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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo, por fin, el capítulo 3. Espero que lo disfruten como los primeros! :P y de nuevo siento tardar tanto en actualizar, jajaja

    Recogió el paraguas del suelo y se tapó de nuevo con él cuando vio que la luz del portal se apagaba y no quedaba rastro de Shun en las escaleras por las que había subido. Suspiró y pensó que esa noche la pasaría en su casa, con sus padres, sin mayor preocupación que el sueño que ya comenzaba a invadirle por dentro.
    

    Llegó y se paró unos minutos frente a la puerta, temeroso de entrar. Sacó las llaves de su bolsillo y la metió en la cerradura. Apenas eran las once de la noche, pero el día anterior no había aparecido por casa en todo el día y no quería que sus padres le dijeran nada al respecto. Entró dejando la mochila a un lado, apoyada en la pared de cualquier manera, y caminó por el pasillo oyendo el sonido de la televisión desde el salón. Su madre estaba en la cocina fregando los platos de la cena y su padre leyendo un artículo de periódico en el sofá, mientras en la pantalla ponían un documental que creyó haber visto ya alguna vez.
    

    Fue hasta la cocina y saludó a su madre, quien le devolvió un saludo seco y sin voltearse para verle. Después fue hasta el salón y se sentó en el sofá con su padre.

—Buenas noches —le dijo.

—Buenas noches, hijo —contestó sin apartar la mirada de las páginas.

—¿Qué tal el día?

—Bien. Tu madre y yo fuimos a dar un paseo con el coche. Teníamos pensado llevarte también pero no había rastro de ti por ninguna parte —lo atacó.

—He estado ocupado últimamente.

—Seguro que lo que has hecho era mucho más importante que estudiar —le dijo con sarcasmo.

—Decidí no estudiar, y pensé que habías aceptado mi decisión —dijo alzando la voz, molesto.

—Mira por dónde, yo pensaba que tú ibas a cumplir tu promesa de no volver a largarte sin avisar, pero aquí estás, después de no aparecer en todo el día. Hemos dicho ya basta a tu comportamiento, aún no eres mayor de edad y no tienes el derecho de hacer lo que te venga en gana sin antes consultarlo con nosotros —dijo azotando el periódico encima de la mesa.
    

    Hyoga se quedó con la mirada clavada en el suelo, sin decir nada, malhumorado. Después se levantó del sofá y se fue a su habitación sin mediar palabra.

—¡Vuelve aquí! —Le gritó su padre desde el salón, pero no le hizo el menor caso.
    

    Dio un portazo al cerrar la puerta de su cuarto y se sentó en su cama, con la vista mirando a través de la ventana. Mientras, el agua de las nubes caía y carraspeaba contra los cristales.
    

    Oía a su madre hablar con su padre en el salón, intentado calmarle para que no despertara a los vecinos. Éste pareció ceder y volvió a su quehacer. Unos minutos después sintió que llamaban a la puerta de su habitación y si madre pedía permiso para entrar.

—Adelante —dijo él.
    

    Su madre se acercó hasta su cama y se sentó a su lado, suspirando una vez tras otra como pensando qué iba a decirle. Fue Hyoga el que comenzó con la charla:

—Sé lo que me vas a decir, mamá. También sé que no puedo hacer todo lo que quiera aún, así que puedes ahorrarte el discurso —dijo sin mirarla a los ojos.

—No te voy a decir algo que ya sabes, cariño —Hyoga la miró—. Pero es verdad todo lo que dices y lo que dice tu padre. No está bien que nos tengas así de preocupados todos los días. Te estás haciendo mayor y es normal que quieras tu independencia, pero imagina que cualquier día pasa cualquier cosa y no estás en casa o lo que sea. Imagina que en una de tus escapadas te pasa algo a ti, ¿qué haría yo sin mi hijo?
    

    Hyoga la miró y suavizó su expresión. Sentía compasión por aquella mujer, y se sentía culpable de su preocupación, pero no podía hacer nada para remediarlo. Él tenía su vida y no estaba relacionada con la de sus padres. No podía hacer nada para cambiarlo, de lo contrario, las consecuencias podrían costarle muy caras. Pero tampoco podía contarles nada de esa vida paralela que llevaba al margen de ellos. Estaba entre la espada y la pared.

—No hay de qué preocuparse —dijo—. Hoy he estado con un amigo, nada más. Hemos ido a jugar al billar y luego a un pub a bailar.

—¿Y el resto del día?

—El resto del día he estado con otros amigos.

—¿Y por la noche?
    

    Estaba claro que no podía buscarse una excusa para eso, y no contestó a la pregunta. En vez de eso, se giró y volvió a mirar a través de la ventana.

—Está bien, no te presiono más. Sólo respóndeme a esto: ¿hoy te quedarás a dormir?

—Sí, hoy sí.

—Está bien —asintió de nuevo—. Descansa, cielo —se le acercó para darle un beso en la mejilla y le pasó una mano por el cabello rubio. Luego, con un suspiro, salió de su habitación y lo dejó solo.
    

    Fue hasta el salón y se sentó junto a su marido, quien continuaba leyendo el periódico.

—Esta noche se quedará aquí —le comunicó.

—Ajá —dijo él.

—Tenemos que comprenderle, mi amor, no podemos retenerlo con nosotros eternamente. Ya se está haciendo mayor, debemos dejarle su espacio y permitirle que él decida lo que de verdad quiere hacer.

—Natassia, aún es un crío, no sabe lo que hace. No podemos permitirle que vague a sus anchas por donde le dé la gana.

—Eso es precisamente lo que hay que dejar que haga. Si aún no sabe lo que hace, lo está empezando a saber. Démosle tiempo para ser él mismo.

—Me voy a la cama —gruñó. Dejó el periódico sobre la mesa y las gafas de leer junto a él. Se levantó y se fue al baño y luego a la habitación.
    

    Natassia se quedó allí, con la televisión encendida, mirando a la pantalla pero sin ver nada, sólo a su hijo caminando por las calles de noche, bajo la luz de las estrellas como únicas protectores.


    

 

    La mañana siguiente lo despertó con un potente rayo de sol filtrándose por la ventana. Se frotó los ojos y tanteó buscando el reloj despertador. Lo cogió y lo miró, comprobando que ya eran las dos de la tarde. Se pasó una mano por el cabello rubio y sentenció que ya era hora de levantarse.
    

    Salió al pasillo y fue a la cocina, donde estaba su madre cocinando y su padre colocando la mesa.

—Buenos días, Hyoga —le dijo ella.

—Buenos días —contestó este.

—Has dormido como un tronco, ¿eh? —rio.

—Eso parece. Supongo que no son horas para desayunar.

—¿Ahora que está casi la comida hecha te vas a poner a desayunar? —Preguntó su padre.

—No, no, era una broma.
    

    Hacía mucho tiempo que no comían los tres juntos tan tranquilamente. Se había quedado un día precioso, con apenas nubes que tapasen el azul del cielo, y los pájaros habían salido de su escondite y volvían a piar.

—Está muy rico el arroz, ¿qué le has echado? —Preguntó Hyoga.

—Especias, las verduras que ves... lo de siempre.

—Cómo lo va a saber si hace siglos que no viene a casa...

—No seas tonto —replicó ella.
    

    Hyoga miró a su padre de reojo y con odio. Sabía que tenía razón, pero nunca le había echado tantas cosas en cara como la noche anterior y ahora. Le parecía injusto. Agarró el tenedor con fuerza intentando contener la rabia y siguió comiendo como si nada hubiera pasado.
    

    Por la tarde casi era la hora a la que había quedado con Shun, en el mismo lugar que el día anterior. Se vistió rápidamente y comprobó que no había ninguna nube amenazadora a través de la ventana. Fue hasta el baño y se peinó sus rebeldes cabellos. Sin saber por qué, practicó una sonrisa en el espejo y luego volvió a su cuarto a coger las llaves y una chaqueta ligera. Caminó a zancadas hasta la puerta pensando que iba a llegar tarde, y ya casi había salido cuando su padre lo llamó y fue hasta allí para hablarle antes de que se fuera.

—Hyoga, un momento.

—¿Qué pasa? —Preguntó molesto mirando el reloj de pared. Apenas le quedaban cinco minutos para llegar.

—Quería pedirte perdón por cómo me he comportado ayer y hoy contigo. Lo siento, pero es la preocupación. Eres mi hijo, compréndelo, a veces tengo que ser duro contigo.

—No importa. Ahora tengo que irme, voy a llegar tarde.

—¿Volverás? —Le preguntó cuando ya comenzaba a bajar las escaleras.
    

    Hyoga se quedó un momento quieto, de espaldas a él, con la mano apoyada en el pasamanos y la cabeza gacha. Por fin dijo:

—No lo sé —y siguió bajando.
    

    Durante todo el trayecto hasta la plaza estuvo pensando en las palabras de su padre, intentando no darle demasiada importancia. Esa noche no iba a volver a casa, lo tenía muy claro. No había dormido bien en su propia cama, despertándose varias veces con la mente hecha un remolino de ideas, y cada vez que intentaba volver a dormir le despertaba un mal sueño. Pensó que podría pasar la noche en la base de Toxic y de paso tratar los asuntos de la banda.
    

    Llegó hasta la plaza y sonrió ampliamente al ver a Shun sentado en el borde de la fuente. Se dirigió hasta a él y lo saludó.

—Lo siento, Shun. No he podido salir antes de casa, mis padres me retuvieron entre charlas.

—No pasa nada, si acabo de llegar —aunque en realidad había llegado hacía ya unos largos minutos.

—¿A dónde te apetece ir hoy?

—Donde tú quieras, Hyoga.
    

    El rubio se paró a pensar unos minutos con la vista fija en el suelo.

—Conozco una colina desde la que se ve toda la ciudad. Nos llevaría su tiempo llegar hasta allí, pero si cogemos el autobús sólo tardaríamos media hora o así, quizás más —dijo con los ojos brillando—. Si quieres, claro.

—Sí, claro, ¿por qué no? Seguro que las vistas son muy bonitas —sonrió.

—Perfecto entonces —sonrió él también—. Si cogemos el autobús número 10 nos dejará donde digo. ¿Sabes si pasa por esa parada? —Señaló más allá donde aguardaba la gente.

—Me parece que sí.

—Vayamos pues.
    

    Se dirigieron hasta la parada y vieron que aún quedaban cuatro minutos para que pasase el autobús. Se sentaron en el banco junto a tres personas más, entre ellos un niño que no dejaba de hacer ruido por una piruleta.

—Quiero una piruleta, mamá.

—Ya has comido una antes. No te vas a comer otra ahora, te saldrán caries —intentó explicarle por la que parecía la décima vez.

—Quiero una piruleta —empezó a hacer pucheros.

—Siéntate y calla un poco, hombre.
    

    El niño se sentó al lado de su madre y a los pocos segundos se volvió a levantar y se dirigió hacia Shun. Se lo quedó mirando durante un largo rato hasta que habló.

—¿Tienes piruleta? —Le preguntó.

—Carlitos deja de molestar a ese chico —dijo la madre levantándose.

—¿Piruleta? —Volvió a preguntar.

—No, no tengo piruleta —contestó Shun un poco incómodo mientras sentía la risa de Hyoga a su lado.

—Ven aquí ya y deja de molestar, que ya llegó el autobús —lo riñó la madre cogiéndole la mano—. Lo siento mucho —se disculpó.

—No pasa nada —sonrió Shun.

—Le gustas a los niños, eh —se burló Hyoga cuando ya subían al autobús.

—Cállate —rio y le dio un codazo.
    

    Pagaron cada uno su billete y se sentaron en los penúltimos asientos, Shun en la ventana y Hyoga mirando hacia el interior del autobús. Estaba casi lleno y cuando empezó a moverse algunas de las personas que estaban levantadas para la siguiente parada se tambalearon por la aceleración.
    

    Pasaron unos cinco minutos sin decir nada cuando una anciana subió al autobús en una de las paradas y le pidió asiento a un joven que estaba sentado un asiento por delante de ellos. El chico la miró despectivamente y se negó groseramente, volviendo a ponerse los cascos que llevaba escuchando música, la cual se oía prácticamente en todo el autobús. La anciana se agarró de un asiento ya que casi se cayó cuando volvió a arrancar. Hyoga se apresuró a levantarse del asiento y la sostuvo cuidadosamente pues no dejaba de tambalearse.

—Siéntese en mi sitio, a mí no me importa —le sonrió.

—Muchas gracias, jovencito. Tengo que ir urgentemente al hospital para ver a mi nieta que acaba de nacer.

—Siéntese, no vaya a ser que se caiga. Seguro que es una niñita muy hermosa —volvió a sonreír.
    

    Shun lo miró sorprendido y no pudo evitar esbozar una sonrisa él también. Sabía que Hyoga era un chico muy amable pero no sabía que llegaría a serlo tanto.
    

    La anciana se sentó a su lado y posó su bolso sobre las piernas. Parecía haber vivido muchos años y la mayoría malos, pero conservaba su atisbo de felicidad y ganas de luchar, o al menos eso es lo que le inspiraba a él. Miró hacia Hyoga que se había quedado de pie ya que no quedaban más asientos libres.

—Tu amigo es muy amable, pequeño. No se encuentra ya gente como él.

—Es muy amable, sí —dijo sin saber qué responder.

—A veces me he encontrado con gente muy desagradable. No suelo pedir que me dejen el asiento pero hoy me duele mucho la espalda y aún me quedará un largo camino que andar. Mi hija dio a luz esta mañana y no tuve la oportunidad de ir antes a visitarla. Espero que estén todos bien.

—¿Y no va acompañada?

—Mi marido murió hace muchos años y vivo sola en casa con un cachorrito. Seguro que le hubiera encantado poder conocer a su nieta. Siempre le decía a mi hija que a ver cuándo se decidía a darle un nietecito...
    

    La anciana siguió hablando de su marido y acabó contándole a Shun cómo se habían conocido, pero a él no le importaba. Le gustaba escuchar a la gente. Siempre pensaba que todo el mundo tenía una historia muy interesante que contar y que había muy pocos oídos dispuestos a escucharlas.
    

    Hyoga, por otro lado, se hundió en sus propios pensamientos hasta que la anciana llegó a su parada y se bajó no sin antes despedirse de ambos, dejando el sitio libre de nuevo. Se sentó a su lado otra vez y le sonrió.

—Ya casi hemos llegado. Deben de faltar unos diez minutos. ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Hacía tiempo que no estaba tan bien —sonrió, sonrojándole.
    

    Pasaron el resto del trayecto sin decir nada hasta que Hyoga le indicó que ya habían llegado a su parada. Se bajaron del autobús y caminaron por una calle algo estrecha en cuyo final se veían unas escaleras que ascendían por la que debía ser la colina que decía Hyoga.

—Cuando lleguemos tenemos que subir e ir a una zona un poco más elevada si lo queremos ver todo bien. Por la zona más baja está lleno de árboles que tapan el paisaje.
    

    Shun asintió con la cabeza y lo siguió. Terminaron de subir las escaleras y éstas se acabaron dejando ante ellos un prado con árboles que se iban juntando un poco más allá. Hyoga le indicó el camino y pasaron por entre los árboles, subieron durante unos cuantos minutos más y llegaron hasta la cima de la colina. El paisaje se despejó de árboles y frente a ambos se podía contemplar toda la ciudad, de un extremo a otro, con el mar haciendo de horizonte. Era un espectáculo maravilloso.

—Uau —exclamó Shun con los ojos muy abiertos.

—Cuando anochezca se verá con todas las luces encendidas y parecerán estrellas urbanas.

—¿Y cuánto falta para que anochezca?

—Aún queda un poco. Son las ocho menos cuarto.

—Sí que nos llevó tiempo llegar hasta aquí —suspiró.

—Poco menos de dos horas.

—¡Meca! ¿Y cómo volveré a casa? ¿Hay autobuses? —Preguntó nervioso.

—No te preocupes, yo te acompañaré.

—¡Pero tardaremos mucho! —Replicó.

—Será un paseo un poco más largo —sonrió.

—Mi hermano se preocupará por mí —insistió mirando en todas direcciones.
    

    Hyoga se acercó mucho a él y le tomó de las manos, haciendo que le mirase a los ojos. Arrimó su rostro a el de él y cerrando los ojos le dio un dulce beso en los labios. Shun se dejó llevar y cerró los ojos también, relajando el cuerpo ante el contacto.
    

    Cuando se separaron Hyoga miró a Shun con una sonrisa y vio que éste estaba completamente sonrojado.

—No te preocupes por la vuelta —le volvió a decir.

—Está bien —contestó aún embobado.

—¿Qué te apetece hacer?

—Pues no lo sé.

—Mientras oscurece...

—Cuéntame algo de ti —dijo de súbito.

—¿De mí?

—Sí.

—¿Qué quieres saber?

—Lo que me quieras contar.

—Puedo contarte muchas cosas, pregúntame lo que quieras —le invitó.

—Pues... ¿qué opinas del mundo? —Preguntó lo primero que se le pasó por la cabeza, sin pensar.

—¿Del mundo? Que es una mierda, si me permites decirlo. Primero intentan inculcarte valores desde que eres pequeño para que te los creas cuando seas grande. Te dicen que hay un Dios todopoderoso allá arriba que vela por nosotros, y yo aún estoy esperando a que responda a las desgracias de las personas. Te dicen que hay que ayudar a los pobres cuando los que te lo dicen son gente millonaria que no daría ni un mísero centavo. Los medios de comunicación dan lo que quieren dar, y cada vez más verdades se ocultan tras las mentiras. Llamamos unión a lo que en realidad es una guerra para ver qué país tiene más poder. Gente que se muere de hambre y gente que daría su vida por salvar a los demás, y de hecho la dan, sin que cambie nada en el mundo —Shun lo miraba muy interesado y pensando en cada una de sus palabras—. Podría escribir un libro con todo lo que pienso del mundo. ¿Tú qué opinas? —Preguntó relajándose al mirarlo.

—Que puede cambiar —contestó simplemente y agachó la cabeza.
    

    Hyoga se lo quedó mirando de nuevo, con sorpresa, y sonrió pensando que era muy inocente.

—Cada uno tiene sus propias creencias —dijo después de unos segundos.

—Puede ser —dijo Shun.

—Lo siento, es que... es un tema que me pone de los nervios.

—Es normal.
    

    Siguieron hablando tranquilamente durante un largo rato sobre el mundo, intentando dar soluciones a los problemas y elaborando un mundo utópico en lo que todo o prácticamente todo era perfecto. Salir de la realidad era algo que a los dos les encantaba desde hacía mucho tiempo, pues la vida de ambos era empinada y muy difícil de llevar hasta el punto de plantear dejarlo todo atrás y ceder la felicidad a aquéllos que sí podían conseguirla.
    

    Empezó a anochecer y las estrellas comenzaron a salpicar el cielo cada vez más oscuro. Al mismo tiempo vieron que las luces de la ciudad se encendían a la vez. Se quedaron en silencio un rato y un pajarillo pasó al su lado, cantando y meciendo el aire con sus alas.

—¡Mira! —Señaló Shun a la luna llena que estaba sobre sus cabezas. Había cogido un tono brillante anaranjado.

—Es preciosa —comentó Hyoga admirándola.

—Lo es.

—Lo es... casi tanto como tú —dijo en apenas un susurro.

—¿Qué dijiste? —Preguntó sin haberlo oído.

—No, nada —se apresuró a responder.
    

    Shun lo miró intentando adivinar lo que le había dicho, pero no se atrevió a suponer nada. Se sonrojó mientras lo pensaba y giró la cabeza. Se habían sentado hacía ya rato en la hierba, con las manos rodeando las rodillas. Ambos miraban al cielo sin pronunciar palabra, sin atreverse a romper el canto de los grillos en la noche.

—A veces pienso —habló Hyoga— que me gustaría tener alas para poder volar. Volaría y volaría lo más alto posible y lo dejaría todo atrás —miró a Shun y vio que éste lo observaba también—. Son sólo tonterías —sonrió.

—A mí también me gustaría volar —admitió—. Seguro que me sentiría muy libre.

—Estoy convencido de ello.
    

    Hyoga se acercó un poco más a él y lo rodeó por los hombros, haciendo que apoyase su cabeza en su pecho. Shun cerró los ojos y sintió que le entraba sueño de repente. Se dejó llevar por las caricias que le hacía Hyoga en el pelo, y sintió que éste se inclinaba para besarle una mejilla débilmente. Pensó que ojalá ese momento durase eternamente.
    

    Abrió un poco los ojos y contempló de nuevo el cielo, en el que ya se alzaban orgullosas todas las estrellas que se podían ver desde allí. Era todo un cúmulo de detalles preciosos que hacían de ese momento un momento perfecto.

—Te quiero, Shun —confesó Hyoga en un segundo de debilidad.
    

    El menor se incorporó para mirarlo a los ojos sin dejar que lo sostuviera. Entrelazaron la vista durante un par de segundos y se acercaron para hundirse por tercera vez en un dulce y cálido beso. Se separaron y siguieron mirándose a una distancia muy corta.

—Yo también —admitió Shun con un hilo de voz.

—Permíteme estar a tu lado —le pidió.

—Quiero que estés a mi lado.
    

    Volvieron a besarse de nuevo, más intensamente, y Hyoga lo abrazó con más fuerza e ímpetu, haciendo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Shun de arriba a abajo. Sintieron que su mundo se reducía todo a ese momento, y por una vez su mundo les pareció perfecto a los dos.


    

 

    Ya les quedaba un poco para llegar hasta la casa de Shun. Habían tenido que caminar desde la colina para volver y estaban muy cansados. Aún así, iban cogidos de la mano, sin importarles lo que la gente pudiera pensar.
    

    Era casi medianoche y Shun estaba muy preocupado por si su hermano ya había regresado a casa y no lo había visto allí, pero la presencia de Hyoga lo relajaba.
    

    Llegaron por fin al portal y se quedaron en el sitio para despedirse el uno del otro.

—Espero que te lo hayas pasado bien —le dijo Hyoga.

—No podría haberlo pasado mejor —sonrió.

—Me alegro mucho, de verdad. Yo también me lo he pasado genial —le dio un beso fugaz.

—¿Cuándo nos volveremos a ver? —Le preguntó ya echándole de menos.

—El lunes, si quieres, pasaré por tu colegio, ¿vale?

—Está bien. Esperaré con ansia a verte de nuevo.

—Y yo —sonrió y le volvió a besar más apasionadamente—. Hasta el lunes, te quiero.

—Yo también.
    

    Hyoga se separó de él sin ganas y comenzó a caminar en la dirección por la que habían llegado. Shun se quedó mirando sus espaldas, viéndolo marchar, hasta que por fin se decidió a subir. Ahora, lo que le preocupaba era abrir la puerta de casa y encontrarse a su padre allí, aunque sabía que los fines de semana los abandonaba y se iba sólo Dios sabía a dónde.
    

    Subió las escaleras pesadamente y se paró en frente de la puerta, con la mano cogiendo el picaporte y la otra metiendo la llave en la cerradura. Abrió despacio y aguardó para comprobar que no había nadie en casa. No oyó ningún ruido dentro y entró suspirando del alivio. Fue hasta el salón y luego a la cocina para servirse algo que cenar. Pensó que con unos cereales le bastarían. Estar con Hyoga le había quitado todo el hambre que tenía, ya que su mirada había alimentado todo su cuerpo.
    

    Cuando acabó se puso el pijama y se lavó los dientes. Se metió en la cama e intentó conciliar el sueño sin éxito. Pensar en lo que había pasado no le dejaba ni cerrar los ojos.


    

 

    Iba camino, pensaba, de su casa. Echaba de menos a sus padres y creía que había hecho mal en dejarles tirados tantas veces. Sus pies lo dirigían hasta allí, y su corazón palpitaba también en dirección a su hogar, pero empezó a palpitar, de repente, su móvil y se vio obligado a cogerlo. Era Johnny el que lo llamaba.

—¿Qué pasa? —contestó la llamada.

—Vete inmediatamente al muelle —le ordenó.

—¿Por qué?

—Porque nuestro querido amigo —dijo con sarcasmo— está esperando a Kevin allí. Por cierto, ni ayer ni hoy has aparecido por la base, ¿tienes algo que decir en tu defensa? ¿o acaso te estás revelando contra nosotros? —preguntó riéndose.

—Ninguna de las dos.

—Tendrás que probarlo. Mata a ese hijo de puta.

—¿A quién? —Preguntó estupefacto.

—A Kevin, por supuesto, y dile a Edd de mi parte que si vuelve a actuar sin obedecer mis órdenes se las verá cara a cara conmigo.

—Está bien —aceptó—, pero, ¿no es su trabajo?, ¿por qué dices que lo mate?

—Porque es feo —colgó.
    

    Hyoga se quedó atónito ante las palabras de su líder, pero no podía negarse. Era cierto que no había aparecido por la base en dos días y no tenía ninguna excusa que dar. Tendría que hacer algo para probar su fidelidad. Se puso nervioso y tuvo que encenderse un cigarrillo para calmarse. El asunto le crispaba.
    

    Comenzó a caminar deprisa en dirección al muelle pensando en qué gilipollez se le habría pasado a Edd por la cabeza.
    

    Lo vio allí cuando llegó un cuarto de hora después. Estaba apoyado sobre una caseta de almacenes, con los brazos cruzados y la mirada clavada en una dirección de entrada.

—¿Qué coño haces tú aquí? —Le preguntó cuando lo vio aparacer.

—Las explicaciones las tendrías que dar tú, imbécil. ¿Se puede saber por qué estás aquí?

—Me he citado con Kevin —sonrió maliciosamente—. Mira esto —y sacó de su chaqueta una pistola—. Se la he tomado prestada a Johnny, espero que no le importe.

—¿Que has hecho qué? ¿Pero tú eres idiota? —Estalló Hyoga.

—No grites, allí viene —señaló.
    

    Kevin se fue acercando despacio hacia ellos cuando los vio. Sonreía sin parecer muy preocupado.

—Qué hay —los saludó.

—Buenas —dijo Edd escondiendo la pistola a tiempo.
    

    Hyoga no dijo nada, se mantenía aparte pensando que de aquéllo no iba a salir nada bueno.

—¿Querías verme, no? Aquí me tienes —dijo Kevin.

—¿Cuándo volverás a incorporarte a Toxic? —Preguntó Edd con naturalidad.

—Cuando hable con Johnny. Me dijo que no habría ningún problema.

—¿Le contaste algo a la policía? —Intervino Hyoga.

—¡Claro que no! ¿Por quién me tomas? Yo jamás os traicionaría —juró.

—Lo sabemos, Kevin —sonrió Edd.
    

    En ese momento el traidor empezó a sentirse un poco incómodo con la presencia de esos dos. Se supone que había quedado allí con Edd, pero no tenía ni idea de qué pintaba Hyoga en todo eso.

—¿Y para qué me querías? —Preguntó.

—Para esto —respondió Edd, echándose sobre él para darle un puñetazo en la cara.
    

    Kevin consiguió mantener el equilibrio y se llevó las manos a donde le había golpeado. Alzó la cabeza para mirarlo y Hyoga vio que le había roto la nariz.

—¡¿Estás loco, tío?! —Exclamó.

—Estaré todo lo loco que quieras, ¡pero al menos no soy un traidor como tú!

—¡Que os den a todos! —Gritó y comenzó a correr por donde había venido.
    

    Edd sonrió para sí y sacó la pistola de donde la había guardado. Apuntó y disparó, dándole a Kevin en una pierna, quien cayó al suelo. Intentó levantarse pero no pudo. Gritó de dolor y pidió auxilio, pero estaban tan lejos de los edificios que nadie pudo oírle gritar.

—Esto es lo que les pasa a los traidores como tú —dijo Edd, y se agachó sobre él para golpearle la cara repetidas veces.
    

    Luego le dio dos patadas en las costillas e hizo que se encogiera sobre sí mismo. Sin previo aviso, le dio la pistola a Hyoga y se giró para marcharse.

—Acaba con él, sé que lo estás deseando —le dijo mientras caminaba.
    

    Hyoga lo miró irse, y luego miró a Kevin. Suspiró y cerró los ojos. No le daba pena tener que matarlo, hasta podría provocarle satisfacción. En realidad, nunca se había llevado bien con Kevin, y muchas veces deseó que llegara ese momento.

—Que os follen —escupió desde el suelo, sangrando.
    

    Hyoga apuntó a su corazón y disparó sin pensárselo dos veces. La sangre brotó de su pecho y el color rojo le tiñó los ojos al rubio, quien miraba el cuerpo con indiferencia. Guardó la pistola bajo su chaqueta y se alejó de allí.

Notas finales:

Espero que les haya agradado y dejen sus comentarios si lo desean expresando su opinión :D


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