centro de la habitación mientras la música iba invadiendo toda la casa.

    Cuando tocaban canciones fuertes, Hyoga las cantaba con energía y movía todo el cuerpo agresivamente, como intentando liberarse de toda la presión que sostenía sobre sus hombros. Cuando las canciones eran lentas y melancólicas, se quedaba quieto o se sentaba sobre el borde de la cama, escuchando la letra con atención y escondiendo el rostro entre el pelo rubio que le caía hacia adelante. De vez en cuando se le cayó alguna lágrima que no pudo contener y, mientras retomaba el otro ritmo de canciones, lloraba con fuerza a la vez que se liberaba cantando.

    Estuvo así hasta que dieron las diez y media de la noche. Entonces, apagó el ordenador, bajó la tapa y lo volvió a guardar. Fue al baño y comió alguna galleta para saciar su apetito. Se colgó la mochila a la espalda y salió de casa de nuevo, directo a la base de Toxic.

 

 


De las oscuras nubes caían en intervalos cortos densas gotas de lluvia que terminaron por calarle toda la ropa mientras caminaba. Cuando llegó a la base, deseó, en vano, que hubiesen instalado allí una ducha con agua caliente. Al menos no hacía tanto frío como en invierno.

    Se encontró a Daniel en el despacho, sentado en el sofá mirando a la pantalla de su móvil.

—Por una vez que no traigo paraguas... —se quejó Hyoga al tiempo que dejaba su mochila apoyada contra la pared.

—Si eres tonto no es mi problema.

—¿En serio no hay nadie más? —Daniel ladeó la cabeza.

—¿Qué te esperabas?

—Para esto me quedaba en casa —se sentó al lado del pelirrojo y le fisgoneó el móvil, pero éste solo jugaba a un estúpido y aburrido juego.

—Deja de quejarte de una vez. Desde que estás con Johnny eres un insoportable. Quiero decir, más que antes —sonrió, burlón.

—¡No estoy con Johnny!

—No... qué va...

—No.

—Yo no suelo acostarme con alguien con quien no estoy —continuó—. Bueno, sí... pero eso no importa.

—No sabes cuánto te odio —le miró con los ojos llenos de rabia. Luego, volteó la cabeza al sentir abrirse la puerta.

    Johnny se quedó parado bajo el marco, con el rostro oculto tras la sombra de la gorra y la mirada clavada en el suelo. Alzó la cabeza para mirarles y comenzó a caminar hasta su sillón, tambaleándose y perdiendo el equilibrio. Tuvo que apoyarse dos veces en la pared para no caer al suelo.

    Hyoga y Daniel se habían levantado del sofá para sujetarle, pero él los había apartado de un manotazo.

—Dejadme en paz. ¿Se puede saber qué coño hacéis aquí? —Les preguntó, casi escupiendo.

—¿Se puede saber qué cojones haces así? —Le preguntó Hyoga, devolviéndole la pulla.

—Lo que me sale de las narices.

—Pues igual te decimos —contestó Daniel.

—Oh —Johnny se estiró por la mesa para mirar al pelirrojo directamente a los ojos con una sonrisa macabra—. El colorado de bote intenta burlarse de mí —apenas se le entendió al hablar—. Hazme un favor y desaparece de mi vista —movió los dedos por delante de su cara, echándolo, pero Daniel no se movió—. Vaya estorbo —volvió a echarse sobre el respaldo del sillón, con las manos tras la cabeza—. ¿Qué queréis?

—Nada —respondió Hyoga tras meditar unos segundos—. Vinimos aquí. Supongo que no teníamos nada mejor que hacer —se encogió de hombros.

—Que no tenéis... nada mejor que hacer... eso se sabe desde el momento en que os unísteis a Toxic —soltó una fuerte risotada, callándola de súbito—. Como yo —dijo con amargura.

—¿Qué te ha pasado? —Le preguntó Hyoga en un tono más calmado.

—Nada que os importe.

—Como quieras —dijo Daniel al tiempo que suspiraba de fastidio y se levantaba del sofá para irse. Antes de que saliera, Johnny lo llamó:

—Quédate un rato más, Daniel... si apenas... acabo de llegar —se llevó una mano a la boca para taparla, mirándolo de reojo.
El pelirrojo dudó en si lo decía en serio o no. Al final, se acercó hasta el sofá y se quedó de pie apoyado sobre él con los brazos cruzados.

—Sois... las únicas personas en las que... puedo confiar —empezó a decir el moreno con dificultad—. Más bien, sois las únicas personas... en las que me atrevo a confiar.

    Hyoga solo pudo pensar en qué diablos le estaría pasando por la mente a su líder y por qué les estaba diciendo eso en ese preciso momento. Aunque, pensándolo mejor, él mismo ya había comprobado que borracho se dicen muchas estupideces.

—Muy sabias palabras, sí —dijo Daniel, sarcástico, y Hyoga le dio un codazo desde el sofá.

—¿Y Mark y Roonie...? —Empezó el rubio, sabiendo perfectamente que los demás no eran más que simples peones. Yo también soy un peón, se recordó, pero un peón de mucha más estima.

—Ni los menciones —movió una mano por encima de su cabeza—. ¿Sabéis? Os contaré un secreto... algún día, temprano, me retiraré de esta sucia banda.

    Hyoga y Daniel alzaron la cabeza sobresaltados y atónitos ante lo que les acababa de decir. Si eso era cierto, la vida de Hyoga sí que ya no tendría el mínimo de sentido. Toxic era lo único que le quedaba en el mundo.

—¿Hablas en serio? —Preguntó Daniel, manteniendo la misma expresión que su compañero.

    Johnny asintió con la cabeza lentamente, como intentando digerir lo que él mismo había dicho.

—Esto huele a podrido, y yo ya... me estoy cansando de respirarlo —se tapó la nariz con los dedos.

—¡No puedes hacer eso! —Exclamó Daniel alzando la voz con un deje tembloroso.

—Es mi banda —se defendió Johnny—. Puedo hacer lo que quiera con ella —se encogió de hombros torpemente.

    Daniel avanzó unos pasos hacia el moreno, pero Hyoga le agarró del tenso brazo, deteniéndole y negando con la cabeza.

—Está borracho —le dijo.

    El pelirrojo miró a Hyoga perplejo, y luego desvió la mirada hasta su líder. Su nerviosismo aumentaba por momentos y el rubio temió que fuera a estallar, pero en vez de eso suspiró para relajarse y retrocedió de nuevo tras el sofá. Estuvo un buen rato mirando al suelo con las manos entrelazadas, y al ver que nadie decía nada, se estiró y cogió de su chaqueta un paquete de tabaco y un mechero.

—Voy afuera... —dijo en un susurro. Aún le temblaba algo la voz.
Cerró la puerta y Hyoga y Johnny quedaron solos en el despacho, pero no hablaron hasta que pasó un largo minuto de silencio.

—¿Es verdad lo que dijiste? —Le preguntó Hyoga, tratando de contener su ansiedad.

—No lo sé... igual —volvió a encogerse de hombros, irritando al rubio.

—¿Cómo que igual?

—Estoy cansado. Déjame —le pidió en voz baja a la vez que se inclinaba para apoyarse en la mesa.

    Hyoga escuchó el ruido metálico de una pistola cayendo del abrigo de Johnny y chocando contra las baldosas del suelo. Arqueó una ceja y clavó la mirada en el moreno, pero este había cerrado los ojos y tenía ambas manos sobre la madera. Hyoga se levantó del sofá y se agachó para coger la pistola. La miró durante unos segundos con expresión seria. Se acercó a Johnny y con la mano izquierda le agarró por el pelo de detrás de la cabeza y tiró de él hacia atrás, separándole de la mesa y haciéndole mirar hacia arriba. Johnny intentó sujetar la gorra para que no se le cayera, pero su mano era torpe y lenta.

—Si abandonas la banda... nos quitarás la vida a los demás —dijo Hyoga fríamente, acercando su rostro al de su líder.

—¿Y qué? —Preguntó con tono burlón, esbozando una débil sonrisa.

—¡¿Y qué?! —Exclamó al tiempo que alzaba la otra mano y posaba el cañón de la pistola sobre la frente de Johnny, provocando que éste abriera ampliamente los ojos y comenzase a temblar.

    El moreno se mantuvo quieto como un cadáver durante unos momentos, y entonces comenzó a reirse.

—¿No es acaso lo que quieres? ¿Librarte de la banda y de mí? ¿Ser libre por fin y volver con tu amado Shun para pedirle perdón? —Se mofó, pero Hyoga aplacó su risa dándole un fuerte golpe en la mejilla con el mango de la pistola.

    Johnny se llevó una mano al rostro dolorido y miró a Hyoga con un gran temor en sus ojos, pero éste continuaba sujetándole firmemente del pelo.

—Mátame —le pidió de súbito, mirándole a los ojos lastimeramente.
Hyoga le devolvió la mirada con dureza, pero sin darse cuenta fue aflojando la mano de su agarre. Aún así, no separó la pistola de la frente de Johnny tras haberle vuelto a apuntar con ella.

—No soy como tú —dijo por fin el rubio.

    Johnny seguía mirándolo con miedo, y una risa nerviosa acudió a él sin que pudiera evitarlo.

—Casi —dijo sonriendo con arrogancia.

    Hyoga separó la pistola de su frente y quitó la mano de su pelo, dejándolo libre otra vez. Fue hasta el sofá y guardó el arma en su chaqueta. Johnny lo observaba atentamente con la boca entreabierta, como queriendo decir algo sin encontrar las palabras.

—Hyoga... —empezó, y el rubio se giró para escucharle—. Gracias —esbozó una sonrisa cansada—. No sé qué sería de mi cordura sin ti.

    ¿Pero aún tienes cordura? se preguntó.

—¿Por qué has bebido? —Johnny se encogió de hombros.

—Algunos beben. Otros, fuman. Yo... hago las dos cosas.

—Eso no responde a mi pregunta —se acercó a él de nuevo y se apoyó sobre la mesa con los brazos cruzados.

—No eres... el único que tiene problemas —parecía que iba a añadir algo más, pero entonces Daniel entró en el despacho y guardó la cajetilla y el mechero.

    El pelirrojo miró a los dos inquisitivamente y luego sonrió, decepcionado.

—Salgo fuera a relajarme y vosotros divirtiéndoos aquí dentro... —señaló con la barbilla el cardenal que le había dejado Hyoga al moreno en la mejilla.

—Diversión... qué bien suena —dijo Johnny, ensimismado.

—Creo que es hora de que me vaya —anunció el rubio.

—¿Tan temprano? Está bien... —asintió su líder con falsa tristeza—. Mañana os quiero a todos aquí a esta hora, ¿entendido? —Su voz no admitía ningún tipo de excusa, y ambos dijeron que sí sin dudarlo.

    Hyoga había tenido la vida de Johnny entre sus manos hacía apenas unos minutos, y pudo haber acabado con ella. Sin embargo, sabía perfectamente que su poder no era nada comparado con el de su líder. Por un momento la idea de que Johnny fuera a vengarse le produjo un escalofrío.

    Pero le he quitado la pistola, se recordó, calmándose.

—Hasta mañana —se despidió, y salió del edificio en el preciso instante en el que comenzaba a llover de nuevo con fuerza.

    Esa vez no llevaba un paraguas consigo y se vio obligado a ir atechándose bajo las cornisas y los portales. Era un fastidio, pues soplaba un viento frío y deseaba llegar a casa cuanto antes para tenderse sobre la cama y descansar su cuerpo y su mente. Por desgracia, sabía que su mente era imposible de aplacar, sobre todo en la noche.

 

 


Cuando entró en su habitación estaba completamente empapado. Se deshizo de su ropa mojada con rapidez y se puso un pijama suave y cómodo que sacó del armario. Echó lo demás a lavar y se metió en la cama tapado hasta la cintura.

    Sus padres aún no habían regresado a casa, y lo agradeció. Después del pésimo día no quería encontrarse con nadie que le molestase más. Aunque pensándolo mejor, todos los días eran pésimos para él.

    Cerró los ojos y pensó en lo que le había dicho Johnny: ¿No es acaso lo que quieres? ¿Librarte de la banda y de mí? ¿Ser libre por fin y volver con tu amado Shun para pedirle perdón? Sí. Por supuesto que era eso lo que quería, pero no se veía capaz siquiera de intentarlo. ¿Qué pasaría si les traicionase? ¿Le matarían igual que él había tenido que matar a Kevin? Por supuesto que sí, pensó. Si yo estuviera en el lugar de Johnny, también lo haría así.

    Dio un largo suspiro y clavó la mirada en el techo. De súbito, miles de imágenes comenzaron a apelotonarse en su mente. Imágenes en las que salía él cogido de la mano de Shun. Imágenes de él junto a Shun. De él besando con cariño los labios de Shun. Y se preguntó dónde estaría él ahora. O más bien, qué habría hecho durante todo el tiempo desde la última vez que hablaron.

    Se revolvió en la cama intentando encontrar una postura más cómoda al tiempo que recordaba el fugaz encuentro en la calle, y se preguntó si había hecho bien al esconderse. Allí, esa parecía la opción más sensata, pero tumbado bajo las sábanas comenzaba a echarle demasiado de menos, más de lo que le había echado de menos jamás, y se reprendió a sí mismo por no haberse dejado ver.

    Se le pasó por la mente, entonces, regresar a su lado algún día. Pero sabía muy bien que eso era peligroso para los dos. Aún así, quería verle, y pensó que si tuviera sumo cuidado quizá nadie se daría cuenta de ello. Además, ya había pasado el suficiente tiempo para que Johnny volviese a confiar en él, y había dejado de espiarle hacía mucho. Sin embargo, ni con todas las precauciones estaba seguro.

   Por otra parte, no sabía si Shun le había olvidado ya. Él casi lo había conseguido, o más bien había conseguido ocultar su recuerdo tras los muros de Toxic, evitando pensar en él a toda costa para no recaer. Pero ¿y si Shun lo había conseguido de verdad? ¿Y si no quería verle?

    Creo que no hay nada ahora mismo que desee más que plantarme delante de él y pedirle perdón por haberle abandonado, aún si a él ya no le importase mi existencia. Aunque me pidiera que me marchase tras ello para no volver nunca a su lado.

    Le asaltó, también, la pregunta de cómo se habría vengado Johnny de él y qué le habría hecho a Shun para lograrlo. El moreno le había dicho en varias ocasiones que dejase de preguntarle o si no se vengaría de verdad, y no solo psicológicamente. Ante esa amenaza, Hyoga no había mencionado más a Shun.

   En cierto modo, eso le había ayudado a apartar al joven de su mente durante la mayor parte de los días, pero hoy Johnny había hurgado en la herida recordándole que lo que más quería era perderse de nuevo en la mirada de Shun y escapar con él a un mundo donde nadie podía seguirles.
Quizá fuera gracias a Johnny que decidiera reencontrarse con Shun para decirle todo aquello que llevaba tanto tiempo guardando en secreto bajo siete llaves.

 

 


La mañana del lunes se levantó nada más escuchar el despertador que había puesto su hermano. Lo apagó y salió fuera de la habitación a preparar el desayuno para los dos.

    Ikki salió unos minutos después y fue hasta la cocina para ayudarle, pero Shun ya había terminado con todo.

—Muchas gracias —le dijo.

    Terminaron de desayunar y arreglarse para ir a clase, e Ikki acompañó a su hermanito hasta el colegio como las últimas veces. Se despidió de él dándole un beso en la frente y se fue hasta su instituto apurado para no llegar tarde.

   Las primeras horas pasaron dolorosamente lentas, pero a Shun no le importó demasiado. Estaba distraído de todo. Por suerte, Shiryu, que había intercambiado el sitio para sentarse a su lado, intentaba hacer que prestara atención y le ayudaba en las clases. Shun se preguntó qué hubiera pensado de él su mejor amigo si ya no estuviera ahí con él.

    En el recreo se esforzó para alejar un rato sus malos pensamientos de la cabeza y entablar animadas conversaciones con Shiryu y Seiya. Estos también pusieron de su parte para que así fuera, y poco a poco las risas se elevaban por encima de ellos hasta sonar la campana para regresar a clase. Entonces, Shun ya estaba más animado y consiguió reforzar su atención sobre la pizarra.

 

 


Llegó hasta el colegio caminando despacio y con los nervios a flor de piel. Aún quedaban unos cuantos minutos para que terminasen las clases y, como solía hacer, se apoyó sobre la pared de la entrada de fuera a esperarle.

  Intentó relajarse y pensó en fumar un cigarrillo, pero lo descartó completamente. Lo que menos le faltaba ahora era causarle a Shun una peor impresión de la que ya tenía.

    Cuando llegó la hora, sonó la campana con fuerza y el ruido comenzó a aflorar en el edificio. Por otro lado, desde la calle, llegaban padres, abuelos y hermanos de los alumnos.

    Se dio la vuelta cuando ya empezaban a salir y fijó la mirada en la entrada. El corazón le latió con tanta fuerza que pensó que se le iba a salir del pecho cuando vio a Shun bajar las escaleras y salir del colegio. Lo vio despedirse de sus amigos y clavar la mirada en un joven que se acercaba a él. Era el mismo con el que le había visto hacía unos días y pensado que sería su hermano mayor.

    Los dos comenzaron a andar por el camino para volver a casa y Hyoga sintió el impulso de esconderse tras cualquier cosa pensando que lo que estaba haciendo era una completa estupiedez, pero antes de poder mover un solo músculo sintió los ojos verdes de Shun observando los suyos, desconcertado, unos metros por delante de él. Su hermano también lo miraba.

    El rubio se acercó aparentando más seguridad de la que disponía y se quedó a un paso de ellos. Ikki lo miraba con desconfianza, pero su semblante era más curioso que molesto.

—Hyoga —susurró Shun, como si estuviese viendo un fantasma.

—Shun...

   Ikki los miró mientras ambos intercambiaban la mirada. Se percató, entonces, que habían estado esprando ese momento desde hacía mucho tiempo. O al menos eso creyó al mirar sus rostros.

—¿Tú eres Hyoga? —Le preguntó, sintiéndose bastante tonto tras hacerlo.

—Sí, soy yo —su corazón seguía latiendo con fuerza, pero lograba mantener su cuerpo tranquilo.

—Es... el chico del que te hablé —le dijo Shun. Jamás pensé que le volvería a ver, quiso añadir.

    Ikki asintió con la cabeza y miró a Hyoga como para asegurarse.

—Te esperaré en casa —le dijo—. Si le acompañas después, me harías un gran favor.

—Le acompañaré si él quiere.

    Shun no sabía qué decir ante aquello. Miró a su hermano, quien parecía no estar preocupado por Hyoga. Seguramente él lo estaba mucho más que Ikki.

—Iré con él —le dijo por fin, sonriéndole.

—Hasta luego, entonces —se despidió y se fue alejando de ellos, dejándoles solos por primera vez en mucho tiempo.

 

 

Hyoga observaba a Shun mientras éste fijaba los ojos en el suelo. Ninguno de los dos interrumpió el silencio. Sólo Hyoga habló tras unos largos segundos:

—Shun... yo... te echaba de menos —Shun alzó la cabeza y le miró con la boca semiabierta, sin saber qué decir—. Yo... lo siento.

—¿El qué sientes?

—Siento haberme alejado de tu lado —Shun volvió a desviar la mirada, molesto—. Era lo mejor que podía hacer...

—No tiene importancia...

—¡Sí la tiene! Todo este tiempo... todos los días me acordaba de ti... aunque odio admitir que cada día te pensaba menos. Era lo mejor para los dos: que tú me olvidases y yo te olvidase a ti...

—¿Y por qué vuelves? —Esa pregunta golpeó en su corazón como un martillo sobre un yunque.

—Porque... no deseaba nada más en el mundo que volver a estar a tu lado —le confesó, cerrando los ojos.

—Pero... ¿y Johnny? Me dijo que... que estábais juntos.

—¿Que estábamos juntos? —No pudo evitar sonreír con incredulidad, pero entonces recordó todo lo que había hecho con el moreno y se sintió realmente culpable en ese momento. Sin embargo, sabía perfectamente que aquel día no había significado nada para él, y lo más probable era que tampoco para Johnny—. Eso no es verdad.

—¿Me mintió? —Hyoga asintió—. ¿Por qué iba a mentirme? Igual me mentiste tú durante todo este tiempo.

—Eso podría ser cierto. Por suerte, no lo es.

—¿Por qué... debería creerte? —Shun no dejaba de recordarse a sí mismo todo el daño que le había causado aquel joven, pero a la vez no era capaz de alejar los momentos únicos y bonitos que había pasado junto a él. Y tenerlo allí, de pie a su lado, tras tantas noches añorándole, le provocaban unas ganas enormes de echarse sobre sus brazos y no separarse jamás de él.

—Prefieres... ¿creerle a él? —Le preguntó tras un silencio. Quería decirle que Johnny era un arrogante y lo único que le importaba era dañar a todos a su alrededor. Quería contárselo todo para que le creyera, pero no se atrevía a ir más allá de sus palabras. No quería involucrar a Shun en nada más. Era suficiente.

—No... no, claro que no —se apresuró a decir. Tenía los ojos llorosos y le temblaban los labios al hablar.

    Hyoga se acercó un poco más a él, con precaución. No quería incomodarle. Al ver que Shun dudaba, paró, pero entonces el menor le miró a los ojos y no pudo contenerse. Burló la distancia que los separaba y abrazó a Shun cariñosamente. Había pasado tanto tiempo lejos de él que al abrazarle le entraron ganas de llorar. Shun le correspondió al abrazo con la misma intensidad, apoyándose sobre su hombro, con los ojos cerrados y las lágrimas resbalándole por las mejillas.

—Pensé que no volvería a verte —le dijo Hyoga con la voz quebradiza—. Temí perderte.

—Lo he pasado... tan mal... —comenzó a sollozar sin poder evitarlo—. Y te echaba tanto de menos...

—Lo siento... lo siento... perdóname, Shun, por favor —le pidió—. No quería hacerte daño... era lo mejor... era lo mejor.

—No vuelvas a irte —le suplicó.

—No sería capaz de separarme otra vez de tu lado —le juró.

Notas finales:

Espero que les haya gustado y dejen comentarios si así lo desean, tanto para subirme el ego como para ponerme verde :P.

PD: Últimamente he estado pensando en que cuando termine la historia podría escribir un par de extras cortitos que traten sobre Johnny. Sería como relatar algunos trocitos de historia desde su punto de vista e incluir cosas de su propia vida. Es que me enamoré de este personaje :P ¿Qué les parece? ¿Les gustaría? (Sé que le odian, pero... jo... jajaja).

Muchas gracias por continuar leyendo :).


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