Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Si pudiera volar por AndromedaShunL

[Reviews - 69]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Extra de Johnny! Porque terminar una historia así sin más es muy difícil. Espero que lo disfrutéis, aunque soy consciente de que es bastante violento.

 

El corazón de Hyoga dejó de latir.

            Johnny lo sostenía entre sus brazos mientras sus ojos no cesaban de llorar. Tenía las manos ensangrentadas y le besaba compulsivamente tratando de devolverle a la vida, pero todo estaba tan muerto como su propia alma.

            Sus manos temblaban. Sus ojos se enrojecían. Su corazón latía con la fuerza de los dos.

            Detrás, Daniel observaba la escena horrorizado, preguntándose qué acababa de pasar. Salió corriendo de allí lo más rápido que le permitieron las piernas, pero esta vez no fue más rápido que la policía.

            Johnny seguía mirando a Hyoga con desesperación, llamándole desde el mundo oscuro de los vivos para que regresase a su lado, diciéndole lo mucho que le quería y que le echaba de menos. Pidiéndole perdón cientos de veces sin obtener ninguna respuesta a cambio.

            Al ver que Hyoga no decía nada, recogió la pistola del suelo y se apuntó a la cabeza, pero antes de que pudiera disparar, dos hombres lo alzaron bruscamente y lo separaron de su amor, quitándole la pistola y poniéndole unas esposas a la espalda.

 

No recordó, siquiera, cuándo le habían metido en aquel lugar. Ni sus padres ni su hermano habían acudido a su juicio, se decía una y otra vez. Pero claro, su hermano estaba muerto. Él mismo le había quitado la vida. Y sus padres… sus padres le habían abandonado hacía mucho tiempo, cuando le dejaron impune por el asesinato de su hermano por carecer de pruebas y éstos, con el miedo en sus cuerpos, se fueron de casa, pero tuvieron que pagarle, hasta aquel momento, todos los gastos que él requiriese.

—Te lo merecías, hijo de puta —movió los brazos fuertemente, pero la camisa no le dejaba separarlos—. No sabes cuánto te odio —escupió al suelo y se dejó caer con la espalda apoyada en la pared y las piernas torpemente cruzadas.

            Todo es por tu culpa. Tú me metiste en todo esto. Tú me destrozaste la vida. Por tu culpa maté. Por tu culpa sé matar. Por tu culpa te maté.

            Ojalá no hubieras nacido. Ojalá no recordase tu puta cara. Ojalá pudieras desaparecer de mi mente para siempre.

            Recordó el día en que su hermano le había hablado por primera vez de Toxic y de cómo controlaba a todos los estúpidos súbditos que se habían unido a su banda.

—Me manipulaste para que te siguiese el juego de Toxic. Me dijiste que sería divertido.Sonrió con una mueca cansada—. Me juraste que no me harías daño —cada vez hablaba en voz más alta—. ¡Pero me utilizaste para que hiciese todo tu trabajo sucio! —Gritó con rabia.

            Sí, esa primera vez… me dijiste que matase a ese tío tan molesto, que me recompensarías. Y la única recompensa que obtuve fue mancharme las manos de sucia sangre. Me miraste como si no fuese más que una gota de agua perdida en el océano. Como si no fuese más que tu peón. Y en realidad lo era…

            Comenzó a llorar sin poder evitarlo. El flequillo castaño le caía por el rostro y le tapaba los ojos. Se echó sobre el frío suelo y se hizo un ovillo. Le temblaban los labios y le ardían los ojos de tanto llorar y la boca de tanto reír. No sabía cuánto tiempo llevaba en aquella celda blanca, ni sabía qué estaba pasando a su alrededor. Solo era consciente de que cada día que pasaba tenía que soportar más dolor, y aunque le daban comida que debería tranquilizarle, su nerviosismo no dejaba de aumentar.

            Por tu culpa maté a la persona a la que más amaba de todo este mísero mundo. Disparé el gatillo. Tres veces. Esa noche quité tres vidas. La de Hyoga, la de Shun y la mía propia. Te estás riendo en tu tumba, ¿verdad? Eres consciente de mi dolor. Te regodeas viéndome sufrir con tus feos ojos. Disfrutas cada lágrima que escapa de mis ojos como si fuese néctar de los dioses. Estás bien muerto, pero oigo tu respiración a cada segundo. Estás en todo momento presente en mi mierda de vida, torturándome, matándome, llevándome contigo bajo la tierra.

            Solo quiero que me dejes en paz.

—¡¿Me has oído?! ¡¡¡DÉJAME EN PAZ!!! —Se levantó del suelo bruscamente y se quedó pegado a la pared, jadeando.

                Tenía los ojos muy abiertos y miraba a todos los rincones de la habitación buscando a su hermano, sabiendo que en el fondo nunca conseguiría borrar su alma por completo. Su sombra le perseguía allí a donde iba, y ni después de todos esos años había conseguido burlarle.

—Sí, tienes razón, Hyoga merecía morir. Daniel me despedazó el corazón cuando me lo contó todo. El rubio me traicionó y ahora paga por ello en el infierno. O quizás el destino es tan cruel que le ha enviado al cielo con su amor —se dejó caer otra vez sobre el suelo. Los brazos le dolían por no poder moverlos—. Daniel… sé que estaba enamorado de mí, ¿cómo no darme cuenta? —esbozó una sonrisa triste—. Pero no me atraen los pelirrojos. Además, era débil. Un sirviente demasiado fiel. Una marioneta con demasiados hilos… no, a mí me atraía el alma rebelde de Hyoga, su cabello rubio y sus intensos ojos azules… —cada vez le costaba más hablar.

                Sí, sí, lo sé. Tienes toda la razón, hermano, pero me siento tan sucio ahora mismo… Le echo tanto de menos… echo de menos sus labios y acariciarle el pelo y… y que él me aparte de un manotazo. La risa se escapó de su boca y no pudo contenerse hasta varios minutos después.

—Te odio tanto. Te odio porque tienes razón. Pero no, mi cabeza me decía que no fuese a por él, y aún así tuve que pedirle a Daniel que le siguiese y me contase todo lo que hacía… y esa noche le seguimos los dos. Y yo tenía la pistola, y ellos estaban indefensos, y mis ojos lloraban al contemplar que era verdad que me había traicionado. Ah, sí, la pistola. Esa con la que me obligaste a matar a mi primera víctima… quién iba a sospechar que tenía otra más en tu asquerosa habitación con olor a muerto. Tú cuerpo está bajo tierra y me sigues apestando. Eres tan molesto como las moscas. Ojalá nunca hubieras nacido. Ojalá nunca hubiera nacido.

                Se levantó de nuevo y fue hasta su cama. Se quedó mirándola con los ojos irritados y sintió unas ganas terribles de subirse a ella y saltar al vacío, imaginando que el suelo desaparecía y con él, todo lo que quedaba de su cuerpo y alma.

                Pero eso no pasará… ¿o sí?

                Se subió torpemente con los pies descalzos y se sintió el rey, alto como nunca lo había sido de un reino que tanto odiaba: su propia mente.

                Se dio la vuelta y miró al otro lado de la habitación. Se acercó de espaldas al borde de la cama y se dejó caer con la mirada perdida en el techo. Su cuerpo colisionó contra el suelo, pero él apenas lo sintió. Tenía la piel dormida y solo el dolor psicológico le recordaba que tenía que sufrir eternamente.

                Se levantó encorvado y volvió a subirse en la cama, repitiendo la caída a su vacío, y esta vez su espalda crujió y pensó que se la estaba destrozando.

—Hyoga…

                Se arrastró un metro por el suelo y luego se levantó apoyándose en la pared. Entonces, decidió que también quería ser el rey de esa pared y comenzó a precipitarse contra ella repetidas veces, chocando la frente contra la dura barrera que le separaba de la libertad. Pensó que se iba a quedar inconsciente, pero su cerebro no era tan misericordioso y le obligó a rebotar otra vez contra la pared. Y otra. Y otra.

                Su rostro destrozado, lleno de sangre, y su espalda dolorida como nunca. La cabeza ardiendo de dolor y el corazón amenazando con petrificarse dentro de unos segundos, el suficiente tiempo para dedicarles un último pensamiento a todas las personas que había conocido en su vida y, sobre todo, a su hermano, quien había sido el fundador de su banda, y que había muerto asesinado en venganza por enseñarle, irónicamente, a matar.

                Aún así, la imagen que le hizo morir feliz fue la de Hyoga sonriéndole cálidamente, con el cabello ondeando a causa de una suave brisa y la mano cogiendo la suya.

—Hyoga… —susurró sonriendo y entrecerrando los ojos—, mi amor.

Notas finales:

Muchas gracias a todos y todas por leer, y a muchos otros u otras por comentar. Cada vez me doy más cuenta de cuánto merece la pena continuar escribiendo y publicando para que gente tan maravillosa lo lea y aporte sus opiniones al respecto :P.

Por cierto, mientras escribía este extra, estuve pensando, ¿os gustaría que escribiese otro pequeño extra sobre lo que fue de Ikki, Seiya, Shiryu...? Si me decís que sí, no tardaré mucho en subirlo, I promise, porque le estuve dando muchas vueltas, jajaja, y si no, pues aquí termina todo :3.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).