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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo el 5 capítulo de ''Si pudiera volar''. Espero que lo disfruten mucho, como los anteriores, y dejen su comentario si lo desean!!! :3 :3 :3

    Empezaba a atardecer y no tenían ningún lugar al que acudir que no fuese su casa. Pero ese era, precisamente, el lugar que querían evitar.
    

    Shun se columpiaba perdido en las nubes mientras Ikki contaba el dinero que le había sobrado y meditaba sobre lo que podrían hacer.

—Shun —lo llamó.

—¿Sí? —Preguntó bajando de un salto y acercándose a él.

—¿Te sabes el número de alguno de tus amigos?

—Sí, el de Shiryu.

—Dímelo, voy a llamarle y a preguntarle si te puedes quedar en casa esta noche.
    

    El menor lo miró con ojos desganados y negó con la cabeza.

—No quiero molestarle. Además, tampoco quiero dejarte a ti solo.

—No te preocupes por mí. Hace mucho frío y te resfrías con facilidad. Por la mañana te llevo yo las cosas a la entrada del colegio, ¿vale?
    

    Shun asintió despacio sin querer tener que recurrir a eso, pero Ikki era muy terco y no pararía hasta que tuviera un lugar en el que dormir. Así, le dijo el número de su amigo y lo llamó, preguntándole primero cómo estaba y luego para ver si tenía un hueco para Shun.

—Un momento, Ikki, voy a preguntarle a mis padres —dijo al otro lado.

—Claro.

—Dicen que se puede quedar sin problemas —contestó al cabo de un rato—. Puede venir ya si quiere.

—Me alegra oír eso —dijo sonriendo—. Dime la calle y el piso, por favor.
    

    Cuando ya supo todas las coordenadas las apuntó en el móvil y se dirigió a Shun sin decirle nada, sólo con una sonrisa, y comenzaron a andar para salir del parque, con una triste llovizna cayendo sobre sus cabezas insistente.

    

 

    Subió las escaleras del edificio como si cada paso le arrebatase un pedazo de vida. Sus padres lo estarían esperando, como siempre, con la esperanza de que algún día regresaría a casa para quedarse con ellos, sin más escapadas, sin más preocupaciones, sólo con la visión de un joven responsable que les quisiera y nos los abandonara jamás.
    

    Pero eso no iba a ser así, y nunca lo sería. Era tan difícil para sus padres como lo era para él. Ellos no sabían lo que hacía cuando salía por la puerta, cuando los dejaba atrás, cuando se enfrentaba a los peligros de la calle que él mismo había elegido. Una vida sin descanso, una vida llena de obstáculos, una vida restringida, una vida controlada. Y hasta puede que robada.
    

    Aún temiendo por lo que le podría pasar cuando atravesase la puerta, se armó de valor y giró el picaporte. En realidad, pensó, era más difícil vivir ahí dentro que allá afuera.
    

    La televisión se escuchaba desde el salón. Estaban dando las noticias, y una ráfaga de aire frío recorrió su cuerpo desde la cabeza a los pies cuando oyó de lo que hablaban. El asesinato. Su asesinato. Salía en las noticias y decían que lo estaban investigando. Pensó que no tenía que haber sido tan tonto de haber dejado allí a Kevin muerto, pero luego lo pensó mejor y se tranquilizó: no tenían absolutamente ninguna prueba, pues la pistola la seguían teniendo ellos y para nada había dejado él sus huellas dactilares en la escena. Aún así, el frío no lo abandonó del todo.

—Buenas tardes —saludó entrando en el salón con naturalidad.

—Buenas tardes, hijo —lo saludó su madre levantándose del sofá y mirándolo con sus dulces ojos.
    

    Hyoga no pudo resistir esa mirada y rompió el contacto visual. Se sentía demasiado culpable como para mirarla de aquella manera.
    

    Su padre, por otro lado, lo saludó sin siquiera girarse.

—¿Cómo estás, cariño? —Le preguntó Natasha.

—Estoy bien, sólo un poco cansado.

—¿Quieres que te prepare algo para comer?

—No hace falta, madre, ya me lo hago yo —sonrió y miró a su padre de reojo y luego volvió a mirar a su madre.
    

    La expresión de ella era muy dulce, pero sus ojos la deltaban. Había estado llorando, y eso incomodó aún más a Hyoga, y le entristeció en cierta medida. No era justo que aquella mujer llorase por culpa de un desgraciado como él. No lo era.

—Está bien —dijo bajando la mirada.
    

    Hyoga se separó de ella y fue hasta su habitación a dejar la mochila. Las pertenencias de Shun las guardó bien en un cajón de su mesita, no sin antes mirarlas perdido en sus pensamientos e imaginando el momento en el que se las devolvería.
    

    Se echó sobre la cama y cerró los ojos, pero el sueño no acudió a él, más bien las ganas de llenar el estómago cuanto antes, por lo que se volvió a levantar y se dirigió hasta la cocina. Cogió una taza, un cartón de leche y cereales y se sirvió. No era mucho, pero tampoco le hacía falta más. Cualquier tontería que pudiese llevarse a la boca le sobraba para recargar las energías, o al menos para mantener la compostura unas horas más.

—¿Qué tal el día? —Preguntó su padre sorprendiéndolo al entrar en la cocina.

—Bien —contestó simplemente.

—¿Te vas a quedar?

—No...

—Está bien —asintió en casi un suspiro y abrió la nevera, sacando un poco de queso que sobraba y un yogurt. Se sentó al lado de su hijo a comer sin decir nada.
    

    Cuando Hyoga acabó se retiró a su habitación y se echó de nuevo en la cama. No le apetecía hacer nada, pero tampoco dormir. Oía al cabo de un rato las voces de sus padres, preocupadas, hablando sobre él en el salón, pensando que se había quedado dormido.
    

    Le dolía. Le dolía mucho, pero se volvió a recordar a sí mismo que ese era el precio que se veía obligado a pagar por la vida que había elegido vivir.

 

—¿Estarás bien, hermano? —Le preguntó cogiéndole de la mano después de llamar al timbre de la casa de Shiryu.

—¡Claro que sí! —Sonrió—. Tú no te preocupes por mí, mientras tú estés bien, yo lo estaré contigo.

—Cuídate, Ikki.

—Y tú también Shun. No permitiré que te pase nada malo.
    

    Se despidieron el uno del otro con un nudo en el corazón. No querían separarse, pero era lo mejor, o así lo pensaba el mayor. Él no podía pedirle a Shiryu que le dejase pasar también la noche en su casa, pues no lo conocía con tanta cercanía como Shun, y menos a sus padres.
    

    Cuando la puerta del edificio se cerró, Shun lo vio a través de los cristales cómo se iba dirección a su derecha, con la mirada perdida en el suelo. Casi se le saltaron las lágrimas, pero logró contenerlas lo suficiente.
    

    Subió en ascensor y se encontró con la puerta abierta y a un radiante Shiryu esperándolo en ella. El moreno le sonrió y le invitó a pasar.

—No te preocupes por nada, yo te dejaré pijama, cepillo de dientes, zapatillas... todo lo que necesites.

—Eres muy amable, Shiryu. Siento venir aquí a molestaros.

—¡No digas tonterías! Para eso estamos los amigos, ¿no? Ven, mis padres y yo estábamos viendo una película, ¡únete!

—Claro —asintió sonriente.
    

    Ambos pasaron hasta el salón y resultó que estaban viendo una comedia que parecía bastante mala pero también bastante graciosa, pues sus padres tenían la expresión de no haber parado de reír en un buen rato.

—¡Hola, Shun! —Lo saludó la madre de Shiryu con una gran sonrisa, levantándose del sofá para darle dos besos.

—Hola —dijo sonrojándose.

—Buenas tardes —lo saludó el padre—. Estamos viendo una película muy buena.

—En realidad es patética —le susurró Shiryu al oído, haciéndole reír.

—¿Pero qué maneras son estas, hijo? Ve y dale ropa más cómoda para que se sienta como en su casa.
    

    <No>, pensó. <Como en casa no>.

—A eso iba, mamá. Ven, acompáñame. Tengo tres pijamas así que puedes elegir el que quieras. Y tengo que preguntarte unas cuantas cosas —le dijo después en un tono más bajo y serio.
    

    Entraron a la habitación de Shiryu y Shun se quedó completamente asombrado. Tenía exactamente tres estanterías dedicadas a guardar libros de todos los tamaños y grosores, pero bien clasificados, un armario para su ropa, impecable, una cama con sábanas rojas y verdes, perfectamente hecha, y su escritorio con cajones y lámpara bajo la ventana. En una de las esquinas había un baúl en el que pensó guardaría sus objetos personales.
    

    Shiryu se acercó al armario y sacó tres perchas con los tres pijamas, enseñándoselos.

—Este es el que suelo utilizar yo, así que te recomiendo escoger uno de los otros dos.

—Me vale cualquiera, Shiryu. Este mismo. Gracias —dijo cuando se lo tendió.

—Shun...

—Dime —dijo mientras se quitaba la ropa para ponerse cómodo.

—¿Qué te ha pasado para que no vayas a dormir? —Le preguntó preocupado.

—Se ha pasado mucho —respondió bajando la mriada y el tono de voz.

—¿Por qué no lo denunciáis?

—Ya lo hicimos, más o menos, pero nadie nos hizo caso.

—Shun, si quieres yo puedo decirles a mis padres...

—¡¡No!! —Exclamó.

—¿Por qué?

—No... no lo sé. Déjalo estar. Por favor, no se lo digas a nadie. Por favor —le pidió desesperado.

—Está bien... cualquier cosa, ya sabes ahora dónde vivo. Puedes venir aquí cuando quieras, ¿vale? A mis padres no les importará.

—Gracias, Shiryu, de verdad —terminó de ponerse el pijama y le dio un fuerte abrazo a su amigo.
    

    Shiryu se sorprendió, pero se dejó llevar. Después de todo, ¿qué no haría él por sus amigos?

—¿Vamos a ver la película?

—¡Vamos! —Dijo decidido y un poco más animado.

    

 

    Las luces de las calles estaban a punto de encenderse. Apenas tardarían unos minutos en alumbrar sus tristes pasos sin rumbo. Porque así era: no tenía adónde ir, no tenía dónde poner los pies sin que un desagradable aliento le pasase por el rostro y lo echase a patadas. No tenía a quién llamar, o eso pensaba él, pues gustosos se hubieran ofrecido sus amigos para dejarle entrar en sus casas. Pero no quería molestarles, no merecía la pena. Más de una vez hubo pasado la noche en la intemperie, rodeado de oscuridad, sin ninguna pared que lo protegiese de los peligros. Además, nadie más que él y su hermano conocía la penosa situación en la que ambos se encontraban. Y no tenía intención de comunicárselo a nadie.

—Estúpida vida —susurró sentándose en un banco, sin nadie más en toda la calle—. ¿Por qué los corazones más bondadosos son los que menos te disfrutan? Jamás lo he entendido y nunca lo entenderé... —miró hacia el cielo, ya oscurecido, con las primeras estrellas mostrando su luz—. Al menos seré la persona más feliz cuando después de esta tempestad llegue la calma —hizo una pausa—, si es que algún día llega...
    

    Se levantó del banco sin saber qué hacer, caminando sin dirección por las calles. Cada paso que daba le parecía más doloroso que el anterior, pero desgraciadamente no tenía nada mejor que hacer.
    

    Varias veces pensó en volver a casa a dormir, pero su orgullo se lo impedía. Tampoco quería tener que ver la cara de ese animal, sentado en el sofá, con la cerveza en la mano. Siempre lo mismo, no cambiaría nunca a no ser que algo lo matase. O alguien.
    

    Sonrió. Esa idea no le parecía tan mala después de todo. ¿Qué podía perder si le encarcelaban? Si no tenía nada.

—Shun... —susurró—. No, no puedo abandonarte de esa manera, ¿qué pensarías de mí entonces?
    

    Siguió caminando con pasos torpes, siempre mirando al suelo e intercalando rápidas ojeadas hacia el cielo nocturno.
    

    Un rato después, llegó a un pequeño parque en una plazuela y vio que algún que otro vagabundo se preparaba para pasar allí la noche. Era mejor que nada, así que se acercó y se sentó en uno de los bancos, esperando a que el cielo estuviese lo suficientemente oscuro como para poder conciliar el sueño.
    

    Hacía frío, mucho frío, pero eso no era lo que más le importaba en ese momento. Más de una vez se preguntó si Shun estaría bien, si dormiría sin preocupaciones por una noche y si se despertaría tranquilo por una mañana.

    

 

    Despertó de su siesta sin haberse dado cuenta siquiera de que se había quedado dormido. Un miedo le sobrevino y se apersuró a mirar qué hora era.

—Aún queda media hora... ¡media hora! ¡Mierda, no voy a llegar! —Se levantó inmediatamente de la cama y se fue hasta el baño para peinarse y lavarse los dientes.
    

    Cogió su cartera, sus llaves, su móvil, su mochila y su chaqueta y se dispuso a salir a la calle para ir a la base de Toxic, pero entonces su madre apareció por el pasillo y lo retuvo.

—¿A dónde vas, cielo?

—He de irme —contestó simplemente.

—¿A qué hora volverás?

—No lo sé... —respondió después de unos segundos.

—No permitiré que te vayas. No hoy. Quiero que pases la noche con nosotros, Hyoga. Por favor, esta noche al menos —le rogó.

—Madre...

—Por favor —no la miró, pero supo que había empezado a llorar.
    

    El corazón le dolió inmensamente y nunca se perdonó el momento en el que decidió abrir la puerta y cerrarla tras de sí para irse, sin ni siquiera mirar a su madre que le pedía que se quedase con ella, que le rogaba que se quedase con ella. Simplemente, no podía. Tenía el alma encadenada en distintas zonas de la ciudad, y ninguna de ellas era capaz de librarse de su prisión.
    

    Caminó rápido con la esperanza de no retrasarse demasiado, y así lo consiguió. Llegó a la base cuando apenas quedaban cinco minutos de acuerdo con la hora en la que se habían citado.
    

    Por el momento, allí sólo se encontraban seis miembros de Toxic, entre ellos Daniel y Edd. Este último no dejaba de abrir y cerrar la tapa del móvil, mirando a un punto fijo de la pared mientras Daniel les contaba a los demás cómo le había roto el brazo a un tipo con el que se había peleado el viernes.
    

    Fueron llegando poco a poco los demás hasta que sólo faltó Johnny por aparecer.
    

    Lo hizo unos diez minutos después de la hora, sin dar explicaciones y sin darle importancia a los demás.

—Bien, comencemos —dijo sentándose en su sillón y apoyando los codos en la mesa—. Ya os dije que tenía previsto un ataque directo a la comisaría, ¿verdad? —Todos asintieron—. Perfecto, pues ya he decidido y planeado sobre el asunto. Daniel, como sé que te encanta andar con fuego, serás tú el que prenda la mecha de la dinamita.

—¿Dinamita? —Preguntó Hyoga frunciendo el ceño.

—Así es, dinamita —respondió Johnny sonriendo.

—¿De dónde sacaremos dinamita? —Preguntó uno a un lado.

—De eso no hay que preocuparse. Ya está puesta en el lugar correcto —contestó sin darle mucha importancia—. Hyoga, tú y yo le esperaremos a la salida en uno de los coches.

—¿Y los demás? —Preguntó Edd.

—Los demás haréis lo mismo —hizo una pausa—, en la otra comisaría. Arregláoslas como podáis —dijo nada más.

—¿Cuándo lo haremos? —Preguntó Hyoga ansioso.

—Esta semana que entra. Pero a finales. Antes tengo pendientes otros asuntos. ¿Qué hacéis todavía aquí? Largáos de mi vista. Iré dándoos más datos a medida que los vaya teniendo.
    

    Salieron todos de la habitación hablando sobre el ataque a la comisaría, planeando ellos mismo cómo podría ser. Hyoga iba a salir el último cuando Johnny lo llamó desde su mesa, y tuvo que volverse hacia él.

—No soy tonto, rubio. ¿Te crees que no me he dado cuenta de que te lo has llevado?
    

    Hyoga se lo quedó mirando con expresión vacía, pero por dentro el corazón le empezaba a palpitar con fuerza.

—No sé de qué me hablas —respondió.

—Oh, sí que lo sabes. Lo sabes perfectamente. ¿Qué pasa con Shun?
    

    Oír su nombre fue lo que le hizo abrir los ojos como platos y clavar la mirada al suelo, sientiendo cómo su cuerpo se tensaba por completo y un calor le recorría de los pies a la cabeza.

—¿Ves? Te delatas tú mismo —rio—. ¿Acaso es amigo tuyo?

—Hyoga no respondió—. Ah, bueno, en ese caso, como no le conoces, no te importará que le vuelva a hacer una visita—se encogió de hombros.

—¡No! —Exclamó.

—¿Entonces? —Preguntó de nuevo echando el cuerpo hacia adelante.

—No le hagas daño, él no tiene nada que ver con esto.

—No te preocupes, no tenía pensado hacerle nada. Pero para la siguiente podrías ser más considerado y presentarme a tus amigos.

—Lo tendré en cuenta.

—Venga, hay confianza entre nosotros, ¿de qué lo conoces?

—Me ayudó a esconderme una vez, eso es todo. Le debo el favor.

—Oh, está bien —pareció quedarse sin palabras.
    

    Hyoga lo miró inquisitivo. Lo último que quería era ver cómo Shun se veía atrapado en su mundo.

—Hyoga —lo llamó en voz baja mientras se levantaba y se situaba a su lado, bajando la mirada y poniendo una mano sobre su hombro—, ¿es ese chico el que te hace desaparecer? Si es así lo entendería. Parece una persona muy tímida e interesante.

—No es él.

—Entonces, ¿qué es?
    

    Se quedaron un rato en silencio. Hyoga no tenía intención de contestar a la pregunta y Johnny no parecía estar interesado en escuchar una respuesta. Ambos se miraban a los ojos ahora, saboreando el silencio que se cernía entre ellos, y el rubio notó como Johnny se le iba acercando más y más. Intentó liberarse de él, pero no pudo. Sus labios estuvieron a punto de encontrarse cuando el líder se separó bruscamente de él y se volvió a sentar en el sillón, dejando a Hyoga con el corazón latiéndole a mil por hora y con todos los músculos de su cuerpo temblando.

—Vete, ya hablaremos mañana —sentenció el moreno—. Ah, y una cosa más —lo llamó antes de que saliese por la puerta—, que te vaya bien dándole explicaciones cuando te pregunte cómo recuperaste sus cosas —le deseó.

    

 

    Después de cenar Shiryu le había dejado tiempo para ducharse antes de ir a dormir. Por suerte, la cama de este guardaba otra cama bajo ella que se podía sacar y guardar en caso de emergencia, y no tuvieron ningún problema de espacio.
    

    Los padres de Shiryu estaban siendo muy amables, pero aún así no le gustaba causarles molestias, por muy poca importancia que le dieran.

—¿En qué piensas, Shun? —le preguntó cuando ya se hubieron acostado y apagado las luces de la habitación.

—En mi hermano. No creo que haya vuelto a casa... estoy preocupado por él.

—Seguro que está bien. Es Ikki, tiene que estarlo.
    

    Shun sonrió en la oscuridad y deseó con todas sus fuerzas que Shiryu tuviese razón. No dejaba de reprocharse una y otra vez que no tenía que haberlo dejado solo en la calle, pero tampoco Ikki le hubiera permitido quedarse con él, así que sólo le quedaba soportar aquella pena, como muchas otras tantas que guardaba en su corazón.

    

 

    Cuando llegó a su casa a las cuatro de la madrugada no pensó en otra cosa que echarse sobre la cama a dormir, o al menos a descansar. Había perdido el gusto por los sueños y no tenía muchas ganas de recuperarlos. En su cabeza sólo se le pasaba el momento de Johnny intentando besarle y muchas formas distintas de devolverle las cosas a Shun al día siguiente, o más bien en las horas siguientes.

—Maldito Johnny —gruñó entre dientes—, estás jugando con todos nosotros —apretó el puño derecho y lo estrelló contra la almohada, como si ésta tuviese la culpa de lo que le pasaba—. Y lo peor de todo... es que me gustó —terminó la frase en un suspiro y cerrando los ojos lentamente, relajando también el puño.
    

    No volvió a abrir los ojos en lo que quedaba de noche, aunque tampoco pudo dormir. Tenía demasiadas cosas en las que pensar que no le dejaban dejarse llevar por el sueño.

    

 

    Desayunaron tranquilos y Shiryu tuvo que buscar en su armario un uniforme para Shun. Por suerte tenía tres y uno le quedaba perfecto al peliverde.

—¿Estás seguro de que Ikki te traerá lo demás? —Le preguntó preocupado.

—Estoy seguro —asintió.

—Entonces podemos irnos ya. Te llevaré la ropa mañana a clase, ¿vale?

—Vale. muchísimas gracias, Shiryu, de verdad. No sé qué haría sin tu ayuda.

—No hace falta que me las des, para eso estamos los amigos—sonrió.

—Las gracias siempre hay que darlas.
    

    Salieron del edificio y se pusieron en marcha al colegio. Cuando llegaron, esperaron en la entrada a que viniese Ikki con la mochila de su hermano, y unos tres minutos más tarde apareció con ella en las manos.

—¿Qué tal has dormido, Shun? —Le preguntó sonriente.

—¿Y tú? ¿Cómo dormiste tú? —Quiso saber.

—Yo he dormido bien, de verdad, no te preocupes. Aquí tienes tu mochila, yo tengo que ir al instituto que si no llegaré tarde. Nos vemos luego en casa, ¿vale? Shiryu, muchas gracias por todo —dijo antes de darse la vuelta y correr para no perder la clase.

—¿Ves como estaba bien? —Le dijo Shiryu.

—No, no lo está. Es un excelente mentiroso —dijo más preocupado todavía.

—Bueno... —no sabía qué decir—, entremos, no vaya a ser que nos castiguen por llegar tarde.
    

    Como siempre, las tres primeras horas de clase se hicieron eternas, y no es que el recreo fuese mejor la cosa. Shiryu, Seiya y los demás conversaban y hacían tontos chistes mientras él se sentaba en su rincón habitual y los miraba extrañando poder divertirse tanto como ellos. Intentaban que se incorporase, pero sus desganas volvían tan rápido como aparecían sus ganas de hablar, y pronto se sentaba de nuevo a mriar al suelo, o al frente, o a cualquier lugar, siempre con la mirada perdida.
    

    No quería volver a casa, no quería volver a clase, no quería estar en ningún sitio... O sí. Sí, sí quería.
    

    Un intenso recuerdo acompañado de dolor le atravesó el corazón como una lanza. De repente, lo único que deseaba de verdad y con todas sus fuerzas era estar al lado de su madre, que ella estuviese viva para volver a ver su sonrisa, sentir su cariño y su presencia, soñar con ella otra vez sin levantarse a la mañana siguiente con los ojos llenos de lágrimas al saber que no está, que su recuerdo es un vago fantasma del que no se pudo despedir a tiempo. Eso era lo que más le dolía: no se le permitió decirle un hasta luego, desearle suerte a donde quiera que fuera. Todo había sido demasiado rápido; había caído sobre él como un relámpago, dejando una cicatriz que jamás sanaría

—¿Shun? ¿Qué te pasa, Shun? —Le preguntó Shiryu al ver que lloraba.

—Yo...
    

    La campana sonó en el instante justo para dejar la respuesta en el aire. Intentaron preguntarle otra vez al subir por las escaleras, pero él no respondió. No quería responder para volver a llorar.
    

    Cuando terminaron las clases escapó como pudo de ellos con una rápida despedida, dándole las gracias a Shiryu de nuevo por las molestias. Salió antes de que los alumnos taponasen las puertas y caminó despacio por la calle. Al final de esta, vio a un joven apoyado contra la pared con los brazos cruzados y la cabeza gacha y casi echó a correr a su encuentro.

—¡Hyoga! —Exclamó feliz por volver a verlo.

—Hola, Shun —le sonrió.
    

    Se dieron un leve beso en los labios y se apartaron el uno del otro, quedándose a la misma distancia que antes, sin dejar de mirarse, y Shun se percató de que llevaba algo en las manos.

—¿Y eso? —Le preguntó.
    

    En ese momento todas las frases y excusas que había estado planeando Hyoga se esfumaron por completo de su mente y lo único que hizo fue tenderle las cosas a Shun para que las cogiera.

—Pero... si son mi cartera y mis llaves —dijo atónito—. ¿Cómo...?

—Shun —lo llamó seriamente—. ¿Te hizo daño? —Le preguntó sin importarle ya lo que este pudiera pensar o imaginar.

—No... no me hizo nada —contestó titubeante.

—Yo me encargaré de que no se vuelva a acercar a ti, ¿vale?

—Vale, pero... ¿qué ocurre?

—No... quiero decir, es muy complicado de explicar...

—Intentaré entenderlo —lo animó.

—Te lo contaré, pero no ahora.

—Hyoga... —dijo alejándose unos pasos de él.
    

    El rubio lo miró alejarse con los ojos llenos de tristeza. Lo comprendía muy bien, sabía que era normal que Shun tuviese miedo de alguien como él, y quería contárselo todo, lo deseaba, pero no podía. Cualquier cosa que le dijese podría ponerlo en peligro.

—¿Cuándo me lo contarás? ¿Tan... grave es?

—No es eso... y te lo contaré pronto, de verdad. No tienes por qué alejarte —casi le rogó—. Confía en mí —le tendió la mano y Shun se la tomó, no sin antes vacilar.
    

    Volvieron a besarse una vez más y la tensión se esfumó de allí.

—Hyoga, no quiero separarme de ti —le susurró y el rubio lo abrazó con fuerza.

—No te preocupes, volveré para verte. Mañana estaré aquí otra vez —lo separó cariñosamente y le dedicó una de sus sonrisas más cálidas, haciendo que el corazón de Shun se derritiese como un helado en verano.

—Te estaré esperando —le sonrió.
    

    Un último beso más, y cada uno siguió su propio camino.
    

    Hyoga no podía dejar de pensar en el futuro, en lo que pasaría si le contase a Shun el asesino y terrorista que era, si se iría de su vida para siempre y no quisiera saber nada de él nunca más. En cambio, el menor apretaba bien fuerte su cartera mientras iba a su casa, disminuyendo el paso a medida que se acercaba, pensando en Hyoga, en Ikki, en su padre y en su madre, en lo mucho que querría que todo volviese a ser como era antes.

Notas finales:

Espero que haya sido de su agrado!!! Muchas gracias por tomarse la molestia de seguir leyendo ^^

Un beso muy grande!


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