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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Hooola, por fin de nuevo publicando esta historia... la verdad... es que he tomado una difícil decisión que llevaba tiempo pensando sobre el último capítulo, y es que este no es el último capítulo, ya que me faltaba aún bastante para terminarlo y por miedo a apretar todo el final de lo largo que iba a ser, decidí que así sería. Por lo tanto... ¡aún no acaba la historia! Vais a tener que seguir odiándome por tardar tanto en publicar (lo siento en el alma T_T). Es por una buena causa, así que odiadme poquito :3.

¡No descansaré hasta que el último capítulo esté perfectamente perfecto! Así que, mientras tanto, os dejo con el que supuestamente iba a ser el final :P. Hope you like it as much as you like the others :'D

Y otro aviso: tardaré más de lo normal (que ya es bastante), seguramente en subir el último capítulo ya que me gustaría escribir el extra de Johnny antes de subirlo y dos días después de subir el último, o así, subir el extra para que no se pierda la magia :P :P

Bueno, y ya dejo de dar la chapa, ¡disfrutadlo!

El martes amaneció con el cielo semicubierto de nubes blancas y estrechas manchas azules adornándolo. El sol fue calentando las calles y traspasando los cristales de la habitación de Hyoga, quien se volteó sobre la cama para evitar la luz, pero pronto se desperezó y se sentó sobre el borde.


    Era muy temprano para levantarse, pero la inquietud le impidió seguir durmiendo. El día anterior, después de tanto tiempo, se había reencontrado con Shun y habían acordado verse esa tarde para dar un paseo por la ciudad y ponerse al día de las vidas de cada uno. Aún así, faltaban horas para que llegase ese momento.

    Salió de su habitación con una sonrisa furtiva y fue hasta la cocina para desayunar. Su madre acudió también al escuchar el ruido de su hijo y se sorprendió al verlo tan radiante. Tenía el rostro oscurecido por el cansancio, pero sonreía y canturreaba en voz baja mientras se llenaba la taza con cereales.

—Buenos días —le dijo—. ¿Qué haces levantado tan pronto? —Le preguntó, aunque sabía que Hyoga solía marcharse de casa por las mañanas.

—Desayunar —se encogió de hombros.

—¿A qué hora llegaste anoche? —Quiso saber, acercándose al armario para desayunar ella también.

—No muy tarde, pero ya estábais durmiendo. ¿Vas a trabajar?

—En dos horas —cada vez estaba más sorprendida por la naturalidad con la que le hablaba Hyoga—. ¿Tienes fiebre?

—¿Fiebre? —Preguntó, estupefacto—. No, ¿por qué? —No pudo evitar contener una risilla.

—Te noto muy... alegre.

—Será el sol.

—Sea el sol o no, me gusta verte así —le sonrió, provocando que Hyoga se ruborizase.

—Me iré en seguida. No sé cuándo volveré —su madre suspiró, recobrando la noción de la realidad.

—Claro, cielo.

 

 

Cuando terminó de desayunar, se tomó una ducha de agua fría y peinó el pelo rebelde con todas sus fuerzas antes de vestirse de forma sencilla. Cogió su mochila y notó que pesaba más de la cuenta. Entonces, la dejó sobre la cama, la abrió y encontró en el fondo la pistola que le había quitado a Johnny el día anterior. La miró con recelo y deseo al mismo tiempo. Con esa pistola en su mano, el moreno no volvería a chantajearle.

—O sí. Es Johnny, ni él sabe lo que hace —murmuró.

    Antes de cerrar la mochila, se lo pensó dos veces y sacó una caja de debajo de su cama donde la posó cuidadosamente. Echó la caja hasta el fondo y se aseguró de que no estuviera a la vista.

—Hoy no necesito muertes.

    Salió de casa con la mirada seria sin despedirse de ninguno de sus padres y se aventuró a la calle como solía hacer.

 

 

Apenas había pasado un día y ya echaba de menos a Shun, pero aún así no fue a buscarle a la salida de la escuela. Sabía que todo lo que estaba haciendo era demasiado precipitado y no quería que nadie sospechase de él si dejaba de asistir a la base todas las mañanas. Y allí fue, caminando despacio, sin saber del todo qué quería encontrar en ella. Al menos tenía la extraña certeza de que no iba a estar vacía.

    Entró tranquilamente y subió hasta el despacho. Dejó sus cosas en una esquina y se echó sobre el sofá a lo largo. Daniel se encontraba apoyando las manos sobre la mesa mientras discutía con Mark sobre una de las operaciones, y Roonie se había sentado en el sillón de Johnny y los observaba al margen de la conversación.

—Mucho dijo Johnny de que iba a conseguir más y más pistas sobre el tipo, pero estamos en las mismas que cuando yo me encargaba de eso —se quejó Mark.

—Si Johnny no ha investigado más será por algo —le espetó Daniel.

—¡Claro que es por algo! ¡No tiene ni puta idea de cómo hacerlo! —Apretó el puño y Hyoga temió que fuese a golpear al pelirrojo, pero se contuvo.

—¡Lo que tú digas! El problema es tuyo, no mío.

—O puede que ya lo sepa todo sobre él y no nos quiera decir nada —propuso Roonie, provocando la risa de los otros dos.

—¿Qué motivos tendría Johnny para hacer eso? —Preguntó Hyoga con seriedad sin levantar la voz.

—Es un maniático. Está claro que la mitad de las cosas que se le pasan por la mente no nos las dice. ¡Qué digo mitad! La mayoría, más bien.

—Igual tú eres un psicótico —dijo Daniel conteniendo la risa, pero Roonie no le hizo caso.

    Hyoga, por el contrario, estaba completamente de acuerdo con las palabras de Roonie. Conocía lo suficiente a Johnny para saber que estaba loco. Era impredecible, eso estaba claro, y muy desconcertante en la mayor parte de las ocasiones. Aún así, quería creer que el moreno confiaba en ellos cuando se trataba de Toxic.

—¿Dónde está Robin? —Preguntó Mark.

—Tenía no sé qué comida familiar —Daniel se encogió de hombros—. Espero que le sea leve.

—¿Comida familiar? ¿Ese imbécil?

—Hay gente que tiene vida más allá de estas ruinas —dijo Roonie, redesatando la ira de Mark.

—Si no te callas la boca, tú no tendrás más vida a partir de hoy —le amenazó inclinándose hacia él.

    Esta vez, Mark se abalanzó sobre el otro para hacerle tragar sus palabras, pero antes de que pudiese siquiera rozarle, la puerta del despacho se abrió y todos se giraron al unísono.

—Si este lugar no estuviese alejado de la mano de Dios, todos los policías de la ciudad se habrían percatado ya de nuestro paradero —dijo Johnny con reproche sin apartar la mirada de Mark, quien aún tenía el puño alzado.

—Por suerte no es así —le contestó, relajando el brazo.

    Johnny resopló y se apoyó sobre el marco de la puerta, pensativo, y Hyoga apreció la tirita que se había colocado en el lugar donde le había golpeado fuertemente con la pistola. Sin poder evitarlo se le escapó una sonrisa, pero ninguno se dio cuenta de ello.

—Es cuestión de orgullo, líder —continuó hablando con tono despectivo.
Johnny avanzó unos pasos hasta posicionarse a unos centímetros de Mark. Le cogió por la camiseta y tiró de él hacia su rostro, apretado las mandíbulas y mirándole con ira en los ojos.

—No eres más que una rata. ¡¿Me oyes?! —le dio tres sacudidas—. ¡No estoy de humor para tus gilipolleces! Así que si no tienes nada mejor que hacer que tocarme los cojones, ya estás marchándote por esa puerta —dio un último tirón y le empujó hacia atrás, haciéndole tropezar con el borde de la mesa.

    Mark se tambaleó durante unos segundos hasta lograr su equilibrio habitual. Entonces, clavó la mirada en Johnny y se echó sobre él para darle un puñetazo en la cara, pillándole desprevenido.

    Hyoga y Daniel se interpusieron entre ellos dos. Hyoga le cogió de la muñeca y el pelirrojo le dio con el puño en el estómago, encorvándolo. Luego, el rubio le pegó con el codo en la espalda haciendo que Mark cayese al suelo. No le hicieron mucho daño, pues no querían que éste se volviera contra la banda y les delatase.

—Sois unos lameculos —les dijo mientras aún le sujetaban en el suelo.

—Y tú eres un gilipollas —dijo Hyoga.

—Ya sabes lo que pasa cuando te revelas —dijo Daniel.

—Soltadle —les obligó Johnny—. Sois unos lameculos —se dio la vuelta y salió del despacho, decepcionado.

 

 

Cuando por fin llegaron las cinco de la tarde, Shun guardó todas sus cosas de clase en la mochila y dejó de estudiar. Le había dicho a su hermano que a las seis había quedado con Hyoga para dar un paseo después de mucho tiempo sin verse, y este hubo aceptado a regañadientes. Sabía lo mal que lo había pasado Shun hacía tan poco tiempo, y se resistía a separarse de él tan pronto, pero por otra parte había descubierto lo mucho que aquel joven significaba para su hermanito y deseaba que ese rubio fuese capaz de devolverle la sonrisa y el brillo de los ojos.

     Shun se dio una rápida ducha y se secó el pelo con esmero mientras pensaba qué ropa podría ponerse para esa tarde. Cuando terminó de vestirse, buscó sus llaves y se puso la chaqueta. Volvió a la habitación para despedirse de Ikki y salió de casa cuando aún faltaban diez minutos para encontrarse con Hyoga.

    Habían quedado en la plaza de aquella primera vez. Shun miró hacia el borde de la fuente donde había descubierto a Hyoga sentado mientras leía un libro. Pero esa vez él no estaba allí aún. Le parecía que había pasado toda una eternidad desde aquel día.

    Miró el reloj y vio que todavía faltaban cinco minutos para la hora establecida. Caminó mirando hacia los lados por si acaso lo veía y se sentó en la fuente, aguardando. Hyoga apareció un minuto después por una de las calles.

—Te echaba de menos —le dijo el rubio con una sonrisa.

—Si nos vimos ayer.

—Siempre te echo de menos —le tendió una mano y le ayudó a bajarse de la fuente.

    Comenzaron a pasear dejando atrás la plaza. Cada uno perdía la mirada en el frente y ninguno se atrevió a romper el silencio hasta que llegaron a otra de las plazas de la ciudad. Esta estaba rodeada por la carretera y adornada con una veintena de árboles. En el centro habían colocado una bonita escultura de mármol que recordaba al movimiento del viento.
Se sentaron en uno de los bancos más escondidos y Shun apoyó la cabeza contra el pecho de Hyoga, quien lo arropó con sus brazos y lo atrajo más y más hacia sí.

—Hace un bonito día hoy —dijo Hyoga, y Shun asintió—. Aunque haya nubes. Al menos no va a llover.

—No me importa que llueva.

—¿Y si nos llueve ahora? Tendríamos que irnos de aquí, probablemente a nuestras casas.

—No he dicho cuándo —rio.

—Yo prefiero que no llueva nunca. El día se vuelve oscuro y entristecido —se encogió de hombros.

—Y reflexivo —agregó el menor.

    Hyoga volteó un poco la cabeza para mirarle a los ojos con expresión seria.

—Refexiono demasiado. No necesito que venga una tormenta para que me consuma más todavía en inquietantes reflexiones —se puso de nuevo como estaba, y Shun pensó que lo había molestado.

—Puede que tengas razón —dijo con cautela—. Pero si nadie reflexionase nunca, el mundo se llenaría de malas personas.

—Incluso las malas personas reflexionan, aunque no de la misma manera que el resto —inevitablemente pensó en Johnny y se preguntó si lo que acababa de decir se aplicaba también a su líder—. ¡Por cierto! —Exclamó de súbito.

—¿Qué pasa?

—Este viernes es el Día de la Primavera, ¿lo recuerdas? Tú lo celebras, ¿verdad? —sonrió ampliamente.

—Sí, bueno, solía celebrarlo. El año pasado iba a ir con mi hermano para ver los fuegos artificiales pero... no pudo ser. Y el anterior tampoco... —Mi madre adoraba esa fiesta... y para no recordarla más, mi padre nos amenazó para que no fuéramos.

—Vaya, ¿y por qué? —Preguntó.

—Mi... mi padre se puso malo el primero... y mi hermano el segundo... —mintió, y Hyoga no se creyó ni una sola de sus palabras, pero aún así no indagó más.

—Entonces ¿te gusta la fiesta?

—¡Me encanta! Sobre todo cuando se reúnen todas las personas en la colina para ver los fuegos, llevando las cestas con flores. Siempre me hace sonreír cuando veo a los niños llevando las coronas de flores que hacen ellos mismos. Mi madre siempre me ayudaba a mí y a mi hermano a hacernos las nuestras, porque éramos muy torpes. Seguramente lo seguimos siendo —rio.

    Hyoga lo miró sorprendido y absolutamente enternecido. Se había imagindo cada una de las escenas que le describía Shun y todas ellas le habían apresado el corazón con un lazo de anhelo y felicidad.

—Shun —lo llamó—. ¿Querrías celebrarla este año... conmigo? —Se atrevió a preguntarle.

    El menor lo miró sin saber qué responder. Los pensamientos negativos se le amontonaban en la mente como rocas pesadas, mientras que los positivos parecían ligeros como copos de nieve. Se le pasó por la cabeza lo que su padre le podría hacer si se enteraba que iba a celebrar ese día, aunque no había nada que desease más en aquellos momentos.

—Yo... no sé si podría... —respondió por fin.

—¿Por qué? —Quiso saber Hyoga, llenando sus ojos de tristeza.

—Bueno... sí... puede que sí. Lo intentaré —le sonrió—. Sería perfecto celebrarlo contigo después de tanto tiempo sin verte... —bajó la mirada hacia el suelo y entrecerró los párpados.

    Hyoga lo estrechó con más fuerza entre sus brazos sintiendo que tenía que proteger a Shun de un millar de males que le apresaban el alma y él no conocía. En realidad, pocas cosas sabían el uno del otro, pero el hilo invisible que les unía era estrecho y enormemente resistente.

—Yo hace mucho tiempo que no lo celebro. Puede que desde los doce años o así —se encogió de hombros—. Pero ahora mismo no quiero más que llegue el viernes para ir a tu lado.

—Si resulta que no puedo ir al final...

—No te preocupes por eso —le sonrió—. Te estaré esperando pase lo que pase, y si no vienes, me quedaré por los dos —perdió la mirada hacia el frente viendo pasar a un grupo de niños que jugaban.

—Gracias —rio—. Intentaré ir cueste lo que cueste.

—¿Te apetece ir a tomar algo? Yo invito.

—¿A dónde?

—Pues... no sé, podríamos ir a alguno de los puestos de la playa y coger tarta de chocolate —a Shun se le iluminaron los ojos pensando en ese trozo de tarta y asintió enérgicamente casi sin darse cuenta.

    Se levantaron con ímpetu y se alejaron de la plaza. Cuando llegaron a la tienda, se pidieron cada uno un trozo de la misma tarta y Hyoga pagó las dos raciones. Descendieron a la playa por una de las escaleras y se sentaron en la arena a comer contemplando el mar en calma.

    Terminaron la tarta y Shun juntó las manos por debajo de las mangas para que se le descongelaran. Hyoga se las sacó y las estrechó entre las suyas, frotando con suavidad para calentárselas.

—Gracias —se sonrojó.

—El atardecer trae el frío consigo.

—Pero no le quita la magia —miró hacia el horizonte por donde se escondía el sol y bañaba las nubes de un color anaranjado—. Dentro de poco tendré que volver a casa —dijo con tristeza—. Tengo que seguir estudiando, que se acerca un examen importante.

—No pasa nada. Iré a verte cuando salgas de clase, ¿te parece?

—Me encantaría, pero no creo que a mi hermano le haga mucha gracia.

—¿Por qué? —Quiso saber.

—Se ha vuelto muy protector y no quiere que me quede solo —dijo con tristeza—. Desde que... —empezó, pero se detuvo de súbito—, bueno, yo le comprendo, y me encanta que lo haga. Me hace sentir mucho mejor y más seguro.

—¿Desde qué? —Preguntó sin pasar el detalle por alto.

—Desde... —Shun no sabía qué contestarle, y Hyoga le miraba interrogante y con seriedad—. Es que... estuve a punto de cometer una gran estupidez...

—¿Cuál? —Ahora su rostro denotaba preocupación.

—Una de la que me arrepiento...

    Hyoga le hizo voltearse para mirarle directamente a los ojos. Shun estaba al borde de las lágrimas y el rubio comprendió lo que el menor no había terminado de decir. Abrió la boca para hablar, pero estaba perplejo y decepcionado consigo mismo. Si no le hubiera abandonado, Shun no hubiera estado a punto de marcharse para siempre.

    Atrajo a Shun hacia él y lo estrechó con fuerza temeroso de la probabilidad de no volver a verle nunca más, e intentó tranquilizarle, pero el joven sollozaba ya abrazado a él.

—Perdóname —le pidió—. Te juro que no te dejaré solo otra vez.

—No... no es tu culpa, Hyoga —se separó un poco de él—. Estaba muy triste y no era capaz... de afrontar todo lo que me estaba pasando.

—Si no me hubiera marchado hubiera estado a tu lado para impedirlo —le dijo seriamente.

—Mi hermano se interpuso —sonrió—. Esa noche no iba a volar hacia el cielo.

—No quiero que vueles nunca hacia el cielo, Shun —dijo sin cambiar de expresión—, no soportaría que mi vida ardiera en el infierno por ello.

 

 

Shun regresó a casa no muy tarde y vio que Ikki estaba tumbado sobre la cama leyendo un pequeño libro. Intercambiaron una mirada alegre y entonces el menor retomó los estudios desde donde lo había dejado por la tarde. Cuando no se vio con fuerzas de continuar, lo guardó todo y se estiró a sus anchas. Ikki parecía seguir leyendo, pero Shun se fijó mejor y descubrió que éste tenía el libro apoyado sobre su cara y la mano al lado. Le levantó el libro y vio sus ojos cerrados y la boca abierta. Rio sin poder evitarlo y movió la cabeza hacia los lados.

—A veces soy yo el que tengo que cuidarte —susurró, y le arropó con las sábanas para que no cogiese frío. Tras ello, dejó el libro sobre la mesita de Ikki y se asomó a la ventana sin llegar a abrirla—. Las nubes se han despejado —dijo en voz baja—. Espero que siga así por lo menos hasta el viernes —sonrió.

 

 

Se quedó un rato abajo en el portal con un cigarrillo entre los dedos. No sabía si subir a su casa o ir a la base. Ninguna de las dos ideas le atraía, pero ya había estado en la calle suficiente tiempo por ese día, y necesitaba sentarse aunque fuera para descansar las piernas de tanto caminar.
Al final, se decidió por ambas cosas: subiría a casa a cenar cualquier tontería y luego se iría hasta la base a ver qué se encontraba allí.

—Hola —saludó al entrar.

—Hola Hyoga —dijo su madre desde el salón, levantándose del sofá y dirigiéndose hasta su hijo—. ¿No tienes frío con tan poca ropa?

—Vine apurado —contestó, y se deshizo de sus preguntas entrando rápidamente a su habitación para dejar las cosas.

    Fue hasta la cocina y se preparó un café con la intención de aguantar fuera de casa el resto de la noche. Su padre llegó, entonces, y se sentó en la mesa desenvolviendo una magdalena que acababa de coger del armario.

—¿Qué? ¿Te vas a quedar esta noche, o te vas a largar otra vez? —Le preguntó sin mirarle.

—Me largaré, como tú dices, ya sea porque quiero o para no aguantarte —respondió de mala manera.

—No hables así a tu padre —le reprochó su madre—. Solo se preocupa por ti.

—Déjalo, Natasha, él solo se preocupa de sí mismo.

    Hyoga metió la taza en el microondas y dio un fuerte golpe con la puerta del aparato, intentando contener la rabia. Su padre se quiso levantar de la silla para decirle algo, pero Natasha lo retuvo con suavidad por los hombros.

—¿Qué te pasa? —Le preguntó el hombre.

—No estoy de buen humor —contestó el rubio, y verdaderamente no sabía el motivo, pues había estado hasta ese momento feliz tras haberse reunido con Shun.

—¿Alguna vez lo estás?

    Hyoga le clavó una mirada desafiante y encolerizada a su padre. Entonces sonó el microondas y volvió a lo que estaba haciendo. Se llevó el café a su habitación y se lo bebió rápidamente mientras miraba las estrellas a través de la ventana, con el enfado aún a flor de piel.

 

 

Cuando entró en el despacho de Johnny, no se encontró con nadie allí. Se acomodó sobre el sillón del moreno y dejó todas sus cosas sobre la mesa sin cuidado. Nadie apareció durante toda la noche y el café no le dio las fuerzas suficientes para mantenerse despierto y alerta. Sin quererlo, soñó varias veces la forma en la que ignoraba a su madre y se iba de casa sin avisar para morir de una manera lenta y dolorosa.

 

 

Las clases del viernes pasaron rápidas pero pesadas para Shun. El día anterior Hyoga había aparecido en la entrada del colegio para hablar sobre la hora a la que podrían quedar para la fiesta. Acordaron a las ocho sin mucha discusión, y se habían despedido con una sonrisa, pero en el fondo, Shun sabía que lo más probable era que no tuviese el valor suficiente para salir de casa ese día. Por ello, regresó a casa junto con Ikki con el corazón latiéndole con fuerza.

—Ikki... —lo llamó sin dejar de caminar y mirar hacia adelante.

—¿Sí?

—Hoy... bueno, Hyoga me invitó a ir con él a la fiesta de primavera —dijo con miedo.

—¿Y quieres ir?

—¡Sí, claro! Me encantaría ir, hace mucho que no la celebramos. Y él también, por lo que me dijo... lo que me preocupa...

—Es papá —asintió, y el rostro de Shun se ensombreció—. No te preocupes, ¿a qué hora quedásteis?

—A las ocho.

—Saldré contigo de casa para que no pase nada que no deba.

    Shun se paró en mitad de la calle y lo miró con los ojos brillándole de alegría y una enorme sonrisa en sus labios.

—¡Gracias! —Exclamó, y se echó a los brazos de su hermano para abrazarle con fuerza.

 

 

Entraron en casa con tranquilidad, pero sus cuerpos se tensaron cuando se percataron de la presencia de su padre en el salón con la televisión encendida. Ikki fue a la cocina y se puso a preparar la comida mientras Shun dejaba las cosas a un lado de la mesa y sacaba los libros para ponerse a estudiar un rato.

    Después de comer, y sin hablar apenas, ambos se resguardaron de todo en la habitación. Ikki leía y Shun estudiaba, o eso pensaba, pues el menor tenía la cabeza más a la sonrisa de Hyoga que a los textos de los libros. Cuando se daba cuenta de que no estaba atendiendo, intentaba centrarse de nuevo, pero no tardaba en recaer otra vez en su imaginación.
Dieron las cinco de la tarde y apenas había conseguido memorizar unos párrafos que poco a poco se iban borrando de su mente. Quiso resignarse, pero sabía que no debía. Su hermano se levantó y salió de la habitación con la intención de darse una ducha rápida, y entonces Shun comenzó a distraerse mucho más. Cerró el libro reprochándose a sí mismo y lo guardó sin muchas esperanzas.

    Se tumbó sobre la cama con el reloj despertador entre las manos sin perder de vista las agujas que marcaban el tiempo que le quedaba para reunirse de nuevo con Hyoga. Pensando en él, su corazón empezó a latir con más rapidez y sus mejillas comenzaron a incendiarse. Pensé que había desaparecido para siempre, pero al parecer las cosas buenas nunca se van por completo, pensó con una sonrisa en los labios, y cerró dejándose llevar por el recuerdo de Hyoga y todos los abrazos que le había regalado, mejor que todo el oro del mundo.

    Perdido en su mente, unos pasos recorriendo el pasillo le hicieron volver a la realidad junto con el chirrío de la puerta de la habitación al abrirse. Su padre entró en el cuarto y Shun se incorporó con el cuerpo en tensión. El hombre se sentó en frente de él, sobre la cama de Ikki, quien aún no había regresado de la ducha. Se miraron fijamente, Shun temblando de miedo y él con los ojos perdidos.

—Hoy es un día especial —le dijo su padre, y Shun no contestó—. Un día especialmente malo —su aliento apestaba a cerveza y comenzaba a apretar las manos fuertemente sobre el regazo—. ¿Nos recuerdas yendo a la colina? —Le preguntó sin esperar respuesta—. Era bonito, ¿verdad? Pero ya nunca más. Solo estás aquí para amargarme la vida —se levantó del borde de la cama y se acercó a Shun, quien intentó salir de la habitación, pero su padre lo cogió por una muñeca y lo tiró sobre la cama—. ¿A dónde crees que vas?

—Su... suéltame —le pidió con voz quebradiza.

    Su padre apretó el agarre y le retorció el brazo haciéndole daño. Shun gritó de dolor y su padre sonrió, como si aquello le divirtiese.

—No serás feliz hasta que yo lo sea —le dijo, y las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos del menor.

    El hombre tironeó de su brazo y lo empujó varias veces contra la cama. La última de ellas estuvo a punto de golpearse la cabeza contra la pared, y su padre seguía con aquella sonrisa macabra en la boca que tanto terror le causaba.

—Vales menos que una puta —escupió.

    De súbito, Ikki entró en la habitación y se abalanzó sobre su padre encolerizado. Lo separó bruscamente de Shun y le hizo salir del cuarto a golpes y gritos, intentando controlar su fuerza. Entonces, cerró la puerta con las lágrimas resbalándole por las mejillas y se volteó para mirar a su hermano, quien se había sentado sobre la cama con el rostro hundido entre las manos, sollozando.

—Shun —lo llamó—. Shun, hermanito, tranquilo, ya estoy aquí. No te preocupes —lo estrechó en sus brazos con cariño, pero él mismo se sentía infinitamente triste.

—Estoy bien... —balbuceó, pero era evidente que no lo estaba.

    Pensó en lo tonto que era imaginando un mundo en el que pudiera ser feliz, pretendiendo vivir una vida en la que consiguiera dejar de sufrir, pero estaba claro que ese momento no llegaría. Ni aún con Hyoga a su vera lograba sonreír por un día completo. Ni aunque pasasen cientos de años se libraría de la tristeza que le apresaba continuamente el corazón, y la cual solo se desvanecía en pequeños momentos fugaces que ojalá, pensaba, durasen eternamente.

—Ve a prepararte —le dijo Ikki, sacándolo de su ensimismamiento—. Vamos a ir a dar un paseo para despejar la mente. Hoy tienes un bonito día por delante, Shun, así que por favor, no dejes de lado a tu sonrisa —le miró a los ojos, tratando de transmitirle serenidad y alegría, pero Shun parecía volver a sumirse en una penetrante oscuridad que siempre retornaba a su corazón.

    Hizo caso de su hermano y se fue al baño a darse una ducha él también. Ikki dejó la puerta de la habitación abierta para vigilar, pero poco después vio cómo su padre salía de casa dando un fuerte portazo. Ojalá hubiera vecinos abajo o arriba para escuchar los golpes, deseo, pero en el edificio la mayoría eran ancianos, y hacía un año que había muerto la vecina que vivía en el piso de abajo y en el de arriba no habitaba nadie. Era una comunidad que tenía poco o nada de su nombre.

    Cuando Shun terminó de prepararse, Ikki esperaba con la televisión encendida, mirando a la pantalla sin ver realmente nada.

    Salieron de casa unos minutos después y pasearon por las calles sin hablar mucho. Cada uno estaba encerrado en su propio calabozo de tristeza y recuerdos de un pasado que parecía muy remoto.

 

 

Estaban a punto de dar las ocho y el cielo se estremecía en oscuridad cuando Ikki dejó a Shun en la plaza. El menor entrecerraba los ojos con la vista perdida en algún punto del suelo, y no dejaba de machacarse la cabeza pensando que quizá todo lo que le ocurría en su vida se debía expresamente por su culpa, pues nada más conseguía explicar el porqué de tanto sufrimiento, y ya no sabía si tal sufrimiento era necesario o, por el contrario, algo que se había empeñado en afrontar.

—Hola —le saludó Hyoga con una sonrisa, sobresaltándole.

    Inmediatamente, el corazón de Shun regresó a la vida como por arte de magia, y sus labios formaron una sonrisa como respuesta.

—¿Te encuentras bien? Parecías un poco triste —le dijo preocupado.

—Ahora estoy bien —intentó restarle importancia—. Es que no pude concentrarme mucho para estudiar. Y estoy cansado —se excusó.

—Vaya... ¿podrás aguantar la noche?

—¡Sí! Podré —Hyoga rió, feliz.

—Pensé que no vendrías —le confesó, desviando la mirada.

—Yo también pensé que no vendría.

 

 

Cogieron el autobús que les dejaba a unas calles de la colina, y tuvieron que quedarse de pie ya que todo el mundo se dirigía a ella para celebrar la fiesta. Los niños gritaban y jugaban sin ser conscientes de lo molestos que podían llegar a ser, y sus padres les reñían cuando chocaban con alguna de las personas del autobús, obligándoles a disculparse. Shun no se sentía molesto, pero la expresión de Hyoga era como la de los padres enfadados.

    Bajaron del transporte y caminaron las calles cogidos de la mano. Subieron por uno de los caminos que llevaban a la cima de la colina, ya con la noche ceñida sobre la ciudad, y sortearon a las miles de personas que estaban sentadas sobre la hierba y las que aún buscaban un buen lugar.
Hyoga miró alrededor, pero no parecía estar satisfecho con ninguno de los sitios que había por allí.

—Hay demasiados jóvenes en esta zona, y no me gusta nada el alboroto que van a armar.

—Pues vámonos a un lugar más tranquilo —se encogió de hombros—. ¡Mira! Allí parece haber sitio suficiente, y no hay adolescentes alrededor —el rubio echó un rápido vistazo hacia donde le señalaba Shun y asintió satisfecho.

    Caminaron hacia el lugar y el menor se resintió al haberse olvidado de coger una toalla para sentarse sobre la hierba, pero entonces vio cómo Hyoga sacaba una de su mochila lo bastante grande como para que cupieran los dos, y la tendió sobre el suelo invitando a Shun a sentarse.

    Cuando estuvieron acomodados, Hyoga rodeó a Shun con los brazos y lo atrajo hacia sí con un suave abrazo. Sacó entonces de su mochila una corona de margaritas hecha a mano y se la enseñó a Shun, quien la observaba con los ojos muy abiertos e ilusionados.

—Es para ti —dijo Hyoga—. Me pasé toda la noche y la mañana haciéndola —y no mentía—. Como me habías dicho que solías ponértelas de pequeño, pensé que sería una buena... —no consiguió terminar la frase.

    Shun se había echado sobre él haciéndole caer de espaldas para besarle intensamente. El rubio le rodeó la cintura con las manos y se creyó derretir bajo su cuerpo. El corazón le latía con tanto entusiasmo que parecía que iba a salir volando de un momento a otro.

    Shun se separó unos centímetros de sus labios, y le clavó la alegre mirada en los ojos azules, sonriendo con tanta dulzura que Hyoga sintió desfallecer. Ahora mismo no sé si tengo el corazón en el pecho o en las mejillas de lo mucho que me arden, pensó, y una tímida sonrisa le sobrevino a él también, quien desvió la mirada, avergonzado.

—Me has pillado por sorpresa —le dijo.

—Y tú a mí con la corona —dijo entre risas, pero sin quitarse de encima del rubio.

—La gente nos mira... —dijo con el rostro completamente colorado.

—Que miren lo que quieran, yo solo quiero mirarte a ti —y le volvió a besar suavemente.

    Se escuchó en el cielo el restallido del primer fuego artificial que iniciaba toda la traca, y entonces todas las luces se apagaron al unísono, dejando la colina completamente a oscuras.

    Hyoga apartó con cariño a Shun de encima suyo, tratando de calmarse a sí mismo, y le colocó con cuidado la corona de flores sobre la cabeza. Le rodeó de nuevo con los brazos y contemplaron los fuegos artificiales sin dejar de sonreír. Los primeros eran de todos los colores y formas redondas, y se les fueron sucediendo unos que al estallar se convertían en divertidas serpientes que surcaban el cielo en zigzag. Tras estos, les siguieron gran cantidad de fuegos artificiales con formas variadas y colores de todos los tipos. Algunos tenían forma de flor. Otros, forma de corazón, y cuando los corazones aparecían en el cielo, Hyoga y Shun sentían como si los suyos propios latiesen con la misma intensidad que los que estallaban sobre ellos.

    Después de observar con serenidad durante unos veinte minutos cómo se lanzaban los fuegos que hacían resplandecer la noche, llegó el momento de lanzar la traca final que duraría los diez últimos minutos del espectáculo.

    Al principio restallaron en el cielo varios de pequeño tamaño al tiempo que se lanzaban ráfagas de ellos cercanos al suelo, como creando un mar de rojo y púrpura del que se escapaban fieros aventureros hacia las alturas. Luego, las ráfagas comenzaron a ascender y comenzaron a lanzar fuegos artificiales como si se hubieran vuelto locos. Estallaron en lo alto todos los que se habían lanzado previamente, pero en vez de por orden, todos a la vez. Los corazones, las flores, las serpientes, los círculos, las caras sonrientes... todos se dispusieron a adornar el cielo al mismo tiempo, y no se podía escuchar nada más desde la colina que no fuese el restallido de los fuegos que producía un largo eco por toda la ciudad.

  Muchos de los niños pequeños se asustaron, pero la mayoría contemplaba con los ojos muy abiertos perdidos entre tanta diversidad de color. Shun y Hyoga no parecían ser una excepción, pero en lugar de sorprenderse, mantenían la vista fija en el cielo y la sonrisa en los labios.

    Por fin, un último fuego artificial anunció el final del espectáculo, y unos minutos después las luces de alrededor volvieron a encenderse y la gente, aún absorta, comenzó a hablar rompiendo el silencio de la noche, aún con el estallido sonando persistente en sus cabezas.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer y por tener tanta paciencia. Espero que os haya gustado tanto como los otros, y dejéis un comentario si así lo deseáis :3. Aún con todo el lío que llevo encima, trataré de no tardar 50000 meses en subir el último capítulo.

De nuevo, ¡muchas gracias y ánimo, que ya se acerca el final!


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