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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Hola! Sí... dije que sería el último... pero... bueno... no sé ya ni si merece la pena explicarlo, jajajaja. Las razones: las del capítulo anterior. Me estaba quedando muy grande para mi gusto (12 páginas) y me parecía una buena idea separar este acontecimiento del que estaba previsto que vendría después. Puede que sea mera cuestión estética, o simplemente que me encanta tanto que me da pena terminarla, jujuju. En realidad es que se me estaban ocurriendo tantas cosas sobre la marcha que si las escribía todas aquí acabaría siendo un capítulo de 10 mil palabras y, aunque a mucha gente le gusten los capítulos tan largos, a mí se me haría terrible tener que leer un tochaco como ese.

Sin más... el capítulo número 13. 

Hyoga le pide a Shun que se vaya con él lejos del mundo.

Hyoga se separó de Shun tras haberle regalado uno de los muchos besos que le dio esa noche. Apenas quedaba gente en la colina que no fueran adolescentes o jóvenes adultos en la pos celebración de la fiesta, que no consistía en otra cosa que disfrutar de la bebida hasta que amaneciese el día siguiente.

    Las luces de la ciudad estaban encendidas, pero desde allí arriba lo único que llegaba a apreciarse de verdad era la luz que les brindaba las estrellas, y era una visión mucho más hermosa que la que podrían contemplar si desviaban la mirada hacia las calles de abajo. De esa manera, se sentían flotar por encima del mundo. Un mundo que desearían no fuese el suyo, pero la realidad era demasiado abrumadora y no les dejaba escapar del suplicio de la vida.

    Shun se sentó recto sobre la hierba y cruzó las piernas sin alejar la mirada del cielo nocturno. Hyoga le rodeó por los hombros y le hizo perder el equilibrio sin querer, haciendo que el menor se cayese al suelo dando un pequeño grito de sorpresa seguido inmediatamente por las risas de los dos.

—Lo siento, no era mi intención —se apresuró Hyoga, pero Shun le quitó toda la importancia con un gesto de la mano.

—No pasa nada —dijo sin dejar de reírse.

    El rubio no sabía qué más comentar. Tenía la mente recubierta de bonitas visiones y sueños de futuro, olvidando toda la oscuridad que se le ceñía al corazón durante el resto del tiempo. Contemplaba con una sonrisa los ojos brillantes de Shun que no dejaban de escudriñar el cielo una y otra vez, y se preguntó si sería posible una vida eterna con él. Una vida alejada de todo aquello que le carcomía, y se sorprendió a sí mismo asintiendo ante esa perspectiva, como si los fuegos y las flores le hubieran brindado una nueva esperanza tan grande como el mar.

—Quisiera que esta noche no terminase nunca —dijo Shun sin apartar la mirada de las estrellas.

—No hay cosa que desee más.

    El menor se acercó un poco más a él, bajando la cabeza con expresión triste, pero al alzarla de nuevo lo hizo con una sonrisa soñadora.

—Ojalá todos los días fueran como este… gracias, Hyoga, no sé qué estaría haciendo ahora mismo sin ti…

—Yo no sé qué sería de mi corazón si tú no estuvieras aquí para cuidarlo —le dijo seriamente.

    Intercambiaron una mirada sin decir ni una sola palabra y se besaron tiernamente tras unos largos segundos. Cuando se separaron, Hyoga lo estrechó fuertemente entre sus brazos y le acarició el pelo con la mano. Shun cerró los ojos y se dejó llevar por el momento, meditando todo lo que ambos habían pasado con la compañía del otro.

    Hyoga abrió la boca en un intento por hablar, pero entonces una sombra se dibujó en la hierba por delante de él y se dio la vuelta con el corazón latiéndole con fuerza. Shun se separó de él y se giró también, pero no reconoció al joven que los observaba con una botella de cerveza en la mano.

—¿Daniel? —Preguntó el rubio con las manos temblorosas, sin saber qué hacer.

—Hola —dijo este dando un sorbo de la bebida y tambaleándose con una sonrisa—. ¿Con quién estás? —Quiso saber mirando a Shun inquisidoramente.

—No es de tu incumbencia.

—Hola Shun —le saludó sin hacer caso del rubio.

    El menor se sintió temeroso preguntándose si no sería otro de los amigos peligrosos de Hyoga, y tuvo la necesidad de esconderse detrás de él con la esperanza de que no se acordase al día siguiente, pero Daniel no estaba tan ebrio como parecía.

—Creo que alguien no está haciendo caso a Johnny —dijo riéndose.

    Hyoga se levantó del suelo y se plantó frente al pelirrojo amenazándole con la mirada, pero este no asemejaba para nada estar intimidado. Más bien, dio otro trago de la cerveza y la posó en la hierba sin mucho cuidado, casi vacía.

—Pensaba que habías cambiado —le dijo con decepción.

—Mi vida no te interesa para nada, como a mí no me interesa la tuya.

—A mí no me interesa pero seguro que Johnny querrá saber sobre… —Hyoga le agarró del cuello de la camiseta, impidiéndole terminar la frase, y Daniel le cogió un brazo débilmente intentando desasirse de él.

—Escúchame bien —empezó—, no quiero ni tener problemas contigo y mucho menos con él —su expresión se ablandaba a cada momento recordando que Shun estaba a su lado observando con miedo—. No le cuentes nada, por favor —le pidió, y aflojó el agarre todo lo que pudo sin llegar a soltarle.

—Hyoga… —murmuró Daniel, tratando de encontrarse a sí mismo entre una nube de confusiones—. ¿Por qué iba a decirle nada? Podría pero… eres mi amigo —sus palabras se escuchaban sinceras—. De verdad. Si yo estuviera en tu lugar… también te lo pediría. Aunque probablemente ya te hubiera destrozado un brazo, como mínimo.

—Espero que estés hablando en serio.

—Yo he venido aquí a divertirme —se encogió de hombros—, no a espiarte. Tengo por allí algunas muchachas muy simpáticas… aunque no me van mucho, pero es algo.

—¿Y?

—Que yo tampoco quiero problemas —dijo con dificultad.

—Si le cuentas algo me las pagarás —le prometió, y su voz sonó tan fría como el hielo, provocándole un escalofrío a Daniel.

—No lo dudo —dijo, y Hyoga le soltó por fin—. Gracias —recogió la botella del suelo y bebió otra vez. Le tendió una mano a Hyoga y este accedió a estrechársela tras meditarlo unos instantes—. Encantado de conocerte, Shun —se acercó a él y le dio un beso en cada mejilla, sonriente.

    Ambos le vieron marchar por entre la multitud sin atreverse a romper el relativo silencio. El primero en hablar fue Shun.

—¿Es como Johnny? —Preguntó esperando una respuesta negativa.

—No, no es como él. Este es más normal aunque no lo parezca.

—Supongo que la bebida influirá —dijo con un ápice de indiferencia.

    Hyoga, por su parte, tenía el corazón revolviéndole toda la sangre. Sabía perfectamente que en cualquier momento Daniel podría decir algo inapropiado por mucho que le jurase que mantendría la bocaza cerrada. Y si eso llegase a suceder, se metería en un gran problema del que no sabía si podría salir fácilmente. Entonces, sintió que la culpa se apoderaba de toda su mente pensando en su actuación. Si Shun no hubiera estado ahí para verlo, el pelirrojo no hubiera tenido solo un cardenal los días siguientes. Lo más probable es que le hubiera partido un brazo, se dijo, y le hubiera amenazado de muerte varias veces. Con borrachos así no se puede tratar de otra manera. Tenía que haberlo hecho…

    Shun le sacó de sus pensamientos regalándole un abrazo tranquilizador. El rubio se sorprendió por el gesto, pero calmó la tormenta que se desataba dentro de él y le correspondió al abrazo con una sonrisa de alivio. En ese momento desechó todo lo que acababa de pensar y se llamó idiota varias veces. La violencia no siempre era una buena solución, y la sola presencia de Shun le hacía ver esto con más claridad.

 

 

Una hora más tarde llegaron al portal de Shun. Estaban a punto de dar las tres de la madrugada, pero ninguno de los dos tenía ganas de separarse. Sus paso habían sido tan lentos como los de un caracol.

—No me apetece despedirme de ti —dijo Hyoga con expresión triste, y Shun le devolvió una sonrisa fugitiva.

—Yo tampoco quiero, pero es muy tarde…

—Lo sé —Se miraron a los ojos y se dedicaron un tenue beso seguido de un abrazo—. No hay nada que quiera más ahora mismo que escaparme contigo hacia una vida mejor —Shun lo contempló sopesando la idea con miedo, pero olvidarse del mundo en el que vivía para convertir a Hyoga en un mundo nuevo para él sonaba demasiado hermoso de la boca del rubio.

—Yo quisiera vivir en un mundo en el que no tuviera que sufrir nunca más —desvió la mirada y la perdió entre las luces de la farola más cercana, como tratando de sumergirse en un sueño desvelado.

—Podríamos cumplir nuestro sueño… —susurró Hyoga—, irnos lejos de todo esto y vivir el uno para el otro…

—Ojalá eso fuera posible —le cortó Shun al borde del llanto—. Ojalá alejarme volando de tu mano —hundió el rostro en el pecho del rubio ocultando su desolación, y este le abrazó con más fuerza.

—Podríamos intentarlo…

—¿Cómo? —Se separó unos centímetros de él para mirarle suplicante.

—No lo sé… sería complicado, pero no imposible.

—¿A dónde iríamos?

—Lejos —dijo encogiéndose de hombros—. Lo más lejos que nos lleven nuestros pasos. Lo más lejos que nuestras piernas sean capaces de alejarnos de aquí. Lejos de los problemas. Lejos de la tristeza. Lejos de los sueños del pasado, acercándonos a nuestros sueños del presente y a los que están por llegar. Lejos, tú y yo, de toda la desesperación que nos oprime los corazones.

—Te necesito —murmuró con los labios temblorosos.

—Y yo te necesito a ti, Shun, no sabes cuánto.

    Se sumieron en un abrazo que les arrebató unos cuantos minutos de vida, perseguidos después por besos de súplica en los que cada uno decía sin palabras lo mucho que deseaba la compañía del otro, pasase lo que pasase. Imaginando en cada caricia cómo sería vivir una vida eterna de felicidad. Pidiéndole al cielo alas para poder volar y escapar, como dijo Hyoga, lejos de todo lo que les carcomía el alma y las buenas emociones.

 

 

 

 Llegó a casa casi a las cinco de la madrugada. A propósito, había tomado el camino más largo para poder meditar a solas con la única compañía de los cigarrillos, evitando por todos los medios no encontrarse con ningún joven que volviese de fiesta, y más si alguno de esos jóvenes se trataba de Johnny o de Daniel, o de cualquier otro miembro de Toxic. No tenía ganas de hablar con nadie y apenas unos minutos después de despedirse de Shun la ira volvió a recorrer sus venas violentamente, y de nuevo se arrepentía de no haber abofeteado, como mínimo, al estúpido del pelirrojo.

    Se echó sobre la cama sin molestarse en quitarse la ropa y se arropó tapándose hasta la cabeza. Los ojos le ardían pero tampoco tenía ganas de dormir. En realidad, no sabía de qué tenía ganas. Quizá lo único que le apetecía en ese momento era yacer en la cama junto a Shun, pero eso era más imposible que saltar por las estrellas en una noche nublada.

 

 

 

La mañana del sábado llegó con grandes rayos de sol colándose por cada ventana. Ikki ya estaba despierto cuando Shun se levantó, y había estado ordenando la habitación en silencio y preparando el desayuno de su hermano, pues él no había podido contener el hambre y se había comido el suyo tras esperar un buen rato. Se alegró de ver a Shun saliendo por la puerta de la habitación y fue a darle un abrazo cariñoso al que el menor correspondió con una sonrisa somnolienta.

—Buenos días Shun. ¿Llegaste muy tarde? Tienes unas ojeras del diablo —le dijo feliz.

—No mucho, en realidad —le restó importancia—. ¿Me has preparado el desayuno? —Ikki asintió enérgico.

—Tostadas, cola cao, zumo de naranja… y lo que quieras coger del armario. Hay galletas de chocolate.

—¡Muchas gracias! Aunque no tenías porqué haberte molestado.

—Dudo mucho que tú te hubieras preparado algo elaborado después de lo de anoche. ¿Te lo pasaste bien? —Le preguntó tras una breve pausa.

—Fue perfecto —contestó desviando la mirada y evitando sonrojarse al tiempo que recordaba lo que había sucedido.

—No sabes cuánto me alegro —su sonrisa se ensanchó aún más si cabía, y dio gracias a quien quisiera que le estuviese escuchando por devolverle la alegría a su hermanito. Sabía que se la merecía. Los dos se la merecían, y no había nada que le hiciese más feliz que ver a Shun siéndolo —¿Te apetece dar un paseo por la tarde? ¿O has vuelto a quedar con Hyoga?

—No, no hemos quedado —dijo tras revolver el cola cao—. Después de que estudie un poco podríamos —sonrió.

—Estupendo entonces. Me muero de ganas de salir un rato, hace un día muy bueno.

—Sí… lo hace.

—¿Te encuentras bien? Pareces ausente.

—¿Eh? Estoy bien… solo… estaba meditando algo que me dijo Hyoga…

—¿Puedo preguntar el qué?

—No es nada importante —ladeó la cabeza.

—Como quieras.

 

 

 

Llegó a la base de Toxic a las doce de la mañana. Tenía un aspecto horrible por haber dormido apenas unas horas y ni el café le ayudaba a mantenerse despierto. Allí estaban reunidos Johnny, Daniel, Edd y Robin, aunque cada uno estaba a sus cosas y no había ningún tipo de conversación. Cuando Hyoga entró, todos le miraron menos Daniel.

—¡Buenos días! —Exclamó el líder con una sonrisa de oreja a oreja. Hyoga temió por un momento que el pelirrojo se lo hubiera contado todo, pero se relajó al ver que este negaba con la cabeza al recibir una mirada amenazante.

—¿Son buenos? —Preguntó sin darle importancia.

—Para mí sí. Si hubieras llegado una hora antes, te habrías enterado —contestó sin dejar de sonreír.

—¿De qué? —Quiso saber arqueando una ceja.

—Hemos averiguado el nombre del detective —respondió Robin.

—¿En serio? —Se sentó en el sofá al lado de Daniel, quien se apartó unos milímetros de él, incómodo.

—Así es —asintió Johnny—. Y además Robin ha hecho un excelente trabajo averiguando la calle en la que vive. No fue nada fácil, ¿verdad? —Robin ladeó la cabeza, orgulloso.

—Edd y yo le seguimos hasta su calle, pero había demasiada gente y no vimos en qué portal se metió.

—¿Y cómo se llama?

—Willem Anderson —respondió Daniel.

—Los prismáticos son buenos amigos después de todo —dijo Johnny—. Aunque sin duda es mejor tener una buena vista como la de Daniel —el pelirrojo se ruborizó sin dejar de mirar al infinito.

—Pues sí que era una gran noticia. ¿Y qué tienes pensado hacer ahora?

—Averiguar el portal, de momento. Pero es evidente que va a estar vigilado, así que tendremos que hacerlo desde muy lejos… ¿Querrás acompañarme? Pensaré algo para el lunes. Hay que acabar con él cuanto antes, es el hombre que lleva nuestro caso, y según Roonie lo ha visto pululando demasiado cerca de este lugar. También estoy pensando en otro refugio, pero por ahora no estamos muy amenazados.

—Si nos descubre… —dijo Daniel a media voz—, ¿qué nos pasará?

    Johnny clavó sus ojos marrones en él con el rostro inexpresivo. Caminó hacia el pelirrojo y lo cogió por la barbilla haciéndole alzar la cabeza. Ninguno de los dos hacía ningún tipo de mueca, pero el rostro de Daniel se ensombreció cuando Johnny comenzó a esbozar una sonrisa sádica.

—Despedirte de tu vida tal y como la conoces —le susurró sin apartar la vista.

    El moreno le soltó con brusquedad y se dirigió de nuevo hasta su sillón detrás de la mesa. Cruzó las manos sobre la madera y pasó la mirada por cada uno de los miembros de Toxic que allí se encontraban.

—¿Alguna pregunta más?

 

 

 

 Hyoga salió de la base dejando solos a Robin, Edd y Daniel. Johnny se había marchado rato antes alegando que se moría de hambre y no tenía ganas de aguantarles por más tiempo.

    Antes de dar tres pasos fuera del centro comercial, Daniel corrió hasta él y le cogió de la manga de la chaqueta. Hyoga se volteó hacia él con cara de pocos amigos, intuyendo lo que le iba a decir el pelirrojo.

—Gracias por no darme una paliza —el rubio sonrió apartando la mirada.

—Nunca me habían dado las gracias por eso. Te las doy yo a ti por no haberle dicho nada a Johnny.

—Te lo prometí —dijo.

—Supongo que sí.

—Gracias —dijo de nuevo tras un silencio.

—Te hubiera partido la cara si no hubiera estado él delante —dijo bajando la voz, temeroso de que alguien más pudiera escucharles.

—Entonces se las tendría que dar a él —se encogió de hombros.

—Puede ser, lástima que no sea posible.

—Y me imagino que tampoco será posible que se lo digas de mi parte.

—Ni aunque me pagasen —Daniel rio al tiempo que le temblaban las manos.

—Pues… volveré adentro.

—Adiós —dejó al pelirrojo allí parado frente a la entrada y se alejó caminando a buen paso.

    Daniel no dejó de mirarle hasta que le perdió de vista. Tenía la mente revuelta tanto de pensar como de la resaca que le había causado la nochecita anterior. Se giró y entró de nuevo en la base sin saber muy bien qué hacer.

 

 

 

El paseo se estaba alargando más de lo que habían imaginado, pero no les importaba lo más mínimo. Caminaban cogidos de la mano. Ikki llevaba impresa en su rostro una sonrisa de tranquilidad y calma. Shun, por su lado, mantenía una expresión serena mientras no dejaba de pensar una y otra vez en las palabras de Hyoga.

    Me gustaría tanto irme con él… lejos… hasta un nuevo amanecer, hacia una nueva vida llena de esperanza, pero… no quiero dejar a mi hermano. Jamás me perdonaría dejar a mi hermano. Alzó la mirada hacia Ikki y este se la devolvió sin dejar de sonreír.

—Ikki… —susurró, y el mayor le preguntó con los ojos—. Te quiero.

    Ambos dejaron de caminar al unísono. Ikki soltó la mano de Shun y se acercó más a él para darle un abrazo al que Shun correspondió.

—Yo también a ti, hermanito. Muchísimo.

 

 

 

 El lunes llegó sin mayor novedad. Shun e Ikki se levantaron temprano para ir a clase. Desayunaron en silencio para no despertar a su padre quien había regresado a altas horas de la madrugada y se vistieron sin decir ni una sola palabra.

    Ikki acompañó a Shun hasta la calle de su colegio y se despidieron con un abrazo. El menor subió las escaleras y no tardó ni unos minutos en verse secuestrado por Shiryu, quien tras enterarse de lo que había tratado de hacer su amigo no hacía otra cosa que distraerle cada vez que le notaba de mal ánimo.

—¿Qué tal el fin de semana? Me habías dicho que ibas a ir a la colina con Hyoga… yo también fui, es una lástima que no nos encontrásemos.

—¿Fuiste con Seiya? —Shiryu asintió—. No estuve muy atento, la verdad… —el moreno le dio un codazo burlón que le hizo sonrojarse.

—No te preocupes, yo también hubiera hecho lo mismo.

—¡Si ni siquiera sabes lo que pasó!

—No me hace falta saberlo. ¿Intuición masculina? —Rio, y esta vez fue Shun quien le dio un codazo para hacerle callar.

    En el recreo fue peor, pues tuvo que aguantar tanto a Shiryu como a Seiya, y ya no sabía qué decirles para que no indagaran más en el asunto. Al final terminó por contarles todo lo que había pasado excepto, por supuesto, el encontronazo con Daniel.

—Así que sois novios oficialmente —dijo Seiya orgulloso.

—¡No! —Exclamó Shun—. Bueno… sí… o no… supongo.

—No lo niegues —le guiñó un ojo Shiryu—. Quedáis, os besáis, os abrazáis…

—Solo falta que… —empezó Seiya, pero Shiryu le dio un golpe en el brazo para hacerle callar. —¡Ay! ¡Pero si no iba a decir nada malo!

—Pero sí salido de tono —le reprochó, y ambos vieron cómo a Shun se le escapaba la risa.

    Tampoco podría dejarles a ellos, pensó.

 

 

 

 Llegó la hora de salir de clase y el corazón de Shun rugía como tres tormentas. Hyoga le había comentado que seguramente se pasase a recogerle algunos días de la semana en la escuela, y en consecuencia le había pedido a Ikki que no hacía falta que se preocupase y le fuera a buscar él, que iría acompañado por Hyoga, pero su hermano era muy cabezota y se empeñó en ir hasta la entrada por si acaso el rubio no acudía. De esta manera, temía por las conversaciones que pudieran tener ellos dos y por la imagen que pudiera tomar su hermano de Hyoga. Y por mucho que Shiryu intentó tranquilizarle, sus manos seguían temblando como antes.

    Bajó las escaleras con sus amigos a cada lado y les despidió a la salida. Se quedó aguardando apoyado en el muro de afuera y pronto vio la figura de Hyoga acercándose por la derecha. Fue hasta él con una sonrisa y le dio un tenue beso en los labios.

—¿Cómo estás? —Le preguntó el rubio.

—Cansado de las clases, pero bien.

—Me alegro mucho. ¿Vamos?

—Bueno, es que… mi hermano se empeñó en venir a buscarme de todas formas por si no aparecías.

—Ah, vaya. Entonces habrá que esperarle.

    Hyoga se apoyó sobre la pared y Shun se acercó hasta él, siendo rodeado por los cariñosos brazos del otro. Ikki llegó dos minutos después.

—Hola —les saludó—. Veo que hoy volverá a casa solo —Hyoga le devolvió el saludo con una sonrisa.

—Siento arrebatártelo a la vuelta de casa.

—No pasa nada —rio—. Así no se aburre.

—Volveré en seguida, Ikki —dijo Shun dándole un abrazo.

—Te estaré esperando con la mesa puesta —le dio un beso en la frente y despidiéndose de Hyoga se alejó por la calle.

    Comenzaron a caminar cuando perdieron a Ikki de vista y ya casi no quedaba ningún alumno pululando por ahí. Iban de la mano mirando al frente, pero dedicándose miradas fugaces cada varios pasos. Entonces, Hyoga se paró se giró hacia Shun con expresión seria.

—Cielo, estuve pensando largamente lo que hablamos el viernes.

—Yo también.

—¿De verdad? —Se sorprendió, y Shun asintió levemente—. ¿Y qué pensaste?

—Sería un sueño hecho realidad, pero… —hizo una pausa tratando de encontrar las palabras adecuadas—, no sé si podría dejarlo todo atrás. No podría dejar solo a mi hermano, y no podría dejar a mis amigos, después de tanto tiempo… Shiryu siempre me ha ayudado en todo… Seiya siempre me hacía olvidar los problemas…

—Te comprendo, Shun —le interrumpió dulcemente—. Te comprendo perfectamente, aunque no tenga el mismo problema. Yo solo quiero… huir de todo. Necesitaba una razón por la que vivir y tú llegaste a mi vida aquel día… sin ti no sé qué estaría haciendo ahora mismo. Probablemente… probablemente no estaría vivo, o sí, pero sin ninguna razón por la que estarlo.

—Tus padres —semi preguntó.

—Mis padres son muy buenos, pero… yo no soy un buen hijo.

—Creo que en mi caso sería al revés —entreabrió la boca queriendo contarle todo el sufrimiento que aguantaba por parte de su padre, pero ningún sonido salió de ella.

    A Hyoga, por su lado, se le iluminaban los ojos al tiempo que su mente le pedía constantemente contarle a Shun todo en lo que estaba implicado. Pero no podía. Su corazón tenía miedo de la reacción del menor.

    Querían contarlo todo pero no podían decir nada.

    Hyoga ladeó la cabeza cerrando los ojos durante unos segundos. Volvió a mirar a Shun con una expresión más serena y le dio un beso en una mejilla.

—De todas formas aún es temprano para decidirlo —A no ser que Johnny piense lo contrario—. No puedo obligarte a ello. Yo seguiré a tu lado, sea donde sea, o al menos lo intentaré.

—Hyoga…

—Te quiero, Shun. No sabes cuánto.

—Yo también te quiero, Hyoga. Quisiera estar contigo para siempre, ya sea aquí o en otro mundo.

—Piénsalo —le pidió—. Si decides que sí, juro por mi vida que nos marcharemos lejos del sufrimiento y te haré feliz. Todo lo feliz que me esté permitido. Te lo prometo.

    Shun le devolvió una intensa mirada esmeralda y se abalanzó a sus brazos cerrando los ojos, dejándose llevar por las hermosas palabras que le dedicaba su amor. Sabía que no le mentía. Estaba convencido de que si se fugaban juntos lo harían a un mundo mejor, donde nada más les haría sufrir. Pero el miedo de separarse del lugar que le vio crecer y de las personas que siempre estuvieron a su lado era demasiado poderoso.

 

 

 

 Las charlas con Johnny se habían vuelto extremadamente frecuentes los dos días anteriores. El moreno quería tenerlo todo preparado y listo para esa tarde, y si algo fallaba, todos lo pagarían. A Hyoga todo este asunto le ponía de los nervios. Sabía perfectamente que no podían dejar a ese tal Willem caminar tan cerca de ellos. Si no hacían algo, tarde o temprano acabaría por dar con ellos. Aún así, a él no le apetecía en absoluto trabajar, y menos cuando estaba convencido de que Shun le daría una respuesta afirmativa y antes de que nadie pudiera cogerle estaría lejos de esa asquerosa ciudad donde había tenido la desgracia de nacer.

    Sintió su teléfono sonar y colgó al comprobar que se trataba de Johnny. Estaba cerca de la base y ya tenía suficiente con tener que aguantarlo en persona.

    Se encontró con Daniel por el camino, quien andaba nervioso con las manos metidas en los bolsillos y la cabeza agachada. Subieron ambos hasta el despacho del líder y lo descubrieron sentado en el sillón mirando unos papeles arrugados.

—Habéis tardado mucho —les dijo.

—Dijiste a y media y son y cuarto —protestó Daniel.

—Me da lo mismo. Esto va a ser muy delicado. Willem Anderson sale de la agencia en una hora. Le estaremos esperando en la calle paralela a la suya. Le veremos pasar. Robin nos avisará de su llegada y…

—Relájate —le dijo Hyoga—. Ya nos lo explicaste cincuenta veces en dos días.

—Estoy relajado.

—Cualquiera lo diría.

—En fin. En un rato salimos y… ¡ah! Tenéis que poneros esto —sacó de debajo de la mesa una bolsa repleta de pelucas marrones de cabello corto.

    Daniel y Hyoga le miraron con incredulidad deseando que fuese una broma.

—Un rubio y un pelirrojo —se encogió de hombros—. ¿Soy el único que cree que llamáis mucho la atención? Yo me pondré esta —sacó de un cajón una peluca larga de color negro como el carbón y se la puso.

    Los dos le dieron la razón después de todo y cogieron una peluca cada uno. Eran prácticamente iguales, salvo que una tenía el flequillo más largo. Esa se la puso Daniel.

—Estáis preciosas —rio Johnny, y ambos gruñeron—. Mete los prismáticos en tu mochila —le dijo a Hyoga, y este obedeció.

    Salieron de la base al poco rato y llegaron a la calle perpendicular al edificio donde se encontraba el detective. Aún quedaba media hora para que saliese de allí, pero había demasiada gente como para sacar los prismáticos y pocos sitios donde esconderse.

—Maldita sea —dijo Johnny—. No pasa ni dios en todo el puto día por esta calle y tienen que pasar ahora.

    Ninguno de los otros dos se atrevió a decirle nada, por lo que tras eso volvieron a quedar en silencio. Entonces, Johnny se puso unos auriculares y sacó el móvil de su bolsillo, marcando el número de Robin.

—Informa —le dijo, y Hyoga y Daniel aguardaron con impaciencia—. Está bien. Espera, ¿estás seguro? Vale… fíjate mejor, estoy convencido de que va a haber alguien por ahí. Cuando sepas algo más me llamas.

—¿Qué te ha dicho? —Preguntó Hyoga.

—Que no ve a nadie sospechoso por ninguna parte, pero ¿cómo saber si alguien es sospechoso cuando él mismo sabe que no debe actuar como uno?

—Entonces no sabríamos nunca cuándo alguien está vigilando.

—Exacto. Y ahora que has descubierto el origen del Universo, te invito a que te calles y te asomes a ver si sale o no.

     En efecto, unos minutos más tarde Willem Anderson salió del edificio cargando con un maletín negro. No miró hacia ninguno de los lados de la calle, pero parecía que le temblaban las piernas al caminar.

     Johnny salió de la calle y comenzó a andar con tranquilidad. Se había puesto la gorra de tal manera que le tapaba el rostro con la sombra. Hyoga y Daniel le siguieron hablando entre ellos con toda la normalidad de la que fueron capaces. El líder, sin embargo, caminaba sin dejar de mirar al suelo, como si le afligiese la sola idea de vivir en el mismo planeta que el resto de las personas que había en la calle. El detective giró en una esquina y los otros esperaron unos largos segundos hasta hacer lo mismo. Johnny se les había unido a la conversación y hablaban de las clases ficticias que estaban tomando en el instituto y de lo estúpido que había sido el profesor de matemáticas al corregirles el último examen.

    Daniel comenzó a ponerse muy nervioso a medida que se acercaban a la calle donde supuestamente vivía Willem, y Hyoga tuvo que improvisar una conversación sobre una chica a la que el pelirrojo quería declararse. Johnny suspiró varias veces como si Daniel le hubiese hablado cientos de tristes noches sobre aquella chica y se adelantó unos pasos. Hyoga trataba de calmar a Daniel diciéndole que claramente ella aceptaría para ser su novia.

—Xavi —llamó Johnny a Daniel—, ¿dónde decías que habíamos quedado con Karl?

—Ya falta poco —contestó—, es en la siguiente calle.

—Menos mal. Estar una semana sin dar Educación Física me está pasando factura.

—Pues menos mal que no viniste a la última clase, el muy cabrón nos hizo correr durante media hora por hablar.

    Llegaron a la calle en la que les esperaba Robin, pero este estaba un trazo más allá de por donde entraron. Según le había dicho a Johnny por los auriculares, no había visto a nadie que fuera mínimamente sospechoso de nada. El moreno se comenzó a hacer como que pasaba las canciones sin encontrar ninguna que quisiese escuchar y pronto se reunieron con Robin.

—Por fin llegáis —les espetó—, llegué hace como diez minutos.

—Calla un poco, Karl —le dijo Hyoga.

—¿Has visto algo? —Le preguntó Johnny en un susurro y Robin negó con la cabeza.

—No, al parecer Hanna no va a venir. Lo siento, Xavi —rio, y Daniel le fulminó con la mirada.

    Caminaron, entonces, en la misma dirección que el detective y los ojos de todos brillaron cuando este sacó las llaves de casa de uno de sus bolsillos. Aligeraron el paso mientras hablaban de lo tarde que se les había hecho y que un tal Bill se iba a cabrear mucho con ellos, pero cuando ya observaban cómo Willem aminoraba la marcha al tiempo que se acercaba a su casa, un policía salió de uno de los bares y les paró en mitad de la calle con todas las miradas de la gente puestas en ellos.

—Hola chicos, ¿puedo ver vuestro carnet de identidad? —Les preguntó con voz imponente.

—¿A qué se debe? —Preguntó Johnny con cara de sorpresa.

—No necesito una razón para pedíroslo.

—Solo vamos a buscar a un amigo a casa —dijo Hyoga, y por un momento temió que la peluca revelase algún mechón de cabello rubio.

    Johnny no supo si hundir más el rostro bajo la sombra de la gorra o, por el contrario, mostrarse sin miedo ante el policía. Acabó optando por la primera opción, y el hombre pareció notarlo hasta que Daniel se adelantó y desvió su atención. Mientras tanto, Robin ojeaba disimuladamente la calle, pero descubrió, con terror, que Willem ya no se encontraba por ninguna parte.

    El policía pareció darse cuenta de la desaparición del detective y cambió su semblante por uno más amable.

—Disculpad, es que me recordasteis a unos chicos problemáticos que me encontré la semana pasada.

—No pasa nada —dijo Daniel—, los profesores también piensan que somos un poco macarras —dijo con una gran sonrisa, y el resto rieron con él, sonrojados.

—Claro, los profesores —se llevó una mano a la cabeza—, siempre tan exagerados —se dio la vuelta y volvió a sentarse en una de las sillas de la terraza del bar.

    Los jóvenes continuaron caminando con la mirada fija al frente y charlando distraídamente entre ellos hasta que se alejaron unas cuantas calles de allí. Entonces, Johnny se volteó hacia Robin y le clavó una mirada que le acusaba de toda la culpa.

—¡Un policía en un bar! ¡Solo tenías un trabajo! —Exclamó con rabia.

    Robin alzó las manos pidiendo tranquilidad, pero el moreno parecía querer dispararle cuatro veces en cada ojo.

—¡No podía recorrer toda la calle sin levantar sospecha! —Dijo tratando de defenderse, y Johnny pareció sopesar esa idea durante unos segundos hasta que suspiró con tristeza.

—Soy gilipollas —dijo, y todos le miraron—. No me di cuenta de un detalle tan importante como ese. Aún así —volvió a mirarle intensamente a los ojos—, eras tú quien tenía que vigilar —se dio la vuelta y Robin se fue por otra calle distinta.

    Hyoga y Daniel siguieron a Johnny a unos pasos detrás de él sin decir ni una palabra.

—Ese imbécil de Karl —dijo Johnny—, como me vuelva a enterar de que suspende Historia otra vez, no le pienso volver a dirigir la palabra por lo que queda de curso —apretó los puños con fuerza y le chirriaron los dientes mientras continuaba caminando.

    Continuaron caminando con la rabia a flor de piel, pero al poco rato notaron el ruido de gente que corría detrás de ellos. Al voltearse, vieron que las personas que les perseguían eran cuatro policías armados.

—¡¡¡CORRED!!! —Gritó Hyoga con todas sus fuerzas, y giraron en la siguiente esquina hacia la izquierda.

    Los policías no eran más rápidos que ellos, pero cuando toda la gente les abrió paso, comenzaron a disparar sus pistolas hundiendo las balas en todo lo que encontraban por delante. Por suerte, los tres eran ágiles y no se cansaban fácilmente y gracias a quien fuera que les estuviese ayudando, ninguna de las balas penetró en sus pieles.

    Siguieron corriendo a toda la velocidad que les permitían las piernas. Pasaron por delante de una frutería y Hyoga tiró todos los cajones llenos de fruta al suelo. Las manzanas y fresas rodaron por la calle y los policías tuvieron que aminorar la velocidad para no resbalar con ellas. Sin embargo, un policía camuflado salió de uno de los bares y cogió a Johnny de la chaqueta y le rodeó el cuello con un fuerte brazo. Rápidamente, Hyoga giró hacia ellos y llevando una mano bajo la chaqueta sacó la pistola que le había quitado al moreno, se acercó al policía corriendo y le disparó en una mejilla, y la sangre brotó de la cara del hombre quien deshizo el abrazo y cayó al suelo con los ojos muy abiertos y la mirada perdida en el cielo del anochecer.

    Hyoga tiró del brazo de Johnny, quien parecía tener la conciencia desmayada, y le hizo continuar corriendo por la calle. Los policías que les estaban persiguiendo fueron a socorrer al compañero tendido en el suelo y detuvieron la persecución. Nadie se atrevió a acercarse a los jóvenes. Por el contrario, les abrían paso dejándoles escapar, con el terror alojándose en sus cuerpos.

 

 

 

Entraron en casa de Johnny con el corazón en un puño latiéndoles fuertemente. No había nadie, y Hyoga se extrañó, pero era mucho mejor así. Suponía que sus padres no tenían la menor idea de a qué se dedicaba su hijo y este no parecía tener mucha intención de contárselo.

    Fueron a su habitación, se quitaron las pelucas y Hyoga se sentó en el borde de la cama. Daniel se quedó de pie sin saber qué hacer. Nunca había estado allí antes y, al juzgar por su expresión, eso le ponía muy nervioso. O quizá fuese la persecución de antes.

—Te han cogido —dijo Hyoga en voz baja.

—No me han visto la cara —contestó Johnny.

—Puede que hubiera cámaras.

—No las había. ¿Por qué iban a tener vigiladas esas calles? —Preguntó Daniel.

—Las de las tiendas —contestó Hyoga.

—Es igual. El tiempo lo dirá —dijo Johnny resignado.

    Los tres se quedaron en silencio durante unos eternos segundos, y Hyoga se fue fijando en la habitación de Johnny distraídamente.

—¿Has cambiado las fotos? —Le preguntó.

—Solo he quitado una en la que salía mal —se encogió de hombros.

    Daniel miró a cada uno con semblante indescifrable, preguntándose cuántas veces habría estado Hyoga en aquella habitación y con los celos brotándole desde dentro. Lo hubiera dado todo porque Hyoga no estuviera allí en ese momento. Por pasar unos instantes a solas con Johnny, aunque este no hiciese más que girarle la cara.

—Pasaréis aquí la noche —dijo Johnny—. No me arriesgaré a que os pillen por ahí. Y Hyoga —volvió la mirada hacia el rubio y le sonrió tímidamente—. Gracias por matar a ese cabrón.

—Hubiera sido nuestro fin si te hubiesen pillado. Tengo el alma manchada de sangre —se miró las manos con enfado. Estaban limpias, pero él se sentía sucio como si se hubiera revolcado en el fango.

—Dos hombres —sonrió Johnny—. Algún día me superarás —su sonrisa se hizo cada vez más siniestra hasta fundirse con las sombras bajo su gorra—, y sabrás lo que es sufrir de verdad.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer y por vuestra enorme paciencia! Como siempre, no prometo que pronto suba el siguiente (último, POR FAVOOOORRRRR T_T). ¡Espero que os haya gustado y sigáis con la misma paciencia después de todo! :3.


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