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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Siguiente capítulo de "Si pudiera volar". Espero que lo disfruten tanto como vienen disfrutando los anteriores!!! :P. Si les gusta, no duden en comentar! o si no les gusta también, las críticas siempre son bienvenidas e_e

    

    Entró en casa pidiendo a Dios que Ikki ya hubiese llegado y su padre se hubiera ido, pero Dios parecía haberle abandonado hacía mucho tiempo y lo único que encontró fue los gritos de su padre mientras miraba la televisión como todos los días.
    

    Intentó que no se diese cuenta de que había llegado, pero la puerta lo traicionó y chirrió, y su padre se levantó del sofá y fue directo hacia donde estaba él. Shun corrió hasta la habitación y se encerró en ella, pegándose contra la puerta para que no pudiese entrar, pero la fuerza de éste era descomunal y parecía no importarle romper o no la madera.
    

    Al final, Shun se apartó y se pegó al fondo de la habitación, bajo la ventana. Su padre entró dando un portazo y se quedó parado bajo el marco, mirándolo con odio en los ojos y con los músculos en tensión.

—¿Dónde coño has estado? —Le preguntó con rabia.
    

    Shun no contestó. Cerró los ojos y se dejó caer al suelo, escondiendo el rostro entre las manos y rezando para que llegase su hermano a ayudarle. Pero eso tampoco ocurrió. Su padre se arrimó a él de dos zancadas y lo cogió por los hombros, empezando a zarandearle.

—Te he hecho una pregunta, ¡responde! —Le obligó mientras le sacudía.

—He... he ido a dormir... —intentó contestar con los ojos llenos de lágrimas.

—¡¿A dónde?! —El aliento a alcohol le llegaba a Shun como un anuncio de una catástrofe.

—¡Con Shiryu! —Exclamó intentando que le dejase en paz.
    

    Su padre se quedó un momento quieto. Era evidente que no sabía de quién estaba hablando ese mocoso, o tal vez hubiera olvidado al que una vez iba a todos los cumpleaños de su hijo cuando eran más pequeños. Cuando él y su esposa los veían corretear con los demás por el parque y les compraban helados de chocolate y fresa cuando volvían a casa.
    

    Su esposa. Mi esposa.
    

    Sintió que la ira se esfumaba de su cuerpo para dejar paso a un puñado de lágrimas. Shun lo contempló después de unos segundos sin atreverse a mirarle a los ojos, y notó cómo relajaba los músculos y lo iba soltando poco a poco. Pero de repente volvió a apretar con fuerza y lo levantó del suelo. Lo alzó y lo estampó contra el cristal, y Shun sintió que los pedazos se clavaban en su piel y que el dolor le recorría todo el cuerpo como un rayo.

—Ojalá te hubieras muerto tú —dijo su padre apretando las mandíbulas, y soltó a Shun brúscamente, haciendo que cayese al suelo y se desmayase.

    

 

    No tenía ni rumbo ni lugar al que ir. Más se sentía como una alma en pena que como un chico de diecisiete años. Odiaba su vida, pero no quería admitirlo. Odiaba prácticamente todo lo que tenía alrededor y no deseaba otra cosa que estar solo, sin problemas, sin obligaciones, sin nadie que le dijese qué tiene que hacer o no. Pero nada iba a cambiar; era completamente imposible que cambiase. Por eso cada día que pasaba le faltaba un pedazo más de corazón.
    

    Siguió caminando sin destino, con el pelo ondeando al viento, con las manos en los bolsillos y la mochila a la espalda. Pensó en ir a casa, pero, ¿qué le esperaba allí? ¿Acaso podría volver a mirar a su madre a los ojos después de lo que le había hecho? Pensó en ir a la base de la banda, pero no sabía si quería encontrarse o no con Johnny. Estaba muy confuso, la cabeza le daba vueltas y no le dejaba pensar con claridad. Sólo quería estar con Shun otra vez, sólo eso...

—Shun... —susurró.

    

 

    Los rayos del sol se filtraron por las ventanas rotas del despacho haciendo relucir su cabello como si fuese oro. Apenas había dormido y tenía los ojos irritados y el pelo revuelto. Miró la hora y vio que eran las dos de la tarde. Faltaba media hora para que Shun saliese de clase y él había pensado en ir a buscarle para hacerle una breve visita. Aunque lo que quería en realidad era permanecer a su lado horas y horas.
    

    Cogió su mochila y se puso en camino. No sabía si iba a llegar a tiempo, por lo que aceleró el paso hasta casi ir corriendo. Y al final, llegó un cuarto de hora antes.
    

    Decidió que podría dar un pequeño paseo por el lugar y entró. Las puertas estaban abiertas y el patio de recreo se encontraba por la parte de detrás, pero había una valla que le impedía pasar. Supuso que habría unas escaleras que dieran directamente al patio.
    

    Miró hacia arriba intentando adivinar en qué clase estaría Shun, pero era imposible saberlo a no ser que le preguntase. Volvió a mirar su reloj y ya sólo quedaban cinco minutos, por lo que salió del recinto y se fue a su puesto en la calle, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y mirando al cielo con ojos carentes de esperanza e ilusión.
    

    La campana sonó, haciendo que se le tensase el cuerpo. Miró disimuladamente hacia la salida, aunque hasta dentro de unos minutos no empezarían a salir los alumnos como salvajes. Siempre había odiado que sus compañeros se impacientasen tanto por salir de las clases llegando a empujarse y a discutir para ver quién salía primero. Incluso recogían sus cosas minutos antes de que acabase la hora sólo para salir y echar una carrera.
    

    Mientras pensaba esto, comenzó a escuchar el estruendo de la gente bajando las escaleras y chillando por los pasillos del colegio. Los primeros en salir fueron los de cursos más bajos, que iban corriendo como si les fuese la vida en ello. Luego, salieron los más grandes, que ya no iban gritando sino hablando como personas más o menos normales.
    

    Shun solía salir siempre de los primeros y le extrañó no verlo por ninguna parte. Pensó que igual se había quedado a hablar con algún profesor o con algún amigo, pero cuando todo se fue despejando y ya no quedaban allí más que los profesores que acababan de salir, comprendió que no lo vería ese día.
    

    Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, suspirando. Verlo era lo que más deseaba en ese momento, y cuando oyó los pasos de alguien acercándose a él, sintió que el corazón se le salía del pecho. Pero cuando miró no vio más que la figura de un profesor con maletín que iba a su casa después de un largo día de trabajo.

—Buenas tardes —le saludó éste con educación.

—Buenas tardes —le respondió Hyoga, suspirando de nuevo.
    

    Sin saber por qué, se quedó un rato más allí, con la estúpida esperanza de que Shun saldría por aquella puerta y le daría un cálido abrazo. Pero sabía perfectamente que eso no pasaría, por lo que se recargó la mochila y se fue.

    

 

    Sintió que el corazón se le salía del pecho cuando su hermanito abrió los ojos por fin. Habían pasado varias horas desde que lo había encontrado tirado en su habitación con todo el cuerpo cubierto de cristales y lo había llevado al hospital.
    

    Se había pasado todo el tiempo a su lado intentando, en vano, no llorar. Las enfermeras le habían dicho que se quedase con él hasta que se despertase y que las avisase cuando eso pasase, pero la alegría al verlo despierto de nuevo casi hizo que se olvidase de ello por completo.

—Shun, ¡Shun! —Exclamó por lo bajo.
    

    Shun giró un poco la cabeza e hizo una mueca de dolor. Apenas se podía mover, pero los médicos y enfermeros habían hecho un trabajo excelente en muy poco tiempo.

—I... kki —susurró.

—Sí, Shun, estoy aquí —le cogió de las manos y dejó escapar varias lágrimas de sus ojos.

—¿Dónde estoy? —Preguntó incorporándose un poco más.

—En el hospital. No te preocupes, cuidarán de ti hasta que te pongas bien, ¿vale?
    

    Shun lo miró aturdido y asintió levemente con la cabeza. Poco a poco fue recordando todo lo que había pasado, y cuando revivió el momento en que su padre lo estrelló contra el cristal de la ventana sintió unas ganas terribles de llorar, pero ninguna lágrima acudió a él.

—¡Casi se me olvida! Voy a avisar a las enfermeras.

—Ikki —lo llamó, y lo cogió de la mano para que no se fuese.

—Volveré en menos de un minuto, no te preocupes —le sonrió y le dio un beso en la frente antes de salir al pasillo.

    

 

    No supo por qué lo hizo. Quería descargar todos los sentimientos que le atormentaban en la barra de aquel pub sin importarle lo que pensaran los demás de él.
    

    Estaba solo, con la cuarta jarra de cerveza en la mano ya por la mitad, mientras la ruidosa música sacudía el ambiente y movía los cuerpos de todas las demás personas que se encontraban allí. Él, por supuesto, no tenía pensado salir a bailar. Aunque igual alguna cerveza más le haría cambiar de opinión.
    

    Sólo quería estar con Shun, nada más... pasar el resto de su vida al lado de su ángel, olvidando todas sus preocupaciones y dejando su pasado atrás. Una noche con él, mirando el cielo nocturno, le hubiera bastado también. Cualquier cosa con tal de volver a mirar aquellos ojos esmeralda que tanto le gustaban.
    

    Le parecía increíble todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Cómo se había enamorado perdidamente de aquel joven que tenía preso su corazón. Cómo no deseaba otra cosa día y noche que no fuera tenerlo entre sus brazos. Y es que sólo había pasado un día desde la última vez que lo vio y ya lo echaba tanto de menos... ¿Estoy enfermo?, se preguntaba una y otra vez.
    

    Levantó la vista de la jarra y se giró para ver el espectáculo en la pista de baile. Era martes, pero perfectamente podría haber pensado en un sábado noche con la cantidad de gente que había allí. ¿Cuánto tiempo llevaba en aquel lugar? Se había pasado toda la tarde en la calle, sin saber qué hacer. Había comido un bocadillo en un parque y luego siguió vagando hasta que empezó a caer la noche y encontró ese pub en donde intentaba ahogar todas sus penas en alcohol.
    

    Quería llorar, pero no se atrevía. Lo último que deseaba era ver cómo se reían de él o lo mirasen con pena, adivinando lo débil que era por dentro y la vida fatal que le había tocado vivir.
    

    Una pareja borracha pasó cerca de la barra y le dio por la espalda, tambaleándole y haciendo que callese del taburete y se diese un buen golpe contra el suelo. Se llevó una mano al hombro dañado e intentó levantarse, pero lo veía todo borroso y le fue imposible recuperar el equilibrio.
    

    Sintió que alguien lo agarraba y le ayudaba a levantarse. Alzó la mirada y se encontró con los ojos burlones de Johnny clavados en los suyos. ¿Qué demonios hacía él allí?

—¿Necesitas ayuda? —Le preguntó.
    

    Hyoga lo miró con rabia y se percató de que estaba llorando. Se ruborizó por completo e intentó levantarse por sus propios medios, pero si su líder no hubiera estado allí para sostenerlo hubiera caído otra vez.

—Eso es un sí —sonrío y lo sentó de nuevo en el taburete.
    

    El moreno hizo un gesto con la mano y llamó al camarero.

—¿Cuánto tiempo lleva este aquí? —Le preguntó señalando a Hyoga.

—Desde por la tarde.

—Ya veo... ¿Ha pagado ya?
   

    El camarero negó con la cabeza y Johnny le preguntó a Hyoga dónde tenía la cartera para pagarle e irse de allí. El rubio se resistió pero no pudo hacer mucho dado el estado en el que se encontraba. Así, cuando hubo pagado, se lo cargó a los hombros y se lo llevó del pub.
    

    La noche estaba estrellada y las luces de la ciudad componían un grandioso espectáculo combinado con la oscuridad. Ese tipo de paisajes eran de los pocos que podían maravillar a Johnny, pero nadie más que él sabía que hasta su corazón guardaba un poco de calor humano.
    

    Llegaron a un parque pequeño y se sentaron en uno de los bancos. Hyoga se tambaleó hacia adelante y tuvo que apoyar los codos en las piernas y hundir la cabeza entre las manos para aguantar el equilibrio. Johnny, por otro lado, le pasó un brazo por la espalda y lo arrimó hacia él.

—Si vas a vomitar avísame, no me gustaría entrometerme en tu camino —Hyoga no dijo nada y pensó que se había dormido, pero alzó la cabeza y se apoyó sobre la barbilla, mirando al suelo sin mirar a nada, con lágrimas cayéndole de los ojos como ríos.
    

    Johnny no tenía ni idea de qué hacer. Nunca se había encontrado en una situación como aquella y nunca había pensado que fuera a ocurrir. Levantó la mirada hacia las estrellas e intentó pensar con claridad, pero no pudo evitar reírse ante aquel momento que le parecía tan estúpido.

—A ver, ¿qué te pasa? —Le preguntó después de haber calmado la risa.
    

    Hyoga lo miró de reojo y se quitó el brazo del moreno de encima, pero éste tuvo que volver a sujetarlo para que no se cayese.

—Yo de ti me dejaría, pero si no quieres...

—Cállate...
    

    Lo miró con su típica sonrisa de indiferencia y se puso serio de repente. Se preguntó qué le habría pasado a Hyoga para que se encontrase en ese estado. Se supone que él era fuerte y tenía el corazón frío como el hielo, y jamás se lo hubiera imaginado borracho y llorando. Aquello le divertía demasiado, pero a la vez sentía lástima por él. Debía de tener una vida bastante complicada.

—Si vas a estar así toda la noche yo me largo —le dijo.

—Lárgate, quiero estar solo.

—Pero si me largo a saber qué te pasa —suspiró—, aunque, pensándolo mejor, ¿a quién le importa?

—Sí, a quién... —dijo y volvió a llorar en silencio.

—Eres un pobre desgraciado. Más te valía estar muerto. Yo en tu lugar preferiría estarlo —se encogió de hombros.
    

    Hyoga lo miró con odio, pero no dijo nada. Se encontraba demasiado ido como para pensar en una respuesta a los ataques del otro. Además, qué iba a discutir si tenía razón.

—Pero, ¿sabes? —dijo de pronto—, no estás tan solo como crees. Me tienes a mí, por ejemplo. Ya sé que no soy gran cosa y menos alguien en quien confiar, pero algo es algo... —Hyoga no pudo evitar sonreír un poco ante aquello—. Al menos estuve ahí para ponerte en pie mientras te daba un coma etílico.

—Eres un gilipollas —dijo a duras penas.

—Como tú —lo miró a los ojos seriamente—. Eres un jodido desgraciado, Hyoga, pero aún así no me gustaría que te pasase nada... nada que sea peor de lo que te pueda hacer yo a ti —volvió a sonreír.

—Por qué estás aquí...

—Porque quiero, ¿tienes algún problema?
    

    Hyoga no contestó, sino que volvió a desviar la mirada intentando ignorar a Johnny.
    

    En ese momento le daba todo igual. Hasta se estaba imaginando una y otra vez en la cama con Johnny. No podía evitarlo, y tampoco quería evitarlo, pero se sentía eternamente culpable cada vez que la imagen de Shun acudía a su mente para recordarle que era a él a quien amaba y no a la persona que estaba sentada en el banco.

—Me voy a casa —susurró.

—Me sorprenderé si llegas.

—Déjame en paz —se retorció para deshacerse de él y se levantó del banco tambaleándose.
    

    Johnny se levantó también y lo sostuvo por los hombros. Se lo cargó y empezaron a caminar con dificultad por el parque hasta la salida, y luego hasta casa de Hyoga.

    

   

    Intentó hacer el menos ruido posible y creyó que lo había conseguido cuando logró meterse por fin en la cama. No sabía qué hora era y tampoco quería mirarlo, sólo deseaba dormir y soñar con Shun.
    

    La cabeza le daba vueltas y no era capaz de pensar con claridad. Apenas unos minutos después de cerrar los ojos y dejar de llorar concilió un sueño muy profundo del que no despertó hasta la mañana siguiente.

    

 

    Todo lo que vio fue la luz del día filtrándose por la ventana y forzándole a entrecerrar los ojos hasta acostumbrarse a la claridad. No tenía ni idea de cuánto había dormido y apenas se acordaba de lo que había sucedido el día anterior, pero poco a poco los recuerdos fueron acudiendo a su mente revuelta.
    

    Le dolía terriblemente la cabeza y se llevó las manos a ella cuando se sentó sobre el borde de la cama, apretando los párpados y quejándose por lo bajo. Mientras, oía las pisadas de sus padres por la casa y se preguntó, con pánico, si le habrían visto llegar en tan pésimas condiciones o si por el contrario ya se hubieran echado a dormir antes de que abriese la puerta.

—¿Cómo coño he llegado hasta aquí? —Meditó unos instantes tratando de recordar, deseando con todas sus fuerzas que Johnny no hubiera entrado en su casa para acompañarle, pero no lograba acordarse de ello.

—¿Cariño? —Escuchó la voz de su madre detrás de la puerta—. ¿Estás despierto ya?

—Sí, madre —contestó él intentando sonar lo más normal posible.

—¿Puedo entrar?

—Claro.
    

    Abrió la puerta despacio y se acercó a la ventana para ventilar la habitación. Luego, se sentó al lado de su hijo y lo miró preocupado. Le posó una mano sobre la frente y la retiró.

—¿Te encuentras bien, cielo?

—Estoy un poco mareado, nada más —contestó molesto.

—No tienes buen aspecto. ¿Quieres que te prepare algo para comer o beber?

—No... no hace falta.
    

    La miró a los ojos y se preguntó cómo diablos podía seguir tratándolo como a su hijo después de todo lo que le había hecho. Su madre tenía un corazón más grande que el océano y más cálido que las estrellas. Pero eso no hacía más que agrandar el sentimiento de culpa que sentía en su interior como un martillazo tras otro.

—¿Qué hora es? —Le preguntó después de unos eternos segundos perdido en su mirada.

—Casi las doce. ¿Quieres desayunar?

—Pensándolo mejor, sí.
    

    Su madre se levantó para ir a la cocina a prepararle algo, pero Hyoga la agarró del brazo con suavidad y negó con la cabeza.

—Ya me lo hago yo.

—No seas tonto. Descansa, debes de estar agotado —se inclinó sobre él y le besó la mejilla para salir de la habitación y dejarlo de nuevo a solas.
    

    Sin querer, se le saltaron las lágrimas y se llevó las manos al rostro para llorar. Se echó sobre la cama como un niño y se abrazó a sí mismo, encogiéndose y perdiendo la mirada en las paredes. ¿Cuánto hacía que no se sentía tan débil? ¿Por qué estaba siendo tan estúpido y sensible?
    

    Cerró los ojos tratando de calmarse, pero le llevó varios minutos dejar por completo de llorar. Volvió a respirar con normalidad y luchó para no quedarse dormido de nuevo. Dentro de dos horas y media tenía que estar en la entrada del colegio de Shun para verle, y por nada del mundo dejaría que una simple resaca le privase de contemplar su mirada una vez más.
    

    Y es que le echaba tanto de menos...

—Ya tienes el desayuno, Hyoga —le dijo su madre abriendo despacio la puerta.

—Voy ahora —contestó tratando de ocultar que había llorado, pero estuvo casi seguro de que se había dado cuenta.
    

    Se levantó de la cama y casi se cayó al suelo. La cabeza le seguía dando vueltas y tenía los ojos hinchados y enrrojecidos de tanto llorar. En realidad, no sabía cuánto había llorado la noche anterior, pero tal y como se encontraba imaginó que había sido todo muy movidito y digno de olvidar.
    
    

 

    Terminó de desayunar en poco tiempo pero se quedó con su madre a recoger la cocina y a barrer. Hacía muchísimo tiempo que no hacía ese tipo de cosas y ya casi había olvidado lo que se sentía al estar en casa como una persona normal. Le agradó la sensación, pero sabía que no se iba a volver a repetir hasta dentro de mucho. O quizá nunca.
    

    Después de eso fue a ver la televisión con su padre que estaba a punto de ir a trabajar. Charlaron un poco. Se preguntaron qué tal estaban e intercambiaron un par de palabras corteses más. Pero apenas se miraron a los ojos. Hyoga no hubiera sabido decir a quién de los dos le dolía más aquel momento.
    

    Se levantó del sofá cuando terminaron las noticias y se dispuso a salir de casa para ir a buscar a Shun al colegio, pero su madre se asomó por el pasillo antes de que saliese por la puerta.

—¿A dónde vas?

—Voy a buscar a un amigo a clases —contestó sin mirarla.
    

    Su madre asintió triste y preocupada. Nunca sabía cuándo su hijo estaba mintiendo o no, y no había cosa que más le doliera que las mentiras de Hyoga.

—¿A qué hora vas a volver, hijo?
    

    Hyoga se lo pensó un poco antes de contestar.

—A las ocho.

—Está bien. No tardes, ¿eh? —Se acercó a él con inocencia y le acarició la mejilla con una suave mano, sonriéndole con dulzura y amargura unidas.
    

    Cerró la puerta dejando tras de sí su hogar y se apoyó contra la pared alzando la cabeza y cerrando los ojos. Suspiró y recordó de pronto lo mucho que le seguía doliendo la cabeza, pero no le dio mucha más importancia. Bajó por las escaleras rápido para no llegar tarde, y apenas un cuarto de hora después ya se encontraba a la salida de la escuela.
    

    Como el día anterior, se colocó en donde siempre y se cruzó de brazos esperando a que tocasen la campana y empezase a salir la gente. Pero cuando esto ocurrió también el ayer volvió a repetirse: ya habían bajado prácticamente todos los alumnos menos Shun, y empezó a ponerse nervioso. ¿Qué le pasaría? ¿Estaría enfermo?
    

    Caminó un poco por la calle hacia la puerta internándose entre la gente y mirando por encima de las cabezas a ver si encontraba a su ángel por alguna parte, pero no obtuvo señales de él por ninguna parte.
    

    Estaba a punto de darse por vencido, de volver sobre sus pasos y repetir el día anterior al pie de la letra. Total, ¿acaso a alguien le importaba su vida o las circunstancias por las que estaba pasando? Y pensó que ojalá aquella vez no apareciese Johnny para ayudarle y verle en una situación tan patética.
    

    Dio media vuelta y anduvo unos pasos cuando oyó a unos alumnos mencionar a Shun. Se volteó despacio pero impaciente y vio a un joven de pelo largo y negro hablando con uno moreno. Se acercó a ellos con naturalidad y les preguntó:

—Perdón, ¿sabéis qué le pasa a Shun?
    

    Ambos lo miraron con desconfianza y el de pelo negro pareció caer en la cuenta de algo, pues sonrió con torpeza y asintió tontamente con la cabeza, para luego ponerse serio de nuevo al contestar.

—Sí, sufrió un accidente y está en el hospital —dijo, preocupado—. Tu debes de ser Hyoga, ¿me equivoco?
    

    El rubio lo miró sorprendido, pero la noticia de que a Shun le había pasado algo malo hizo que le temblase completamente el corazón.

—Sí. ¿Está él bien? ¿Qué le pasó? —Preguntó nervioso.

—Aún no hablamos mucho con él —respondió el moreno—. Despertó ayer.

—Vale, gracias —dijo y sus piernas quisieron echar a correr por la calle directo al hospital para ver a Shun, pero tuvo que controlarse e irse de allí caminando con normalidad.
    

    Shiryu y Seiya se quedaron allí parados contemplando cómo se alejaba, y a Shiryu se le escapó otra sonrisa.

—¿Qué pasa? ¿De qué lo conoces?

—No, nada... vámonos.

    

 

    Las nubes empezaban a amenazar tormenta desde el cielo y sus piernas no le permitían correr todo lo rápido que hubiera deseado. Tenía que llegar cuando antes al hospital para comprobar con sus propios ojos que Shun estaba bien. No había nada en el mundo que le preocupase más en ese instante que verlo.
    

    Se relajó cuando llegó al edificio y se paró, jadeante, frente la puerta, intentando recuperar el aliento. Entró por la planta baja y preguntó a la encargada en qué habitación estaba hospedado, pero lo tuvo difícil porque no tenía ni idea de cuáles eran los apellidos de Shun y había alguno más hospitalizado que se llamaba igual.

—Ah, vale. Quinta planta, habitación 506.

—Muchas gracias.
    

    Como estaba agotado de correr, subió en el primer ascensor que vio con unas cuantas personas más y se arrepintió en seguida de no haber tomado las escaleras por la lentitud a la que ascendían.
    

    Llegó a la quinta planta y empezó a ponerse más nervioso que antes. Caminó por el pasillo de la izquierda mirando los números de cada puerta hasta que dio con la número 506. Posó la mano en el manillar y la abrió lentamente, asomando la cabeza y luego entrando por completo en el cuarto. Había dos camas: una de ellas al lado de la ventana. También había dos sillones en frente de las camas y una silla apoyada en la pared.
    

    Después de recorrer la habitación con la mirada posó sus ojos en la persona echada sobre la cama de la ventana. La otra estaba vacía. Pensó que estaría durmiendo, pero no pudo resistir el tener que acercarse a Shun para verlo de nuevo. Cogió la silla y la puso al lado de la cama. Lo miró con cariño y dulzura y se preguntó qué le habría podido pasar para estar así.
    

    Shun movió un poco los párpados y estiró una mano hacia donde estaba Hyoga. Éste alargó la suya y se la tomó. No pudo evitar que una escurridiza lágrima cayera por su mejilla ante aquel momento.

—Shun... —susurró.
    

    Se quedó así durante unos largos minutos que a él se le asemejaron como fracciones de segundos. Fueron unos minutos mágicos y especiales. Nunca había visto dormir a Shun, pero aún así todas las noches soñaba con verlo conciliar el sueño mientras les adoraban las estrellas desde el cielo.
    

    Sonrió para sí como un tonto y ladeó la cabeza pensando en lo estúpido que era.
    

    Sintió que la mano de Shun se cerraba sobre la de él y supo que estaba a punto de despertarse, y sin poder evitarlo volvió a ponerse nervioso.
    

    Shun giró la cabeza hacia la ventana y luego hacia Hyoga, y poco a poco fue abriendo los ojos y desperezándose. Cuando vio al rubio a su lado su corazón comenzó a latir con fuerza y sus labios esbozaron una gran sonrisa.

—¡Hyoga! —Exclamó sin poder creérselo—. ¿Cómo... cómo es que estás aquí? —Le preguntó perplejo.

—¿Creías que podrías librarte de mí tan fácilmente? —Sonrió.
    

    Shun rio ignorando el dolor de las heridas en su cuerpo. Lo último que esperaba, pero que más deseaba, era ver a Hyoga a su lado nada más despertar.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —Preguntó al tiempo que daba un buen bostezo.

—Fui a buscarte y no te encontré. No podía pasar un día más sin verte.
    

    Shun lo miró sin creerse lo que le decía. ¿De verdad era tan importante para aquel rubio que lo tenía loco? ¿De verdad alguien se preocupaba tanto por él?

—Hyoga... gracias —fue lo único que escapó de su boca.

—Gracias a ti por iluminarme el camino —se inclinó sobre él y le dio un suave beso en la frente—. Shun, no sé qué haría sin ti.

Notas finales:

Espero de corazón que les haya gustado y a ver cuándo puedo ponerme con el siguiente :P. Muchísimas gracias por leer, de verdad!!! ^^


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