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Si pudiera volar por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Después de mucho, aquí les dejo el capítulo 9. No queda de más decir que hubo una parte en la que lloré (pero solo un pelín) mientras la escribía :'(.

¡Espero que la disfruten! Y que haya merecido la pena la espera... jaja. ¡Perdón por ello!

Las enfermeras le habían despertado temprano por la mañana y le habían servido un desayuno exquisito. Después, apareció su hermano en la habitación para ayudarle a recoger todas sus cosas y llevarle de vuelta a casa. Les llevó un buen rato mientras hablaban y reían el uno con el otro, pero al fin, salieron del hospital con un sol radiante iluminándoles la acera.

—¡Cómo echaba de menos estar al aire libre! —Exclamó Shun cerrando los ojos a la brisa.

—Y cómo te extrañaba yo a ti —dijo Ikki, acercándose a él y dándole uno de los muchos abrazos de esa mañana.

—Aunque... —empezó Shun—, no quiero volver a casa —le miró a los ojos, triste.

—No nos queda más remedio, hermanito —le acarició el pelo con cariño—. No permitiré que esa bestia vuelva a acercarse a ti. Te lo prometo —le sonrió.

—Gracias.

—No me las des. Daría mi vida por protegerte —volvió a abrazarle con más fuerza.

—Y yo daría la mía por ti, hermano.

 

Dejó las cosas sobre su cama y se sentó sobre la de Ikki, agotado. Aún le dolía la espalda y haber estado tanto tiempo echado y sin apenas moverse le estaba pasando factura. Era largo el camino desde el hospital hasta su casa, pero aún así se sentía mucho más cansado de lo habitual. Ikki miraba a través de la ventana, pensativo, mientras el menor empezaba a colocar sus cosas de nuevo en los armarios y estanterías.

—Hoy el cielo está despejado —comentó Ikki—. Seguro que de noche se verán las estrellas.

—¿Te fijaste cuando volvíamos a casa? Empezaban a salir las primeras flores sobre la hierba. Por fin se acabará el invierno. Ya estaba cansado de tanto frío.

—Eso es cierto —sonrió—, pero en el fondo, todas las estaciones son iguales.

—¡No lo son! En primavera podremos salir más de casa, y en verano apenas tendremos ni que pisarla —sonrió de oreja a oreja ante aquella idea—. Nos libraremos de él —continuó, ahora con el rostro ensombrecido.
    

    Ikki se acercó a él y le posó una mano sobre el hombro, cariñoso, para luego abrazarle fuertemente. Shun, sin poder evitarlo, comenzó a sollozar.

—Solo un poco más y seremos libres, hermanito —intentó tranquilizarle—. Podremos aguantar. Sí que podremos.
    

    Se quedaron así un rato hasta separarse unos centímetros. Entonces, Shun quiso decirle algo a su hermano pero la puerta de casa se abrió estrepitosamente y oyeron a su padre entrar por ella chocándose contra las paredes.

—Échate en mi cama, Shun, que necesitas descansar un poco.
    

    El menor lo miró con los ojos aún llorosos y éste le sonrió todo lo dulcemente de lo que fue capaz. Shun asintió levemente, deshizo la cama de su hermano y se acostó, tapándose hasta el cuello y mirando hacia la pared. Ikki continuó, por otro lado, guardando las cosas del otro en su respectivo sitio.
    

    Su padre entró poco después en la habitación con la cara roja y una lata semivacía en la mano izquierda. Miró hacia Ikki y luego hacia Shun, quien fingía dormir. El mayor lo amenazó con la mirada. Después, su padre salió del cuarto dando un portazo, y poco después oyeron el ruido de la puerta de la entrada cerrándose bruscamente.
    

    Shun había dejado de llorar, pero su cuerpo estaba paralizado por el miedo bajo las sábanas. Tenía el presentimiento de que si su padre le hubiera encontrado solo en la habitación tendría que haber vuelto al hospital durante varios días más.

—¿Qué te apetece comer? —Le preguntó Ikki mientras terminaba de guardar las cosas.

—No lo sé, hermano. No tengo mucha hambre... —se dio la vuelta y me miró a los ojos.

—Esa excusa no me vale. Acabas de salir del hospital, no pienso permitir que el primer día te lo pases sin comer nada.

—Entonces haz lo que tú prefieras.

—¿Unos macarrones te parecen bien? Queda un paquete entero. Y puedo preparar después un chocolate caliente para el frío.

—Me parece bien, Ikki.

—Pues si me necesitas, estaré en la cocina —le sonrió.



Ikki no había querido que Shun fuese a la escuela ese día después de todo lo que había pasado, pero el menor insistía en que lo mejor para recuperarse iba a ser volver a la rutina, centrarse en las clases y divertise con sus amigos. Y así, se encontraba en la clase de matemáticas a tercera hora de la mañana. Shiryu se había sentado a su lado nada más verlo allí, y parecía que ese día nadie sería capaz de separarle de su lado.

—¿Cómo estás? —Le había preguntado.

—Ya me encuentro mucho mejor —le había contestado, aunque sabía que la pregunta de su amigo iba mucho más allá que eso.
    

    En el recreo, Shun intentó por todos los medios mantener la mente ocupada en sus amigos, pero apenas pasaban unos minutos y ya volvía a pensar en su padre, en el hospital, en su hermano y en Hyoga. Le resultaba imposible quitárselo todo de la cabeza, y ni siquiera las bromas de Seiya eran capaces de hacerle reír de verdad.
    

    Pasaron las dos siguientes clases de ese día y ya estaba a punto de terminar la tercera y última. Notaba que el tiempo le pasaba volando, y lo que menos deseaba en esos momentos era regresar pronto a su casa. Tenía pensado llegar su calle y quedarse esperando a su hermano en el portal para subir juntos y así no toparse solo con su padre, si es que había vuelto ya. Lo cierto era que no lo veían desde el día anterior por la mañana, pero eso más que preocuparles les alegraba enormemente.
    

    Cuando sonó la campana que anunciaba el final de las clases, su corazón empezó a latir con fuerza. Empezó a recoger sus cosas y guardarlas en la mochila con tranquilidad. Cuanto más tiempo perdiera, mejor. Shiryu le esperó, ya levantado, a que terminase.

—Te acompañaré a casa —le dijo, sorprendiéndole.

—No es necesario, gracias.

—Pero me gustaría hablar contigo, y quién sabe qué podrías encontrarte por el camino.
    

    En realidad, Shun estaba deseando que alguien le acompañase hasta casa, pero no quería sentirse tan débil. Deseaba ser tan fuerte como su hermano, y dejar de depender de su fuerza para mantener a su padre alejado. Pero a esas alturas eso no era más que un sueño imposible.

—Gracias, Shiryu.
    

    Salieron de la clase y no tardaron en bajar las escaleras. Shiryu no dejaba de hablarle y de hacerle reír para que mantuviese los malos pensamientos alejados. Ya casi habían llegado al final de la calle cuando vieron una figura apoyada contra la pared, con los brazos cruzados, aguardando.
    

    La expresión de Hyoga era muy seria, y miraba a Shun con ojos impasibles. Cuando se acercaron a él lo suficiente, el rubio escrudriñó a Shiryu y forzó una sonrisa.

—Buenas tardes —les dijo a los dos.

—Hola —contestó el moreno.

—¡Hyoga! —exclamó Shun.

—Shun... tengo que hablar contigo. Es muy importante.
    

    Shiryu miró hacia los dos y supo que tenía que dejarles a solas, pero su instinto le decía que no podía irse justo en ese momento. ¿Quién sabría lo que podría hacer Hyoga? Shun nunca hablaba mucho de él y tenía el presentimiento de que no era una persona de fiar. Aún así, la mirada que Shun le ofreció después le hizo despedirse de él y alejarse hacia el otro extremo de la calle. Sólo tras perderles de vista se arrepintió de su decisión.
    

    Hyoga suspiró varias veces sin saber por dónde empezar a hablar. No quería contarle a Shun todo lo relacionado con la banda a la que pertenecía, pero tampoco podía decirle que dejaría de verle sin ninguna explicación razonable. Le tomó de la mano y le instó a caminar a su lado mientras encontraba las palabras adecuadas.

—Hace unos días... —empezó—, te dije que tendría que verte menos a partir de ese momento.

—Lo recuerdo —dijo Shun, asustado.

—Verás, he tenido varios problemas con mis... amigos... —el menor le miraba sin comprender—. Si te soy sincero, me duele demasiado tener que decirte esto, y tampoco sé cómo hacerlo.
    

    Shun dejó de caminar de repente, obligando a Hyoga a detenerse frente a él, pues seguían cogidos de la mano.

—Hyoga, si tienes problemas, puedes contármelos y quizá pueda ayudarte —le dijo, y el rubio sonrió.

—Muchas gracias, Shun, pero no quiero involucrarte en nada —pero su mente no dejaba de recordarle que ya era demasiado tarde para eso.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Shun... no podré volver a verte por mucho tiempo... —las palabras salieron de su boca con la crueldad de una tormenta y la tristeza de un corazón arrasado.

—¿Qué...? —Preguntó Shun, atónito. Esperaba desesperadamente que fuera una broma pesada, pero la mirada vacía de Hyoga le helaba todo el cuerpo.

—Es... lo mejor para los dos —continuó—. Dejaremos de vernos y seguiremos con nuestras vidas.

—Pero Hyoga —las lágrimas se le iban amontonando bajo los párpados.

—Lo siento, Shun... —bajó la mirada y cerró los ojos varias veces para no llorar.

—¿Por qué...? —Quiso saber.

—Es lo mejor, créeme. No me busques, ¿vale? Si nos vemos te evitaré —sus palabras cada vez eran más dolorosas—. Pero escúchame una cosa —le pidió tras unos segundos de silencio—. No lo hago porque quiera, ¿me entiendes? Y te amo. Shun, te amo más que a mi vida. Por favor, no lo olvides nunca.
    

     Shun lo miró con miles de lágrimas resbalándole por las mejillas. Aún tenía la mano de Hyoga entre la suya.
    

    El rubio le devolvió la mirada con tristeza, y entonces se soltó de él. Dio unos pasos hacia atrás sin dejar de mirarle y luego echó a andar por la calle, dejando solo a Shun en la esquina, quien lo vio a través de una cortina de lágrimas alejarse de él. Quizá para siempre.
    

    No podía creer lo que sus oídos acababan de escuchar. ¿No volvería a ver a Hyoga? No, no debía de ser posible. Tenía que estar soñando. Aquello tenía que ser su mayor pesadilla, y quería despertar cuanto antes. Pero cuando emprendió de nuevo la marcha hacia su casa, todo a su alrededor parecía muy real. Incluso su hermano, a quien aguardó bajo el cobijo del portal, no parecía ser fruto de un sueño.
    

 

No pudo dejar de pensar en Hyoga durante el resto del día. No pudo sacarlo de su mente ni por un solo segundo, y todas las veces que se quedaba solo en la habitación o tenía un momento de intimidad, lloraba sin poder creer lo que aquel chico le había dicho al salir de clases.
    

    Hyoga era la única persona que conseguía apaciguar su tristeza todo el tiempo que estaba a su lado. Era el único que le había hecho escaparse de la realidad cada vez que se perdía en sus claros ojos azules. Sin él, más de la mitad de su corazón se apagaría sin remedio. Sin él no parecía merecer la pena el seguir luchando por un futuro libre de angustias.   

    Todas las preguntas que siempre quiso hacerle se amontonaban ahora en su boca y las susurraba sin esperar respuesta de nadie. ¿Por qué? ¿Por qué te vas de mi lado? ¿Qué te ha pasado, Hyoga? ¿Por qué no me cuentas lo que te pasa? ¿Acaso podré soportar los días sin verte?

 

Hyoga regresó a la base de Toxic esa misma noche. Tenía los nudillos en carne viva tras haber intentado calmar su ira e impotencia contra las paredes de su habitación. Él mismo no era capaz de creer lo que le había dicho a Shun aquella mañana. Se sentía abatido, dolido, triste e iracundo. Pero sobre todo, se sentía culpable. No podía ni imaginarse todo el daño que le había causado a Shun por su culpa. En realidad, todo era por su culpa, y no dejaba de recordárselo. ¿Por qué tuvo que empeñarse en verle todos los días? ¿Por qué había permitido que su corazón se agrietara tan solo para enamorarse? Si sabía perfectamente que una persona como él no podía abarcar tal sentimiento en su interior, y menos mantenerlo.
    

    Hyoga había querido creer que a partir del día en que conoció a Shun toda su vida cambiaría. Había sido tan tonto de pensar que podría distanciarse de Johnny y su banda sin atenerse a las consecuencias. Hasta había creído que el engreído de su líder le entendería y le dejaría una pequeña vía de escape. ¿Pero cómo he podido ser tan gilipollas?
    

    La sangre de sus manos complementaba con sus ojos, rojos de tanto haber llorado. Cuando Johnny lo vio entrar con ese aspecto en su despacho, no pudo evitar sonreír. El moreno se tapó inmediatamente con una mano y le pidió disculpas. Daniel y tres miembros más estaban allí, sentados en un sofá que habían transportado esa misma tarde.

—¿Cón qué te has peleado? —Preguntó uno de ellos—, ¿tu amor te ha dado una paliza? —Empezó a reírse con fuerza, y Daniel le pegó un codazo para que se callase.

—Fuera de aquí —dijo Johnny con tono amenazador—. Vosotros tres, no os quiero volver a ver en varios días. Daniel, mañana por la mañana, ya sabes —el pelirrojo asintió, obediente, y salió con los demás de la habitación—. ¿Qué te ha pasado?—Preguntó con curiosidad cuando se quedaron a solas.

—Eso no te importa.

—Tienes razón... aunque de todas formas mi pregunta ya tiene respuesta. ¡Muy bien, Hyoga! —Exclamó de pronto, dando una palmada en el aire—. Si te soy sincero, no pensé que fueras a ser capaz de ello —el rubio lo miraba entre amenazante e inquisitivo—. Por fin dejarás de ver a ese tal Shun de una vez, ¿verdad? ¡No contestes! Los dos sabemos que sí. Y los dos también sabemos qué pasaría si eso... no se llegase a cumplir.

—Dejemos el tema de una vez. Yo no le volveré a ver y tú no le pondrás un dedo encima.

—Bueno, bueno, tampoco te pongas así. Cumpliré mi palabra, pero ya sabes que aún no está todo acabado. Pero no te preocupes, no seré muy duro con él —se rio.

—Si me entero que le haces daño... —empezó, pero calló de inmediato.

—Si te enteras de que le hago daño ¿qué? —Preguntó, divertido—. ¿Me pegarás? , ¿me matarás? —Rio con más fuerza—. Mira qué preocupado estoy...
    

    La ira de Hyoga no dejaba de crecer por momentos, pero sabía que todo volvería a la normalidad de su vida. Aunque pensar que Johnny iba a vengarse de él a través de Shun, y que no podría hacer nada para evitarlo, le enfurecía de una forma que ni él sabía si podría controlarse.

—No te preocupes por tu amor —le dijo, burlón—, sólo hablaré con él —esas palabras hicieron que Hyoga se relajase, pero no tenía ni idea de qué saldría de la boca del moreno.

—Espero que estés diciendo la verdad.

—¿Cuándo he mentido yo? Ya sabéis que lo que digo lo cumplo —se echó hacia atrás en su asiento como herido por lo que le había dicho.

—Está bien —suspiró.

—Así me gusta —de pronto, cambió su semblante a uno más serio—. Todas las noches quiero verte aquí, ¿vale? Me aseguraré de que todas las horas que has perdido con ese chico las recuperes como es debido. Y te iré encargando cosas de vez en cuando, ¿entendido? —Hyoga asintió—. Me alegra que estés de vuelta —sonrió tras una breve pausa—. Ya echaba de menos a este Hyoga, tenaz, valiente, y trabajador. Confío plenamente en ti, así que no me falles.

—No te fallaré. Te lo juro.

—Perfecto —se levantó del sillón para apoyarse con las manos sobre la mesa.
    

    Hyoga titubeó unos segundos antes de ponerse en la misma posición que el moreno y aguardar. Entonces Johhny se acercó a sus labios y se los besó con suavidad.

 

Aquella mañana de sábado, de primeros días de primavera, era despejada y agradable. Shun se había levantado temprano para ir a hacer una visita con su hermano mayor. Su rostro reflejaba despreocupación, pero al mismo tiempo sus ojos estaban apagados y vacíos. Tenía la mirada fija en un punto frente a él mientras caminaba, y apenas prestaba atención a la conversación de su hermano.
    

    Estaba ensimismado, y cada paso que daba le alejaba más y más de la realidad. Desde la última mañana en que le había visto, su mundo había pasado de un tono gris pálido a un negro tan profundo como una noche sin estrellas. Su corazón palpitaba aún, pero dentro de él no encontraba nada. Era como si todo a su alrededor hubiese dejado de existir y lo único que permaneciera a su vera era la soledad.
    

    Entonces, empezó a recordar una conversación que había tenido con Johnny unos pocos días después de que Hyoga desapareciese de su vida.

—Él te ha dejado para siempre —le había dicho nada más se encontraron a la salida de la escuela —. Sé que es duro para ti, pero tienes que ser fuerte.

—Ni siquiera sé por qué se fue —le había contestado, como pidiéndole una respuesta.

—Verás... —se había acercado a él, nervioso, para susurrarle al oído—. Hyoga no sabía lo que quería... —le había dicho—. Tenía el corazón partido, no sé si me entiendes. Él quería estar con sus amigos, y conmigo, pero al mismo tiempo ardía en deseos de estar contigo. Pero eso en nuestra banda... digamos que no está permitido de la manera en la que él lo llevaba acabo.

—No te entiendo.
    

    Johnny había suspirado, como intentando buscar las palabras exactas para que Shun le comprendiera.

—Hyoga me eligió a mí —le había dicho por fin—. Quiso estar conmigo y serme fiel,  en vez de arriesgarse contigo —Shun le había mirado con lágrimas en los ojos—. Lo siento mucho, pero el corazón a veces es traicionero... Era cuestión de tiempo que tuviera que tomar esa decisión. Lo siento mucho, Shun, yo también estaría destrozado si estuviera en tu lugar... pero sé fuerte. Hyoga se parece mucho más a mí que a ti, también era cuestión de química, ¿no?

 

Las palabras de Johnny seguían resonando en su mente junto con las de Hyoga. ¿Era verdad que le había dejado para estar con otro? ¿Es que acaso le había mentido todo el tiempo? ¿Cómo podía haberle hecho eso? Él le había amado como si fuera el único ser sobre la tierra, como si no existiese nada más que sus ojos azules. Y él le había traicionado, aún no sabía muy bien el porqué. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué le había dejado solo en el momento en que más necesitaba su compañía?
    

    Continuaron caminando hasta que llegaron a una cerca de metal que delimitaba un gran jardín florecido con árboles. Buscaron la puerta, abierta durante todo el día, y entraron en el recinto. Siguieron un sendero que se bifurcaba hacia los lados para continuar por distintos caminos. Parecía no tener fin, y los únicos adornos sobre la hierba, aparte de los árboles y las flores, eran losas de piedra talladas con inscripciones que recordaban a personas que no volverían a sonreír nunca más. Era como un laberinto para quien se aventurase allí sin saber qué buscar. Pero Shun e Ikki sabían a dónde tenían que ir.
    

    Giraron a la izquierda en una de las ocasiones y continuaron recto hasta casi el final. Con una mano, Ikki agarraba la de Shun, y con la otra sostenía una rosa de color rojo intenso con un lazo en su tallo.
    

    Cuando estuvieron en frente de la losa que les aguardaba, ninguno de los dos fue capaz de contener las lágrimas. Ikki abrazó a Shun con fuerza e intentó consolarle, pero él mismo no era capaz de parar.

—¿Por qué? —Preguntó el menor con la voz quebradiza—. ¿Por qué no podemos verla en otro sitio?

—Shun... —se separó de él y le sonrió con dulzura, apaciguándose a sí mismo—. Ella no querría verte triste.
—No puedo evitarlo...

—Lo sé, lo sé, pero hemos venido aquí para hablar con ella, ¿no? —le sonrió más ampliamente y Shun se secó las lágrimas con el dorso de la chaqueta.
    

    Se arrodillaron junto a la lápida y retiraron con cuidado las flores secas apoyadas sobre ella. Shun no pudo evitar leer el epitafio unas cuantas veces, donde se leía el nombre y apellidos de su madre precedidos por un aquí descansa en paz. Tras eso, estaban grabadas las palabras que más le dolían: Sus dos hijos y su marido no la olvidan. Todas sus plegrarías la acompañan.
    

    Ikki colocó con cariño la rosa sobre la lápida tras darle un beso a la flor, con los ojos cerrados y doloridos, mientras Shun lo observaba con el corazón en un puño. Nunca te olvidaremos. Jamás. No hay día que pase sin que pensemos en ti y te echemos de menos. La vida no merece la pena si tú no estás a nuestro lado, mamá...

—Shun —lo llamó sacándole de su pensamiento—, ¿no son hermosas las flores de aquí? Es como... si las lágrimas de las personas que vienen a ver a sus seres queridos... se derramasen e intentasen... de alguna manera... volver a darles la vida... —su voz se quebró y rápidamente se tapó los ojos de los que empezaba a caer un mar de lágrimas.

—Ikki... —susurró, y se acercó a él para abrazarle—. Mamá no querría verte triste a ti tampoco —cerró los ojos intentando calmar todo el dolor que le apresaba.

—Tienes razón —le dijo tras unos momentos—. Deberíamos venir con ella más a menudo. Seguro que también nos echa mucho de menos a los dos —le sonrió con dulzura.
    

    Me pregunto si también echará de menos a papá. Y me pregunto si él la echará de menos a ella...

—Bueno, creo que es momento de regresar a casa —Ikki se levantó, sonriente, y le tendió una mano a Shun, ayudándole a levantarse—. Aún hay que pensar qué haremos para comer —le miró a los ojos y se percató de que el menor aguantaba como podía las lágrimas, pero no fue capaz de contenerlas mucho tiempo.
    

    Shun se echó a los brazos de Ikki y éste le abrazó con fuerza. Estuvieron así hasta que consiguió calmarse, y entonces regresaron juntos a casa cogidos de la mano, como temiendo que alguien fuera a separarles y perdieran lo único que les quedaba en el mundo.

Notas finales:

Muchas gracias por leeeeeeeer, espero que les haya gustado. El siguiente capítulo espero que venga pronto de la mano :P


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