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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquíiiiii, por fiiiin, después de tanto tiempo, el capítulo número 8 de Si pudiera volar :3 :3 Cada vez se pone todo más interesante, ya era hora... jajaja. Espero que no se me agote la imaginación para los siguientes.

Espero que lo disfruten!!! :3

Entró en su casa casi dando un portazo, pero se contuvo con todas sus fuerzas para no darlo y despertar a sus padres. Fue directo a su habitación y se tiró sobre la cama, apoyando los brazos sobre la almohada y hundiendo el rostro entre ellos. No lloró, pero no le faltaban las ganas para ello.
    

    Sí, acababa de besar a Johnny. Acababa de besar a la persona que quizá más odiaba en el mundo, y aún así no era capaz de sentir repulsión por él. Siempre le había parecido atractivo, a su manera, pero nunca lo había visto como nada más que su líder, y tampoco lo veía así en muchas de las ocasiones. En cambio, apenas una hora atrás, le había permitido besarle. ¿Era esa acaso la prueba completa de que no era más que su marioneta? ¿O es que acaso no le odiaba tanto como él creía?

—Le odio, le odio. Por supuesto que le odio. Quisiera matarle, acabar con su miserable vida. Es lo que más deseo en el mundo —pero incluso sus palabras sonaban dudosas en el fondo.
    

    Dio vueltas sobre la cama intentando conciliar el sueño, pero ya había asumido que esa noche no podría dormir ni aunque tomase algo para ello. Se tumbó boca arriba sobre la almohada y dejó volar su imaginación. No eran más que imágenes confusas de él con Shun, quien se distorsionaba y quedaba convertido en el líder a quien debía obedecer. Tras quedar sumamente frustrado, comenzó a golpear el colchón con rabia hasta que le dolió el brazo. Luego, siguió pensando en Shun y en Johnny por igual, y se le vino a la cabeza el chantaje de este último. Palideció unos instantes y ladeó la cabeza, negando.

—No le hará nada, él mismo dijo que no le interesaba —pero eso le sonaba menos convincente que lo anterior.
    

    Aunque Johnny dijese eso, estaba claro que si Hyoga volvía a faltar a su palabra, encontraría una manera sencilla de hacerle sufrir, y esa manera era haciéndole daño a la persona a la que más quería. Por si fuera poco, conocía a Shun de cerca y sabía dónde se encontraba en ese preciso instante. Quizás hasta estuviera ahora planeando ir a hacerle una inoportuna visita.
    

    Quiso borrar esos pensamientos de su mente, pero eran demasiado fuertes e insistentes. Cerró los ojos de nuevo intentando dormir, pero no lo conseguía. Su mente no dejaba de atormentarle y era incapaz de alejar las imágenes de su cabeza.

—No le hará nada —trató de convencerse—. No le hará nada... si le soy fiel —suspiró.
    

    Sabía que no le quedaba otra alternativa. Tenía que dejar de escaquearse de Toxic para estar con Shun, aunque se le resquebrajase el corazón. Había descubierto, con amargura, que el joven peliverde era lo que más deseaba en el mundo. Con él había sido feliz, con él había sonreído de nuevo y con él había comenzado a pensar diferente y con buen corazón. Le había permitido derretir el hielo que le apresaba desde hacía años. Apenas le conocía, apenas le había visto, y sabía que todo lo que sentía era una auténtica locura, pero era la locura la que le alejaba de la triste realidad de su vida. Y no quería cambiarla por nada.
   

    Pero debía hacerlo. Por él. Por Shun.
    

    No soportaba la idea de perderle, pero sabía que debía ser así. Tan solo de pensarlo le apresaba un frío intenso y le hacía estremecer. Era su felicidad o mantener a salvo a Shun. Sabía perfectamente qué opción debía de escoger.
    

    Sonrió tristemente para sí. Ya había elegido, y le dolía en el alma como si por encima de su cuerpo pasasen cien camiones cargados de sufrimiento solo para él.

—Mi vida no vale nada comparada con la tuya —susurró—. Haré cualquier cosa para que no te pasa nada malo, lo juro —pero ni eso era capaz de creer—. Lo intentaré —insistió.
    

    Siguió dando vueltas en la cama hasta bien entrada la noche, diciéndose una y otra vez que no permitiría que Shun sufriera, pero sus promesas terminaron en desesperación, y su desesperación, en cansancio. Así, cuando despertó a la mañana siguiente, temprano, no recordó haberse dormido y pensó que ni tan solo había cerrado los ojos.
    

    Su madre entró en la habitación sin llamar, y lo descubrió de espaldas a ella, asomado a la ventana.

—Buenos días hijo —le saludó.

—Buenos días mamá.

—Tienes la habitación hecha un desastre. Será mejor que la recojas un poco antes de salir —le riñó.

—Vale mamá, lo haré —se dio la vuelta y se acercó hasta ella, dándole un beso en la mejilla.
    

    Su madre se sorprendió por aquel gesto de cariño y una sonrisa le iluminó el rostro. Hacía muchísimo tiempo que no le notaba tan cercano, como si aquellos años de tristeza y desesperanza no hubieran existido jamás. Pero su hijo le seguía mirando con ojos gélidos, aún habiendo sentido el calor de sus labios sobre su piel.

—¿Cómo estás? —Le preguntó Hyoga.

—Cansada —suspiró—. Tengo mucho trabajo últimamente, y tu padre también, así que no tenemos todo el tiempo libre que quisiéramos —se encogió de hombros.

—No es tan malo, así os distraéis un poco de la realidad —sonrió.

—Sí, tienes razón. ¿Y tú cómo estás? —Le apartó suavemente un mechón de la frente.

—Cansado también, y bastante... triste. Tengo que tomar algunas decisiones... y no es nada fácil —contestó bajando la mirada.

—Igual podría ayudarte con ello —le sugirió.

—No es necesario, pero gracias —le volvió a sonreír.
   

    Su madre asintió con la cabeza y le dejó solo en la habitación, pero al rato salió de ella para ir a comer algo a la cocina. Se encontró con su padre que estaba escuchando la radio, pero este no le dio más tema de conversación que un buenos días, cosa que agradeció en el fondo. Su padre no era tan comprensivo como su madre, y se metía mucho más en sus asuntos, pidiéndole explicaciones por todo lo que hacía. Aunque últimamente estaba disminuyendo considerablemente sus represalias, y Hyoga temía que eso era mucho peor a que le preguntase.
    

    Cuando terminó de desayunar, salió de su casa despidiéndose de ambos y su madre le dijo que llevase un paraguas por si llovía, pero él ya tenía uno en la mochila que llevaba siempre a su espalda.
    

    Caminó por las calles en dirección al hospital. Suponía que era una buena idea pues el hermano de Shun debía de estar en clase en ese momento, así que aceleró el paso a la vez que se le aceleraba el corazón. Entró por las grandes puertas y subió las escaleras hasta el piso correspondiente. Cuando estuvo frente a la puerta de la habitación, dudó antes de llamar, pero segundos después entró y se encontró a Shun sentado en una silla mirando a través de la ventana.

—¿Se puede? —Le preguntó con una sonrisa.
    

    Shun se giró al instante al reconocer su voz y casi corrió hasta él, pero su espalda dolorida le hizo aminorar el paso. Hyoga lo abrazó con cuidado pero con pasión, y ambos se miraron a los ojos durante unos segundos que les hicieron creer que en el mundo solo existían ellos dos, que nadie podría separarles ni perturbar sus besos. Pero Hyoga sabía que tenía que hablar con él y que al peliverde no le gustarían nada sus palabras.

—¿Cómo estás? —Le preguntó.

—Muchísimo mejor —sonrió—, pero la comida sigue dejando mucho que desear —ambos rieron—. Aún así no me quejo, me tratan como si fuera un príncipe.

—Para mí lo eres —dijo Hyoga al tiempo que alzaba una mano para acariciarle la mejilla.
   

    Shun se sonrojó y bajó la mirada, pero el rubio hizo que alzara la cabeza de nuevo y le dio un beso en los labios, tenue pero tierno.

—¿Y tú cómo estás? —Le preguntó Shun cuando se separaron.
    

    Hyoga lo miró sin saber qué decirle. Quería contarle la verdad, anunciarle que había tomado una decisión, que quería protegerle de Johnny y de él mismo. Pero algo en su interior le hizo dudar: no quería separarse de él. No quería perder lo más importante en su vida. Deseaba con todas sus fuerzas pasar con Shun el resto de sus días.

—Estoy bien —le mintió—. Aunque cansado de tanta lluvia —miró por la ventana y se percató de que comenzaba a chispear.

—Dentro de poco llegará la primavera —le recordó.

—Sí, tienes razón. Espero que pase rápido el tiempo —sonrió.

—¿Sabes qué? —Le preguntó Shun con los ojos iluminados, y le contestó sin esperar una respuesta—. Pasado mañana podré volver a casa —su sonrisa era impecable y estaba llena de ilusión—. Por fin podré volver a mi hermano.

—¡No sabes lo mucho que me alegro! Ya iba siendo hora de sacarte de aquí. Seguro que tu padre y tu hermano estarán deseando que vuelvas a casa.
    

    Shun se estremeció ante su última frase y su rostro se ensombreció. Si por él fuera, jamás volvería a su casa. Huiría con su hermano a cualquier lugar, a cualquier ciudad, incluso sería capaz de irse del país con tal de no volver a ver a su padre. Aún así, intentó que la preocupación no se reflejase en su rostro, pero le pareció que Hyoga ya se había percatado de ella, pues le miraba interrogante.

—Es que... he tenido problemas con mi padre, así que solo me ilusiona ver a mi hermano —le explicó.

—Comprendo... yo también tengo problemas con los míos, pero qué se le va a hacer. A los padres hay que quererlos.

—Y los padres deben querer a sus hijos —se apartó de él con brusquedad y volvió a sentarse al lado de la ventana.
    

    Hyoga temió haber dicho algo que le hubiera hecho enfadar, pero repasando sus palabras no encontró ninguna de la que se arrepintiese. Puede que Shun guardase un secreto en su corazón que no le quería contar a nadie.

—¿Seguro que estás bien? —Le preguntó acercándose a él—. Si he dicho algo malo, te pido disculpas.

—No, no, no ha sido nada —le sonrió—. Solo que... bueno, es igual. No es culpa tuya, estoy bien —le mintió—, de verdad —y le volvió a sonreír.

—Como tú digas, pequeño —le abrazó—. Por cierto.

—Dime, Hyoga.

—Puede... puede que en unos días no te vaya a ver mucho... tengo... bueno, tengo demasiadas cosas que hacer y muchas otras en las que pensar.
    

    Shun lo miró, entristecido, pero asintió levemente con la cabeza.

—¿Puedo saber de qué tratan? —Le preguntó, temiendo su respuesta.

—Amigos y favores —se encogió de hombros.

—Ah, entiendo —asintió no muy convencido, pero no quiso preguntarle más.

—Bueno, ¿y qué me cuentas tú? ¿Qué has hecho estos días?

—Pues mi hermano me trajo una libreta para que escriba en ella lo que quiera —dijo sonriendo—, y la estoy usando como un diario, pero un diario de lo que pienso, no de lo que hago —le explicó—, ya que aquí apenas me muevo...

—Eso está genial. Yo tuve un diario cuando era pequeño. Me lo había regalado mi padre diciéndome que tenía que escribir en él todas las noches antes de irme a dormir. No hace mucho lo abrí y lo único que había escrito era hoy mi padre me riñó —se rio sin poder evitarlo, y Shun rio con él.

—No lo usaste muy bien entonces.

—¡Qué va! Prefería dormir antes que morir de sueño por escribir unas letras. Además, teniendo memoria, ¿para qué iba a escribir lo que hacía? Pensaba que los malos recuerdos no había que mantenerlos, y que los buenos no se borrarían nunca.

—Esa es una frase muy bonita —le dijo—. Aunque, por desgracia, no suele cumplirse —sus palabras le sonaron a Hyoga demasiado tristes.

—Es verdad, los recuerdos que desearías olvidar perduran, pero también suelen perdurar los buenos, así que supongo que algo se compensa —se encogió de hombros sin dejar de abrazarle.

—Pero cuando recuerdas algo malo no suelen haber suficientes buenos recuerdos como para hacerte sonreír —escondió el rostro entre el pelo.
    

    Hyoga no sabía qué responderle a aquello, pues pensaba exactamente lo mismo que él. Se mantuvo en silencio, un silencio que le dolió. Notaba a Shun triste entre sus brazos y no tenía ni idea de qué decirle para animarle. Entonces, entró una enfermera en la habitación que le llevaba un zumo al paciente.

—Hola Shun, ¿cómo te encuentras? Tienes mucho mejor aspecto —le sonrió con cariño—. Toma, esto es para ti. Aún faltan unas horas para el almuerzo, pero ya me habías dicho que estos eran tus favoritos, ¿no?

—Hola Malia —le devolvió el saludo con alegría—. ¡Muchísimas gracias! —Cogió el zumo entre las manos y lo abrió para tomar un sorbo de él.

—Me alegra verte tan enérgico. Cuando te vayas, no querré volver a verte en una habitación como esta, ¿de acuerdo? —Shun rio y asintió con la cabeza.
    

    Hyoga miró a la enfermera detenidamente con una sonrisa en los labios. Se había quedado mucho más tranquilo tras verla, comprobando que Shun estaba bajo muy buenas manos.

—Os dejo solos. Volveré para traerte la comida —se fue hacia la  puerta y la cerró tras de sí, y ambos quedaron en silencio.

—Parece que no te falta de nada —le dijo Hyoga tras una pausa.

—Es una enfermera muy simpática. Desde el primer día se preocupó mucho por mí —sonrió ampliamente.

—Me alegro muchísimo. Bueno, va siendo hora de que me vaya...

—¿Tan pronto?

—Sí, tengo muchas cosas pendientes... si por mí fuera me quedaría contigo durante todo el día. Todos los días —le tomó la mano entre las suyas—. Hasta mañana, Shun —le dio un suave beso en los labios y se levantó de la silla.

—Hasta mañana, Hyoga —se despidió con una sonrisa.

 

Johnny estaba sentado en el sillón de su despacho aburrido, con los pies estirados sobre la mesa, cuando llamaron a su móvil.

—¿Sí?

—Soy Daniel —contestó—. Está Hyoga aquí, como habías dicho.
    

    Johnny sonrió y bajó los pies de la mesa. Se quitó la gorra y la dejó sobre ella. Luego se pasó una mano por el flequillo que le caía por el rostro y se lo apartó, dejando ver sus oscuros ojos marrones en la penumbra.

—Así que nuestro amigo sigue haciendo visitas —dijo.

—Así es.

—Pues creo que ya es hora de que yo haga la mía —colgó la llamada, se puso la gorra y se levantó del sillón, saliendo del despacho.

 

Caminó unas cuantas calles abajo sin mucho rumbo hasta que encontró un bar donde podía comer un pincho. Entró y le pidió al camarero un bocadillo de lomo, unas patatas con ketchup y una coca-cola. Se sentó en una de las mesas más alejadas de la puerta y comió tranquilamente mientras miraba las noticias de la televisión. Estaban hablando del atentado contra la comisaría de la ciudad, que divisaron una furgoneta y que habían conseguido captar la matrícula, pero no habían encontrado el vehículo por ninguna parte. Además, la oscuridad hacía prácticamente inútiles las grabaciones de las cámaras de seguridad.

—Qué idiotas, encima se pensarán que la matrícula era verdadera —susurró para sí y dio un bocado.

—Los trece policías heridos siguen hospitalizados y cuatro de ellos están en estado crítico. Por otro lado, hoy a las cinco y media de la tarde se celebrará la misa en honor a los dos hombre fallecidos en el atentado en la Iglesia de Montguiel —dijo la presentadora.
    

    Hyoga se sorprendió ante aquello. ¿Tan solo habían muerto dos policías? Qué mal lo has hecho, Johnny, pensó, tu objetivo era matar a la mitad o más, ladeó la cabeza en gesto de negación y siguió comiendo.

—Al menos habrá dos policías menos tocándonos las narices por las calles —musitó—, y trece a los que no veremos en algún tiempo.
    

    Un anciano se le acercó y le preguntó si podía sentarse en una de las sillas de la mesa en la que se encontraba. Hyoga asintió mirándolo de arriba abajo y preguntándose porqué si había unas cuatro mesas libres tenía que ir justo a sentarse con él.

—Perdóname joven, es que hace mucho que no tengo la compañía de nadie —se disculpó, pero el rubio no le dijo nada—. Mi mujer murió hace unos años y mis hijos no me llaman —le explicó—. Estoy muy solo en el mundo, no me lo tengas en cuenta.

—No se preocupe —Hyoga sabía muy bien lo que era sentirse solo en el mundo, por ello no sentía lástima por aquel anciano.

—Tienes suerte de ser joven —siguió hablando—, cuando uno se hace mayor, ve morir a aquellos que realmente le importaban: a sus padres, a sus amigos... incluso se lamenta por la muerte de sus enemigos.

—Puede que sí.

—El corazón va almacenando pena tras día y noche. Te haces viejo sin darte cuenta. Lo único que te devuelve a la realidad es la ausencia de aquellos a los que alguna vez quisiste. Y es cuando te das cuenta de que estás completamente solo.
    

    Hyoga le escuchaba sin mucho interés. Conocía perfectamente todo lo que le estaba diciendo sin necesidad de haber vivido cien años. Había visto morir a mucha gente a manos de sus amigos, e incluso había matado a uno de ellos y pegado a la mayoría.

—Pero no quiero atormentarte, joven. Eso ya lo verás cuando crezcas.

—No necesito crecer para darme cuenta de ello todos los días —le dijo con rabia.

—Eso creéis saber, pero no habéis visto nada aún —el viejo parecía decepcionado.

—Como usted diga —terminó el último bocado y la última patata, bebió rápidamente la coca-cola y salió del bar molesto por la conversación.
    

    Lo que menos falta le hacía en ese momento es que un anciano le diera lecciones de vida sin saber absolutamente nada de su historia.

 

Llamaron a la puerta de la habitación y Shun se extrañó. Aún faltaba un buen rato para que viniese su hermano a visitarle. Igual había salido antes de clase, pensó, y no pudo evitar sonreír y decir adelante, pero quien entró en la habitación cerrando la puerta sin hacer ruido no era su hermano, sino un joven un poco mayor que él que ocultaba su rostro bajo la sombra de una gorra.

—¿Qué haces tú aquí? —Le preguntó con miedo.

—He venido a hacerte una visita —contestó—. Quería pedirte perdón por el malentendido del otro día. Si llego a saber que eras amigo de Hyoga no te hubiera asaltado —se disculpó.
    

    Shun lo miró con desconfianza. Se había echado en la cama para descansar y escribir bajo las mantas, y así se sentía más desprotegido.

—No te voy a hacer nada —le dijo para calmarle—. Ya te he dicho a lo que vengo.

—Pues ya puedes irte —le instó.

—¿Tan pronto? Si apenas acabo de llegar —se acercó hasta la cama y se sentó en el borde de espaldas a él—. ¿Hyoga ya te lo ha contado?

—¿Contarme el qué?

—¿No? ¿En serio? —Se extrañó—. Desde luego, nunca aprenderá.
    El corazón de Shun latía con fuerza cada vez que el moreno hablaba y sus manos temblaban entre las sábanas.

—¿Qué me tiene que decir? —le preguntó, intentando que su voz no sonase débil y temerosa.

—Pregúntaselo a él. Yo ya le di una oportunidad, pero parece que no sabe aprovecharlas. Supongo que la próxima vez actuaré en consecuencia. ¡O mejor todavía! —Exclamó—. No le digas nada de nuestro encuentro.

—¿Por qué? —Quiso saber.

—Porque así es más entretenido. Y como sé que si te lo pido por las buenas no me obedecerás... —se llevó una mano al bolsillo de su chaqueta y sacó de él una navaja que relucía con la luz de la habitación—, si se lo dices, lo sabré, y él sabrá a qué sabe el filo —alzó la navaja para contemplarla mejor y pasó la lengua por el cuchillo—. Aunque no así, claro —rio.
    

     Shun lo miraba atónito sin saber qué decir. Faltaba poco para que las lágrimas acudieran a sus ojos.

—¿Trato hecho?

—¿Por qué iba a confiar en ti? —Le preguntó, y una lágrima cayó por su mejilla.

—La gente no suele hacerlo, y créeme que para ellos es mejor. Pero si tú no lo haces, no será mejor para Hyoga. Le conozco muy bien, mejor que tú, no me es difícil acercarme a él... de todas las maneras posibles —sonrió.

—¿Qu... qué? —Balbuceó Shun sin entender.

—¡Nada! No me hagas caso, digo muchas tonterías. Pero confía en mí por una vez al menos: si le cuentas algo al rubio, él pagará las consecuencias. ¿Entendiste? —Shun asintió tras mirarle unos segundos a los ojos—. Bien, bien, bien. Así me gusta. Esta visita quedará como nuestro pequeños secreto, ¿no es perfecto? —Shun no respondió—. Oh, soy un maleducado... ¿Qué ta pasó para estar aquí?

—Yo...

—¡No me lo digas! Unos cristales en tu espalda tras caer contra la ventana... ¿no es así?

—S... sí, pero... ¿cómo...?

—Mi madre es enfermera aquí. Ella me dijo dónde estabas. Te tiene mucho aprecio, en verdad —se encogió de hombros—. Así da gusto tener una madre, después de todo me sirve para algo —sonrió.
    

    A Shun se le tensó todo el cuerpo. Ya no aguantaba más la compañía de aquel psicópata, pero tenía miedo de echarle de allí. ¿Y si le acuchillaba con la navaja?

—¿Y cuándo te vas de este asqueroso lugar? —Le preguntó, pero Shun no respondió—. Contesta —le obligó clavándole sus ojos en los del peliverde.

—Pasado mañana —contestó, girando la cabeza para deshacer el contacto visual.

—Ahh, interesante. Realmente interesante. Bueno —dijo mirando el reloj de su muñeca—, debo irme, no todo es hacer tan gratas visitas. Algunos tenemos cosas más importantes que hacer —se levantó de la cama y salió de la habitación.
    

    Caminó por los pasillos con las manos en los bolsillos y cuando giró hacia las escaleras alguien se dio de bruces contra él. Alzó la mirada y vio que con quien se había tropezado era un joven de aproximadamente su edad de cabello azul y mirada severa.

—Disculpa —le dijo.

—No te preocupes —y siguió caminando mientras una risa silenciosa se apoderaba de él.

 

La habitación se volvió a abrir y Shun temió que Johnny volviese a entrar allí, pero esta vez, quien lo hizo, y para pleno alivio de él, fue su hermano Ikki.

—Buenas tardes, hermanito —le dijo con una sonrisa.

—¡Ikki! —Se levantó de la cama con cuidado y fue hasta la puerta para darle un abrazo.

—Hala, hala, ¿y todo este ímpetu?

—Te echaba mucho de menos —contestó sin dejar de abrazarle.

 

Esa mañana el cielo estaba completamente despejado y aún podía verse rastro de una luna tenue que desaparecía entre la inmensidad del azul.
    

    Hyoga lo contemplaba desde la ventana de su habitación. Pocas cosas le relajaban más que asomarse a ella, dejando a un lado el vicio de fumar. Muchas veces pensó en dejarlo, pero había sido incapaz, o más bien, no quería.
    

    Desayunó solo en la cocina sin siquiera encerder la radio y fue rápidamente hasta el hospital para visitar a Shun. Al día siguiente podría volver a verle en la calle y pasear con él bajo el cielo, aunque tenía que tomar muchas precauciones para que Toxic no se enterara de ello.
    

    Cuando entró en la habitación, Shun estaba durmiendo de espaldas a la puerta, y Hyoga se acercó a él en silencio para no despertarle. Cogió una silla y la puso frente a la cama y dio un ligero tropiezo con la mesita que hizo que el peliverde se voltease y abriera los ojos poco a poco.
    

    Hyoga lo miró con una sonrisa de culpabilidad mientras Shun trataba de incorporarse, pero antes de percatarse de quién era el que le había despertado, se asustó y se echó las mantas sobre la cabeza, cubriéndose.

—Soy yo, Shun —le dijo.

—¿Hyoga? ¡Hyoga! —Exclamó, y alzó la cabeza para besarle una mejilla.

—¿Qué pasó? ¿Por qué te asustaste?
    

    Shun recordó de golpe lo que había pasado el día anterior con ese joven tan perturbador, y estuvo a punto de contárselo todo cuando recordó las palabras de Johnny que resonaban en su cabeza: si le cuentas algo al rubio, él pagará las consecuencias.

—Creo que tuve una pesadilla —mintió—, pero ya estoy bien —le sonrió.
    

    Aún así, la historia quería salir de los labios y ser relatada para Hyoga, pero hizo acopio de todas sus fuerzas para no dejar que se escapasen las palabras de su boca. Estaba demasiado confuso y no tenía ni idea de qué iba todo ese asunto que le daba vueltas a la mente una y otra vez.

—Me alegro mucho. Espero que esta noche sueñes algo bonito, ya que mañana vuelves a casa —esbozó una sonrisa cargada de cariño.

—Sí, por fin —dijo, y se sonrojó ante la mirada de Hyoga.

—Te veo mucho mejor cada día. ¿Te sigue doliendo? —Le preguntó, preocupado.

—Un poco, pero no es nada que no pueda aguantar.

—Eso está bien —asintió.

—Si es cierto eso de que cada herida nos hace más fuertes, entonces después de esto debo de ser un boxeador por lo menos —rio.
    

    Hyoga lo miró a los ojos pensando en lo que había dicho. Las heridas del rubio eran innumerables, pero no solo físicas sino también mentales, que eran, en realidad, las que más peso acumulaban sobre él. Aún así, sonrió para Shun mientras este calmaba su risa.

—Espero que no tan feo —dijo Hyoga, y el peliverde le dio con el puño en el brazo.

 

Era de noche mientras Johnny esperaba en su sillón a que Hyoga apareciera por allí. Le había citado al anochecer, pero temía que no fuese a aparecer. Daniel le había vuelto a informar de que Hyoga seguía visitando el hospital para ver a Shun.

—Ayer fue una vez, pero hoy le vimos dos veces. Que no te extrañe que mañana sean tres —le había dicho el pelirrojo.
    

    Las estúpidas conversaciones entre Daniel y Edd no le dejaban pensar con claridad, aún así, no se quejó de ellos.

—Y ahora me dirás que te vieron —dijo Edd.

—Sí, ese poli era muy tonto. Igual estaba borracho, si no, no me lo explico —contestó Daniel.

—Eres un mentiroso —le acusó.

—No, no lo soy, lo que pasa es que no soportas que sea mejor que tú.

—Gilipollas, eso es lo que eres.
    

    Daniel se abalanzó sobre él para darle un puñetazo, pero en ese momento entró Hyoga y el pelirrojo se detuvo a escasos centímetros de la cara del otro.

—Hombre, aquí tenemos al traidor —dijo Edd.
    

    Hyoga lo fulminó con la mirada, pero no le respondió. Se acercó hasta la mesa de Johnny y aguardó hasta que éste habló.

—Marcháos —les dijo a los otros dos, y estos obedecieron—. Ya no les aguantaba ni un segundo más.

—¿Y por qué no los echaste antes?

—Quería ver si se pegaban o algo —se encogió de hombros—, pero ya da igual —se echó hacia adelante apoyando los brazos sobre la mesa—. Sé que sigues viendo a Shun todos los días y sé que lo seguirás haciendo —le dijo tras unos segundos de silencio.
    

    A Hyoga se le aceleró el corazón, pero hizo todo lo posible para que no se le notase.

—¿Y? —Preguntó.

—Creo que teníamos un trato.

—El trato era no dejaros de lado por él.

—Te cité aquí al anochecer y acabas de llegar ahora tras estar en el hospital.

—Pero aquí estoy.

—¡¡SON LAS DOCE!! —Gritó, golpeando la mesa con ambos puños.
    

    Hyoga cerró los ojos y suspiró. Sabía que se había metido en un buen lío, pero la ira le recorría todo el cuerpo pensando en que le habían estado espiando.

—Tú no cumples tu parte del trato, yo no cumplo la mía —le dijo, y Hyoga abrió los ojos como platos, mirándole.

—No volveré a...

—¡Silencio! De nada me valen ahora tus excusas, así que resérvatelas. Haré sufrir a tu amado, ya lo verás. Oh, sí, lo verás, ¡y yo estaré ahi para ver cómo lloras por él! Imagínate qué pasaría, entonces... si te vuelvo a descubrir a su lado —sonrió—. No, lo siento, habrá venganza ahora, pero te daré una última oportunidad —Hyoga lo observaba con furia y ojos como témpanos de hielo—. Él cumplió su palabra para protegerte, es un chico muy leal, y tú, en cambio, que le amas con todas tus fuerzas —hizo una mueca de desagrado—, no eres capaz de protegerle a él. ¡Y luego me decían que tú eras fuerte! Qué decepción más grande —rio.

—Haré lo que me digas, pero por favor, no le hagas daño —le suplicó con rabia.

—¿Lo que yo quiera? ¿Acaso lo has estado haciendo? —Hyoga no respondió—. En fin, qué malo es tener amigos... se me ablanda el corazón —volvió a reír—. Como tú quieras. Protégele, pero no creas que te vas a salir de rositas ahora. No. Me has desobedecido, y lo vas a pagar. Y él va a pagar tu desobediencia. Pero no te preocupes, si cumples tu palabra, será la primera y última venganza —le guiñó un ojo.

—No le hagas daño —le volvió a pedir—. Házmelo a mí, él no tiene la culpa —le miró a los ojos con infinita seriedad.

—Lo sé, lo sé, es tu castigo, no el suyo, pero... ¿qué mejor forma de castigarte que haciéndole daño a él?

—Házmelo a mí —repitió—. Como si me rajas la espalda con un cuchillo oxidado, me da igual. Pero no a él. ¡No a él! —Exclamó, atrayendo la curiosidad de Johnny.
    

    Hubo un silencio que Hyoga no soportó y que le pareció que duró eternamente hasta que el moreno se levantó y se posicionó tras él. Bajó la cabeza para susurrarle al oído.

—Bueeeno... creo que me lo pensaré —le dijo en voz baja, rozando la oreja de Hyoga con los labios.
    

    Después, se quitó la gorra y la dejó sobre la mesa. Se dio la vuelta y se agachó frente a Hyoga, quedando a la altura de sus rodillas.

—Todo lo que yo quiera —se relamió los labios con la lengua—. Qué bien suena —rio.
    

    Se fue levantando poco a poco hasta que su rostro quedó a la altura del de Hyoga, quien lo miraba con odio.
    

    Johnny le besó durante un largo rato, sonriendo mientras abría y cerraba los labios sobre los de Hyoga, mientras que éste, en cambio, derramaba lágrimas pensando una y otra vez cómo había traicionado a Shun.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer! Espero que les haya gustado :'3


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