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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Y por fin aquí el siguiente capítulo de "Si pudiera volar"! Ya le estaban saliendo canas, XD.

Espero que les guste como ha venido pasando hasta ahora. Es un capítulo, como bien dice el título, más ubicado a las emociones y pensamientos de Hyoga.

 

 

Se había pasado todo el día en el hospital junto a Shun, pero éste le advirtió de que no podría quedarse allí todo el tiempo ya que su hermano los descubriría cuando fuese a visitarle, pero parecía que a Hyoga le daba todo igual. Tenía la mirada apagada y los ojos vacíos, como si hubieran cortado su corriente de energía.

—Volveré a verte más tarde, ¿vale? —Le dijo, negándose a separarse de él tanto tiempo.
    

    Shun asintió con la cabeza, levemente, y compuso una sonrisa en su rostro. En verdad, le quería demasiado, incluso le amaba, no sabía cómo. Se había enamorado de un chico mayor que él y completamente desconocido. Apenas sabía su nombre y su estilo de vestir. Además, había descubierto que era peligroso, o que al menos se relacionaba con gente peligrosa. Pero eso no le importaba. No, nada le importaba. Tan solo perderse en esos pozos azules sin fondo que tanto le cautivaban.
    

    Lo vio salir de la habitación con el corazón sobrecogido, y apenas un cuarto de hora más tarde llegó su hermano a verle. Traía con él dos libros para dejarle y el mp3, además de una libreta y un bolígrafo para que escribiese o dibujase.

—Gracias —le dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.

—No tienes porqué darlas. Si quieres cualquier cosa más sólo tienes que pedírmela y te la traeré, ¿de acuerdo? —le devolvió la sonrisa.

—Vale —asintió—. Eh, ¿y si lo único que quiero es que te quedes aquí todas las noches? —Preguntó de pronto, sorprendiendo a Ikki.

—Me quedaría, hermanito. Te juro que es lo que más quiero ahora mismo. Pero las enfermeras no me van a dejar estar contigo, así que vendré en cuanto me sea posible —le cogió de la mano cariñosamente y lo miró a los ojos con ternura.

—Con eso me basta.
    

     Ikki le soltó la mano con suavidad y cogió la libreta que le había traído. Se la posó sobre él abierta en la primera página, la cual estaba en blanco.

—No es un diario, pero puedes apuntar lo que quieras en ella. A veces lo mejor que podemos hacer es conversar con nosotros mismos... o con hojas de papel en este caso.
    

    Shun lo miró cogiendo la libreta y pasando las páginas, aún sabiendo que estarían vacías.

—Gracias, hermano. Escribiré.


    

   

    Había salido hacía un rato del hospital y cuando miró el reloj se sorprendió de lo tarde que era. Dentro de unos minutos darían las nueve y media de la noche y aquel día aún no había hecho prácticamente nada que no fuera estar con Shun. Aunque pensándolo dos veces, tampoco tenía nada más que hacer.
    

    Se preguntó cómo sería el hermano de Shun, si se parecerían en apariencia o en personalidad, o si por el contrario serían completamente distintos, y por una vez tuvo curiosidad por conocerlo en persona.
    

    De pronto, el corazón empezó a latirle con fuerza. Le había dicho a su madre que volvería a casa a las ocho y le quedaba un gran trecho que recorrer para llegar a su hogar. Ya la había defraudado demasiado, y empezaba a sentirse verdaderamente culpable. Aún así no hizo nada por apresurar el paso. Más bien, bajó la cabeza, caminó unas calles con las manos en los bolsillos, y se paró bajo la sombra de una farola para fumar.
    

    Se quedó allí mirando al cielo entre calada y calada. Las nubes se estaban apoderando de él por momentos, y unos tímidos rayos de luna se asomaban entre ellas destelleando tenuemente en las ventanas de los edificios.
    

    No dejaba de preguntarse qué sería de él ahora. En realidad, siempre se preguntaba lo mismo. Nunca sabía qué iba a pasar mañana, o qué podría pasar. Vagaba por la vida sin motivos ni logros a los que llegar. Pensaba que su vida, en verdad, no tenía ningún sentido. No aspiraba a nada. Sólo, tal vez, a morir a manos de un callejero algún día que se metiera en problemas. O también, quizás, a permanecer en la cárcel el resto de sus días cuando los policías fuesen más rápidos que él.
    

    Tampoco quería saber qué le deparaba el futuro, ya que probablemente sólo conseguiría sentirse más desgraciado. Hacía mucho tiempo ya que había tomado la decisión de vivir cada momento como si fuese el último, aún sabiendo que todos los momentos que pasaban por él no eran ni la mitad de felices que los que tendría si su vida fuese normal.
    

    Pero él la había elegido así tiempo atrás, y por muy arrepentido que se sintiese no podía hacer nada para retornar a la normalidad. Muchas veces se imaginaba cómo hubiera sido su vida si hubiera continuado con los estudios, o si se hubiera apuntado a clases de piano como le había dicho su madre cuando apenas empezaba a ser una dolescente. Él le había dicho que no, que no tenía manos para ello, que prefería hacer otras cosas, pero los años fueron pasando y comenzaba a pensar que aquella idea que al principio le había parecido tan tonta podría haber salvado su miserable vida. Puede que hasta ahora mismo hubiera estado dando un concierto para cientos de personas.
    

    Rio al imaginarse con traje sentado en frente del piano con tantas personas ricachonas pendientes de él. ¿Qué clase de estupideces se le pasaban por la cabeza?

—No soy capaz ni de mirarme en el espejo y no sentir compasión, como para ponerme delante de miles de idiotas a tocar un puto piano —ladeó la cabeza de lado a lado y dio la última calada.
    

    Tiró el cigarrillo al suelo y volvió a meter las manos en los bolsillos, caminando en dirección a su casa, ya sin importarle para nada la hora que era. Sólo deseaba tumbarse en la cama y dormir. Dormir y no despertar jamás.
    

    Y así hizo cuando atravesó el pasillo que le separaba de su habitación, ignorando a sus padres que le habían estado esperando en el sofá viendo la televisión, y haciéndose el sordo cuando su madre picó en la puerta de su cuarto preguntando por él.
    

    Se desvistió rápido y se puso un pijama viejo, el primero que pilló. Deshizo la cama y se cubrió hasta el último pelo, quedándose en la completa oscuridad bajo las sábanas. Escuchaba su respiración y el pestañeo de sus ojos, así como los pasos lentos de su madre volviendo al salón con su marido, derrotada.
    

    Se encontraba triste, deprimido, sin ganas de vivir. No quería hacer nada, sólo morir. Odiaba su vida, la detestaba. No había nada en ella que le hiciera recuperar las ganas de sonreír; salvo, tal vez...

—Shun... —murmuró, cerrando los ojos y conteniendo las lágrimas—. Si no fuera por ti, no me hubiera replanteado las ganas de suicidarme. Si no fuera por esos ojos esmeralda que me miran con eterno cariño, probablemente ahora no estaría en mi cama, pensando en ti, agonizando, recordando todo lo que he pasado a tu lado, por poco que haya sido. Nunca una persona me había motivado tanto como tú, al menos no en mucho tiempo —sus palabras sonaban tenues y titubeantes mientras las pronunciaba. Hablar consigo mismo le reconfortaba en cierta medida, pero también le hacía replantearse muchas cosas y pensar más de lo que debería.
    

    Volvió a abrir los ojos y dejó escapar unas cuantas lágrimas que le fue imposible retener. Tampoco le importaba. De todas formas, era una manera de deshaogarse y seguramente al día siguiente estaría animado de nuevo. Pensar eso al menos le era de ayuda, aunque en el presente se sintiera como una gota de lluvia a punto de rozar la arena de un árido desierto.
    

    Siguió pensando en Shun, en lo mucho que lo quería, en lo que deseaba tenerlo a su lado en ese preciso momento para que calmase la impotencia que le carcomía por dentro. Ese sentimiento que le hacía creer que sus pasos no tenían sentido, que respiraba para morir. Que el mundo entero se expandía a velocidad de vértigo dejándolo solo en el centro de la agonía y de la pena.

—Mientras tenga tu recuerdo conmigo, seguiré viviendo por ti, aunque tenga que morir a cada día que pase. Aunque tenga que dejar mi hogar para siempre de una vez por todas. Ojalá pudiese escapar contigo de esta asquerosa ciudad. Toxic a la mierda. Todo a la mierda. Solos tú y yo. Sí, sería tan perfecto huir contigo de aquí... —suspiró, y de pronto una idea más aterradora que la propia muerte cruzó por su cabeza, provocándole un escalofrío y haciéndole abrir los ojos como platos—. Shun, y si... ¿Dejarás de quererme algún día? ¿Y si te cansas de mí? ¿Y si descubres que no merezco estar contigo, que mi vida no tiene el valor suficiente? ¡¿Que soy un cerdo asesino de mierda que busca huir de su basurero?! —Exclamó, sin poder contener toda la rabia que apresaba su corazón.
    

    Cerró los puños con fuerza y apretó las mandíbulas hasta que le dolió. Cataratas de lágrimas no dejaban de salir de sus ojos y su cuerpo se había encogido sobre sí mismo, abrazándose bajo las sábanas, estirando su pijama y apretándolo entre los dedos como si le fuese la vida en ello.
    

    No aguantaba más así. Quería morir. Quería huir. Quería volver junto a Shun, calmar su pena y su dolor. Dejar de sentir esa rabia que lo debilitaba por momentos. Consumir el odio que sentía hacia sí mismo de una vez por todas.


    

 

    Cuando vio al joven rubio atravesar la puerta de la habitación del hospital, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y le entraron ganas de salir de la cama para abrazarle, pero esperó a que éste se sentara en el margen y le mirara a los ojos sin dejar de sonreír.

—Hola Shun. ¿Cómo te encuentras?

—Mucho mejor. Las enfermeras dicen que dentro de poco me darán el alta. Ya sólo me quedan unos rasguños.

—No sabes cuánto me alegra oír eso, de verdad. ¡Es una gran noticia!

—Sí que lo es.

—Quería traerte algo, pero se me olvidó —se encogió de hombros.

—Me basta con tu compañía, Hyoga. No tienes porqué traerme nada. De verdad —aseguró al ver que lo miraba no muy convencido.

—Seguro que te hubieras emocionado —sonrió maliciosamente.

—Una cosa no quita la otra... —miró hacia otro lado.
    

    Hyoga estiró una mano y le hizo girar la cara hacia él de nuevo. Se inclinó con cuidado hasta sus labios y le dio un ligero beso cargado de cariño. Llevaba tiempo deseando hacer eso, y fue reacio a la hora de separarse de Shun otra vez. Éste, sin embargo, cuando vio que el rubio rompía el contacto, alzó los brazos y lo rodeó por el cuello, atrayéndolo hacia sí y besándolo con pasión durante un momento que parecía que los separaban de todo el resto del mundo, como si los cubriera una burbuja de sensaciones, ahuyentando todo lo malo para brindar por unos segundos de perfección.
    

    Cuando se separaron por segunda vez, ambos respiraban aceleradamente y se miraban a los ojos como si no existiera nada más que el otro en aquella habitación.

—Ojalá el tiempo no pasase cuando estoy contigo —susurró Hyoga, ladeando ligeramente la cabeza—. Por cierto, aún no te he preguntado qué te paso para acabar así —paseó la mirada por su cuerpo lastimado, frunciendo el ceño.

—Ah, eso... bueno... no tiene importancia —sonrió nervioso.

—¿Cómo que no tiene importancia? —Lo miró atónito—. ¡Si tuvieron que ingresarte en el hospital! —Exclamó.

—Pero no fue nada importante —se encubrió—, simplemente resbalé y me di contra el cristal de la ventana, nada más.

—¿Resbalaste? ¿De espaldas? —Preguntó, sin creerse ni una sola palabra de lo que le decía—. ¿Quieres que piense que tuviste tan mala suerte como para estar de espaldas a una ventana, resbalar en ese preciso instante y que te clavases los cristales en toda tu espalda? —Recalcó la palabra "toda" para dar más énfasis a su incredulidad.
    

    Shun no respondió, sino que giró el cuerpo completo, dándole la espalda y tapándose con las sábanas. Hyoga se sintió un completo estúpido en ese momento y la culpa le recorrió de abajo arriba sin piedad.

—Shun, lo siento, no quería... sonar así. Perdóname, de verdad.

—No tiene importancia, Hyoga. Lo comprendo.

—Sí que tiene importancia, y te pido disculpas. No tenía que haber dicho nada de eso... Si quieres... si quieres te dejo solo.
    

    Se levantó e inmediatamente Shun se dio la vuelta, estiró la mano y le retuvo del brazo, con los ojos brillándole como estrellas y con una mirada que le suplicaba que no se alejase de su lado.

—Quédate conmigo —le pidió, con voz temblorosa.
    

    Hyoga lo miró a los ojos y sonrió, sentándose de nuevo en el borde de la cama y frotando la mano de Shun entre las suyas.

—No te dejaré —le prometió.

    

 

    Johnny miraba una y otra vez su reloj preguntándose dónde estaba el gilipollas de Hyoga. Se supone que ese día era el más importante para Toxic, pues estaban a punto de hacer volar la comisaría de policía por los aires, y se suponía, también, que Hyoga debía estar sentado con él en la furgoneta esperando a que saliesen de allí después de haber colocado toda la dinamita.

 

—¡¿Dónde coño está Hyoga?! —Había gritado a Daniel, quien lo hubo mirado de reojo y respondido de mala manera.

—¿Y a mí que coño me cuentas?

—¡Debería estar aquí ya! Ese maldito gusano...

—Por fin vas comprendiendo que no es uno de los nuestros —esbozó una sonrisa llena de malicia.

—¡Tú cállate! —Le gritó al tiempo que le daba un puñetazo en el estómago y le hacía perder el equilibrio.
    

    A Johnny se le había caído la gorra y se había agachado a por ella. Entonces, se había alzado rápido y ágil esquivando el puño del pelirrojo y retorciéndole el brazo tras la espalda, dejándolo a su merced.

—Daniel, Daniel, Daniel... —había dicho ladeando la cabeza—. Me parece que aún no sabes con certeza que el líder soy yo, ¿me equivoco? —Apretó con más fuerza la muñeca de Daniel, quien dejó escapar un gemido de dolor—. ¿Acaso creías que podías tocarme sin mi persimo? ¡Responde! —Le obligó, al ver que no contestaba.

—No... no, ¡claro que no! —Se apresuró.

—Entonces ¿qué fue eso de antes? —No obtuvo respuesta—. Verás, tengo varias normas que me gustaría que todos vosotros siguiérais al pie de la letra, y creo que no tengo ni que escribirlas para que intuáis de cuáles se tratan, ¿verdad? —Le susurró al oído, apoyando la barbilla en su hombro, haciéndole sentir su frío aliento por delante de la nuca.
    

    Johnny se quedó en esa posición durante unos segundos que a Daniel le parecieron eternos. Entonces, el líder le hizo darse la vuelta y sin previo aviso le besó con fuerza y falsa pasión, mordiéndole el labio inferior y haciéndole sangre.
    

    Se había separó de él y le había empujado con fuerza, tirándolo al suelo y dejándolo ahí para volver a entrar en la furgoneta donde debería haber estado Hyoga.
    
    

    Todo eso acudió a su mente mientras observaba con interés la puerta principal de la comisaría. No dejaba de preguntarse dónde estaría Hyoga, aunque tenía una gran sospecha respecto a ese tema.
    

    Una oscura sonrisa surcó su rostro en las sobras del vehículo, y empezó a reir entre dientes sin poder evitarlo, sin saber exactamente qué le pasaba por la cabeza. Sólo tenía claro que la venganza iba a ser, a partir de ahora, su mejor aliada.
    

    Un joven moreno corrió hacia donde se encontraba aparcado y Johnny bajó la ventanilla.

—Ya está colocada —le informó tratando de recuperar el aire.

—Perfecto. Diles que vayan saliendo —el otro sacó una pequeña radio de su abrigo para dar la orden—. Ahora vete. Diles a todos que abandonen la zona inmediatamente. No quiero a nadie por los alrededores, ¿me has entendido? —Le dijo con tono amenazador.
    

    El joven asintió y se fue de allí corriendo. Johnny, por otro lado, ajustó su gorra para que su rostro no fuese más que una confusión de sombras. Cogió su móvil y escribió la clave para el inicio de la cuenta atrás de los explosivos, sin siquiera pensárselo dos veces. Escondió el aparato y aguardó.
    

    Pocos minutos después, una explosión sacudió la comisaría que empezó a arder entre la oscuridad de la noche. Además, Johnny se había asegurado de que ese día la mayoría de los policías iban a estar allí dentro, por lo que sonrió de nuevo y miró por la ventanilla, degustando el momento con una satisfacción inhumana en su interior. Estaba claro que no le importaba nada más que no fuese él mismo y la violencia que quisiera causar.
    

    Se puso el cinturón de seguridad cuando vio a tres chicos encapuchados aparecer por detrás de la comisaría, ya en llamas, y se apresuró a abrir la puerta del copiloto para que entrasen.
    

    Cuando llegaron los bomberos, no hallaron más que el fuego consumiendo el edificio a cada segundo.

    

   

    Def, Ronnie y Mark, que así se llamaban los miembros de la banda que se habían encargado de infiltrarse en la comisaría, no dejaban de levantarle dolor de cabeza a Johnny mientras este conducía por las calles semivacías de la ciudad.

—Deja de tirarte tantas rosas, Mark, recuerda que el que consiguió los planos de los conductos de ventilación fui yo —se pavoneó Def, sin dejar de mirar a la carretera.
    

    Se había sentado en el asiento del copiloto y los otros dos iban en pie apoyados en los asientos de delante.

—Como no os calléis juro que os dejo aquí tirados —les advirtió el líder.

—Pero Johnny, antes déjame decirte algo —le pidió Def.

—¿Qué? —Preguntó de mala manera.

—Creo que sin duda, este plan se lleva la palma. Cada vez nos acercamos más a lo peligroso, a lo divertido de verdad. Cada vez se te ocurren mejores ideas que llevar a cabo —se frotó las manos despacio, como imaginando un futuro que le parecía muy cercano.

—¿Ah, sí? ¿Es que acaso alguna no era buena idea?

—No, no quiero decir eso. Digo que cada vez te superas más.

—Basta. Cállate de una vez. No quiero oirte más, ¿lo pillas? —Y nadie volvió a abrir la boca.
    

    Johnny seguía conduciendo, ensimismado, como si los otros tres no estuviesen ya allí. Entonces, giró en una avenida y se metió en el aparcamiento del hospital de la ciudad, dejándolo en un sitio cercano a la salida.

—¡Estoy agotado! —Exclamó—. Desde luego, hoy ha sido un día muy completo —asintió con la cabeza, satisfecho de sí mismo.

—Estoy de acuerdo —le siguió Roonie.
    

    Johnny se echó hacia atrás en el asiento, con las manos tras la cabeza y cerrando los ojos, pero sintió la mano de Mark en su hombro y se volvió. Éste le señalaba con un dedo hacia la calle.

—¿Ese no es Hyoga? —Le preguntó.
    

    El líder se quitó la gorra y se apartó el pelo de la frente para ver con mayor exactitud y descubrió, no sin alterar, de que era cierto que el que caminaba tranquilo por la acera era nada más ni nada menos que Hyoga, que acababa de salir del hospital después de haberse pasado una gran parte del día con Shun.

—Ese hijo de puta... —susurró Johnny más para sí que para los demás.

—¿Qué hacemos?

—¿Le cogemos?

—No —respondió, firme—. Largáos, su casa está por el otro lado. Se dirige a nuestra base —los miró con desprecio en sus ojos—. ¡He dicho que os marchéis! —Les gritó, y estos salieron inmediatamente de la furgoneta, dejándole solo—. Con que aquí es donde has estado todo el tiempo, ¿eh? Habrá que averiguar quién es tan importante para que no acudieras a nuestra cita —sonrió y salió del vehículo, dirección al hospital.

    

   

    Hyoga llegó a la base después de una larga caminata. No le apetecía ir a casa tan temprano y enfrentarse de nuevo a sus padres. Puede que no les hablase, que no les contestase ya, pero su mera presencia era un estorbo emocional para él, y deseaba estar lo más alejado posible de ellos.
    

    Así, entró en el despacho de Johnny y se sentó a la mesa sin saber exactamente lo que hacer. En realidad, habían sido sus piernas las que lo habían llevado hasta allí, mientras que su mente estaba dirigida hacia la habitación del hospital de la que acababa de salir.
    

    Cerró los ojos y se acomodó sobre la silla de cuero gastada, apoyando los pies en la mesa, y al rato escuchó unos pasos que se aproximaban a la puerta y se puso en guardia.
    

    Fue Johnny el que entró en la sala y se quedó bajo el marco de la puerta mirándole sin dar un paso más.
    

    Hyoga sabía perfectamente lo que pasaba sin ninguna necesidad de preguntarle. Por supuesto, había abandonado su lugar en la misión de aquella noche, y tampoco hacía falta que le recordasen lo importante que era para la banda. También lo sabía. Todo lo sabía. Incluso lo que vendría a continuación.

—Buenas noches —dijo por fin Johnny, con tono amigable.

—Buenas noches —le respondió, inquieto.
    

    El líder se fue acercando y pasó una mano por la superficie de la mesa, levantando algo de polvo y sacudiéndose después.

—Me parece que te has olvidado de algo hoy, ¿no es así?

—Así es —asintió el rubio.

—¡¿Se puede saber por qué coño no estabas allí?! —Le preguntó, gritando y golpeando la mesa con ambas manos al mismo tiempo, dando un estruendo que hizo retroceder a Hyoga en el sitio.

—No pude acudir —se limitó a contestar, poniéndose firme de nuevo.

—No pudiste acudir... Más bien no quisiste acudir. Has estado con ese tal Shun, ¿verdad? Venga, ¡dímelo! No tienes que mentirme —Hyoga había bajado la mirada nada más oírle pronunciar el nombre de Shun, y la había perdido entre la madera de la mesa.
    

    Estaba completamente asustado, pero no por él, sino por Shun. ¿Cómo demonios sabía eso? ¡Era imposible! ¿Acaso lo habría visto salir del hospital? ¿Acaso lo habría estado espiando?

—Pensándolo mejor, no me puedes engañar, dado que ya conozco la verdad. ¡Qué simpáticas son las enfermeras! ¿No opinas lo mismo? —Rio.
    

    Hyoga estaba petrificado en el asiento y no respondió a ninguna de sus preguntas. Aguardó a que el moreno dijese algo más.

—Bueno, supongo que sabes que has cometido una falta muy grande hoy, así que no veo necesario recordártelo. Por otro lado, no te preocupes por tu querido Shun, no estoy interesado en hacerle nada. O no por el momento. Pero, ¡eh! ¿quién sabe cuándo me volverás a dejar plantado? Entonces sí que sería un problema haberlo conocido, ¿verdad?

—Me estás chantajeando —dijo apretando los dientes.

—Yo prefiero considerarlo como un trato —contestó a su acusación tras meditarlo unos instantes.
    

    Johnny rodeó la mesa y se sentó sobre las piernas de Hyoga, haciendo que este se estremeciera por completo y se le tensaran todos los músculos del cuerpo.

—¡Oh, mi querido amigo Hyoga! —Exclamó mientras le pasaba los brazos por los hombros y le atrapaba en un abrazo—. Tú y yo podemos hacer grandes cosas, ¿no te parece? Tú matas, yo te recompenso, ¿no es precioso? —Acercó su rostro al del rubio y se quitó la gorra, dejándola sobre la mesa—. Que sepas que... puedo manipularte de muchas formas. Y me gusta. Me gustas. Eres interesante, eres tentador, eres irresistible, en verdad —fue disminuyendo el volumen de su voz hasta que sus palabras se perdieron en vagos susurros sobre la mejilla de Hyoga.

—¿Qué quieres de mí? —Le preguntó, nervioso y molesto.

—¿Que qué quiero de ti? —Rio—. Te quiero a ti —respondió, y empezó a besarle por el cuello hasta llegar a su boca, sin obtener apenas resistencia por parte del rubio.
    

    Siguieron así durante un buen rato, perdido el uno en la boca del otro, enredando sus lenguas y jugando con sus manos sin llegar a nada más. Entonces, Johnny se cansó del juego y le dejó solo en la habitación. Poco después, Hyoga regresó a casa.

Notas finales:

Muchas gracias por leer! No sé cuánto tardaré en escribir el siguiente, para ser sincera XD Espero que no mucho D:. Comenten y opinene si quieren, y de nuevo gracias por continuar con ella ^^.


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