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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Último capítulo de Si pudiera volar. Espero que lo disfrutéis. Lo pondré como finalizado, pero aún me faltará por publicar un extra como capítulo 15.

Sin más, después de dos largos años con ella, me desprendo de un pedazo de alma y os la entrego a vosotros (qué poético me ha quedáo, jajaja).

 

Salió del aula con una sonrisa, pues las clases del martes habían sido bastante llevaderas y los profesores parecían haberse empeñado en que, con sus palabras y explicaciones, los alumnos no dejasen de atender. De esta manera, Shun tuvo su mente ocupada durante las seis largas horas y apenas le dio tiempo a pensar en algo negativo. Además, el día anterior Hyoga le había prometido, tras acompañarle de vuelta a casa, que ese día se pasaría a buscarle otra vez.

            Shiryu se interpuso en su camino en las escaleras para preguntarle sobre el tema de su novio, pero Shun no quiso dar explicaciones. En realidad, le daba vergüenza hablar sobre ello y sabía que su amigo le preguntaría sobre cosas más personales de la relación que mantenía con el rubio que ni él mismo sería capaz de responder. Por ello, apartó ligeramente a Shiryu y le dedicó una sonrisa burlona al tiempo que se dirigía a la entrada del colegio.

            Hyoga estaba apoyado en la pared del muro de alrededor del edificio como solía hacer, con los brazos cruzados y la mirada azul dirigida hacia el suelo.

            Shun estaba tan contento que no pudo contenerse y antes de saludarle le dedicó un caluroso abrazo que pilló por sorpresa al rubio, quien tras unos segundos de aturdimiento respondió correspondiéndole.

—Te echaba de menos —dijo Shun con una amplia sonrisa.

—Y yo a ti. ¿Y esa sonrisa? —el menor se enrojeció de repente y desvió la mirada con timidez.

—Hoy es un buen día —contestó simplemente.

—Todos los días son buenos cuando te veo.

—Todos los días son buenos cuando vienes a verme —le contestó.

            Se alejaron del colegio con pasos tranquilos. Iban cogidos de la mano sin importarles que en el resto del mundo estuviesen sucediendo más cosas aparte de ese simple acto de cariño. El corazón de uno le pertenecía al otro, y eso era lo único importante al final de todo. Porque nada les daba más ganas de vivir que mirarse a los ojos e intercambiar sonrisas.

            Cuando llegaron al portal de Shun, los labios de ambos les impedían separarse. Hyoga los tenía fríos, pero besaba con la misma calidez de los rayos de sol. Shun, por su lado, disfrutaba al máximo de cada milímetro de su piel roja y se repetía a sí mismo una y otra vez lo mucho que le quería. En ese momento, la idea de irse lejos de casa con él, para siempre, le resultaba más que embriagadora.

            Se despidieron y una parte de la felicidad de Shun se fue por la calle de la mano de Hyoga. Subió las escaleras del edificio hasta llegar a su piso y abrió la puerta con las manos temblorosas. Al pasar bajo el marco de madera, escuchó ruidos que procedían del salón. Los cristales se rompían al chocar con el suelo y el pasillo estaba muy desordenado.

            Shun dio unos pasos vacilantes hacia el salón y oyó cómo su padre advertía su presencia y se asomaba a la puerta. Tenía los ojos rojos y las manos llenas de cortes. Se acercó a su hijo y Shun pudo ver que había estado llorando y bebiendo.

—¿Por qué se fue? —Le preguntó con voz quebrada —. Tú, se fue por tu culpa —medio gritó y alargó una mano para coger a Shun por la ropa, pero este lo esquivó con facilidad.

            Aún así, el otro puño de su padre fue a parar a su estómago y Shun se encorvó y se llevó las manos al golpe. Le golpeó, de nuevo, en un brazo cuando trató de cubrirse la cara. Antes de que su padre le volviese a pegar, se escurrió por la pared y salió rápidamente de la casa. Sus ojos lloraban incontrolables mientras bajaba corriendo las escaleras y tropezaba con el último escalón, cayendo al suelo. Se levantó unos segundos después y continuó corriendo fuera del edificio.

            Corrió por toda la calle hasta que alcanzó a Hyoga, quien caminaba despacio con un cigarrillo en la mano. Este se giró y se encontró a Shun sollozando y con la respiración agitada. El menor se abalanzó a sus brazos y lloró en su pecho mientras Hyoga, aturdido, tiraba el cigarrillo al suelo y trataba de calmarle.

—Llévame contigo —le escuchó decir a Shun—. Quiero irme contigo lejos de todo, Hyoga. Por favor, llévame contigo. Te lo ruego, vayámonos.

            Hyoga no supo qué decirle. Ni siquiera sabía exactamente lo que estaba pasando. Tenía a Shun llorando abrazado a él y pidiéndole que se marchasen lejos. Solo había deseado la segunda parte con todas sus fuerzas.

            Le abrazó con más cariño y le acarició el pelo suavemente. Esperó a que calmase el llanto y le hizo mirarle a los ojos.

—Sea lo que sea que te oprima el corazón —le dijo—, no dejaré que te ocurra nada malo. Cuando nos vayamos, nada podrá herirte sin pagar por ello.

            Shun mantuvo la mirada en sus pozos azules y sintió que su cuerpo se relajaba, lo que provocó que se percatase, entonces, del dolor de los golpes que le había dado su padre.

            Se llevó una mano al brazo y luego a la barriga. Hyoga lo miró con preocupación y le tendió la mano a Shun.

—Ven a mi casa —le dijo sonriendo con dulzura—. Tengo cremas para los golpes. A mis padres no les importará.

            Shun asintió por inercia y cogió la mano de Hyoga. El rubio le dio un último abrazo y le dejó un beso en la frente. Luego, comenzaron a caminar tranquilamente y Hyoga llamó a Ikki para decirle lo que había ocurrido. Este pareció reacio a dejar que Shun fuese con él, pero cuando el menor cogió el teléfono Ikki supo inmediatamente que no le mentía y se reprochó a sí mismo por no haber estado en casa cuando eso sucedió.

 

Entraron en casa de Hyoga y Shun no pudo evitar fijarse en todos los pequeños y grandes detalles de su hogar. Era parecida a la suya, pero mucho más grande y acogedora. Una voz de mujer preguntó desde el salón y salió al encuentro de su hijo.

—Hola —la saludó Hyoga sin saber cómo comportarse—. Es Shun, un amigo mío. Ha tenido problemas en su casa y me pareció buena idea ayudarle trayéndole aquí —se explicó.

—Siento molestar —dijo Shun agachando la cabeza y acariciándose el brazo herido.

—Oh —Natasha ahogó una exclamación de horror y se agachó para mirarle el brazo a Shun—. Te saldrá un moratón, Shun —le dijo mientras pasaba los dedos por la piel—. Ven, te voy a echar algo para que no te duela —le sonrió cálidamente—. Hyoga, cielo —le llamó con la voz nerviosa—, ¿puedes ir poniendo la mesa para comer? La comida está en la cocina —Hyoga asintió levemente sin cambiar de expresión y se encaminó a la cocina al tiempo que su madre llevaba a Shun al cuarto de baño.

            Un rato después, se sentaron a comer y Natasha le hizo preguntas amables a Shun. Era la primera vez desde hacía muchos años que Hyoga no llevaba a ninguno de sus amigos a casa. Ni siquiera le hablaba de ninguno de ellos, y empezaba a creer que su hijo estaba cambiando para bien.

—Sí, estoy en el último curso, aunque el jueves tengo el último examen —contestó Shun.

—¿Y lo has preparado bien?

—Es de Inglés. Es fácil —sonrió.

—No sabes cuánto me alegro —se levantó de la mesa para traer más agua de la cocina.

—Tu madre es encantadora —le dijo a Hyoga.

—Sí… Se merece mucho más que yo —Shun lo miró con ojos tristes y bajó la vista hacia el plato, preguntándose si Hyoga era tan mala persona como él mismo decía.

            Su madre regresó y continuó hablando con Shun sobre los estudios y las cosas que le gustaban. Al ver que tenía un hermano, también le preguntó por él. Evitó a toda costa preguntarle el porqué de sus heridas.

—¿No viene papá? —Le interrumpió Hyoga.

—Papá se quedó a comer en el trabajo. Iba a hacer horas extra por la tarde con su jefe.

—Ah.

            Cuando terminaron de comer, Hyoga llevó a Shun a su habitación. Se sentaron en el borde de la cama y Hyoga recordó cuando había vivido aquella misma situación con Johnny, solo que Shun era diferente, muy diferente y mucho más valioso.

—¿Te encuentras mejor? —Le preguntó rompiendo el silencio.

            Shun asintió con la cabeza y le dio las gracias por haber estado con él.

—Puedes quedarte a dormir si quieres —le dijo—. Tenemos una habitación libre.

—Eres muy amable, pero…

—¿Pero qué? ¿Vas a volver a casa para que te peguen?

—No me pegan...

—No soy tonto —dijo enfadado—. ¿Es tu padre? ¿Es tu madre? ¿Es… tu hermano? —Le preguntó seriamente.

—No, mi madre… mi madre murió hace unos años.

            El rostro de Hyoga cambió drásticamente. Miró a Shun, quien mantenía la vista fija en sus manos, y el corazón le latió fuertemente. La lengua se le trabó en la garganta y abrió la boca varias veces para decir algo, pero ninguna palabra fue pronunciada. Se percató, entonces, de lo poco que sabía sobre Shun.

            El menor se dio cuenta de lo que acababa de decir y miró a Hyoga a los ojos sonriendo débilmente.

—No tiene importancia —le dijo.

—Sí la tiene —le respondió, y su voz sonó con dureza. Rápidamente, cambió a una expresión triste y preocupada—. ¿Por qué no me lo habías contado?

—Es doloroso hablar de ello —volvió a desviar la mirada.

—Es más doloroso guardarse el sufrimiento para uno mismo —le dijo al tiempo que le rodeaba con un brazo y lo atraía hacia sí—. Lo siento mucho Shun —cerró los ojos y le dio un beso en el pelo.

—No tiene importancia —repitió y echó la cabeza sobre el pecho de Hyoga, quien le abrazó dulcemente—. Quiero irme contigo.

—¿Por qué?

—Porque contigo soy feliz.

            Hyoga le miró a los ojos intensamente y acercó los labios a los de Shun, solapándose en un beso lento que terminó con otro choque de miradas.

—¿Estás completamente seguro? —Shun asintió levemente con la cabeza, sintiendo las lágrimas apelotonarse en sus ojos.

—No hay nada ahora mismo que desee más que irme lejos contigo, pero si lo hacemos, cambiará nuestras vidas para siempre. ¿De verdad estarías dispuesto a ello?

            Shun vaciló unos instantes pensando en su hermano y en sus amigos. Luego recordó a su madre y se preguntó qué pensaría sobre todo aquello, si ella querría que fuese con Hyoga o, si por el contrario, querría que se quedase con su hermano y su padre.

            Su padre.

No, no podía quedarse más en aquella casa, con aquel hombre que tan desconocido le parecía, pero que la había dado la vida al fin y al cabo. Pero a esas alturas, hubiera preferido jamás haber nacido para no tener que soportar todo el dolor que le apresaba día y noche.

—Sí, estoy dispuesto a ello.

—En ese caso, cuidaré de ti cuando nos vayamos. Siempre estaré a tu lado, porque no habrá nada entonces que me pueda separar de ti.

 

El resto de la tarde se la pasaron con el portátil de Hyoga. Este le había dejado un pijama azul a Shun para estar más cómodo y deshacerse del molesto uniforme escolar. Shun se lo agradeció con un largo beso.

            Cuando comenzaba a anochecer, Natasha les llamó para cenar. Su padre aún no había regresado a casa, pero había llamado para decir que el jefe le necesitaba unas cuantas horas más. Así, cenaron los tres solos sin mucha conversación, y después Shun y Hyoga volvieron a la habitación con el ordenador. Estaban mirando el precio de los billetes de tren.

—Si le doy aquí —dijo Hyoga señalando con el cursor a la casilla de comprar—, no habrá marcha atrás.

            Shun le miró a los ojos y luego a la pantalla. Su corazón latía con fuerza y le decía que asintiese enérgicamente, pero su cabeza le decía lo contrario. Fue el corazón el que ganó.

—Ya está —dijo Hyoga tras darle click—. No hay marcha atrás, pero sí hay futuro —se volteó para mirarle con una sonrisa y los ojos brillantes a punto de dejar escapar lágrimas fugitivas.

            Shun no fue capaz de contener un sollozo y ambos se abrazaron. El primer paso había sido el más difícil, pero tras avanzar hacia el segundo, el camino parecía completamente despejado y lleno de flores y carteles de felicidad.

 

            Llegó la noche y Shun se dispuso a ir a la habitación que quedaba libre en la casa, pero antes de cerrar la puerta del cuarto de Hyoga tras de sí, este le cogió suavemente del brazo y le hizo volver a entrar con una sonrisa y los ojos fijos en los de él. Shun le preguntó con la mirada.

—Duerme conmigo —le pidió Hyoga sin dejar de sonreír—. Solo dormir —añadió, y la expresión de Shun se serenó.

—Está bien.

            Se echaron en la cama, Shun en el lado de la pared y Hyoga en el otro, mirándose tiernamente mientras entrelazaban las manos sobre la almohada. Los ojos azules de Hyoga brillaban en la oscuridad de la noche. De la misma manera centelleaban los de Shun.

—Este es el momento más feliz de mi vida —dijo el rubio en un susurro.

—Creo que también el mío.

—¿Crees? —Le preguntó en broma.

—Todos los momentos contigo son perfectos, es difícil decidirme —se sonrojó.

—Claro, será eso —dijo dejando escapar una risilla.

            Shun le dio una tranquila colleja en la cara y cerró los ojos lentamente. Hyoga le acarició la mejilla y cerró también los suyos.

            Tardaron mucho en dormirse, pero nunca habían dormido tan bien ni soñado cosas más bonitas que las que soñaron esa noche.

 

A la mañana siguiente, Shun fue al colegio con la alegría renovada, pero pronto la realidad en la que vivía le azotó el rostro como todos los días, fueran de sol o de lluvia.

            Habló con Shiryu en todos los ratos que tuvo libre, y estuvo altamente tentado a contarle que el domingo por la mañana desaparecería de sus vidas, no sabía si para siempre. Pero no lo hizo. Había estado pensando toda la mañana la mejor manera de despedirse sin que le impidiesen escaparse de aquella ciudad que le estaba matando. Decidió, entonces, que lo mejor era enviarles una carta cuando ya estuviese fuera con Hyoga. Asimismo, se despediría de Ikki dejándole una nota para cuando se despertase y el número de teléfono de Hyoga por si se había olvidado de guardarlo, aunque no sabía si esa sería la mejor idea.

            Sus manos temblaban cada vez que pensaba en ello y no pudo atender a ninguna de las clases. Por suerte, los exámenes ya habían terminado y solo les esperaba saber las notas finales que les darían el viernes. Parecía todo perfecto, pero a la vez aterrador. Por mucho que Hyoga le había prometido que no les faltaría dinero para empezar con su nueva vida, él estaba tremendamente asustado, aún con las ganas de irse aumentando por momentos.

            Cuando regresó a casa después de las clases, su padre le volvió a gritar, pero Ikki se interpuso entre los dos y no llegó a tocarle como la otra vez. Entraron en la habitación y no salieron hasta que no fue necesario.

            Shun se echó sobre su cama y cerró los ojos, meditando una y otra vez e imaginando lo que iba a ser de él y de Hyoga el domingo. Abría los ojos unos instantes para mirar a Ikki, quien estaba al otro lado escuchando música mientras leía un libro de Literatura, y se preguntaba constantemente qué haría su hermano cuando él se fuera.

            ¿Conseguirás vivir feliz, hermanito? Me siento tan egoísta dejándote atrás… pero si quieres que siga viviendo, lo único que puedes hacer es dejarme marchar. Prometo que no te olvidaré. Te escribiré todas las semanas. Te llamaré todos los días. Solo espero que consigas una vida feliz lejos de esta casa que nos atormenta. Solo espero que puedas ser feliz, porque eres el mejor hermano del mundo y la persona que ha dado todo por cuidarme. Ikki, por favor, espero que puedas comprenderme.

            Se dio la vuelta sobre la cama y comenzó a llorar. Se tapó con las sábanas hasta cubrir también su cabeza y se quedó dormido con las mejillas completamente húmedas.

 

Hyoga entró en el despacho de la base cargando con su mochila a las espaldas. Había acudido todos los días y, aunque le dolía no poder ver a Shun todo lo que él quería, no podía faltar a ninguna de las reuniones.

            Allí se encontraban Johnny, Daniel, Robin, Roonie y Edd. Este último estaba saliendo cuando Hyoga llegó, y parecía estar bastante enfadado, pero al rubio no le interesaba lo más mínimo el motivo. Solo había ido allí para no levantar sospechas.

—¡Hyoga! —Exclamó Johnny, y se acercó a él alegremente, dándole un fuerte abrazo.

            Daniel los miró con envidia, pero no dijo nada. Se había sentado en el borde de la mesa y mantenía una expresión serena, como si todo le sonriese en la vida y no tuviese nada de lo que preocuparse.

—Te eché de menos. Sí, sí, ya sé que te vi ayer, y anteayer, y el día anterior, pero qué se le va a hacer —Johnny fue hasta su sillón y se sentó, enérgico, dando una palmada y sonriéndoles a todos—. Edd no tenía un buen día —dijo—. Roonie, Robin, ya sabéis lo que tenéis que hacer —les hizo un gesto con la mano y estos asintieron, recogieron sus cosas y se fueron del despacho.

—¿Hay noticias? —Preguntó Hyoga.

—Ni una, estamos más perdidos que una ballena en el desierto.

—Entonces ¿por qué tanta alegría?

—Porque hoy hace un buen día —señaló a la ventana con las cortinas bajadas y esbozó una mueca de disgusto—. Hace buen día aunque no se vea. Daniel, ¿qué querías decirme?

—Ah, nada. Puede esperar. Hyoga ¿hallaste algo? —El rubio ladeó la cabeza sin saber qué decir.

—No pude acercarme mucho sin parecer sospechoso —mintió. En realidad, no había vuelto a investigar al detective lo más mínimo.

—Comprendo —dijo Johnny—. Bueno, es igual. Hoy no hay trabajo. Es un buen día. Puedes irte ya si quieres. Solo deseaba asegurarme de que seguías disponible.

—Siempre los estoy, ya lo sabes.

—Sí, lo sé… —se levantó del sillón y fue hasta él—. Sé que nunca más me fallarás… o sí, quién sabe, pero no lo parece —alzó los labios y le regaló un beso frío y carente de emociones.

—Me voy entonces —dijo Hyoga cuando le dejó libre.

            Salió del despacho, pesaroso, y les dejó solos. Después de aquello, no tenía nada que hacer en realidad.

            Al día siguiente acompañó a Shun hasta su casa y fueron hablando por el camino del viaje y de que tenía que haber pedido una hora más tarde para embarcar, pues había elegido un tren que salía a las cinco y media de la madrugada con destino urgente. Tras meditarlo unos instantes, Shun le dijo que así estaba bien, ya que si lo cogían más tarde correría el riesgo de que su hermano le pillase.

 

Por fin había llegado el sábado, y solo faltaba un día para marchar de aquella ciudad.

            Shun caminaba de un lado a otro con el corazón en un puño. No podía alejar sus pensamientos del viaje, aún habiendo recibido las calificaciones el día anterior y haber obtenido todo aprobados. Le resultaba imposible dejar de pensar en Hyoga y en trenes y en vidas nuevas. Pero por muy distraído que estuviera, Ikki no pareció darse cuenta y no le preguntó nada al respecto.

            Esa tarde Ikki salió temprano de casa, pues había quedado desde hacía unos días para ir a hacer un último trabajo con unos compañeros de clase y, después, iban a ir a jugar un rato a un local. Según le había dicho, volvería pronto a casa porque al día siguiente tenía que continuar estudiando. Así, Shun se aseguró de que su huida sería satisfactoria. Para mejorar el momento todavía más, su padre no había aparecido por casa desde el viernes.

            Cuando Ikki salió de casa, Shun se preparó para meter toda la ropa que necesitase en la mochila de la escuela. Como no tenía mucha, no tuvo problema para decidir qué llevar. También cogió una mochila de menor tamaño para guardar los zapatos. Después, salió de la habitación para buscar una toalla y un peine. Estaba tan nervioso que no dejaba de moverse, yendo de aquí para allá sin saber exactamente qué estaba buscando ahora.

            Se dio una larga ducha para relajarse, pero nada más salir volvió a sentir los nervios a flor de piel. Se iba a ir con Hyoga de aquella triste ciudad, quizá para siempre. No, definitivamente no podía dejar de pensar en ello y en cómo se sentiría al subir el escalón del tren. Incluso se preguntó si los asientos serían cómodos o si tendrían camas y restaurante allí.

            Terminó de recoger todas sus cosas y cogió su diario. Abrió más o menos por la mitad y comenzó a escribir la nota de despedida para Ikki. No sabía ni cómo empezar ni cómo terminar, así que puso su reproductor y dejó que la música guiase sus palabras. Al finalizar, firmó con la mano temblorosa y varias lágrimas cayeron de sus ojos sobre el papel. Arrancó la página y cerró el diario, dejándolo donde estaba. Entonces, se echó sobre la cama mirando al techo y preguntándose qué haría hasta que llegase el momento de ir a dormir.

 

Ikki regresó a la hora de cenar, trayendo consigo una bolsa con comida china que había comprado de camino a casa con la esperanza de que Shun aún no hubiese cenado. Tuvo suerte. Comieron tranquilos en la cocina y se fueron a la habitación al terminar. Shun le preguntó por el trabajo e Ikki le estuvo contando las cosas que habían tratado en él. Después, le contó cómo había vencido estrepitosamente jugando a las cartas, pero el detalle de que solo ganó una vez lo omitió hasta terminar la historia.

            Se echaron a la cama temprano, pues Shun le había dicho a su hermano que no se encontraba muy bien y quería irse ya a dormir. Se le escapó una sonrisa al ver que Ikki no se daba cuenta de que su mochila parecía más llena de lo habitual.

            Esa noche Shun apenas pudo conciliar el sueño.

 

Había revuelto la habitación de arriba abajo buscando cualquier cosa que fuese a necesitar para el viaje. Lo primero que había guardado fue el ordenador portátil en su funda. Después, lo único que dejó en su mochila fue ropa cómoda y la cartera con los billetes y el dinero.

            Se miró al espejo durante largo rato, centrándose sobre todo en sus ojos azules. Brillaban de forma extraña, y no supo qué significaba aquello, pero no le dio demasiada importancia. Después de todo, al día siguiente solo Shun seguiría teniendo importancia para él.

            Por fin se iba a librar de sus padres, de Johnny, de Daniel, de Toxic, y nada le hacía más feliz en ese momento que dejar atrás su mierda de vida para comenzar una nueva con la persona a la que amaba.

            Al terminar de guardar todo lo que consideró útil, su corazón dio un vuelco recordando la pistola que había dejado bajo la cama. La sacó de su caja y la guardó en la mochila tras dedicarle una larga y seria mirada.

            La tiraré a un prado mañana, se dijo. No necesitaré la violencia nunca más, y la sangre se irá desprendiendo poco a poco de mis manos.

            Se echó sobre la cama, tratando de dormir, pero como a Shun sus ojos no le permitieron descansar todo lo que hubiera querido.

 

Shun se despertó a las cuatro y media de la madrugada con la vibración del despertador bajo la almohada. Lo apagó rápidamente temiendo que el mínimo ruido fuese capaz de despertar a su hermano, quien dormía plácidamente en la cama de enfrente. Se vistió con el corazón latiéndole con fuerza y tratando de ser lo más silencioso posible. Ikki no pareció inmutarse.

            Shun cogió el diario y sacó de él la página donde había escrito la despedida para Ikki. Cuidadosamente, la dejó bajo la almohada de este y salió de la habitación con todas sus cosas. Desde el pasillo, no distinguió ningún ruido que pudiese pertenecer a su padre. Se alivió, pero el nerviosismo no desaparecía ni un solo segundo de su cuerpo.

            Cerró la puerta de casa y se dijo a sí mismo que ya no había vuelta atrás. Estaba dejando su pasado para internarse en un futuro lleno de posibilidades y misterios. Y puede, tal vez, lleno también de la felicidad tan ansiada.

 

Se encontró con Hyoga en una calle paralela al muelle. El cielo desde ese lugar estaba completamente cubierto de estrellas que brillaban con la intensidad del sol por las mañanas de primavera y de verano. Eran terriblemente hermosas.

            Tenían que avanzar unas calles más a partir de ahí para llegar a la estación de trenes. Se acercaron a la orilla del mar y observaron los barcos anclados durante varios minutos. Ninguno de los dos sabía qué decir, pero sus miradas lo decían todo.

—Nuestras vidas están a punto de cambiar, ¿estás seguro de que es esto lo que más deseas, Shun?

—Sí, Hyoga, estoy convencido de ello.

            Se besaron varias veces antes de darse cuenta de que cada vez faltaba menos para que saliese el tren.

            Comenzaron a caminar cogidos de la mano por el muelle. Solo unas tristes farolas alumbraban el lugar, y entre ellos y los edificios de la ciudad se encontraban montones de almacenes y casuchas de madera para los trabajadores.

            De súbito, un ruido desgarrador rompió el silencio de la noche y Hyoga se apresuró a sujetar a Shun fuertemente mientras este se caía al suelo con los ojos muy abiertos. Se llevó una mano al costado sangrante y se desvaneció.

            Hyoga le dejó suavemente en el suelo al tiempo que trataba de controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo. Miró en todas direcciones con los ojos llenos de terror y su mirada se encontró con la de Johnny, quien, llorando bajo la sombra que proyectaba la gorra en su rostro, sostenía una pistola que apuntaba directamente a la frente de Hyoga.

—Me has traicionado —fue lo único que dijo el moreno. Su voz era triste y quebradiza, y le costaba pronunciar cada palabra entre los sollozos.

            Entonces, disparó a la pierna de Hyoga y este ahogó un grito de dolor. Las lágrimas comenzaron a brotar también de sus ojos azules y sintió la mano de Shun apoyándose en la suya propia tras caer al suelo a su lado.

—¡Aún vive! —Exclamó palpando el pecho de Shun con desesperación—. Johnny, detente por favor, llama a una ambulancia —le pidió suplicante mientras las lágrimas no dejaban de caer de sus ojos y humedecían las mejillas y el suelo.

—¿Qué estoy haciendo? —Se preguntó Johnny sin dejar de apuntar—. ¿Qué está pasando?

—Johnny, por favor, baja el arma —pero este no le hizo caso y volvió a dispararle, esta vez en un brazo.

—Hyoga, te quiero —le dijo con rabia.

            Hyoga trató de levantarse, pero la pierna no respondía. Johnny se acercó unos pasos hasta ellos y apuntó al corazón de Shun. El rubio miró con horror el cañón de la pistola y se echó sobre Shun para protegerle, pero fue demasiado tarde. La bala había escapado de la pistola y se había incrustado en el corazón de Shun. Ya no palpitaba.

—Hyoga… ¿por qué me haces tanto daño? —Sin dejar de llorar, disparó esta vez al corazón de Hyoga, quien quedó tendido en el suelo.

            Logró mantener los ojos abiertos durante unos segundos, viendo la figura de Johnny delante de él, agachándose mientras las lágrimas rodaban por su rostro. Detrás de él, vio el cabello pelirrojo de Daniel, quien observaba apoyado en uno de los almacenes con los brazos cruzados.

            Lo último que vio fue a sus padres, quienes le llamaban desde un lugar muy lejano, y a Shun, quien sonreía mientras le abrazaba fuertemente bajo la luz de las estrellas.

Notas finales:

Esto es todo.

Muchísimas gracias a todos por aguantar tanto tiempo. Y... no me peguéis... yo os quiero...


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