Capítulo 1: El gran error.
Mello se despertó con un mal sabor en la boca, bostezando y bastante soñoliento. En el reloj marcaban las nueve con treinta minutos. Se movió de un lado a otro debajo de las cobijas y varias veces se durmió y despertó para ver el sol en su ventana cada vez más alto y fuerte. Cuando las manecillas marcaron las diez con cinco minutos, decidió que era momento de levantarse, ya había perdido dos clases. Se dio una ducha, y en el espejo del baño notó unas leves ojeras que comenzaban a salirle por tanto trasnocharse, se vistió, se preparó para salir y tomó el bus hasta la universidad.
La mayoría de los estudiantes ya estaban en clase cuando llegó, los pasillos y las canchas estaban bastante solitarios. Subió hasta el último piso de una de las torres, logró entrar en la clase de filosofía. Estuvo desconcentrado durante casi toda la hora, veía hacía la ventana sin prestarle atención al profesor; no podía dejar de pensar en Christine y en sus adorables maneras. Al salir de la clase, le pidió a alguien que le prestara sus apuntes y bajó al campus.
La sensación que había sentido la noche anterior persistió durante el mediodía, no podía dejar de estar emocionado y a la vez preocupado. Al caminar, volteaba de un lado a otro buscando a Christine, pero no la veía por ninguna parte.
Oye, ¿a quién estás buscando? – le preguntó Matt, aburrido. Estaban en el primer piso de la torre B, no había mucha gente, hacía un poco de frío. – A nadie… - respondió. Caminaron hacía la cantina, al igual que en la tarde anterior y compraron un par de cosas para almorzar. Cerca de las mesas Mello vio a Christine, estaba sentada con algunas chicas comiendo, riéndose. Decidió no hablarle, no quería molestarla si estaba con sus amigas. Se sentó con Matt algunas mesas atrás de la suya, observando su largo cabello cubriendo su espalda: era hermosa, sólo en eso podía pensar. Le dio un mordisco al sándwich que había comprado, y volteó a ver a Matt, que lo estaba mirando fijamente.
Estás muy extraño últimamente. – le dijo, arreglándose los googles. - ¿Tú crees? – preguntó Mello. – Por supuesto. Es más, no estás raro, es algo mucho peor. Estás enamorado. – Matt remarcó la última palabra de forma molesta. – Dios, eso es una blasfemia. – exclamó Mello con falsa indignación. Su amigo rió. – Si, pensé que dirías eso.
Mello se dedicó gran parte de la hora del almuerzo a terminar sus apuntes, Matt se dedicó, por el contrario, a molestarlo de distintas maneras hasta que le dijo que debía irse, por un compromiso con su hermana o algo parecido, Mello no le había prestado atención. – No te duermas en la clase de inglés. Voy a necesitar tus apuntes. – dijo antes de irse.
Cuando ya su amigo se encontraba lejos, y solo era un punto a la vista, Mello se dio cuenta de algo atroz. Cuando le pidiera a Christine salir con ella, estaría solo.
Cuando terminó su clase, Mello fue a las canchas buscándola nuevamente, preguntándose en donde podía estar. Caminó hacia la parte de atrás del gimnasio, a veces ella se sentaba allí, en el pasto fresco a leer un libro. Las nubes grises de la mañana habían desaparecido, el cielo estaba despejado y hacía calor otra vez. Mello se quitó su chaqueta. Al lado de un árbol, hablando con una de sus amigas, estaba Christine dándole la espalda. Notó que a unos dos metros de las chicas, estaba sentado Ryuuzaki, el profesor de economía; solo le llamó la atención por el libro que estaba leyendo: Crimen y Castigo de Dostoievski, por lo demás no le interesó.
Aclaró su garganta y caminó hasta estar en frente a la espalda de la muchacha, escuchó su débil risa salir de sus labios y sus piernas temblaron. Cerró sus ojos, sosteniendo las dos entradas en sus manos y le preguntó. - ¿Quisieras ir al cine conmigo?
Pero cuando Mello abrió sus ojos, no fue a Christine quién encontró frente a él, mirándolo sorprendida y sonrojada como él había esperado. Oh, vaya que no. La adorable Christine jamás se dio cuenta de su presencia, y se había con su amiga a algún lugar. Quién encontró frente a él, con los ojos bien abiertos por la sorpresa y una expresión incómoda, fue al profesor Ryuuzaki, que aún no hallaba las palabras para responderle. Y por la más extraña de todas las razones, y con la más absurda imprudencia, al pobre docente solo se le ocurrió murmurar un “Por supuesto” del que se arrepintió de inmediato.
Ah, oh, claro. – Mello se puso pálido. - Es el sábado a las ocho en… en el cine de la calle 3… - tartamudeó, tal vez también con la más absurda imprudencia y la más extraña de todas las razones. El profesor asintió, y se alejó a paso rápido con su libro bajo el brazo, completamente perturbado y preguntándose qué diablos acababa de pasarle.
Mello, blanco como un fantasma, lo observó yéndose y desapareciendo entre los alumnos, su corazón latía rápido y se veía notablemente agitado. Finalmente, dejó caer sus piernas temblorosas a la grama y soltó al aire un grito que retumbó en cada rincón de la universidad, en cada salón, en cada pasillo, en todos los baños y hasta en las terrazas: ¡¿Qué demonios acabo de hacer?! - Fue lo que se escuchó.